lunes, 25 de febrero de 2013

Un cuento de Ítalo Calvino


Calvino es, sin lugar a dudas, uno de esos iluminados que gozan del privilegio de pertencer a la vieja guardia de la literatura fantástica, lúdica -y válgaseme el desliz redundante-, literaria. Quiero decir, es uno de esos escritores que construyen literatura dentro de un universo donde rige el interés literario, como lo hacen Schwob, Borges y Papini.
Aquí un cuento maravilloso de su autoría, que muestra de manera clara el talento y la concepción de Calvino, y las extrañas probabilidades que rondan y gobiernan el Universo en el que habitamos esos seres ínfimos llamados humanos.







La aventura de un automovilista
                                                                     Italo Calvino


Apenas salgo de la ciudad me doy cuenta de que ha oscurecido. Enciendo los faros. Estoy yendo en coche de A a B por una autovía de tres carriles, de ésas con un carril central para pasar a los otros coches en las dos direcciones. Para conducir de noche incluso los ojos deben desconectar un dispositivo que tienen dentro y encender otro, porque ya no necesitan esforzarse para distinguir entre las sombras y los colores atenuados del paisaje vespertino la mancha pequeña de los coches lejanos que vienen de frente o que preceden, pero deben controlar una especie de pizarrón negro que requiere una lectura diferente, más precisa pero simplificada, dado que la oscuridad borra todos los detalles del cuadro que podrían distraer y pone en evidencia sólo los elementos indispensables, rayas blancas sobre el asfalto, luces amarillas de los faros y puntitos rojos. Es un proceso que se produce automáticamente, y si yo esta noche me detengo a reflexionar sobre él es porque ahora que las posibilidades exteriores de distracción disminuyen, las internas toman en mí la delantera, mis pensamientos corren por cuenta propia en un circuito de alternativas y de dudas que no consigo desenchufar, en suma, debo hacer un esfuerzo particular para concentrarme en el volante.
He subido al coche inmediatamente después de pelearme por teléfono con Y. Yo vivo en A, Y vive en B. No tenía previsto ir a verla esta noche. Pero en nuestra cotidiana charla telefónica nos dijimos cosas muy graves; al final, llevado por el resentimiento, dije a Y que quería romper nuestra relación; Y respondió que no le importaba, que telefonearía en seguida a Z, mi rival. En ese momento uno de nosotros -no recuerdo si ella o yo mismo- cortó la comunicación. No había pasado un minuto y yo ya había comprendido que el motivo de nuestra disputa era poca cosa comparado con las consecuencias que estaba provocando. Volver a telefonear a Y hubiera sido un error; el único modo de resolver la cuestión era dar un salto a B, explicarnos con Y cara a cara. Aquí estoy pues en esta autovía que he recorrido centenares de veces a todas horas y en todas las estaciones, pero que jamás me había parecido tan larga.
Mejor dicho, creo que he perdido el sentido del espacio y del tiempo: los conos de luz proyectados por los faros sumen en lo indistinto el perfil de los lugares; los números de los kilómetros en los carteles y los que saltan en el cuentakilómetros son datos que no me dicen nada, que no responden a la urgencia de mis preguntas sobre qué estará haciendo Y en este momento, qué estará pensando. ¿Tenía intención realmente de llamar a Z o era sólo una amenaza lanzada así, por despecho? Si hablaba en serio, ¿lo habrá hecho inmediatamente después de nuestra conversación, o habrá querido pensarlo un momento, dejar que se calmara la rabia antes de tomar una decisión? Z vive en A, como yo; está enamorado de Y desde hace años, sin éxito; si ella lo ha telefoneado invitándolo, seguro que él se ha precipitado en el coche a B; por lo tanto también él corre por esta autovía; cada coche que me adelanta podría ser el suyo, y suyo cada coche que adelanto yo. Me es difícil estar seguro: los coches que van en mi misma dirección son dos luces rojas cuando me preceden y dos ojos amarillos cuando los veo seguirme en el retrovisor. En el momento en que me pasan puedo distinguir cuando mucho qué tipo de coche es y cuántas personas van a bordo, pero los automóviles en los que el conductor va solo son la gran mayoría y, en cuanto al modelo, no me consta que el coche de Z sea particularmente reconocible.
Como si no bastara, se echa a llover. El campo visual se reduce al semicírculo de vidrio barrido por el limpiaparabrisas, todo el resto es oscuridad estriada y opaca, las noticias que me llegan de fuera son sólo resplandores amarillos y rojos deformados por un torbellino de gotas. Todo lo que puedo hacer con Z es tratar de pasarlo, no dejar que me pase, cualquiera que sea su coche, pero no conseguiré saber si su coche está y cuál es. Siento igualmente enemigos todos los coches que van hacia A; todo coche más veloz que el mío que me señala afanosamente en el retrovisor con los faros intermitentes su voluntad de pasarme provoca en mí una punzada de celos; cada vez que veo delante de mí disminuir la distancia que me separa de las luces traseras de mi rival me lanzo al carril central con un impulso de triunfo para llegar a casa de Y antes que él.
Me bastarían pocos minutos de ventaja: al ver con qué prontitud he corrido a su casa, Y olvidará en seguida los motivos de la pelea; entre nosotros todo volverá a ser como antes; al llegar, Z comprenderá que ha sido convocado a la cita sólo por una especie de juego entre nosotros dos; se sentirá como un intruso. Más aún, quizás en este momento Y se ha arrepentido de todo lo que me dijo, ha tratado de llamarme por teléfono, o bien ha pensado como yo que lo mejor era acudir en persona, se ha sentado al volante y en este momento corre en dirección opuesta a la mía por esta autovía.
Ahora he dejado de atender a los coches que van en mi misma dirección y miro los que vienen a mi encuentro, que para mí sólo consisten en la doble estrella de los faros que se dilata hasta barrer la oscuridad de mi campo visual para desaparecer después de golpe a mis espaldas arrastrando consigo una especie de luminiscencia submarina. El coche de Y es de un modelo muy corriente; como el mío, por lo demás. Cada una de esas apariciones luminosas podría ser ella que corre hacia mí, con cada una siento algo que se mueve en mi sangre impulsado por una intimidad destinada a permanecer secreta; el mensaje amoroso dirigido exclusivamente a mí se confunde con todos los otros mensajes que corren por el hilo de la autovía; sin embargo, no podría desear de ella un mensaje diferente de éste.
Me doy cuenta de que al correr hacia Y lo que más deseo no es encontrar a Y al término de mi carrera: quiero que sea Y la que corra hacia mí, ésta es la respuesta que necesito, es decir, necesito que sepa que corro hacia ella pero al mismo tiempo necesito saber que ella corre hacia mí. La única idea que me reconforta es, sin embargo, la que más me atormenta: la idea de que si en este momento Y corre hacia A, también ella cada vez que vea los faros de un coche que va hacia B se preguntará si soy yo el que corre hacia ella, deseará que sea yo y no podrá jamás estar segura. Ahora dos coches que van en direcciones opuestas se han encontrado por un segundo uno junto al otro, un resplandor ha iluminado las gotas de lluvia y el rumor de los motores se ha fundido como en un brusco soplo de viento: quizás éramos nosotros, es decir, es seguro que yo era yo, si eso significa algo, y la otra podría ser ella, es decir, la que yo quiero que ella sea, el signo de ella en el que quiero reconocerla, aunque sea justamente el signo mismo que me la vuelve irreconocible. Correr por la autovía es el único modo que nos queda, a ella y a mí, de expresar lo que tenemos que decirnos, pero no podemos comunicarlo ni recibirlo mientras sigamos corriendo.
