sábado, 12 de abril de 2014

Ibargoyen, el portuñol y la novelística contemporánea, por Ulises Paniagua

Comparto aquí un ensayo ligero sobre la obra novelística del escritor uruguayo-mexicano Saúl Ibargoyen. Espero guste.
 
Ibargoyen, el portuñol y la novelística contemporánea
en América Latina
 
 
por: Ulises Paniagua

 

                                   “El espíritu grande fala pur cualquer boca, e cualquier forma é una                                    forma cualquiera, mulier ou cavalo, e los ojos sao os cuatro ventos                                   que moran no ar, respirando aires de cima e aires de baxo…”

Saúl Ibargoyen

 

Carimbao, brasilero, bayano, entreverado, misturado, fronterizo o portuñol, el término potuñol es de procedencia urbana, y fue creado por la clase culta. No obstante, el término fue adaptado por todas las clases sociales y por los propios hablantes del portugués uruguayo”. Éste es, en palabras de Antje Hübel, el origen de un idioma que cuenta, entre sus mejores exponentes, con el nombre de Saúl Ibargoyen. El escritor uruguayo-mexicano, asiduo a visitar desde su juventud la provincia de Rivamento, retrata a los personajes, sus desgarraduras y sus melancólicas alegrías, con la crudeza que templa a los maestros.

         De Ibargoyen -exiliado tras la dictadura de Bordaberry en la negra noche del 27 de junio de 1973- ha destacado la obra poética de ritmo demoledor, de ejercido feísmo donde se aprecia la búsqueda de la belleza y el amor a pesar de las circunstancias y el sufrimiento: amor hacia el mundo, hacia la mujer, hacia uno mismo, en asertividad con la filosofía sufí. Los diversos premios recibidos  en su país natal y los recibidos en México, donde destaca el Carlos Pellicer 2002, representan un mínimo reconocimiento para una obra profusa, particular, experimental y beligerante, de versos emparentados con las teorías del tiempo y el movimiento continuo.   

         El poeta ha sido escuchado de manera amplia, es cierto. Pero Saúl Ibargoyen, el otro Saúl, el novelista, la otra o las otras voces que se violentan y acentúan, que armonizan e indagan, que habitan cada uno de los cielos y los infiernos de un nombre construido con cuatro letras; este Saúl narrador ha sido mucho menos leído con atención, de manera injusta por cierto (a pesar de una labor ardua que ha ejercido a la par del oficio poético).

         Desde que publicó su primera novela en México, en 1982, Ibargoyen ha sido infatigable. Ha legado más de media docena de libros que se insertan en el género: La sangre interminable, México, 1982, Montevideo, 1987; Noche de espadas, Cuba, 1987, Montevideo, 1989, México, 2005; Soñar la muerte, México, Montevideo, 1993, 1994 y 2002; Toda la tierra, México, 2000 y 2002, Montevideo, 2000, Francia, 2013; La última copa, México, 2006; Volver, volver, México, 2012; y Llorar pa” delante, Montevideo, 2013.

         Las novelas ibargoyanas muestran un mundo complejo entre amores imposibles, entre seres desgarrados que buscan el licor de la sabiduría y la meditación en la próxima copa al más puro estilo de Omar Khayyam; o evidencian el profundo desconsuelo ante el retorno a una patria que parece ajena, el desasosiego del que no sabe de dónde viene y hacia dónde va. El exiliado, en su obra, no es de ninguna parte pero habita la tierra, se ha convertido en ciudadano del mundo a la par que es celador del más profundo de los vacíos. Quien arrebata a otro la manera de disfrutar la vida dentro de su cultura y su comunidad, desterrándolo, comete un crimen terrible con la intención de borrar un rostro; pero, sin saberlo, lo dota de una mirada poderosa, lo viste de ojos a través de la piel. Incluso los aciertos, los errores y los horrores del país, a distancia, parecen más descifrables.  El escritor, el artista, vuelve el exilio contra quien lo dicta.

         Como extenderse en el análisis de cada una de las novelas sería vano y pretencioso, en este estudio nos avocaremos a la obra reciente del autor. En la trilogía conformada por los títulos Sangre en el sur, El torturador y Volver volver, son recurrentes los temas: el amor, la dictadura, la tortura, el exilio, el anhelo del retorno, el desencanto al regresar, en palabras que comparte Gustavo Ogarrio. El autor asegura, con respecto a esta trilogía, que se trata de una serie de novelas en las que se permitió hacer una especie de ajuste de cuentas de carácter familiar, con la finalidad de encontrar un equilibrio emocional y afectivo. Estamos ante un cuestionamiento palpable hacia la condición humana y ante las vejaciones a las que se somete a la libertad. Quien ha sido violentado apenas puede borrar con su sangre las huellas del miedo. La tortura es un tópico que desearíamos desaparecer de América Latina, no por un acto de omisión, sino en la búsqueda de erradicarlo de facto. En Sangre en el sur y El torturador se inscribe un amargo canto autobiográfico, una necesidad sublimada en denuncia. Las intenciones pueden ser explicadas por el autor en referencia a los métodos violentos como sistema de represión: En verdad –dice el vocero de ambas novelas-, creo que la tortura opera en varios niveles. La aplicación de ese método destructivo de sometimiento implica efectos a largo plazo, más allá de la búsqueda de información o de implantar un miedo paralizante en el conjunto de la sociedad. Eso promueve un vínculo, que puede estirarse históricamente, como de mutua atracción entre el sujeto-Estado que realiza la tortura y el objeto-sociedad que la recibe. Por lo tanto, esto supone la existencia de una memoria que busca dolorosamente la verdad y la justicia, y de otra memoria que pretende convertir su discurso en una verdad ficticia y perversa. En tal sentido, creo que las zonas de mi narrativa en las que se da esta temática presentan, al menos, una posibilidad de ajustarse a un momento histórico en que, para algunos países del Cono Sur, se está acentuando el esclarecimiento de los incontables crímenes de lesa humanidad cometidos en los años 70s y 80s.

         En La última copa nos hallamos ante la confesión de un alcohólico, duro testimonio del dolor, el espanto y el encanto del licor y su progresivo abuso. ¿Qué nos acerca al vino? ¿Por qué es tan difícil desatender la necesidad de desparecer a través de su ingesta? “Los tragos todos son uno solo; tal vez como las mujeres, que todas se resumen en la que uno está amando”, afirma la voz narrativa.  Avanzamos por los callejones del vicio no de la mano, sino con los ojos vendados, empujándonos contra paredes escarapeladas, trompicándonos hasta el blando suelo lleno de miasmas para salir de la lectura, con raspones, con la cara embarrada; porque no hay forma de salir limpio del infierno de La última copa. El personaje, cuyo nombre no nos es revelado, realiza un recorrido desde aquél día cuando probó la primera gota, justo en la solitaria intimidad de la casa de infancia, para arribar a bares de mala muerte y hoteles de aromáticas costras donde amó mujeres sin nombre y sin esperanza.

         La estructura de la narración es digna de cualquier prestidigitador. He aquí uno de los grandes hallazgos en la obra de Ibargoyen: los sucesos no son expuestos en orden cronológico sino que se presentan como episodios en la vida de un alcohólico, con la entropía que funciona como alta metáfora de los postulados de la mecánica cuántica, en este y otros libros. No hay pasado ni futuro, no hay arriba y un abajo; el tiempo y el espacio son relativos, una envoltura que resopla contrayendo y expandiendo a través o a pesar de cualquier determinismo. Si tuviéramos que comparar lo radical de la propuesta para contar una historia en su vasta obra, deberíamos reconocer el nombre de Saúl Ibargoyen como un revulsivo, con esa forma salvaje, disidente, que disfruta lo lúdico al destruir y construir a partir del todo y de nada. A la manera de Samuel Becket, de William Burroughs, de diversas novelas-ensayo del siglo pasado, como las de Cortázar y Onetti, el autor -radicado en México desde 1976- demuestra valentía, convicción y perseverancia en su propuesta estética. Para aquellos que gustan de las etiquetas podríamos asegurar que nos hallamos ante una de las obras más postmodernas de la contemporaneidad latinoamericana. Sin embargo, existe también una tradición profunda que permea a través de sus páginas, un absoluto respeto por los antiguos. Queda expuesto el gusto por Cervantes, por el buen vocablo, por la sonoridad y la negación de cualquier cursilería. Ibargoyen es un transgresor ante las formas timoratas de nuestros días, es ajeno a los facilismos y al best seller. Alejo Carpentier escribe: Los mundos nuevos deben ser vividos antes de ser explicados. Ibargoyen dota de sangre  y de respiro a cada uno de sus mundos. Construye ciudades: Ríomar, una metáfora de Montevideo; Rivamento, ciudad fronteriza que comparte similitudes con las de otros escritores como Ademar Alves o Tomás de Mattos. En Rivamento se recrea un submundo fronterizo donde los personajes manejan un lenguaje que puede alcanzar desde lo simple hasta una sabiduría enciclopédica, emergiendo entre la verborrea y el discurso ontológico.

         Ibargoyen es, ante todo, irrepetible. El desorden de la forma en su estructura narrativa es un manifiesto. Buscando entre sus palabras, podemos garantizar que en este laburo se escribe como se bebe. Cito al autor: en la cuestión de los tragos, como en la guerra o en el amor, sabemos –si es que sabemos- cuándo empieza pero no cuándo termina.

