viernes, 25 de julio de 2014

La médula de Ciudad Juárez: sobre la novela “Corazón de Kaláshnikov, de Alejandro Paéz Varela, por: Ulises Paniagua (Alfaguara, 2014)


La médula de Cd Juárez: sobre la novela “Corazón de Kaláshnikov, de Paéz Varela

por: Ulises Paniagua

(Alfaguara, 2014)

 


 

Ah, sol generoso, desinteresado, apapachador;

sol amoroso de Chihuahua

Alejandro Páez Varela

 

         Ciudad Juárez. Jessica, Violeta y Juanita no tienen nada en común excepto el narcotráfico y la muerte, cadáveres en ácido, prótesis de silicón como evidencia y una ciudad desierta de alegría pero tremendamente vasta en miedo y violencia…Con una voz casi testimonial, Alejandro Páez Varela rinde un himno homenaje a aquellas mujeres que enfrentan el reto de sobrevivir, pero desde una trinchera de rencor, maldad, amargura y odio. También da inicio a un relato…de cómo el norte se ha ido carcomiendo por esa mancha llamada narcotráfico. De esta forma describe la reseña de Alfaguara a la novela que hoy se presenta.

         Dictaba Goethe, por aquellos años, que lo alemán es lo universal. Y tenía razón. Y no se refería, como podría suponerse, a un comentario pro-fascista, a una  apología de la Deutschland que recién se coronó campeona en el Mundial de futbol, sino a una manera particular de comprender la universalidad a través de lo regional. En ese sentido, la experiencia literaria del siglo XX no miente. Los cuentos de Rómulo Gallegos son seductores hasta la saciedad debido a la visión tan suya de las tierras venezolanas y sus costumbres; allí queda, para la posteridad, el cuento El machete, como ejemplo superlativo de su destreza. Juan Rulfo, en México, es un ejemplo contundente de este regionalismo que se traduce en una apreciación internacional, como si en cada país habitara el fantasma de un Pedro Páramo en su propia Comala. William Faulkner y su visión bucólico-violenta americana, no deja respiro al trasmitir el odio de sus personajes hacia cualquier punto de la humanidad; y si de algo puede presumir el éxito comercial de Cien años de Soledad es de que el Gabo García Márquez captó, en el retrato de una familia colombiana de Macondo, las angustias y los mitos que se formulan alrededor de cualquier historia familiar en el planeta.

         Alejandro Páez Varela, en  su novela Corazón de Kaláshnikov, consigue justo eso: retratar de manera fiel la desesperanza, la confusión y la oscura naturalidad de una ciudad fronteriza. Cuando uno piensa en Juárez de los años setentas y ochentas podría remontarse a la idea de aventura sexual y diversión, acompañada de las canciones de Juan Gabriel; norteamericanos y mexicanos conviviendo en un paraíso de sensualidad y armonía. Pero lo peor ya se gestaba; cualquier frontera se vuelve complicada, porque es fácil delinquir en alguno de los dos lados de su línea para regresar al país de origen, sin una orden de arresto de por medio. Aunque en aquellos años, desde luego -y eso lo deja claro el autor en una de sus páginas- Cd. Juárez aún no se había convertido en el gran terror que ahora representa. El caso de Las muertas de Juárez y los violentos ataques de los cárteles no eran noticia del día. Corría mucho menos sangre por sus calles, aunque bastante cocaína. De esos años trata la novela.

         Corazón de Kaláshnikov es un relato crudo de las décadas referidas. Alejandro Páez aborda el tema con maestría, porque lo ha respirado y lo ha vivido. Daniel Sada, uno de los mejores cuentistas contemporáneos, describe de manera excelsa la vida en el norte de nuestro país.  En los personajes de Sada, nacido en Mexicali, la cercanía a la frontera y la dureza del desierto tienen gran influencia. Hay mucho calor, cerveza, burdeles y trabajos rudos en sus historias. Una mujer, entre sus textos, confiesa:  Al decirte que estoy enamorada de ti, lo que en realidad quiero confesarte es que ya no me gusta esta vida de burdel. Quiero que me lleves contigo. Después de Sada la avanzada norteña se convirtió en una realidad. Literatura de alta factura que nos parece mágica por la manera en que describe ese mundo trasfronterizo, ajeno al común de los habitantes; que nos permitió descentralizar la visión hegemónica de la cultura, para mirar con asombro el talento de nuevos autores. Páez Varela podría ser incluido en esa línea, en ese mundo violento y difícil que relata la avanzada norteña; sin embargo, lo caracteriza su sello: la naturalidad. En sus novelas no hay asomos de exageración, no hay historias desorbitantes;  lo que ocurre es un espejo de la realidad juarense, existen las raíces rarámuris, existen los tugurios y el tráfico de drogas, existe el ganarse el pan en oficios sin mucho brillo. Hay existencialismo e identidad. Este detalle de enaltecer los orígenes indígenas, es digno de destacarse. Cito un fragmento: Mi abuela era rarámuri, mi madre también. Ella era muy guapa. Te lo juro. Mi madre. Muy guapa. Mi papá estaba muy enamorado de ella por guapa.