Es cierto que me he sentado al volante para llegar a su casa lo antes posible, pero cuanto más avanzo más cuenta me doy de que el momento de la llegada no es el verdadero fin de mi carrera. Nuestro encuentro, con todos los detalles accidentales que la escena de un encuentro supone, la menuda red de sensaciones, significados, recuerdos que se desplegaría ante mí -la habitación con el filodendro, la lámpara de opalina, los pendientes-, las cosas que yo diría, algunas seguramente erradas o equivocas, las cosas que diría ella, en cierta medida seguramente fuera de lugar o en todo caso no las que espero, todo el ovillo de consecuencias imprevisibles que cada gesto y cada palabra comportan, levantaría en torno a las cosas que tenemos que decirnos, o mejor, que queremos oírnos decir, una nube de ruidos parásitos tal que la comunicación ya difícil por teléfono resultaría aún más perturbada, sofocada, sepultada como bajo un alud de arena. Por eso he sentido la necesidad, antes que de seguir hablando, de transformar las cosas por decir en un cono de luz lanzado a ciento cuarenta por hora, de transformarme yo mismo en ese cono de luz que se mueve por la autovía, porque es cierto que una señal así puede ser recibida y comprendida por ella sin perderse en el desorden equívoco de las vibraciones secundarias, así como yo para recibir y comprender las cosas que ella tiene que decirme quisiera que sólo fuesen (más aún, quisiera que ella misma sólo fuese) ese cono de luz que veo avanzar por la autovía a una velocidad (digo así, a simple vista) de ciento diez o ciento veinte. Lo que cuenta es comunicar lo indispensable dejando caer todo lo superfluo, reducirnos nosotros mismos a comunicación esencial, a señal luminosa que se mueve en una dirección dada, aboliendo la complejidad de nuestras personas, situaciones, expresiones faciales, dejándolas en la caja de sombra que los faros llevan detrás y esconden. La Y que yo amo en realidad es ese haz de rayos luminosos en movimiento, todo el resto de ella puede permanecer implícito, mi yo que ella, mi yo que tiene el poder de entrar en ese circuito de exaltación que es su vida afectiva, es el parpadeo del intermitente al pasar otro coche que, por amor a ella y no sin cierto riesgo, estoy intentando.
También con Z (no me he olvidado para nada de Z) la relación justa puedo establecerla únicamente si él es para mí sólo parpadeo intermitente y deslumbramiento que me sigue, o luces de posición que yo sigo; porque si empiezo a tomar en cuenta su persona con ese algo -digamos- de patético pero también de innegablemente desagradable, aunque sin embargo -debo reconocerlo-, justificable, con toda su aburrida historia de enamoramiento desdichado, su comportamiento siempre un poco esquivo... bueno, no se sabe ya adónde va uno a parar. En cambio, mientras todo sigue así, está muy bien: Z que trata de pasarme se deja pasar por mi (pero no sé si es él), Y que acelera hacia mí (pero no sé si es ella) arrepentida y de nuevo enamorada, yo que acudo a su casa celoso y ansioso (pero no puedo hacérselo saber, ni a ella ni a nadie).
Si en la autovía estuviera absolutamente solo, si no viera correr otros coches ni en un sentido ni en el otro, todo sería sin duda mucho más claro, tendría la certidumbre de que ni Z se ha movido para suplantarme, ni Y se ha movido para reconciliarse conmigo, datos que podría consignar en el activo o en el pasivo de mi balance, pero que no dejarían lugar a dudas. Y sin embargo, si me fuera dado sustituir mi presente estado de incertidumbre por semejante certeza negativa, rechazaría sin más el cambio. La condición ideal para excluir cualquier duda sería que en toda esta parte del mundo existieran sólo tres automóviles: el mío, el de Y, el de Z; entonces ningún otro coche podría avanzar en mi dirección sino el de Z, el único coche que fuera en dirección opuesta sería con toda seguridad el de Y. En cambio, entre los centenares de coches que la noche y la lluvia reducen a anónimos resplandores, sólo un observador inmóvil e instalado en una posición favorable podría distinguir un coche de otro, reconocer quizá quién va a bordo. Esta es la contradicción en que me encuentro: si quiero recibir un mensaje tendré que renunciar a ser mensaje yo mismo, pero el mensaje que quisiera recibir de Y -es decir, el mensaje en que se ha convertido la propia Y- tiene valor sólo si yo a mi vez soy mensaje; por otra parte el mensaje en que me he convertido sólo tiene sentido si Y no se limita a recibirlo como una receptora cualquiera de mensajes, sino si es el mensaje que espero recibir de ella.
Ahora llegar a B, subir a la casa de Y, encontrar que se ha quedado allí con su dolor de cabeza rumiando los motivos de la disputa, no me daría ya ninguna satisfacción; si entonces llegara de improviso también Z se produciría una escena detestable; y en cambio si yo supiera que Z se ha guardado bien de ir, o que Y no ha llevado a la práctica su amenaza de telefonearle, sentiría que he hecho el papel de un imbécil. Por otra parte, si yo me hubiera quedado en A e Y hubiera venido a pedirme disculpas, me encontraría en una situación embarazosa: vería a Y con otros ojos, como a una mujer débil que se aferra a mí, algo entre nosotros cambiaría. No consigo aceptar ya otra situación que no sea esta transformación de nosotros mismos en el mensaje de nosotros mismos. ¿Pero y Z? Tampoco Z debe escapar a nuestra suerte, tiene que transformarse también en mensaje de sí mismo, cuidado si yo corro a casa de Y celoso de Z, si Y corre a mi casa arrepentida para huir de Z, mientras que Z no ha soñado siquiera con moverse de su casa...
A medio camino en la autovía hay una estación de servicio. Me detengo, corro al bar, compro un puñado de fichas, marco el afijo telefónico de B, el número de Y. Nadie responde. Dejo caer la lluvia de fichas con alegría: es evidente que Y no ha podido dominar su impaciencia, ha subido al coche, ha corrido hacia A. Ahora vuelvo a la autovía al otro lado, corro hacia A yo también. Todos los coches que paso, o todos los coches que me pasan, podrían ser Y. En el carril opuesto todos los coches que avanzan en sentido contrario podrían ser Z, el iluso. O bien: también Y se ha detenido en una estación de servicio, ha telefoneado a mi casa en A, al no encontrarme ha comprendido que yo estaba yendo a B, ha invertido la dirección. Ahora corremos en direcciones opuestas, alejándonos, el coche que paso, que me pasa, es el de Z que a medio camino también ha tratado de telefonear a Y...
Todo es aún más incierto pero siento que he alcanzado un estado de tranquilidad interior: mientras podamos controlar nuestros números telefónicos y no haya nadie que responda, seguiremos los tres corriendo hacia adelante y hacia atrás por estas líneas blancas, sin puntos de partida o de llegada inminentes, atestados de sensaciones y significados sobre la univocidad de nuestro recorrido, liberados por fin del espesor molesto de nuestras personas y voces y estados de ánimo, reducidos a señales luminosas, único modo de ser apropiado para quien quiere identificarse con lo que dice sin el zumbido deformante que la presencia nuestra o ajena transmite a lo que decimos.
El precio es sin duda alto pero debemos aceptarlo: no podemos distinguirnos de las muchas señales que pasan por esta carretera, cada una con un significado propio que permanece oculto e indescifrable porque fuera de aquí no hay nadie capaz de recibirnos y entendernos.
 