         En la novela Volver, volver (una de mis favoritas), nos hallamos ante el impacto emocional de un hombre que viene a buscar su pasado, el recuerdo de su propia Comala, por así decirlo; para enfrentar una urbanidad que ya no le pertenece. Las maneras de la gente, las calles, los cafés, incluso la ideología, todo parece distinto, se mira a través de un lente borroso o una pesadilla febril. Dice la escritora D Santos, acerca de esta novela: En ese intento de recuperar lo perdido, Leandro, el protagonista, se adentra en los lugares de antes, queriendo encontrar en esa calle o edificio conocido su identidad… para no sentirse  lejos de todo  y sin estar cerca de uno mismo…Nunca se regresa del todo porque jamás nos vamos totalmente, afirma Ibargoyen en relación a la experiencia del exilio, en una frase que encierra la tesis de dicha novela. En el desenlace, un encuentro con un anciano ciego -fabulación borgiana que no tiene nada de borgiana-, encierra una metáfora o una parábola –es arriesgado precisar- acerca del enfrentamiento con el sí mismo, a nivel individual y nacional. Una propuesta que se aventura a la libre experimentación del lenguaje, acercándonos a un estilo misturado: Esos modos tuyos de hablar, esa fuerza, esa especie de pasión por la verbalidad más certera o más precisa, decime, ¿de dónde vienen, de dónde te llegan…? …Cuando me lancé a este regreso a Ríomar –respone Leandro- pensé que ya me había hecho todas las preguntas, que me sabía todas las respuestas…Volver, volver es una novela inscrita ya en el estudio de las letras hispanoamericanas del nuevo siglo.

         Enfrentar lo externo es un asunto franco, determinado. Enfrentarse a sí mismo implica el riesgo de legar heridas a la carne; exige una crítica aguda, ajena a lo complaciente. En su novela Llorar pa” delante, Saúl pone el dedo en la llaga. A Ibargoyen se le considera –en ocasiones- un escritor de esa generación a la que se ha querido encasillar, en Uruguay, como literatura de guerrilla. Nada más ingenuo. El novelista es, además de un ferviente admirador de la historia de Gilgamesh, un metafísico, un espíritu en busca de la paz colectiva. Motivos que, desde luego, no lo alejan de una gran verdad: su interés por las teorías dialécticas y su firme oposición al concepto dictadura. Literatura en serio, lejos de poses y lucimientos. Lipovetsky dice: La autoconciencia ha substituido a la conciencia de clase, la conciencia narcisista substituye a la conciencia política. Una amenaza en la contemporaneidad; pero Ibargoyen nada sabe de ello. Su compromiso con la literatura abarca la conciencia política y de condición humana, libre de cualquier vanidad. Sin embargo, no se conforma con una visión protestataria, de panfleto, por lo que escapa a la simple clasificación de guerrillera. Es claro: un adepto a la causa no la cuestiona. Un librepensador dialéctico va más lejos: se pregunta por los feroces zarpazos del capitalismo salvaje, pero también por las incongruentes acciones de una izquierda titubeante, una célula rebelde que termina por encumbrarse en el poder para desconocer sus principios. Aquí, Propercio Pérez Peres, hombre fronterizo entrado en años, regresa a Montevideo para encontrarse consigo. Al llegar, vive un acercamiento casual con una bella mulata por la que comienza a sentirse atraído. Pero los demonios personales rondan: Propercio cae en las oscuras  garras de la memoria, y se encuentra con su doble, Dieguito (él mismo, muchos años atrás), envuelto en un mundo donde los ideales son enfrentados ante una orga que actúa de manera similar a como actúan los milicos y los paramilitares. ¿Cuál es la diferencia entre ambos núcleos?, se cuestiona el joven Propercio. Los encargos hacia Dieguito implican riesgos mortales, un torbellino de traiciones y sospechas. El joven se entrega a la causa librando lo mejor posible las desventuras, los acechos enemigos y fraternos, hasta el punto de llenarse las manos de sangre. Propercio habrá de sufrir el desencanto ante las convicciones ideológicas cuando se entera de que Eleusino Hernandarias, el nuevo Ministro de Defensa, es aquel que se erigiera como uno de los jefes más importantes de la orga de los años de lucha. La mulata, esa eterna amada que brinda descanso, logrará alejar de sus angustias, en lo posible, a un hombre sumido en la desesperación, un hombre que no ha sido bien recibido en su entrañable Montevideo por los nuevos rostros gubernamentales, quienes lo consideran incómodo por el apego a ciertas causas. La novela no deja títere con cabeza. Pero no se trata de un canto de nihilismo o renunciación. Es el filo de la cuchilla diseccionando y exhibiendo los huesos infectados de lo claro y de lo oscuro, la médula de lo contradictorio que busca el renacimiento de los ideales. Una buena obra exige que no haya concesiones dentro de sus páginas, ni con los personajes ni con el universo que describe. Tampoco pretende moralizar. Eso lo sabían autores como Dostoyevski y Faulkner. Ibargoyen cumple con ello. Llorar pa” delante es un trago amargo para los ilusos, una piedra en el zapato para los capitalistas; y una magnífica propuesta para quienes buscan lo lúdico, para quienes indagan en la relación entre el autor que pone de manifiesto la ficción de sus personajes y sus situaciones, en un caldo literario delicioso (algo que ahora les ha dado por nombrar metatextual). Novela directa que se torna cuestionamiento contemporáneo. Vislumbrando la esperanza a pesar del cieno, citemos una frase de José Saramago que resume el sentir de este libro: La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva. En cambio la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva.

         Y el potuñol, a todo esto, ¿a qué ritmo toca en la novelística referida? Pues se mueve al ritmo de la estética que se le impone. Es imposible abarcar la obra ignorando lo particular de la frontera. El potuñol es el reflejo de una línea que divide dos culturas que se hermanan en una mutua y pacífica convivencia. Mezclar idiomas expande la conciencia, derriba limitaciones y barreras. El entreverado es la línea que divide y acerca. Ah, coñísimos, aquí béin me paré, al fin en lo derecho, desrodillado, mis dos rodillas están fuera del colchón…Sí, Don Thomazio. Mais iso es para dar comida espiritual al bagazo, a las gentuzas mayoritarias… son fragmentos dispersos entre los diálogos de “Toda la tierra”, libro que fue recomendado incluso por el propio José Saramago. Usté me mira, ¿y qué ve? ¿Una mulier? ¿Qué mulier? …Nao, nao, o sior está viendo um cavalo. Cavalo bien preto, dentes amarelos. Cavalo é a eneryía dos homens…Pero, señora, los caballos nao falan, nos comparte el narrador en uno de sus cuentos.

         Ibargoyen es frontera: es la confrontación de dos personalidades, el Saúl de ochenta años que advierte al de diecisiete: eras muy joven para entender lo que pasó; y el Saúl de diecisiete que responde: estás muy viejo para comprender lo que vendrá. También es casa de espejos enfrentados, búsqueda del Brasil en orígenes uruguayos, conciencia sudamericana que respira aires mesoamericanos advirtiendo la imprescindible libertad por encima de lo que se dicta; y es, al fin, exilio que no consigue ninguna patria, pero que celebra el canto de las mujeres y los hombres de todo el mundo. No es una casualidad que haya sido bien recibido en Francia, hasta el punto de alcanzar la traducción al idioma galo de dos de sus novelas.

         Insistiendo en citar a Carpentier, algo nuevo se revela: En América Latina, lo maravilloso se encuentra en vuelta de cada esquina, en el desorden, en lo pintoresco de nuestras ciudades... En nuestra naturaleza... Y también en nuestra historia. Saúl Ibargoyen cumple a cabalidad con estos elementos: el desorden, lo fantástico, la naturaleza de nuestra Historia, con h mayúscula, que debe ser aprendida y difundida para perpetuar el concepto de evolución. No esa evolución manifiesta traducida como progreso, sino la sublimación de lo espiritual y lo luminoso en la búsqueda de un cosmos menos enfermo. Enhorabuena la originalidad y el compromiso literario de Ibargoyen en este lastimado continente en búsqueda de sanación.

 

 

 Ulises Paniagua

8 de abril del 2014

 Sala Manuel M. Ponce, Palacio de Bellas Artes, México D.F.

Ábrara, o el milagro cuántico en la poesía de Roberto López Moreno, por Ulises Paniagua

Comparto en este espacio cibernético un ligero ensayo sobre la obra del magnífico poeta mexicano Roberto López Moreno. Para aquéllos que no han tenido oportunidad de conocerlo a través de sus letras, recomiendo ampliamente su obra y su concepto: el poemuralismo. Un poeta imprescinidible en la historia poética contemporánea de México.
 
 
Ábrara, o el milagro cuántico en la poesía de Roberto López Moreno
 
por: Ulises Paniagua


"No hay más realidad que la realidad", dicta en el siglo XIII el poeta sufí Ibn Rushd, mejor conocido como Averroes, el gran pensador de Córdoba, quien en su obra refleja la geometría en su simpleza. Todas las cosas formadas por las fuerzas del Universo tienen una forma y un contenido divinos, asegura en la más profunda perplejidad. Una afirmación debatible, por supuesto.