         En Alfaguara, novelas como La Mara, del periodista tamaulipeco Rafael Ramírez Heredia, y Leopardo al sol, de la escritora colombiana Laura Restrepo, abordan el tema de los grupos delincuentes y de la formación de bandas de narcotraficantes y asesinos. Para Páez Varela, seguir esos pasos hubiese resultado fácil y efectista. Sin embargo, el escritor de Chihuahua sostiene, con entereza, la naturalidad de la trama, sin amarillismos. Esa es una de las grandes virtudes de su escritura. El amor hacia su tierra es sincero. Así, en una nota publicada en El Universal, explica: Por otro lado, la verdad es que no me siento con ánimos para pasar por mi ciudad, por Juárez, como he acostumbrado en estos años para estas fechas. La última vez que puse un pie regresé con una enorme depresión; fue hace unos meses. No es fácil soportar el trauma de ver tu hogar en ruinas. Aunque una parte de mis amigos y mi familia está en el exilio, otra sigue allí.

         Como un hombre que conoce su origen, y lo enaltece, el lenguaje en los personajes de la novela viaja de una coloquialidad literaria  hasta la idiosincrasia y los modismos propios de la gente de Chihuahua. Las preocupaciones, por su parte, se expresan a través de los diálogos de los protagonistas:  (Esta coca) es de la que le ponen al Papa en el piso. Se baja a besar el suelo y le da un jalón”; “La gente que cruza a El Paso levanta refrigeradores viejos de las banquetas…y acá, con una buena mano de gato y un par de chicanadas, tienen vida para unos años más”, “Soy puta y quieres salvarme, dijo, y sentí una rasgadura en la camisa, en la carne, en las costillas”. Y valga como último ejemplo este diálogo de Violeta, que resume la importancia del poder en un submundo bravo: “póngale cuarenta y ocho diamantes en las cachas”, exige refiriéndose al arma que quiere ostentar,

         La manera de estructurar la novela es brillante. La historia inicia con el asesinato de una mujer; en la escena del crimen se presenta lo inconexo, no hay pies ni cabeza para explicar el homicidio: un televisor a todo volumen, un disparo a mansalva sin mayor diálogo que medie entre ejecutante y víctima; y una bala que va a parar a la tina de un vecino. A partir de entonces habrá que reconstruir la historia de atrás hacia adelante, hay que buscar en saltos temporales lo que es apenas una sospecha. La novela como un rompecabezas de una cotidianidad sangrienta.

         Volviendo a Sada, el bajacaliforniano comenta, en entrevista: En la novela lo más sobresaliente son los personajes, mientras que en el cuento lo son las situaciones. En una historia larga hay una buena suma de transgresiones, siendo los personajes los propulsores más señeros de las modificaciones o desajustes que inciden en una trama. El autor de Corazón de Kaláshnikov  cumple al pie de la letra los acuerdos tácitos de las convenciones novelescas, los personajes son múltiples y se vuelven el enlace que ayuda a descifrar el enigma: Amado, Jessica, Mario Giancana, Violeta y Juan Cevallos se convierten en el eje que revela a la historia, pero al mismo tiempo son devorados por ella. Juanita y su abuela, en otra vertiente, representan la metáfora de la tierra, la condición de los juarenses de sentirse parte de su origen.

         Esta obra goza de tal manufactura que el propio escritor reconoce que se encuentra entre sus favoritas: Tengo tres libros favoritos, reconoce Páez Varela, uno de ellos es Corazón de Kaláshnikov, que es mi primera novela; en ella se puede advertir quién soy: un tipo debilitado, cansado, vencido. Es probable que Corazón de Kaláshnikov deje algunos cabos sueltos, pero ello, en evidencia, no es una omisión o un descuido del autor; sino que la novela es parte de una trilogía, que incluye El reino de las moscas, y Música para perros, también incluidas en Alfaguara; secuelas que cierran el ciclo y edifican las piezas faltantes de este rompecabezas fronterizo de gran fascinación.