De: Los amores difíciles, 1970
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

jueves, 21 de febrero de 2013

Un poema de Malcom Lowry

Delirium en Vera Cruz
Un poema de Malcom Lowry
 


¿Dónde se ha ido la ternura? Le preguntó al espejo

Del hotel Biltmore, habitación 216. Ay,

¿Puede ser que su reflejo se apoyase, también, contra el cristal

preguntando dónde me perdí, dentro de qué horror?
...
Y ahora me mira con espanto

detrás de tu barrera frágil y ladeada? La ternura

Estuvo aquí, en este refugio, en éste

Lugar; vio tu figura, escuchó tus lamentos.

¿Dónde está el error? Soy esa imagen temeraria y dividida?

¿Es el fantasma del amor lo que reflejas?

Ahora en segundo plano tequila, colillas, cuellos sucios

Perborato de sodio y una página garabateada

Para los muertos, el teléfono desconectado?

Rompió todos los espejos de la habitación. Factura 50 dolares.

Delirium In Vera Cruz

Where has tenderness gone, he asked the mirror

Of the Biltmore hotel, cuarto 216. Alas,

Can it reflection lean against the glass

Too, wondering where I have gone, into what horror?

Is that it staring at me now with terror

Behind your frail tilted barrier? Tenderness

Was here, in this very retreat, in this

Place, it form seen, cries heard, by you. What error

is here? Am I that forked rashed image?

Is it the ghost of love wich you reflected?

Now with a background of tequila, stubs, dirty collars,

Sodium perborate,and a scrawled page

To the dead, telephone disconnected?

...He smashed all the glass in the room.(Bill:$50)
 
 
 

martes, 19 de febrero de 2013

Un cuento de Giovanni Papini


Estimado lector: debajo de un librero antiguo, empotrado a las paredes de una reducida habitación, encontré este maravilloso cuento de Papini. Espero lo disfrutes.

Atte. Gog.




LA PLEGARIA DEL BUZO

Giovanni Papini (Italia, 1881-1956)

1

El mismo día en que cumplí dieciocho años mi padre me llamó dulcemente y me dijo con la debida gravedad:

-El Señor, Dios, quiere que todo hombre haga, en la tierra, un trabajo. Él no quiere a los que miran, sentados al borde de los campos, la obra de los sembradores y de los labradores. Es preciso, pues, que elijas sin demora un arte que dé a tu vida un sentido y una finalidad. Cualquiera que sea tu elección, te prometo no ponerte obstáculos. Así, pues, decide y habla.

Y yo, que reverenciaba profundamente al Señor, Dios, y obedecía siempre a mi padre, respondí:

-Mi elección está hecha: seré buzo.

Mi padre palideció un poco, pero contestó en seguida:

-¡Hágase tu voluntad!

2

Así, desde aquel día, fui buzo. Durante muchos y largos años he vivido, solo y en silencio, bajo las grandes aguas. He habitado en todos los mares, he explorado todos los océanos, he bajado a todos los abismos. He encontrado esqueletos de barcos, cuellos de viejas anclas despuntadas, arcones llenos de monedas de oro cuyas efigies estaban corroídas por el agua; grandes; grandes monstruos luminosos, con enormes ojos blancos, me han iluminado con su resplandor irreal; largos cuerpos verdosos, semejantes a los de las sirenas, me han acariciado; he penetrado en las bocas oscuras de los volcanes sumergidos; he pisado el suelo de las Atlántidas desaparecidas; he topado con los hinchados cadáveres de los náufragos; me he debatido entre los tentáculos de pulpos colosales; he sacado a la luz montones de maravillosas perlas, de extrañas conchas, de árboles fosforescentes, los puñales que arrojaron en la noche los tremebundos homicidas, los anillos de los Dogos y la áurea copa del Rey de Tule…

Llegó, pues, el día en que conocí todas las profundidades marinas, todos los valles de los océanos y todos los golfos más tenebrosos y los tesoros más ocultos. Llegó un día en que estuve impregnado por todos los perfumes salobres y supe todos los ritmos de las olas y todas las sinfonías de las tempestades, y entonces pensé que el Señor, Dios, podía estar ya satisfecho de mi obra y decidí volver a vivir en mi ciudad, entre los seres terrestres que había dejado desde hacía larguísimos años.