         Las matemáticas, la física, la búsqueda de la proporción divina y el secreto de la armonía han sido siempre temas recurrentes en la literatura y la poesía. Acaso el hombre se acepta parte de un todo: una onda en un mar de ondas que determinan, en su cinética, los efectos del Universo; onda que al mismo tiempo se ve afectada por cualquier movimiento del propio océano, en correspondencia. El ser humano siempre ha buscado: la sección áurea, por ejemplo, plantea resolver el misterio de la belleza, descifrar una fórmula que respira entre las posibilidades orgánicas y los objetos. Es un reconocimiento del mundo helénico a un orden al cual pertenecemos, más allá de cualquier miramiento religioso o místico.

         Siglos después, el poeta español Rafael Alberti, en A la divina proporción, aborda precisamente este asunto. Se trata de un texto que aparece en Poemas del destierro, y de los cuáles citamos los siguientes versos: A ti, cárcel feliz de la retina, / áurea sección, celeste cuadratura, / misteriosa fontana de mesura / que el universo  armónico origina…A ti, mar de los sueños angulares, flor de las cinco formas regulares, dodecaedro azul, arco sonoro…Tu canto es una esfera transparente / A ti, divina proporción de oro.

         La búsqueda de la perfección, sombra de un dios esquivo, es evidente en la Historia. Walth Withman, en su poema Canto al cuadrado divino, intentó adentrarse en ello. En su poema, Whitman compara a la figura con un dios. El cuadrado se considera perfecto por el equilibrio de sus lados. Y aprovecha, de paso, para romper con la figuración católica de una divina trinidad: Canto al cuadrado divino, avanzo desde el Único, / desde los lados, desde lo viejo y lo nuevo, / desde el cuadrado enteramente divino, / sólido, de cuatro lados (todos los lados necesarios), / desde este lado soy Jehová, / soy el viejo Brahma y soy Saturno.

         El amor es también motivo de comparación en el determinismo de los cuerpos. En su poema  La ley de gravedad, Peri Rossi escribe: Te amo con la inmutabilidad de las leyes físicas. / La tierra atrae a los cuerpos / como tú me atraes hacia tu centro. / Igual que las piedras / caigo sobre ti desde mi altura.

         ¿Hay entonces, en los versos de un autor la preocupación por ascender a aquello que no puede conocerse, aquello que apenas puede nombrar? Es un propósito sempiterno. ¿Se trata de la búsqueda de la divinidad o de un arrebato científico? ¿Metáfora, metafísica o mecánica cuántica? Hemos citado apenas tres ejemplos, pero es largo y variado este empoderamiento de los modelos matemático-físicos expresados a través de imágenes y ritmo: versos dedicados al número cero, al álgebra, a las figuras, a los volúmenes, a las leyes de la gravedad. La respuesta es probablemente una, la desesperación del ser por alcanzar el misterio de su origen y del origen de las cosas, y la sabia resignación al no conseguirlo. En ello el poeta lleva ventaja sobre el científico. Einstein dijo que lo más incomprensible acerca del Universo es que es comprensible. En oposición, el ars poética parece confirmar lo contrario: lo más comprensible en el Universo es que es incomprensible. Congruentes con ello, las Leyes de la entropía cuántica. Stephen Hawking reconoce que los modelos que se plantean en la ciencia contemporánea parecen más apuestas que certezas. Acepta  que sus modelos sobre la teoría del Bin Bang, del Origen del Universo y la expansión o contracción del mismo, son imprecisos. No hay forma de saber, o de comprobar lo que se sabe. Tan diminutos somos. Por ello seguimos recurriendo a metáforas.

         Roberto López Moreno, nacido en Huixtla, Chiapas, el once de agosto de 1942, ha decidido adentrarse en esta apuesta poética, incorporarse a la lista de alta poesía que indaga en los orígenes de la creación y del movimiento. Autor de la teoría poética denominada poemuralismo, posee más de una treintena de títulos publicados, donde manifiesta una continua preocupación por planteamientos de orden matemático. López Moreno (Premio Chiapas 2001), convierte esa obsesión en el más lúcido de los deleites en dos de sus poemarios: Ábrara, y E=mc2.

         En Ábrara, poema que obsequia título al libro, los versos hablan por sí: Lo que abre de su esencia misma, / concepto del principio, / juego de liliales aes, / primer latido acunado en el hondo de la entraña, / golpe primo del albor a llama verde, / lo que inicia el inicio, / pugnaz salto, cantidad entre las sombras, / el hechizo hacia afuera / de la caverna griega, / inio espasmo de la savia abriendo, / iniciática luz en segundo segundo hacia materia, / el ya del alba, / el ahora del uno uno trino, / llave / cipactli al pie del movimiento, brote alfaguara a donde vendrá a lermar el día, / iskra del big bang, célula del átomo / (el ábrara de lo que será (ya siendo) materia y hálito), / sustancia de la sustancia, la que inaugura, / el sol, la sol,  / la voz primera.  Un poema con referencias a Platón, prehispánicas, originarias, e incluso atómicas. Una mirada que asoma para presentir la sustancia que inaugura. Aquí cabría preguntarse: ¿qué es Ábrara? ¿Qué significa? Se trata de uno de tantos y atinados neologismos que aparecen en la obra de este autor. La respuesta flota entre lo eterno. Nadie más indicado para dilucidarlo que la voz poética referida: Ábrara es la soledad en llamas / en el momento de la concepción. / El apenas instante anterior / del instante anterior / a la mónada / corriendo el guión de su energía proteica / hasta el salto / cualitativo hacia / lo que va a ser creado / y de nueva cuenta, / el apenas instante anterior / del instante anterior / a que se abra flor la cantidad hechizada. / Oh, la magia en su principio…/ Oh, el enigma inasible, / antechispa del portento y ya el portento.

         ¿Ha quedado claro? Si no quedó claro es porque no existe nada firme ni estable en el Universo y sus principios. Apenas restan las adivinaciones, los destellos. Hay en este poemario múltiples referencias desde sagradas hasta populares. Pero hay también lugar para los chispazos, los sonidos, las quijotescas hazañas que se desvanecen entre el polvo y la masa burbujeante del tiempo: un abstracto caballero se endebla / sobre su hética montura, matalón / de fatigas, / él, de insomnios. Encontramos, a la par, la preocupación por el inicio de todo, incluso de los recursos literarios: ¿Cómo se llamaba aquel que por primera vez / utilizó el oxímoron / como máximo acto de la creación? / ¿Qué queda de él sobre el polvo? / Espera tiempo a que el oximoronista reinvente tu rostro / en el juego de los extremos que se unen, / volverás a tener gesto, mueca, mohín, / volverás a ser ábrara de las maravillas, / punto inicial del punto inicial, adanábrara, / el principio de todo lo que es ni sigue siendo / en la mayúscula capacidad del sueño. / ¿Cómo se llamaba el que presenció la desmesura / de la primera aurora, / ésa, en la que estaremos mañana? / Ábrara ¡ay! / Intento de decir el acto creador del universo.

         Profundidad mística, alquímica incluso, que se vale de magistrales encabalgamientos para ahondarnos en las frondas del misterio. Los versos parecen labrados en el proceso dialéctico del tiempo, en un reino sin pasado ni futuro. Versos en la línea indagatoria a la manera de Borges, pero que, además, están dotados de vida. No exagero. Más adelante, al más puro estilo de Eduardo Lizalde, Roberto López plantea el viejo tópico, pero esta vez bajo lupa científica, más allá del clásico análisis ontológico: ¿Y si volviendo a nombrar las cosas / fundamos de nuevo el mundo? / ¿En qué punto de la novedosa relación / habremos de colocar a Dios / si es que va a existir otra vez entre nosotros?, / ¿en el aire del ave?, / ¿en las válvulas y pistones del movimiento? Lo dicho, la vieja pero cada vez más fresca pregunta.

         14159265358979, / progresión a abril: / 3238. / Cifra exacta / sobre dígitos primitivos: / 4626433832 / 79 / 5028841971 / 6939937510 / 5820974944 / Y en el centro G como llaga sin perdones / y su breve-infinito espacio irracional / irresoluble… misterio…Este es el inicio del que, probablemente, sea el más experimental de los libros del poeta chiapaneco. Un libro que corre el riesgo sobre la cuerda floja, a tres punto catorce dieciséis metros por encima del suelo. Matemática en su más pura esencia. Para muestra, citemos algunos versos del magnífico poemario E=mc2:  Hay un poeta, / uno, entre los miles que le rascan /  las vísceras al cálculo. / 1 + él mismo = 1 / (salto cualitativo: 1 + él mismo = uno). / Hubo un poeta. / Nació del arco-iris cuando la humanidad / sumaba ya 90 crisis. (simbolismo rebuscado) /…Hubo un poeta entre tantos que le rascan las vísceras al cálculo.