         Hay que completar la lectura de la trilogía para comprender la totalidad de la historia, y sin embargo, cada una de las novelas contiene una trama atractiva, plena de suspenso, que vuelve el libro ágil y lúdico a cada vuelta de página. La prosa de Alejandro Páez Varela es fluida, sin ornamentos, lo que permite al lector involucrarse de lleno en el argumento y los pequeños grandes detalles. Páez Varela se consolida como uno de los narradores más importantes en estos tiempos convulsos. Logra con su pluma hacernos sentir parte de ese mágico y riesgosos universo que lleva por nombre Ciudad Juárez, y nos convierte en habitantes de su encanto y de su más sombría manifestación.

 

 

Ulises Paniagua

25 de julio del 2014

jueves, 24 de julio de 2014

Celebremos La subversión poética de Juan Carlos Castrillón, por: Ulises Paniagua


Celebremos La subversión poética
de Juan Carlos Castrillón
 
por: Ulises Paniagua

 
 

Nadie muere virgen, la vida nos jode a todos

Kurt Cobain

 

         Hace poco se estableció una paradoja en una mesa de taller literario. Se formuló una pregunta que aún permanece en el aire en el lienzo contemporáneo, una gran interrogante: ¿Qué es la vanguardia en la actualidad?

         Cada lapso, que puede variar entre cinco y diez años (giramos más aprisa cada vez), alguna generación poética se ha hecho la misma pregunta.  Es claro que etiquetamos para referenciar, y es sabido que muchos escritores que fueron enmarcados en movimientos de vanguardia apologizaron o rechazaron los calificativos con los que se les condicionó: poetas malditos, dadaístas, surrealistas, estridentistas, beatnik, infrarrealistas: los movimientos son múltiples. Lo que sí es característico de las vanguardias es su filia a marchar a contracorriente, el acto de apostar en sentido inverso al que todos apuestan. André Breton, en una frase memorable, apunta: “La belleza es convulsiva o no es nada en absoluto”. El feísmo de Lautrémont, los coqueteos delincuentes de Burroughs y de Kerouac, el amor enfermo pero apasionado entre Verlaine y Rimbaud, todo ello implica destrucción, l” avant-garde. Las vanguardias derriban sistemas culturales, se pasan la moral y las buenas costumbres por el más oscuro rincón corporal y establecen conceptos en base a su propia rebeldía. Así es como gira el mundo, o no gira. Pero hoy día, con tantos movimientos, con tantas propuestas, uno se pregunta cuál es la salida auténtica en este laberinto atascado de esquizofrénicos bien portados y alienados, entre los estridentes sonidos emergiendo de Locomotoras, gritos, arsenales, telégrafos, donde El amor y la vida son hoy sindicalistas, como lo declara Manuel Maples Arce en uno de sus poemas.

         Cuando se formuló aquella pregunta en la sesión del taller, Juan Carlos Castrillón tuvo, en mi opinión, la respuesta más brillante: la vanguardia de hoy es la contracultura.

         Y qué mejor representante que un libro contracultural como La subversión poética del rock. En este libro (publicado en el 2014, por Sediento Ediciones) el propio planteamiento es subversivo. En su forma parece sencillo, pero en su fondo es demoledor: el autor se atreve a emparentar la poesía de las célebres y no tan célebres estrellas de rock norteamericano con la poesía latinoamericana de César vallejo o de Rubén Darío, con la sedición metafórica de Federico García Lorca, e incluso con las retorcidas complejidades de James Joyce, Anne Sexton, y de Maiacovski. El salto es arriesgado, pero genial; y en el fondo, evidente. La transgresión es una cualidad de los grandes pensadores, de las mujeres y de los hombres que han permitido que este mundo timorato evolucione. Elena Garro, en sus Memorias de España 1937, apunta que cuando pregunta a Silvestre Revueltas cómo es el manifiesto comunista, y éste le explica en qué consiste, Garro no puede evitar comparar las ideas establecidas en ese libro con el Discurso de la edad de oro, de Miguel de Cervantes Saavedra, contenido en El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. La transgresión ha existido siempre. Y las influencias clásicas son más poderosas de lo que el común de la gente podría pensar; por ejemplo, William Burroughs colaboró de manera personal en la letra de una de las canciones de Kurt Cobain; y es un hecho conocido que Jim Morrison bautizó a la banda que conformó junto a Ray Manzarek, The Doors, influenciado por una frase de William Blake: Si las puertas de la percepción se purificaran todo se le aparecería al hombre como es, infinito. Así puede verse a la poesía trastocando al miocardio de la cultura pop.