3

Pero, apenas llegué a la ciudad en donde había nacido y en donde quería morir, tuve como una sensación de terrible disgusto y de tormentoso estupor. Ya no reconocía ni amaba todo aquello que me había visto niño. Acostumbrado a las grandes soledades submarinas, iluminadas por reflejos milagrosos y por luces intensas que parecen venir de las profundidades, no podía habituarme a la angosta colmena fangosa que se llama ciudad. El cielo se me antojaba como juna especie de extraña prisión, surcada por estrechos y sucios corredores, en los que pequeños animales, corrían mirándose cruel o lascivamente. Ruidosas carcajadas móviles se arrastraban por los corredores, llevando dentro a bestezuelas aprisionadas y acurrucadas; el aire pesaba por el humo y el polvo, y pesaba a alientos infectos y a olores sofocantes. Los hombres me daban la idea de condenados a muerte, enloquecidos en la inútil espera de la gracia. Sus caras me resultaban odiosas, como las de los reptiles blanquecinos que deponen sus huevos cerca de las tumbas; sus ojos me parecían vacíos, como si el alma los hubiera abandonado; sus palabras sonaban en mis oídos como cantinelas de mendigos eternamente hambrientos o como gritos descompuestos de águilas a las que están cortando las alas. En sus casas tenebrosas y angostas vi yacijas en que se arrojaban por la noche como si fueran a morir, y mesas cubiertas de restos de cadáveres y de hojas arrancadas brutalmente a la frescura de la tierra. Habían fabricado grandes habitaciones, en donde algunos simulaban amar y morir, moviéndose con vestidos de muchos colores y bordados bajo la luz falsa de lámparas redondas, y grandes salas, en donde algunos de ellos, vestidos grotescamente de negro, simulaban salvar a la patria y al mundo chillando con gran seriedad. Y otras salas, en cuyas paredes estaban colgados pedacitos de tela cubiertos de colores y de líneas, con la intención de hacer soñar un mundo mejor que aquel en que viven.

Pero yo no comprendía, acostumbrado a los deslumbrantes silencios de las profundidades, muchos de sus gestos y muchas de sus palabras. Toda aquella vida, en medio de la cual, sin embargo, había nacido y crecido, me parecía sin significado: vacía, pavorosa, torpe, soez, pútrida, como la de un cubil subterráneo habitado por bestias ciegas, débiles e inmundas. Me parecía haber caído en un pozo habitado por cadáveres ambulantes y hediondos, y por la noche no tenía fuerzas para levantar los ojos, temiendo que de aquel cielo, demasiado ciudadano, hasta las estrellas hubieran huido.

Y yo pensé entre mí: “¿Quién puede haberme reducido a este estado? ¿Quién puede haberme cambiado el alma de tan terrible modo que ahora descubre lo ridículo, lo oscuro y lo feo dondequiera que mire? La ciudad es como yo la dejé de jovencito. Es más, dicen que desde aquel tiempo ha hecho muchos e insignes progresos de todo tipo. ¿Por qué, pues, se presenta ante mí, que vuelvo de los mares, tan extraña y nauseabunda, a mí que, sin embargo, la amé siendo niño con toda el alma y la encontré más bella, más majestuosa y más hospitalaria que ninguna?”

Pero no supe contestar a tales preguntas. Un hombre, que me asistía en aquel terrible estado, me aconsejó que leyera los libros de los médicos del alma y del cuerpo para encontrar el origen y el remedio de aquella que él llamaba, con sincera tristeza, mi alienación.

Y yo leí centenares y millares de libros, día y noche, siempre despierto y siempre ansioso en busca de salud. Pero en ningún libro encontré lo que buscaba. Entonces, encerrado en mi casa paterna, pensé y sufrí durante centenares y millares de horas, siempre despierto y siempre atento a la tremenda ansiedad de la salud. Pero todavía no he encontrado lo que buscaba.

Ahora me dirijo a ti, hombre que estás ante mí con tu malvada sonrisa de verdugo ocioso y con tus ojos que nunca han mirado el cielo; me dirijo a ti, hombre de las precoces e insaciables perversidades y de los secretos bien custodiados, y te ruego, en nombre de la tierra de la que naciste, de la tierra de que te nutres, de la tierra por la que te arrastras, te ruego que me digas por qué no comprendo y no amo la vida de los hombres.

Y, si me contestas, te daré una perla que recogí un día en el valle más fantástico del mar y que ningún ojo, fuera de los míos, ha visto.
 
 
Giovanni Papini (Florencia, 1881–1956) fue uno de los principales renovadores culturales de la Italia del siglo XX. A pesar de su origen humilde y de su formación autodidacta, colaboró en numerosas revistas literarias y filosóficas, fundó dos de ellas, Leonardo (1902) y Lacerba (1913), y codirigió La Voce (1912). Radical y polemista, a partir de 1920 saltó del escepticismo provocador de sus primeros años a un catolicismo militante que coincidió con su acercamiento a Benito Mussolini, al que llegó a dedicar su Historia de la Literatura Italiana (1937). Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, esta alineación con el fascismo influyó negativamente en su suerte literaria, lo que no ha impedido que su obra, especialmente los relatos fantásticos recogidos en libros como El piloto ciego (1909) y Palabras y sangre (1910), haya sido valorada y reivindicada por escritores como Jorge Luis Borges. Su novela Gog (1931), diario de un imaginario millonario yanqui, retrata con crueldad la sociedad europea de entreguerras y supuso un éxito mundial que le animó a publicar veinte años más tarde la secuela El libro negro (1951).
 
 
 
 

sábado, 2 de febrero de 2013

El vestido de seda blanca (Un cuento de horror de Richard Matheson)

Richard Matheson, nacido en Nueva Jersey en 1926, ha sido uno de los autores de ficción estadounidenses más importantes del siglo XX. Escritores de la talla de Ray Bradbury, Robert Bloch, William F. Nolan y Stephen King ha reconocido la influencia de Matheson en sus obras. Ha sido ganador de prestigiosos premios, entre los que se cuentan el World Fantasy Award (mejor novela, 1976; premio a toda una vida, 1984; y mejor colección, 1990), y el Bram Stoker Award (mejor colección, 1990) de la asociación de escritores de terror.
Además de sus novelas de misterio, ciencia ficción y terror, Matheson se destaca por haber escrito numerosos guiones de cine y televisión: escribió varios de los famosos episodios de Dimensión Desconocida (The Twilight Zone) y algunas de sus novelas han sido llevadas a la pantalla grande. Tal vez las más famosas sean The Shrinking Man, filmada como "The Incredible Shrinking Man" (El increíble hombre menguante) en 1957 y I Am Legend, (Soy leyenda) llevada a la pantalla en 2007 con el mismo nombre, y dos veces anteriormente, una como "The Last Man on Earth" con la actuación de Vincent Price en 1964, otra como "The Omega Man" presentando a Charlton Heston in 1971.
 