         En el poema El hombre sabio, López Moreno hace evidentes las influencias más allá de las metafísicas, cuestionando la precisión de lo que se calcula o se comprueba: El hombre sabio no conoce a Holderlin, /…El hombre sabio tiene compactado el tiempo, / ha simplificado al máximo la luz para poder estudiarla. / Estudia el objeto, no el alma del objeto. / Por eso son diabólicos sus productos si se retuercen. / No ve más luz que la suya…/ A su arrogancia le falta conocer / el mundo que cree que conoce. / Y escuchar, aunque sea un segundo, / la primera luz que ciego escuchó antes de haber nacido / Si algo le hubieran dicho Tales, Heráclito, Tito Lucrecio Caro, / si algo Homero el manco o Cervantes el ciego, / si algo Dante o Dostoyevsky, / si algo Shakespeare. / Pero no, se encerró en su cubículo a analizar la cosa, / y la cosa nos está haciendo explosión entre las manos. Contradicción pura, humana: se admira a la ciencia como a una prima y se le condena como a un charlatán. La confusión sobre qué derrotero tomar. Para el poeta es simple: no hay derrotero, se intuye apenas el camino, ése es su oficio. Más adelante, en versos de hermosa manufactura y precisión demoledora, trata alguna posible fórmula para alcanzar la belleza. Para ello cita el genio y el temperamento de Poe: “No hay más que la belleza / -Edgar Allan- / y ésta no tiene más / que una expresión perfecta: / la poesía”. / La gran ecuación sobre su mundo. / Lo que crea lo creado, / por eso nada se crea ni se destruye, / sólo cambia de flor que se derrama luminosa / sobre su oscuro barro.

         El bardo se interna en la creación, introduce las botas en el limo de su apuesta para salir librado de manera magnífica. Se vale, en su indagación, del número, las ecuaciones, en la persecución de lo bello que no deja de ser retórico. Cito: La raíz cuadrada de la luz, / multiplicada por el segundo anterior al primer segundo / o sea, / “el rayo de luz impulsado por su propio destino”, / interroga al 3. y su larga cola de pavorreal / -que así se va haciendo polvo en el infinito / -cuál sería su respuesta exacta / (si existiese) / para cerrar por fin el círculo en donde el corazón se afana, / solitario, contra sus cuatro paredes imposibles. / Ah, suspiros inconclusos, / nada hay exacto ni terminado, sólo la persistente luz / desde su raíz cuadrada / multiplicada por el segundo / anterior…

         Sobre la numerología, el tratado es profuso aunque breve: El número no es inocente, lleva una fuerte carga / que compone y descompone el mundo a cada instante / según la fuerza deducida / de los haberes multiplicados por su aceleración. / Al-Jwarizmi, cerebro lleno de inteligencia, se enciende total. / Ahora serán los modos y las formas / para que el número hable y sentencie. 

         Los poemarios E=mc2 y Ábrara son piezas únicas  -gracias a sus hallazgos y a su manufactura- en la historia de la literatura mexicana, latinoamericana; e incluso de la historia universal si consideramos su excepcional rareza.  La mirada de López Moreno recurre a la más profunda esencia de los sufís. Sólo puede comprenderse a través de la razón, pero aunando esa razón a las sensaciones. Se calza y se canta con los dedos. De otra manera, lo que se mira es incompleto. Transforma tu cuerpo entero en visión, hazte mirada, enseña el autor de la corriente sufí, Rûmi. López Moreno lleva a la práctica esta enseñanza directa o intuida, y la vierte en paronomasia, en magia verbal y concepto. Poesía que habla en serio de lo serio, sin olvidar el sentido lúdico y deslumbrante de lo que se crea. Ábrara y E=mc2 no pueden leerse sin interjecciones continuas y casi permanentes de asombro. Es evidente que la poética de Roberto López no ha recibido aún el debido reconocimiento –no de instituciones y sistemas culturales-, sino de los grandes círculos de lectores. Una cosa es segura: si uno más uno suman dos, de igual manera la valiente y valiosa literatura del maestro López Moreno sumará miles o millones en los años venideros. Es claro: la mejor poesía es la que genera reflexiones o canta dentro de nuestro miocardio, o se queda como lama dulce impregnada en la piel generando coloraciones. Y Roberto López lo consigue: llega, toca y trastoca los sentimientos, las angustias, las alegrías de la raza humana a través de la matemática intuición y lo inasible.

         La poesía busca nuevas formas. La mecánica cuántica plantea nuevos modelos, como los del holandés Hooft y el norteamericano Susskind.  El físico argentino Juan Martín Maldacena descubrió un modelo que representa la holografía del Cosmos, de una forma accesible. Desde entonces la mayor parte de los físicos han estado estudiando en ese sentido el aspecto tridimensional del Universo, aunque resta aún que ese modelo se aplique a situaciones generales. No sabemos si habrá un descubrimiento inmediato o tendremos que aguardar otros cincuenta años. Gracias a la poesía, no tenemos que esperar para hallar respuestas. A través de los recursos literarios, y sobre todo, a través de la mirada del dentro, nos hallamos próximos no a encontrar el dato exacto sobre el origen del Universo, pero sí próximos a adivinarlo, disfrutando a cada paso del proceso poético y la generación de lo metafórico como respuesta a aquello que se resuelve de manera científica. Y quién sabe quién descubra el qué. ¿No será acaso que la poesía ha explicado durante siglos lo que apenas ahora puede comprobarse con fórmulas y teoremas? Lo evidente es que el Universo acerca, intercala, ordena y despedaza la relación entre las partes. La mecánica cuántica se vuelve arte poética, y luego desaparece. La apuesta en la obra del maestro Roberto López Moreno, al adentrarse a temas complejos e intrincados, es un acierto que requiere de valentía y cuya única linterna para alumbrar entre la noche de lo incierto posee la luz de la maestría del oficio, y la humildad en el mundo vasto del conocimiento.  Los poemarios Ábrara y E=mc2 son dos joyas de refulgente hermosura que la literatura mexicana alcanzará apenas a intuir, en todo su esplendor, dentro de no muchos años, haciéndole justicia a la voz que hizo posible la aparición de tales versos.

 

 

 

Ulises Paniagua

Casa del poeta José Emilio Pachecho

Tlalnepantla, 11 de Abril del 2014.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

martes, 1 de abril de 2014

Del amor y otras miserias, de Ulises Paniagua, poemario completo

En el año 2009, con la editorial Fridaura tuve la fortuna de publicar mi primer libro de poesía, que lleva por título Del amor y otras miserias; y se halla dividido en tres capítulos; el primero trata del erotismo, Territorios; el segundo  trata de la muerte: Vámonos poniendo fúnebres; y el tercero, es un ligero adentramiento a lo abstracto: La búsqueda del minotauro. Espero lo disfruten y puedan perdonar la inocencia implícita en un primer libro (aunque sospecho que hay algunos poemas rescatables y con suerte memorables).

Un abrazo:

Ulises Paniagua
 


 

 

 

DEL AMOR Y OTRAS MISERIAS



Ulises Paniagua

 
 
 

 

M è x i c o,   2 0 0 9
 
 
 
 
 
 
 


NOTA BREVE DEL AUTOR.

 

            Cita Borges, en su libro Discusión, a uno de los más cultos y lúcidos escritores que nos hayan obsequiado las letras mexicanas, Don Alfonso Reyes. La cita hace alusión a la labor del literato, y a una  terrible duda implícita en el oficio: cuándo cerrar la última página de un libro, y dar por concluida la labor. “Esto es lo malo de no hacer imprimir las obras; que se va la vida en rehacerlas” apunta Reyes,  muy atinado.

 

            Uno quisiera, al concluir un libro, tener la certeza de que  cada palabra, cada idea en él, goza de una precisión absoluta; al paso del tiempo (aún cuando la labor del escritor sea obsesiva

y metódica, o bien, sustentada en una casi mística confianza en un arrebato de genio) uno reconoce la imposibilidad de satisfacer a todos los lectores de la obra, y lo que es peor, reconoce también la propia insatisfacción. Sin embargo, hay un punto justo en este terrible desasosiego narrativo o poético, en que uno decide dejar una obra en paz, pase lo que pase, y enfrentar la critica. A fin de cuentas, es el azar, la frescura, y la propia imprudencia del autor, quienes se encargan de encarnar el cuerpo y el alma de la obra.

 

Este libro no podía ser la excepción: en sus páginas se cumple el destino azaroso que le corresponde. Arriesgo, pues, mis yerros y desatinos, esperando que llenen la memoria y el gusto del lector.  Del amor y otras miserias es el resultado de un proceso de varios años de incertidumbre y decisión, de atrevimiento e irresponsabilidad. Valgan pues, las letras titubeantes de este poemario, para enfrentarse a si mismas.

México D.F. Octubre del 2008.

       





TERRITORIOS

 

 

“Los hombres y mujeres o bien se devoran rápidamente en eso que se llama el acto del amor, o bien se crean el compromiso de una larga costumbre a dúo. Entre estos dos extremos no hay término medio. Eso tampoco es original.”

 

Albert Camus.

 

 

 

 

“Hay que hablar de amor y deseo mientras nos queden labios con que besar…”

 

U. P.

 

 

 

 

 

 

I      Territorios

Después de todo sólo se trata de la carne, de los amorosos territorios;


de esa fiebre incesante con que los cuerpos se revuelcan en la tumba.

Después de todo se trata del amor como una fiera oscura,

dentellada furtiva que reclama nuestro encuentro.

 

Quizá, en recovecos urbanos donde asoman la timidez y el prejuicio,

en las calles lunares, sin sortilegios y sin ruido,

convoquemos urgentes al placer milagroso,

ese sueño que todos soñamos

-¿quién lo sabe?-

 

Tal vez sea aproximación de vahídos en combate de cuerpos,

crucigrama de pieles cicatrizadas a fuerza de besos,

perfume que dejamos en batallas;

un nombre, un rastro, un ángel compartido.

Tal vez:

ese león insatisfecho que nos habita entre los muslos,

ese jugoso pretexto de retozar cama,

jornada ardua de caricias y mordiscos;

luz, sombra, muerte chica,

desnuda necesidad de piel,

desnuda necesidad de piel, y  olvido.

II  M a p a s

 

Y he aquí que los cuerpos ocultan extraños códigos,

rutas indescifrables, cercanías y desvelos;

la tersura de piel en brama revelada ante el asombro del viajero;

los parajes adversos, perversos, ávidos de descubrimiento;

deleitosas jornadas sin fatiga,

puertos de bravas fragatas,

nuestra mitad de océano sudoroso.

 

Don Juan declara:

los territorios son tan inmensos como la posibilidad de nunca recorrerlos;

Yo contradigo:

estas comarcas son infinitas pero mesurables,

como las palabras tuyas que bautizan mi vientre,

como coordenadas de desamparo en nuestro rumbo,

tan húmedas como labios que palpitan al contacto de tu sexo.

 

Guardo silencio, te busco, nos perdemos,

debiéramos al alba conseguir un astrolabio...

 

 

 

III  Lobo y cordero

 

De tu cuerpo me gusta todo, porque es tuyo,


porque es nuestro: porque lo compartimos.


Me gusta que sea la hostia que devoro,

me gusta ser lobo.

 

De mi piel ansiosa, suave y abierta que a ti ofrezco,

exijo sea parte de tu sed, ser alimento.

Preciso habitarte,

navegar encima, debajo, detrás de ti,

navegar profundo…

 

De mí en ti y de ti en mi cuerpo me maravilla, me encanta todo;

porque todo lo que somos, porque todo lo que hacemos me gusta;

incluso la delicia con que maltrato y me maltratas,

las palabras sucias que retratan la ternura que resguardo;

hasta la candidez de un ambiguo te amo o la impúdica caricia,

y el abandono de tu almohada cuando te marchas en diciembre;

el escozor que dejas en la entrepierna,

y los rastros olorosos, dolorosos de tu sexo

entre sábanas que también te echan de menos.

 

De tu cuerpo extraño todo, hasta lo que no es tuyo,

hasta mi miembro erguido que vela tu ausencia

guardando luto a la delicia del momento,

y tu cáliz que jugoso se derrama, tu herida que ardiente se desborda,

y el oscuro suspiro en que te entregas;

presencia animal que culmina en desagarre de dos,

fin de encarnizada lucha: bi orgasmo.

 

Me gusta que aún cuando eres tuya, eres nuestra.

Me gusta penetrarte toda.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

IV  Misterios y rarezas

 

Siendo adolescente, la muerte y el sexo

se cernían sobre mí como poderosos misterios.

Hoy por hoy a la muerte la respeto,

pero la sacralización del sexo me mueve a risa:

 

y que alguien - tal vez Dios o un simio -

exculpe a los vientres que no se buscan,

las entrepiernas que no disfrutan,

la soledad que frígida muge en el armario.

 

Que alguien, como ya se dijo,

canonice a las putas,

nos regale una cajita de deseo

o una muñeca inflable en su defecto,

esa válvula de fuego que mitigue

el tedio de una tarde larga;

 

que alguien nos invada

derramando mosto, primitivo y jugoso,

desde el calor de su cuerpo,

y multiplique las manos y los besos,

y que beba y coma de nosotros

en convite interminable

de deleite y alborozo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

V.  Breve tratado sobre los amores de paso

 

Creo en esos seres que presiden la noche,

cuyas paredes suspiran y gimen;

que cálidos despiertan al antojo

de una sábana  

y se llaman hoteles.

 

Creo en esas celestinas con nombre de farra,

en el encuentro lejos de lazos y reproches,

en el tálamo clandestino y la noche sin bodas.

 

Creo en un dios de carne,

en los asomos de lumbre;

en los pechos que regalan

y palpitan como bestias furiosas.

 

No creo pero creo en el sida,

el aborto y la comunión de muslos,

en los grandes amores de las habitaciones 105 y 206.

en la urgencia clandestina, cuando dos se gozan,

desnudos y salvajes.

 

Creo en el deseo que gobierna destinos,

en el mañana que promete

la dulzura de los cuerpos;

creo en lo que ansío, en lo que invita,

en lo que muerde.

 

Confío en la sana insania del deseo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VI  E d è n

 

“Nada sé, salvo que la sed de amar es persistente...”

U.P.

 

Adán y Eva han demandado a Dios:

culpan a un fruto, a la sierpe

y al intransigente Paraíso;

ajenos a las pomas que colman el planeta;

ungidos del suave misterio sin saberlo,

hartos de tanta ciencia,

se les ha visto andar sobre la ingenuidad de sus cuerpos.

 

(Algo sucede…)

 

La serpiente –sigue así rastrera- 

busca en el contacto una excusa, un consuelo;

y ante el  placer que anuncia desconcierto,

encuentra la  verdad en el fulgor de unos labios:

Adán, casi dormido,

se refugia en los pechos de Eva.

(Se produce entonces un albor de advenimiento)

 

En el Edén de Eva, Adán arde,

Eva arde, y arde el Edén de Adán.

El Edén es una cama enorme que da gusto.

 

Mientras tanto,

mientras el amor sucede  bajo la sombra

apacible de un manzano,

me pregunto si Dios ya habrá conseguido mujer.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VII   A   p i e l    a b i e r t a

 

Está claro, es imprescindible el beso;

es preciso el contacto entre la tersura de las pieles.

Debes saber una cosa:

yo no creo en los sexos obscenos ni en la animalidad en sí

(aunque algunas veces...)

 

Me siento entrar en ti, refugio de carne,

besarte sin prisa desde la nuca hasta el cielo,

perseguir con humedad deleitosa que explora lento.

 

Sé cuando permites mi arribo por detrás,

suave y salvaje, abriéndome paso entre la maleza de las bragas,

entre el nido pausado de tus caderas lustrosas,

en el estanque que bebo

y desfloro cada vez que te reencuentro.

Siento que dentro crezco, que indago;

te penetro, te absorbo, te muerdo;

hierven sangre y corazón a tu contacto,

hierve también el cabello que yo jalo.

 

Tú me pides que apriete, que destruya;

luego me pierdo,

Soy  sólo sabor que embiste y descarga,

lamento antropófago en tu cuerpo;

compruebo,

entre Sodoma y Gomorra existen muchas virtudes

-¿cómo fluidos no?-

entre tu carne y mi carne, linda,

no siempre debe haber amor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VIII  En busca de Roma

 

Dame tu cuerpo, negra,

ondeante y sigiloso,

para empezarte a vivir.

 

Tú, tan llena de bondad,

tan buena de cada parte, de todas partes;

yo, tan siniestramente amoroso,

tan vulgarmente atado a tu cobijo.

 

Dame tu boca,

tu cuello floración de besos,

ese ciervo que entre tus pechos se inflama,

esa Roma que arde entre tus piernas.

 

Deja que se consuma el verso afable en palabras sucias,

entre exigencias y abandono.

            Negra jugosa, negra suave,

trémula alegría que desborda,

que rico flagela,

que goza lento.

 

Dame tu cuerpo, oscuro y llano,

la borrasca y la maleza del cabello;

dame luz, dame noche,

dame horas interminables

en el profundo misterio de tus muslos.

            Negra rica, negra tersa,

prodiga con tu orgasmo el cielo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

IX  A  solas

 

Me gusta ser animal telúrico, deleitoso,

me gusta ser carne que se abre,

carne que se vuelca sobre carne:

tu cuatrero.

 

Me gusta ser los labios que calientes

se regalan a tus pechos,

frágil pendulaciòn

de dedos  en tu entrepierna;

me gusta ser la lengua que derrama.

 

Prefiero tu urgencia de pantera enfurecida,

ver cómo te agitas sobre mí, medusa interminable;

y la curva de tu espalda que ya dije,  y  tus ojos

tan clavados en los míos, decididos pero hermosos,

-y entonces, sólo entonces- me gusta verme perdido,

como un náufrago,

olvidado en el letargo interminable del goce,

agitado y sudoroso, urgido de éxtasis,

radiante,

-y entonces sólo entonces-

 

tensado en un arco de abandono,

sobre tu cuerpo como casa,

des can sar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

X    O b i t u a r i o

 

Amargo como obituario de memorias,

una mariposa abandonada en cada beso,

el Amor, dolorido, se hundió en la noche;

sano ejercicio onírico que apenas ocultó el engaño:

el destino apuntaba siempre a su condición de esclavo,

magro y afectivo.

 

Al final

extrañaba el calor de otro cuerpo en el océano de su cama.

Al final

extrañaba la zozobra que comparte, la delicia aguerrida.

 

Cómo culparlo,

el húmedo fetiche de la nostalgia marchita a cualquiera.

 

¡Ay, amor impuro que duermes mordiendo la almohada,

que sería de ti sin el amor...!

 

 

 

XI   Apología  del  engaño

 

De tus fervorosos engaños, linda,

sólo despojos me llevo,

que más valdría censurarnos los labios

cuando nos vencen los miedos.

 

Roto el corazón,

aún persiste el deseo;

nos demudan las huellas,

nos acusan los sueños

- y de azarosas serpientes

está colmado el desierto-

 

(Todos reniegan los tormentos de amor;

más amor es lo único cierto,

ahondado, clásico y quieto

el corazón sigue latiendo)

 

De tus  fervoroso engaños, linda,

sólo los huesos conservo,

que más nos valiera ser sabios

y comenzar a entregarnos completos.