Aquí comparto, en una versión traducida al español y en la propia versión original, el cuento aterrador de Matheson, destacando la espantosa opresión que se respira; el ambiente macabro y amenzante que se nos muestra entre letras. Un magnífico cuento, sin lugar a dudas.
 


El vestido de seda blanca
Richard Matheson



Aquí no hay ruidos y dentro de mí tampoco.

La abuela me ha encerrado en mi habitación y no me deja salir. Ella dice que es porque ha pasado. Supongo que he sido mala. Sólo era el vestido. El vestido de mamá, quiero decir. Se ha ido para siem­pre. Abuela dice tu mamá está en el cielo. No lo entiendo. ¿Puede ir al cielo si está muerta?

Ahora oigo a la abuela. Está en la habitación de mamá. Está po­niendo el vestido de mamá dentro de la caja. ¿Por qué hace siempre eso? Además la cierra con llave. Me gustaría que no lo hiciera. Es un vestido muy bonito y huele muy bien. Y es cálido. Me encanta to­carlo con mi mejilla. Pero ahora ya nunca podré volver a hacerlo. Supongo que por eso la abuela está enfadada conmigo.

Pero no lo sé seguro. El día fue igual a todos los días. Mary Jane vino a mi casa. Mary Jane vive al otro lado de la calle. Viene cada día a mi casa y jugamos. Hoy vino a mi casa.

Tengo siete muñecas y un camión de bomberos. Hoy la abuela ha dicho jugad con vuestras muñecas. Y eso hicimos. Ha dicho no entres en la habitación de tu mamá. Siempre dice lo mismo. Yo creo que lo único que quiere decir es que no debo enredar en sus cosas. Porque lo dice todo el tiempo. No entres en la habitación de tu mamá. Así mismo.

Pero la habitación de mamá es muy bonita. Cuando llueve voy allí. O cuando la abuela está echando la siesta. No hago ningún rui­do. Lo único que hago es sentarme en la cama y tocar la colcha blan - ca. Como cuando aún no había crecido. La habitación tiene un olor dulce.

Juego a que mamá se está vistiendo y me deja entrar en su habita ción. Huelo su vestido de seda blanca. Es su vestido para salir de no­che. Eso dijo una vez, no recuerdo cuándo.

Si escucho con atención puedo oír cómo se mueve. Juego a verla sentada delante de su tocador. Como si se estuviera poniendo perfu­me o algo parecido, quiero decir. Y veo sus ojos oscuros. Puedo re­cordar.

Si llueve y veo ojos en la ventana resulta muy bonito. La lluvia suena igual que si un gran gigante estuviera andando alrededor de la casa. El gigante dice callad callad porque quiere que todo el mundo se quede en silencio. Me gusta jugar a eso en la habitación de mamá.

Y lo que más me gusta, bueno, lo que casi me gusta más de todo es sentarme delante del tocador de mamá. Es rosa y muy grande y también huele bien. La silla que hay delante tiene cosido un almo­hadón. Hay botellas y más botellas con curvas y bultos raros y den­tro tienen perfumes de muchos colores. Y casi te puedes ver de cuer­po entero en el espejo.

Cuando me siento allí juego a que soy mamá. Digo no hagas rui­do mamá voy a salir y no puedes impedírmelo. No sé por qué lo digo, y es como si lo oyera dentro de mí. Y también digo oh madre deja de llorar no me cogerán porque tengo mi vestido mágico.

Cuando juego a eso me cepillo el pelo pero sólo utilizo mi cepi­llo, el de mi habitación. Nunca he usado el cepillo de mamá. No creo que la abuela se haya enfadado conmigo por eso, porque yo nunca uso el cepillo de mi mamá. Jamás haría eso.

A veces he abierto la caja. Porque sé dónde pone la llave. Una vez vi a mi abuela cuando ella no sabía que yo la estaba mirando. Pone la llave en el gancho que hay dentro del armario de mamá. Detrás de la puerta, quiero decir.

He podido abrir la caja montones de veces. Lo hago porque me gusta mirar el vestido de mamá. Lo que más me gusta es mirarlo. Es tan bonito y tan suave al tacto, como sedoso. Sería capaz de pasarme un millón de años tocándolo.

Me arrodillo en la alfombra que tiene rosas. Sostengo el vestido en mis brazos y es como si lo respirara. Lo pongo contra mi mejilla. Ojalá pudiera llevármelo a la cama y dormir con él abrazado. Me gusta hacer eso. Pero ahora no puedo. Por lo que dice la abuela. La abuela dice debería quemarlo pero la quería tanto, y luego llora por el vestido.

Nunca hice travesuras con él. Lo vuelvo a guardar y lo dejo igual que si nunca lo hubiera tocado. La abuela nunca se ha enterado. Me he reído mucho porque ella nunca se ha enterado. Pero supongo que ahora lo sabe. Y me castigará. ¿Por qué se ha enfadado tanto? ¿Acaso no era el vestido de mamá?

Lo que realmente me gusta más en la habitación de mamá es mi - rar la foto de mamá. Tiene una cosa de oro alrededor. Marco, eso dice la abuela. Está en la pared, encima de la cómoda.

Mamá es bonita. Tu mamá era bonita dice la abuela. ¿Por qué dice eso? Veo a mamá sonriéndome allí en la foto y es muy bonita. Para siempre.

Su cabello es negro. Como el mío. Sus ojos son bonitos, y tam­bién son negros. Su boca es roja tan roja. Me gusta el vestido, el ves­tido blanco. Le deja los hombros descubiertos. Su piel es blanca, casi tan blanca como el vestido. Y sus manos también son muy blancas. Es tan bonita. La quiero aunque se haya ido para siempre, la quiero tanto.

Supongo que por eso me he portado mal. Con Mary Jane, quiero decir.

Mary Jane vino después de almorzar como hace siempre. La abuela se fue a echar la siesta. Acuérdate de que no has de entrar en la habitación de tu mamá dijo. Sí abuela dije yo, y estaba diciéndole la verdad porque no pensaba entrar allí, pero después Mary Jane y yo estábamos jugando con el camión de bomberos y Mary Jane dijo apuesto a que no tienes madre, apuesto a que te lo has inventado todo, eso es lo que dijo.

Yo me enfadé mucho con ella. Tengo una mamá le dije. Me hizo enfadar porque dijo que me lo había inventado todo. Dijo que men­tía. Me refiero a la cama, y al tocador, y la foto, y hasta al vestido.