“Venid, bajemos y confundamos su lenguaje”

Nuevo Testamento (V, 7)

 

XII   E p í l o g o

 

En ese lugar del que hablas, linda,

la mantis se provee de maridos;

un alargado gemido ensordece los oídos del planeta;

la devastadora soledad se masturba

haciendo guardia ante una sábana sin reposo.

 

Alcánzame tu cintura, linda,

que hoy no tengo ganas de lo subjetivo

-¿y quién dice que hacer el amor no es subjetivo?-

Las termitas se comieron mis manos,

sólo me quedan los labios para perseguirte entera.

 

Esto es confuso, linda, mi amiga murió de sida

y aún conservo su negligé como memoria de guerra.

No hay impudicia a juzgar, ni sollozos de culpa;

apenas el coraje desnudo ante una muerte gozosa.

            (La batalla de los cuerpos no pide descanso…)

 

 

Debes saber que entre un hombre y otro cuerpo

se ocultan las preferencias de cada quien;

lo mismo ocurre con las mujeres, y con todos.

Y yo aquí sentado bebiendo mundo,

desfilo mis ojos entre tantos cuerpos,

cuerpos y cuerpos por multitudes,

t e r r i t o r i o s,

y todos ellos, nocturnos,

gustan del mismo néctar,

y todos ellos, noctámbulos,

disfrutan un húmedo infierno.

 

Regálame una indecencia, linda,

que las termitas

ya vienen taladrando mis fronteras,

destapando los oscuros pozos de la palabra.

Bésame, regálate

en el hondo suspiro de la noche plena;

al final de la trinchera

son los mismos ojos, linda,

siempre los mismos ojos.

 

XIII   Reunión

 

Furtivo te mido,

de mi mirada a la tuya media una promesa,

un encuentro.

 

No sé bien cuándo tu boca se convirtió en este mosto

que imaginario, pero rudo, me devoro.

Te acaricio sin tocar tu ropa,

te gozo, te siento.

Me miras con ojos claros de gatita:

sonríes y levantas la oscura copa.

Pienso que tal vez quieras hacer el amor

aún cuando ya lo estamos haciendo.

Ahora mismo mi aliento, y mis dedos, índice y medio…

Sonríes, insistente: te abro, espero.

 

Nueve pasos distan de una comunión de cuerpos.

Te intuyo, te adivino.

Bebo un trago, me levanto,

Hace rato nos desnudamos con los ojos.

 

 

XIV      EL MUNDO

 

Tendido en el imperio de esta cama, amplio y ansioso,

escucho el confluir de orgasmos que es el mundo.

Los amantes estallan en una celebración de gestos y caricias;

un clitórico murmullo me adormece/

me despiertan tus manos tibias,

tu lengua que recorre personales territorios:

me conduzco, te conduzco y me dejo conducir,

encuentro tu contacto sobre mí,

tu tacto con dulce tacto sobre mí, conmigo;

ciego y mudo me entrego a tu misterio;

una suave lascivia invade mis venas

y mi sexo, enhiesto, cada vez más ansioso,

es cada vez más tuyo.

 

 

 

 

 

 

 

 

XV   De vuelta a los antiguos territorios

 


Después de todo sólo se trata de la carne, de los amorosos territorios;


de esa fiebre perpetua con que los cuerpos se deleitan en la tumba.

Después de todo sólo se trata  del prolongado rugido del deseo;

de un hombre, una mujer,  y en ocasiones una nueva vida.

 

Al final -¿quién así lo dispuso? ¿cuándo se consumó el edicto?-

los cuerpos nuestros sean habitables a plazos,

como mudanzas que se repiten sin sentido.

Después de todo el amor exista…

(creo haberme aventurado demasiado)

 

Déjame alcanzar tu vientre, linda,

hoy no quiero pensar de qué se trata todo esto.

Se extingue la noche, amenaza el alba,

y con la sed de tu piel y de mi piel quedan tantas cosas que escribir.

Hoy sólo sé que se  anuncia, placentera,

la orgía de dos, nuestro cobijo;

nuestros cuerpos enredados sin cansancio,

con este pretexto necio de compartir cama,

con esta constante necesidad de olvido.

 

Quizás, después de todo,

sólo se trate de la carne, de la mordida certera,

del desvelo.

Quizás, al final de todo,

sólo nos reconozcamos, salvajes y puros,

a través del espejo de los cuerpos.

 

 

 

 

Fin de “Territorios”.

 

 

 

 

 

 

Ulisses 2006.

 

 

 

 

 

NOCHE  DE  LOBOS.

 

            Todos decían que cobijarme en su sarcasmo

causaba cáncer. Tenían razón.

 

            Todos decían que jugaba a la ruleta rusa

cocinando balas expansivas.

 

            Me refugiaba de la soledad, eso era todo.

Me divertía pensar que no pensaba.

 

(Destapé mi cajita de Pandora

una tarde sin nublados ni tormenta.

Creo que de ella surgieron agonías felices,

conversaciones malgastadas,

largas caminatas sin tregua y sin sentido)

 

            Organizar el recuerdo de sus ojos

equivale a cruzar un hoyo negro sin ningún cuidado;

llamarle a la estupidez, inocencia,

y a la fatalidad, romance o aventura.

 

            Ahora no quiero reducir su recuerdo

al engaño de unos cuantos trazos fastidiosos.

Del olvido más vale no acordarse;

la memoria es siempre una trampa exacta,

urdida justa al tamaño de una noche de lobos.

 

            Te olvidé una vez y hoy te olvido de nuevo:

tú me ves ya, que no estoy cansado.

 

            Ojalá que tú no me recuerdes

de ningún modo.

 

Ojalá tampoco a ti te persigan los lobos.

 

 

Ulisses 2005

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VÀMONOS PONIENDO FÙNEBRES

Breves Poemas al cobijo de la festejada.

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

                                                           Sólo vinimos a dormir, sólo vinimos a soñar;


no es verdad, no es verdad


 que vinimos a vivir en la tierra…”


 

Anònimo mexica.

 

 

 

I

 

Que ninguno se salva de tus labios,  

bien lo sabes,

que nadie del otero se refugia,

suicida Santa.

Que  el gusano teje olvido carne a carne,

hueso a hueso,

al amparo de los cánceres y el sida.

 

Que no se rechaza invitación al aposento,

al festín de tierra  entre los dientes,

a la celebración del polvo y de la mosca

bien lo sabes, perversa,

terroncito de azúcar;

bien lo dicta tu desdén, tu empeño.

 

Dime entonces, sin fingimiento:

¿ tu expiación, cuándo se llega?

¿ cuándo tu lápida se yergue?

 

Nada para siempre queda, hermana,

ni tu ni nada para siempre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 


 


 

 

 

 

II


 

¿Para qué tanto escándalo de horas,

tanto cuesta arriba y cuesta abajo,

tanta verbena de mercado

y tanto  andar nervioso de una hormiga?

 

Para qué tantos besos

de Judas y Caìnes, y este seguir hollando mundo;

la deslealtad del hombre caza-hombres,

¿para qué entonces el llanto de la ciencia?

 

Al final, lejos, muy después del camino

sólo dos misterios nos esperan.

Y ellos no entienden de retórica.

Ellos no comen de pretextos.

 

 

 

 

 

 

 

III

 

¿Y tú, por qué no te mueres?

¿Por qué no carcome tu hueso flaco

la mansedumbre apacible de un abeto?

¿Por qué no te ocultas,

te desprendes, te arrebatas?

 

¿Nunca cesas?

¿No conoces de finales de jornada y

agonías de milenio?

¿Nunca has sentido los pies llagados

en las fatigosas marchas sobre el mundo?

¿No sientes escozor en las venas

con la sangre alimentando, macabra,

el subsuelo?

¿No te espantan las bombas?

¿No aborreces el asesinato por la espalda

o el infanticidio?

¿No sufres los terribles legados de la guerra?

¿Nunca lloras?

 

¿Quién te crees? ¿Qué esperas?

¿Por qué no te mueres de una vez,

y resguardas, en sigilo,

el rastro negro, solitario,

de esta especie ingrata y asesina?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

IV

 

-Asistí a una comedia

que versaba sobre un Mesías

resurrecto y triunfante-

 

Nada más absurdo que el ascenso

del Houdini entre hipérboles de  potestades.

 

Lejos del sueño,

hacía parecer tu cuerpo una luna sin brillo.

 

Como si la muerte fuera romántica,

como si enterrar a tu madre o a tu hijo

causara risa,

como si los cuerpos chamuscados tuvieran descanso,

como si de verdad, en serio,

creyéramos en algo.

Como si fuéramos niños pidiendo calavera

en un placentero inframundo…

 

Asistí ayer a una buena comedia:

me causo espanto.

V     BALADA  DEL RÌO

 

Me siento torpe al ofrecer

el cuerpo a ojos ajenos, así, tan descompuesto;

culpable por mostrar a cielo abierto

una dentadura imprecisa y los huesos largos.

 

Me siento torpe por volverme tierra,

lombriz de tierra,

agonía de tierra; cerca del pie vecino,

memoria de río.

 

Da vergüenza cómo me camina tanto sol

entre los ojos,

por sobre la mochila enrarecida de desierto,

en la cartera despojada de biznagas

y la mezclilla atajada de escorpiones.