Bueno pues yo te voy a enseñar lista dije.

Miré en la habitación de la abuela. Seguía durmiendo. Bajé y le dije a Mary Jane que viniera, porque la abuela no se iba a enterar de nada.

Incluso hizo un ruidito de susto cuan­do se dio con la mesa en el vestíbulo de arriba. Le dije que era tan asustadiza como una gata. Bueno mi casa no es tan oscura como ésta dijo ella. Como si aquí estuviera demasiado oscuro.

Entramos en la habitación de mamá. Todo estaba tan oscuro que no se podía ver. Por eso descorrí las cortinas. Sólo un poco para que Mary Jane pudiera ver. Ésta es la habitación de mi mamá supongo que no me la he inventado, dije.

Mary Jane estaba junto a la puerta y entonces tampoco se hizo la lista ni nada. No dijo ni palabra. Estaba mirando la habitación. Cuando la cogí del brazo dio un salto. Bueno sigamos le dije.

Me senté en la cama. Ésta es la cama de mi mamá mira que blan­da es, dije. Mary Jane no dijo nada. Miedica, dije yo. Y ella dijo no lo soy con una voz como si lo fuera.

Siéntate, dije, cómo puedes saber que es blanda si no te sientas en ella. Se sentó junto a mí. Toca, mira, qué blanda es, le dije. Huele a que huele muy bien.

Cerré los ojos pero era raro, no era como siempre. Porque Mary Jane estaba allí. Le dije que no tocara más la colcha. Dijiste que lo hiciera, me dijo ella. Bueno pues no la toques más, dije yo.

Mira, ése es el tocado, dije, y la hice levantar de la cama. La cogí por el brazo y la llevé hasta allí. Suéltame, dijo ella. Todo estaba muy silencioso y era como siempre. Empecé a sentirme mal. Porque Mary Jane estaba allí. Porque estaba en la habitación de mi mamá y a mi mamá no le habría gustado que Mary Jane estuviese allí.

Pero tenía que enseñarle las cosas. Le enseñé el espejo. Las dos nos miramos en él. Mary Jane estaba muy blanca. Mary Jane es una miedica, dije. No lo soy, no lo soy, dijo ella y de todas formas nadie vive en una casa tan oscura y silenciosa por dentro. Y además huele, dijo.

Me enfadé mucho con ella. No, no huele, le dije. Sí que huele, dijo ella, tú dijiste que olía. Eso también hizo que me enfadara, y cada vez estaba más enfadada. Huele igual que el azúcar, dijo. En la habitación de tu mamá huele igual que si hubiera gente enferma.

No digas que la habitación de mi mamá es como la de la gente enferma, le dije.

Bueno, no me has enseñado ningún vestido y estás mintiendo, dijo ella. No hay ningún vestido, dijo. Me sentí muy rara y acalora­da por dentro, así que le tiré del pelo. Ya te enseñaré, dije, y nunca vuelvas a decir que soy una mentirosa.

Me voy a casa y se lo contaré todo a mi mamá, dijo. No lo harás, dije yo, vas a ver el vestido de mi mamá y será mejor que no me lla­mes mentirosa.

La obligué a que se estuviera muy quieta y cogí la llave del gan­cho. Me arrodillé. Abrí la caja con la llave.

Puaj, eso huele a basura, dijo Mary Jane.

Le clavé las uñas y ella se apartó y se enfadó mucho. No me pe­llizques, dijo, y estaba toda colorada. Se lo contaré todo a mi madre, dijo, y de todas formas eso no es un vestido blanco, es feo y está muy sucio.

No está sucio, le dije. Lo dije tan alto que me extraña que no me oyera la abuela. Saqué el vestido de la caja. Lo sostuve para enseñarle lo blanco que era. El vestido se desplegó con un susurro como el que hace la lluvia y rozó la alfombra.

Está blanco, dije, todo blanco limpio y sedoso.

No, dijo ella, muy enfadada y estaba toda colorada, y tiene un agujero. Me enfadé todavía más. Si mi mamá estuviera aquí ya te en - señaría lo que es bueno, le dije. Tú no tienes mamá, dijo ella, y tenía toda la cara fea. La odio.

Sí tengo mamá. Lo dije muy muy alto. Señalé con el dedo la foto de mi mamá. Bueno, quién puede ver nada en esta ridícula habita­ción oscura, dijo ella. La empujé con fuerza y Mary Jane se dio con la cómoda. Mira, dije entonces y quería decir que mirase la foto. Ésa es mi mamá y es la señora más hermosa del mundo entero.

Es fea y tiene las manos raras, dijo Mary Jane. No dije yo. ¡Es la señora más hermosa del mundo entero!

No, no, dijo ella, tiene dientes de conejo.

Después ya no me acuerdo. Creo que fue como si el vestido se moviera en mis brazos. Mary Jane gritó. No recuerdo qué gritó. Todo se puso muy oscuro y creo que las cortinas estaban corridas. Al menos yo no podía ver nada. No podía oír nada, sólo dientes de co­nejo, manos raras dientes de conejo manos raras, incluso cuando no había nadie diciendo eso.


Había algo más porque creo que oí que alguien decía ¡no la dejes hablar así! No podía sostener el vestido. Y lo tenía puesto pero no re­cuerdo cómo. Porque era como una persona mayor, fuerte. Pero creo que también seguía siendo una niña pequeña. Por fuera, quiero decir.

Y creo que entonces fui terriblemente mala.

Supongo que la abuela me sacó de la habitación. No lo sé. Estaba gritando. Dios nos ayude, ha ocurrido, ha ocurrido, gritaba. Una y otra vez. No sé por qué. Tiró de mí todo el rato hasta llegar aquí, a mi habitación, y me encerró. Ahora no quiere dejarme salir. Bueno, no estoy asustada. ¿Qué me importa si me encierra un millón de mi­llones de años? Ni tan siquiera hace falta que me dé la cena. No ten­go hambre.

Estoy llena.





                                                       DRESS OF WHITE SILK
                                                          Richard Matheson

  Quiet is here and all in me.

Granma locked me in my room and won’t let me out. Because it’s happened she says. I guess I was bad. Only it was the dress. Momma’s dress I mean. She is gone away forever.
Granma says your momma is in heaven. I don’t know how. Can she go in heaven if she’s dead?

Now I hear Granma. She is in momma’s room. She is putting mommas dress down the box. Why does she always? And locks it too. I wish she didn’t. It’s a pretty dress and smells sweet so. And warm. I love to touch it against my cheek. But I can’t never again. I guess that is why Granma is mad at me.