 

Da pena la línea inútil tan cerca de mi,

y la sangre palpitando, dolorida,

allá tan lejos,

donde no habrá más

de mis pasos en el eco de la milpa.

 

Sólo esta lumbre que incendia

los olvidos más furiosos,

las lágrimas sin destino.

 

No puedo evitarlo, hoy me siento triste,

estùpido y lejano,

por haberme muerto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VI

 

Cuando alguien muere,

consumimos los pabilos para avivar el fuego de la ausencia;

suplantamos su sombra sobre el pavimento;

gastamos cartuchos en busca de perdones y excusas;

trocamos viejos rencores en felices momentos.

Nos creemos santos, y hasta

hacemos verbena de buenos principios frente a todos.

 

Pero a solas, en el silencio estático de nuestros adentros,

sabiendo lo que sólo nosotros sabemos,

nos da por llorar:

lloramos.

 

Cuando alguien muere,

sencillamente lloramos.

 

 

 

 

 

 

VII

 

Me nublo,

de mi va quedando

apenas un rastro sin dueño.

En el cielo asoma

la confusa presencia

del enigma y su llave.

 

Torbellinos de tierra se vuelcan

sobre uñas y mis parcos labios,

el mundo no existe más allá de mi puño crispado;

en el aire flotan las preguntas sin respuesta;

en el aire se respira misterio.

 

Más allá no hay nada.

Quizás frío, quizás ánima,

Quizás la incertidumbre

que nos agobia desde el primer parto.

 

 

 

 

VIII

 

Ampáranos, mal sueño,

de terminar descarnados en una fosa,

de alimentar susurros de anonimato y silencio,

de  convertirnos en un asalto de taxi mal pagado

o juguete de adolescente violento.

 

Protégenos de calles de afilados cuchillos

y entrañas de metal mestizo;

de la furia de cada día,

de una rabieta de hambre o abandono.

 

Líbranos de las esquinas impredecibles,

de los recovecos oscuros,

de los pasos que persiguen nuestros pasos,

de la espantosa hidra del miedo.

 

 

 

 

 

 

IX

 

 

Vayamos todos a la  Muerte, de buen modo. Los caducos anarquistas, el miasma del catolicismo; los revólveres sin pólvora, los sedientos de sueño, las bellas, los ridículos,  los feos. Este animal absurdo como un cerbero, que juega con el corazón del pueblo.

 

Doblemos la esquina y alarguemos la zancada. Vayamos todos a la Muerte, derechito y sin escalas. Y que se derrumbe el mundo, si es preciso, antes del alba, que se desgarre el cielo en su profunda negrura. Que nada quede en pie, hermanos lobos.

 

Vayamos, juntos, doloridos, a la Muerte y de buen modo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

X

 

Sólo vinimos a soñar

que no dormimos,

que somos accidentes de tiempo;

acaso una perezosa telaraña

enredada en el determinismo;

como raíces de rudo ciprés  bien plantado,

como ángeles, como niños.

 

Sólo vinimos a fingir que algo nos pasa,

así,

de vez en cuando, en silencio o con regocijo;

que alguna vez una sombra fugaz

nos iluminó el rostro en invierno;

y que en ese instante, al cobijo del destello,

en una calle sin ruido,

verdaderamente nos pensamos vivos.

 

 

 

 

 

XI

 

Nada a tu paso queda, hermana,

nada a tu paso;

desde el microbio hasta la orca

nada dejas sobre el mundo;

ni las piras quevedianas,

ni las bibliotecas imposibles,

ni el destino, ni el fusil,

ni un zapato.

Todo por morir termina,

a tu paso toda senda arrollas,

tren nocturno.

 

De nosotros nada sobrevive,

todo por morir acaba;

ni la flor, ni el canto,

ni la mentira que atraviesa un puño de agua;

nadie queda,

nadie,

lo que vemos la chingada se lo carga la chingada.

Nada para siempre, hermana,

ni tú ni nadie para siempre.

Es apenas un arrebato de sueño,

una tímida señal, un gesto,

es apenas la ilusión de ser materia de aire

en la impaciencia del camino,

o la esperanza de

pertenecer a un llanto,

a una cruz, a un guijarro.

 

Nada para siempre queda.

Ni tú ni nada para siempre.

 

 

 

Fin de Vàmonos poniendo fúnebres.

2005

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA BÚSQUEDA DEL MINOTAURO.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL GRITO.

 

 

Escurrían lágrimas amargas desde sus sucios corazones de poeta; pero la palabra no nacía. Atados y amordazados, castrados, locos, los poetas     eran/son    perros mugrosos y hambrientos. Malditos por no lograr parir palabras. Mil veces malditos. Su condena:

 

reptarán por los muros arañando sueños; aguardarán como refrigerador  de casa vacía; lamerán la sangre propia; hilvanarán angustia en noches de desvelo

 

Como perros rabiosos, puercos, malvenidos, los poetas largos y mudos, escucharán la tierra derrumbarse alrededor de ellos. Sólo entonces llorarán su cobardía.

 

 

 

 

 

 

 

 

ELEGÌA DE DOMINGO.

 

            ¿Qué hace la gente a media tarde, cuando el sol estira las membranas del cielo, y el agua del aire se transmuta en sudor, bajo influjos de rigurosa alquimia,  y entonces cuando el sudor se vuelve sal, y la sal aburrimiento?

 

            En estadios la tribuna salta,  al calor de un atún furioso entre las redes. Líneas hienden la virginidad de papel sobre cuadernos de escuela; se preludian poemas y reposos de  amantes vespertinos ¿Qué hace la gente bajo el sopor  de las calles? ¿Descansa la resaca, desmantela el orden de la casa? ¿Arrastra la mediocridad en una siesta?  ¿Santifica puteros?

 

            ¿Hay suicidas de azotea a las dos p.m.? ¿Los asesinos  se contratan? ¿Se levantan las guerrillas,  y Dios hace recorrido para contemplar sus campos, a  la ribera de un manso  río?

 

Alguien debiera, en la hora aciaga, regalarnos una cerveza y un cigarro, quizás desde luego una mujer; o labrar una queja, un grito, y con la furia y el rencor de una voluta,  suprimir  esos días terribles y aburridos, tautología miserable convertida en desasosiego.

 

            ¿No sería más feliz el mundo – me pregunto - si un día de éstos suprimiéramos la media tarde del domingo?

 

Ulisses 2003.


 

LA AGONÍA DEL MINOTAURO.

 

 

I

 

Maldito Minotauro que reposas al amparo de mi sombra

como silencio que vulnera una armonía

como fatiga de nocturno peregrino

o encrucijada donde llora una taberna.

 

Maldito Minotauro que habitas mis horas,

riguroso carnicero de añoranza,

grito último y certero.

 

Protervo, sensible, con asombro de alba

ríes y atacas cuando el luto te frecuenta,

 y esgrimes tristeza

cual bandera de letras:

 

Carcómete, pues, en tus rincones de olvido,

templos de cantinas y borrachos,

hilos de Ariadna a tres el kilo,

en las anheladas muertes personales,

en tu ruego.

Destrúyete, cáncer de sociedad,

refugio de mundo.

 

Destempla el corazón,

vuelve al carril de la llana vida.

Despierta,

¿dónde quedó tu laberinto?

 

 

II


 

Te vi, bebiendo. Te vi bebiendo una cerveza quemada. Descansabas la cornamenta, fatigado, sobre la  barra. Esperabas una ilusión, una voluta de cigarro. Hablabas mucho: de la terrible condena que implica ser un hombre de asfalto, del diario llevar el pan para la departición de la cena, del amargo carnaval que en Latinoamérica se gesta, del agudo acero de letras, del recibo de luz. De esta Creta de alta tensión y amplias avenidas bajo  tráfico de oficina, del hilo telefónico que conduce siempre al semáforo –preventiva- del espantoso laberinto.

 

Hablabas. Jorobado y musical. Con ojos de sinsabor, con el dolor a cuestas, con las pezuñas desnudas sin limar. Hablabas. Bebías.

 

Bebías una cerveza, y otra, mientras en los tersos encalamientos de paredes perfumadas de tequila e historias insalubres, el eco de mariachis, y Vicente, y Alejandro, el olor a pulque y José Alfredo y Pedro Infante, inflamaban, sórdidos, un retazo de tiempo.

 

Bla, bla, bla. Hablabas. Con ojos de sueño. Blablabas. De la oscura permanencia de las soledades, estériles como pavimentos en selva lacandona.

 

En el arrastre  de tu cornamenta larga y retorcida -nido de paloma a media noche- contabas maravillas de tu improvisada isla en confines urbanos, de tu particular península que a todos pertenece, del aullido que provoca no conocer jamás la salida; de llanto, de miedo, de la interminable espera del justiciero Teseo.

 

 

 

 

 

 

 

 

Ulisses 2005


 

 

 

EN EL AIRE.

 

Este viento que fustiga las ventanas

este sollozo aguzando  los tejados

esta rabia que estremece los cimientos.

 

Este vesánico desgarre que regala plomo,

este torcer de calles descompuestas;

este grito en Ámsterdam,

este terror de Londres,

este espectro delirante en  favelas brasileñas.

 

Este desgarre de tiempo

(Este poema incompleto)

 

Las fementidas Furias, las fúlgidas,

las que acosan en noches sin pan y sin cobijo,

las que derrumban verdades  sobre el mar.