But I amnt sure. All day it was only like every day. Mary Jane came over to my house. She lives across the street. Every day she comes to my house and play. Today she was.

I have seven dolls and a fire truck. Today Granma said play with your dolls and it. Don’t you go inside your mommas room now she said. She always says it. She just means not mess up I think. Because she says it all the time. Don’t go in your mommas room. Like that.

But it’s nice in mommas room. When it rains I go there. Or when Granma is doing her nap I do. I don’t make noise. I just sit on the bed and touch the white cover. Like when I was only small. The room smells like sweet.

I make believe momma is dressing and I am allowed in. I smell her white silk dress. Her going out for night dress. She called it that I don’t remember when.

I hear it moving if I listen hard. I make believe to see her sitting at the dressing table. Like touching on perfume or something I mean. And see her dark eyes. I can remember.

It’s so nice if it rains and I see eyes on the window. The rain sounds like a big giant outside. He says shush shush so everyone will be quiet. I like to make believe that in mommas room.

What I like almost best is to sit at mommas dressing table. It is like pink and big and smells sweet too. The seat in front has a pillow sewed in it. There are bottles and bottles with bumps and have collared perfume in them. And you can see almost your whole self in the mirror.

When I sit there I make believe to be momma. I say be quiet mother I am going out and you can not stop me. It is something I say I don’t know why like I hear it in me. And oh stop your sobbing mother they will not catch me I have my magic dress.

When I pretend I brush my hair long. But I only use my own brush from my room. I didn’t never use mommas brush. I don’t think granma is mad at me for that because I never use mommas brush. I wouldn’t never.

Sometimes I did open the box up. Because I know where Granma puts the key. I saw her once when she wouldn’t know I saw her. She puts the key on the hook in momma’s closet. Behind the door I mean.

I could open the box lots of times. That’s because I like to look at mommas dress. I like best to look at it. It is so pretty and feels soft and like silky. I could touch it for a million years.

I kneel on the rug with roses on it. I hold the dress in my arms and like breathe from it. I touch it against my cheek. I wish I could take it to sleep with me and hold it. I like to. Now I can’t. Because Granma says. And she says I should burn it up but I loved her so. And she cries about the dress.

I wasn’t never bad with it. I put it back neat like it was never touched. Granma never knew. I laughed that she never knew before. But she knows now I did it I guess. And shell punish me. What did it hurt her? Wasn’t it my mommas dress?

What I like real best in mommas room is look at the picture of momma. It has a gold thing around it. Frame is what Granma says. It is on the wall on top the bureau.

Momma is pretty. Your momma was pretty Granma says. Why does she? I see momma there smiling on me and she is pretty. For always.

Her hair is black. Like mine. Her eyes are even pretty like black. Her mouth is red so red. I like the dress and it’s the white one. It is all down on her shoulders. Her skin is white almost white like the dress. And so are her hands. She is so pretty. I love her even if she is gone away forever. I love her so much.

I guess I think that’s what made me bad. I mean to Mary Jane.

Mary Jane came from lunch like she does. Granma went to do her nap. She said don’t forget now no going to your mommas room. I told her no Granma. And I was saying the truth but then Mary Jane and I was playing fire truck. Mary Jane said I bet you haven’t no mother I bet you made up it all she said.

I got mad at her. I have a momma I know. She made me mad at her to say I made up it all. She said I’m a liar. I mean about the bed and the dressing table and the picture and the dress even and everything.

I said well I'll show you smarty.

I looked into grammas room. She was doing her nap still. I went down and said Mary Jane to come on because Granma won’t know.

She wasn’t so smart after then. She giggled like she does. Even she made a scaredy noise when she hit into the table in the hall upstairs. I said you’re a scaredy cat to her. She said back well my house isn’t so dark like this. Like that was so much.

We went in mommas room. It was more dark than you could see. I said this is my momma’s room I suppose I made up it all.

She was by the door and she wasn’t smart then either. She didn’t say any word. She looked around the room. She jumped when I got her arm. Well come on I said.

I sat on the bed and said this is my mommas bed see how soft it is. She didn’t say nothing. Scaredy cat I said. Am not she said like she does.

I said to sit down how can you tell if it’s soft if you don’t sit down. She sat down by me. I said feel how soft it is. Smell how sweet it is.

I closed my eyes but funny it wasn’t like always. Because Mary Jane was there. I told her to stop feeling the cover. You said to she said. Well stop it I said.

See I said and I pulled her up. That’s the dressing table. I took her and brought her there. She said let go. It was so quiet and like always. I started to feel bad. Because Mary Jane was there. Because it was in my momma’s room and momma wouldn’t like Mary Jane there.

But I had to show her the things because. I showed her the mirror. We looked at each other in it. She looked white. Mary Jane is a scaredy cat I said. Am not am not she said anyway nobody’s house is so quiet and dark inside. Anyway she said it smells.

I got mad at her. No it doesn’t smell I said. Does so she said you said it did. I got madder too. It smells like sugar she said. It smells like sick people in your momma’s room.

Don’t say my momma’s room is like sick people I said to her.

Well you didn’t show me no dress and you’re lying she said there isn’t no dress. I felt all warm inside so I pulled her hair. I’ll show you I said you’re going to see my mommas dress and you’ll better not call me a liar.

I made her stand still and I got the key off the hook. I kneeled down. I opened the box with the key.

Mary Jane said pew that smells like garbage.

I put my nails in her and she pulled away and got mad. Don’t you pinch me she said and she was all red. I’m telling my mother on you she said. And anyway it’s not a white dress it’s dirty and ugly she said.

Its not dirty I said. I said it so loud I wonder why Granma didn’t hear. I pulled out the dress from the box. I held it up to show her how it’s white. It fell open like the rain whispering and the bottom touched on the rug.

It is too white I said all white and clean and silky.

No she said she was so mad and red it has a hole in it. I got more madder. If my momma was here shed show you I said. You got no momma she said all ugly. I hate her.

I have. I said it way loud. I pointed my finger to momma’s picture. Well who can see in
this stupid dark room she said. I pushed her hard and she hit against the bureau. See then I said mean look at the picture. That’s my momma and she’s the most beautiful lady in the world.

She’s ugly she has funny hands Mary Jane said. She hasn’t I said she’s the most beautiful lady in the world!

Not not she said she has buck teeth.

I don’t remember then. I think the dress moved in my arms. Mary Jane screamed. I don’t remember what. It got dark and the curtains were closed I think I couldn’t see anyway. I couldn’t hear nothing except buck teeth funny hands buck teeth funny hands even when no one was saying it.

There was something else because I think I heard someone call don’t let her say that! I couldn’t hold to the dress. And I had it on me I can’t remember. Because I was grown up strong. But I was a little girl still I think I mean outside.

I think I was terrible bad then.

Granma took me away from there I guess. I don’t know. She was screaming god help us it’s happened it’s happened. Over and over. I don’t know why. She pulled me all the way here to my room and locked me in. She won’t let me out. Well I’m not so scared. Who cares if she locks me in a million billion years? She doesn't have to even give me supper. I’m not hungry anyway.

I’m full.
 
 
 
 
 

viernes, 1 de febrero de 2013

Nocturno imperio de los proscritos (Poema de Ulises Paniagua)

Comparto aquí algunos fragmentos de un poema de mi autoría. Espero guste:
 
 
NOCTURNO IMPERIO DE LOS PROSCRITOS
(Fragmentos)
Ulises Paniagua

Ilustración: Luis Alanís Téllez
 
 

 
I
 
         Sobre verde leña de piras quevedianas;
entre incendiarios laberintos
de disonancias y rabia;
vistiendo interminables san benitos;
cautivos bajo el peso
de un golem globalizado
tan inútil como el polvo;
 
ellos,
los anónimos
numerosos
infatigables,
 
         los que graban esperanzas en frágiles papiros,
         los que sangran desde su dolorido estilete
         y rasgan el duro arpegio del desencanto;
 
ellos,
los que digo,
pacientes y azarosos,
agazapados y pacientes,
ellos
esperan.
  
 
II
 
Escurrían lágrimas desde sus sucios corazones;
pero la palabra no nacía.
 
Amordazados y castrados;
locos; los poetas   
eran / son   
perros mugrosos y hambrientos.
 
Malditos por no lograr parir palabras.
Dos mil veces malditos.
 
Su condena:
reptarán por los muros arañando sueños;
aguardarán como refrigerador de casa vacía;
lamerán la sangre propia;
hilvanarán angustia en noches de desvelo
 
Como perros rabiosos, puercos, malvenidos,
los poetas, largos y mudos,
escucharán la tierra derrumbarse alrededor de ellos.
Sólo entonces llorarán su cobardía.
 
 
 
 
III
 
Nocturno imperio de lo proscrito,
de aqueste umbral impronunciable,
de las filosas esquinas
que callejonan silencio.
Mortal desplome a contracorriente.
 
Oscuro viaje que desemboca
en la derrota suicida,
sorbo de sangre marchita;
cuota en trapecio de
amor clandestino;
espalda férrea que se chinga a los impuestos;
tenaz salmón
brincoteando ante necia muchedumbre.
Infatigable derrumbe en ascenso.
 
Poética sin gloria ni concurso
ni filosofía ni rosas o espadas.
Poética aprehensiva que en desasosiego
se hunde;
palestina diáspora sin pretensión y sin destino;
mancha efímera en la camisa del tiempo,
mortal exhibición de trazos; bravo puerto
donde descargan notas kamikazes;
responso de ebrios.
Ambiguo sendero que descalza a la muerte
entre claroscuros cuerpos
con jugoso ímpetu de cama:
ingle tatuada / muslo rebelde 
beso en clímax / ansia de delicia:
Reino de pecado,
Culo de mundo,
Amor puerco:
Temida  /  bendita  tranSgresión,
 
Ruge, maldito, ruge entre tinieblas.
A nosotros ven, nocturno imperio que
tanta falta haces entre el odiaje,
la rabiazón y lo cotidiano:
Ven
Inmediato
Osado
Gozado
Salvaje
Ineludible
 
Fantástico ingrediente
que a corsario sello despiertas el
bucanero deseo de amarga cerveza,
oculto bajo nombres promulgantes de utopías,
maldiciendo entre blasones y tibias en cruz.
Alarido en mar,
velamen de desesperanza,
leviatán al impacto:
 
Hunde
Ahóganos
Destroza
Arrástranos a fondo
Vuélvenos sal y espuma y putrefacción y pólvora y arena y odio.
 
Irredento protón inseminado
en el fruto de la ciencia;
corrosiva partícula,
primitivo elemento,
antimateria de ciegos:
 
Descífranos entre moléculas
de desencanto,
entre lejanas fórmulas de insurgencia:
 
Estállanos en retazos
de demonio viejo;
entre el rencoral infinito,
implacable, que se machaca
desde un cuántico gramo de dicha
hasta el enorme carajólido del planeta;
desde la mínima presencia
hasta las fauces redentoras
de esta bestia estridente,
asesina,
pero
en esencia pura
como la carne de un río.
 
 
VII


Deambulan las calles atestadas de muertes interminables;

cruzan los ventanales huérfanos, los muros cicatrizados;

un oscuro asilo de ratas que rubrica, impúdico, una esquina.

Sobre una acera en sombras sus pasos se desvanecen,

sus cabellos medusan recortando la noche,

fornicándola por su filo;

y a cada ósculo impuro

de las suelas gastadas de sus zapatos,

los labios de hormigón se humedecen,

anhelantes de caricia de letras,

de esdrújulas y graves nominaciones.

Arcángeles cocainómanos vigilan las azoteas

y sus rancias jaulas que amparan tendederos rebeldes.

La vida se agita, desesperada, como las sábanas raídas

que blasonan un horizonte eterno de cornisas

y ciegas catedrales.

La luna calla;

se desparrama sobre una poeta de labios carnosos

-que asomando palidez a través de un ventanal -

musita versos donde querubines estáticos

comprueban su existencia

soplando saxofones

de notas tristes

y lánguidas trompetas

de advenimiento.

La carne de los noctámbulos se vuelve piel de luna;

también sus corazones apretados

en discretos camiones de medianoche;

también su llanto improvisado.

Y cual ligera llovizna,

apenas un roce en sordina,

el fresco de la madrugada invade -como el dolor profundo

de las roncas notas de un Miles Davis en extravío;

como la esperanza desencantada del Réquiem

de un Mozart apesadumbrado por las visitaciones-

las páginas desnudas que dibujan síncopas repetitivas;

codas melancólicas, profundas, púrpuras oscuras,

que llenan la luna de las uñas,

las carnes, las pupilas, las largas sombras;

los lápices para bocas moradas por el frío,

las medias rotas, los neglillés de batallas lejanas;

los cigarrillos sin filtro, las gabardinas desgarradas,

los tragos de cerveza,

los pasos

y pasos, y pasos eternos

de las mujeres y hombres

que erigen su silencio

entre las calles electrizadas

de una Babel

sin nombre.