Las que acusan, las que castran.

 

Estas Furias que escupen el rostro

con  la acidez de llanto en Afganistán;

esta cruz y su veneno,

ecos de desierto de  humanidad.

 

Y esta repetición insulsa

que no resuelve,

que no busca resolver.

 

Hoy día hay Furias que navegan el aire, Amor,

tantas Furias.

 

 

 

 

 

 

Ulisses 05


 

 

 

 

 

 

 

 

LA CIUDAD Y LOS ZAPATOS.

 

“En esta ciudad  siempre seré un extranjero”.

U.P.

I

 

No voy a hablar de ella,

sino de los zapatos que se tienden

sobre sus venas de acero,

que cuelgan y derraman como párpados de desprecio y polvo.

 

No voy a hablar de la urgencia entre sus plazas,

o las saudades mexicanas que despiertan sus calles sin brillo;

sino del miedo que se traga al miedo en cada esquina,

o el hambre que se oculta tras el pliegue de un mercado;

o del asma amorosa que nos consume sin prisa,

en un lecho sin esperanza ni posibilidad de entendimiento.

 

Prefiero guardar silencio,

respirar el asfalto de una avenida en acecho;

aguardar el arribo justiciero

de un  sueño sin sobresaltos ni juicio.

 

II

 

Una terca espera sigilosa

tras el ojo de niebla que se abre.

En la caza de una bocanada de taxi,

me transcribo en la memoria

persiguiendo fugitivos tamemes salvajes.

 

El mundo avanza hacia los cuatro vientos

con tanta prisa, ciego.

Y el recuerdo de nuestros pasos,

alguna vez caminados al mismo ritmo,

se desperdicia en la tristeza inútil

de un crucero de Insurgentes y Reforma.

 

Abro la mano, despacio:

sobre la palma extendida, una semilla de olvido.

 

 

 

 

 

III   NOCHE MUERTA.

 

Asomo a la soledad, a esta boca sin dientes. Implacable y cínica, una horda de malas memorias se empeña en sitiarme. Desnuda, la realidad –pordiosera persistente- me ataja de tajo en una avenida desierta.

 

Es una de esas noches en las que un rostro en el asfalto puede despertar a los demonios más holgazanes.

 

La verdad asalta. Despoja mis despojos. Hiere pero no mata –no quiere la maldita- sólo hilar  collares de pupilas derramadas.

 

No hay descanso para mí,  el más abatido espectador del mundo. No me dejaron nada. Ni siquiera pudor con que  escribir lo que ahora escribo. Ni siquiera rencor o jubiloso pesebre de odio. Nada.

 

Tus calles no me dejaron nada.

 

 

 

 

 

 

IV

 

De todas las tardes que imagino,

la tarde de mi ciudad es la más triste.

Puede que en Santiago o Buenos Aires

la melancolía comprima los pulmones;

o que la lluvia en Madrid  alimente los cuerpos;

pero la tarde de la Ciudad de México

es la más gris de todas la grises,

y pobre como desamparo de niño.

 

Tal vez porque me recuerda un llanto fingido

a la orilla de un crucero;

tal vez porque rememora días soleados

y felices hasta la médula de la inocencia.

Quizás, porque de vez en vez,

uno necesita hacerse la  victima.

 

Por lo que sea, es claro,

la tarde de la ciudad que habito

es la más triste. Porque es mía.

Y punto.

 

 

V

 

Despierta la plaza.

Un cortejo fúnebre preside

el patio que, al costado de Palacio,

se queja mustio.

Hace frío,

parece una de esas navidades que no llegan;

Debajo,

permeando un terror procedente de inframundo,

el gusano persistente engulle el subsuelo,

resuenan estáticos los ecos

de un derrumbe del ochenta y cinco,

conviven trenos silenciosos.

Arriba,

en los dominios de una deidad

que se oculta bajo grandes orejeras;

un tianguis fantástico enhebra las calles;

el odio acumulado tras largas jornadas de sudor

atesta, implacable, las alcantarillas.

 

Guardo silencio. No quiero decir más.

Ni de los zapatos que se me vienen enredando en las arterias,

ni de los ojos largos, ni del asombro

que representa ser un extranjero en nuestra tierra,

o del reflejo ambiguo en un parabrisas pretérito,

o de la eterna inquietud

a la que se ha reducido mi persona,

o del mundo que aquí se me termina,

ni del nuevo que, paso a paso, metro a metro

(como acontecer diario),

el futuro nos promete  a tu amparo

tras la ambigüedad de un  Jano malicioso.

 

 

Ulisses 05


 

 

 

 

 

 

 

TRÒPICO DE CARNE.

 

Puedo verlos tras la bruma; todos sonríen y se entregan;

el instante no exige lejanía:  se prolonga en calor comunal y sugestivo.

Me fundo en una fotografía, con ellos,

un papel vivo de niños, primos,

una madre; éstos sus hijos;

entre el corazón y el propio idioma.

 

Reímos. Huele un poco a leña.

Sangre llamando a sangre; el fuego vivo somos.

Entre las ceibas, que conviven con nosotros

-con un gesto, una mala palabra- nos reconocemos.

Regocijo que quema, que desborda.

Trópico de carne. Eso somos.

Sudoroso desparpajo; pueriles de amor, supongo.

Linaje envuelto por la noche, poseído por la luna,

un sueño compartido.

Y reímos, con la boca grande. Nosotros. Mi familia.

 

 

 

BRAMBILA SUR.

 

No existe sombra para despojos de tiempo,

Brambila Sur es peldaño contrario de cielo.

Los parroquianos de este silencio de lugar

depositan sus gafas en el clasicismo roto.

 

La soledad es un perro rabioso,

lo sabes,

ritual de adoradores de iguanas;

simiente de dolor perpetuo;

oscuro treno sin el requisito de sus muertos.

 

Brambila silencia

rasura bigotes con la vieja podadora

regala hormigas a los vientres claros

devasta lunas en noches de alborozo.

 

El sur es la decadencia del sur:

se mecen montañas sobre ciudades

amenazando derrumbe.

¿Se desplomarán algún día?…

 

 

Recogí mi cigarro entre  colillas abandonadas, llegó hasta mi mano en la partida hacia el origen. Olvidé que no fumo desde que Buñuel y Cortázar incendiaron la galería del centro. Era un día claro. Había ambulancias, sirenas, y un Ulises sembrando semillas en su pecho. Debes saber que hay cosas turbias, que lo peor de todo no es ser un megalómano: lo peor de todo es ser un megalómano  y además mediocre. Debes saber.

 

Brambila me prestó algunos pesos.

Con ellos quisiera aprender a recitar

poemas como hacen los loros,

sus pendido e in merso en mí;

ahora

paseo mi desencanto sobre un viejo carrito;

prefiero un café a un manifiesto.

 

Hoy no tengo ganas de imaginar que escribo.

Prefiero guardarme en el armario.

Y Brambila desliza su ataúd sobre su cuerpo;

dos monjas gráciles se desprenden desde el tejado.

Ya no recuerdo cuando naciste,

las manecillas de silencio se han detenido,

¿recuerdas tú?

 

No recuerdas.

Brambila acabó con todo:

con la soledad cabello de iguanas,

con la endecha descarriada del mediocre;

no creo creer en nada.

Ella abarca la tierra,

los sueños y los días,

y luego se pone a tejer ojos

en la poltrona,

junto a los cálidos leños de  la chimenea.

 

No creo poder creer en algo,

ni en mascaradas de  elefantes,

el bebé nuclear

o el tostador que produce arte.

 

Ni en la alusión

o la constancia de un pensamiento,

vivo pero llagado.

No creo en creer.

Brambila Sur es un espacio que lo abarca todo.

 

Ulisses. 2005.

ESE  OSCURO  PREDADOR  DE  SUEÑOS.

 

 

El tren no para; el almanaque es un verdugo. Quisiera que hoy las calles más que frías estuvieran desiertas. No es posible ¿Te habías fijado que  es septiembre?  Esas luces insolentes lo delatan. Hay afrenta en las luces  intermitentes; hay ofensa en este puto país inventado. Recargo la frente sobre el cristal; soy un rey abatido, un perpetuo profanador de la palabra.

 

En el asiento contiguo, El Tiempo, ataviado de mujer, me compadece.

 

Olvidamos el origen, la estación de partida. Olvidamos que para el amigo una mano es sólo una mano;  y un beso es más que un beso para los enamorados.

 

Las manos se alejan, a los besos se los devora la noche, se los jode. Después nos queda la monotonía y el miedo.

 

Terribles gestos se adivinan tras  la bruma. No son mil ojos, es uno solo. La persistente presencia del paso de las horas. Luego es cierto. El tiempo no perdona.

 

 

Septiembre 04

 

 

 

ÌNDICE LITERARIO:

 

 

 

 

Nota breve del autor………….……………..2

 

 

Territorios……………………………….….3

 

Noche de lobos……………………..…...….28

 

 

 

Vámonos poniendo fúnebres……………..30

 

 

 

La búsqueda del Minotauro……………..46

 

 

El grito……………………………………..47

 

Elegía de domingo…………………………48

 

La agonía del minotauro…………………...49

 

En el aire………….………………………..52

 

La ciudad y los zapatos……………………54

 

Trópico de cáncer………………………….60

 

Brambila sur……………………………….61

 

Ese oscuro predador de sueños…………....64