         La subversión poética del rock es una apuesta por los nuevos poetas malditos. Se trata de un libro que funciona a tres niveles: en un primer nivel, contiene las letras de las canciones en su idioma original, el inglés, y su versión en español; en un segundo nivel, incluye un pequeño estudio biográfico de cada uno de los letristas-poetas incluidos, detallando datos ácidos, irónicos e ideológicos de sus vidas, que confirman su paso a contrasentido por el planeta. En el tercer y último de los niveles, los letristas-poetas seleccionados y las canciones-poema que fueron escogidas, nos muestran un mundo infectado, en franco contagio de deshumanización y pérdida de la compasión hacia los otros, hacia el reconocimiento a los demás: la podredumbre que el capitalismo se ha encargado de llevar a su más alto punto de descomposición. Como bien lo menciona Leonard Cohen a través de una de sus canciones: I”ve seen the future, brother: it is murder (He visto el futuro, hermano: es el asesinato). Así el libro se convierte en un manifiesto extraído de una idea colectiva desde los sesentas hasta hoy en día; como el propio Castrillón menciona en el prólogo de su libro: Desde los inicios del rock and roll, las letras de las canciones han tenido un papel relevante. Lo que se dice y cómo se dice están intrínsecamente asociados.

            En una cita contenida por esta antología, Jim Morrison declara: Nada más puede sobrevivir a un holocausto, excepto la poesía y las canciones. Así, el acto poético transmuta en libertad, se vuelve la anhelada Redemption song (Canción de redención) con la que soñó Bob Marley entre grandes y pacíficas bocanadas de marihuana, entre la verdad develada a través de la cultura y la religión rastafari. El oficio del poeta es revelar la perdición, el desencanto, a la manera de los románticos y sus muertes trágicas pero llevando sus propias vidas a la interpretación del símbolo. Los poetas-cantantes se autodestruyen; incapaces de generar violencia hacia la sociedad a causa de sus grandes y lúcidos sueños pacifistas se internan en un mar de desesperanza y desesperación que los convierte en mártires inconscientes de este mundo jodido y asqueroso: suicidios, alcohol, drogas, incomprensión, intentos de homicidio, intentos de matricidio; el mundo es una mierda y ellos, los malditos y proscritos, se encargan de hacérnoslo saber, aún a pesar de su profundo dolor. Anne Sexton escribe en uno de sus poemas: Pero los suicidas poseen un lenguaje especial / Al igual que carpinteros, quieren saber con qué herramientas / Nunca preguntan por qué construir.

         En La subversión poética del rock encontramos figuras icónicas muy reconocidas, y otras tantas que sólo podrían ser incluidas gracias a la mirada ácida y crítica del recopilador y traductor, y gracias también a su profundo conocimiento sobre contracultura. Así, desfilan por las páginas nombres tan importantes como los del norteamericano Bob Dylan (quien nos habla de Dignidad), el canadiense de culto, Leonard Cohen, quien presiente un futuro terrible para la especie; el Rey lagarto, que nos propone despertar de esta amarga pesadilla impersonal; Lou Reed, quien nos conduce a través de un sucio boulevard que podría pertenecer a cualquier barrio europeo, latinoamericano o asiático o del propio Bronx, donde se aloja la miseria y el desencanto;  Neil Young intentará hacerte cambiar de parecer, e influirá de manera lapidatoria en el destino de Kurt Cobain, pues a través de sus letras y sus actos,  la estrella de Nirvana comprenderá que es mejor extinguirse que irse desvaneciendo. La lista es interminable, tenemos allí al héroe de la clase trabajadora, John Lennon, de quien se rumora fue asesinado por cuestiones políticas encubiertas bajo la locura de un fan; ingresa a la lista John Trudell, un hombre de sangre india, un líder piel roja cuya lucha contra el sistema padeció en el momento en el que quemaron vivas, dentro de su casa, a su suegra, a su esposa y a su hija, en un acto vil y salvaje; encontramos a Bob Marley y a Sting, a Nick Cave y a Tom Waits; y a quien es considerado en gran medida el padre del rap y del hip hop, al experimentar por medio de la voz y la poesía, es decir, a través del spoken world y llevando un beat básico en piezas de gran manufactura -donde se intuye el alma afroamericana e incluso el orgullo en defensa de los latinos que habitan en Estados Unidos-. Hablamos de Gil Scott Heron, y de su poema-canción A poem for José Campos Torres. Pieza fundacional del movimiento chicano-mexicano que continuará años más tarde César Chávez en busca de la reivindicación de los derechos de los ilegales en tierras norteamericanas, esta canción ahonda en el tema de la injusticia por motivos raciales. La letra supura sinceridad: Había dicho que ya no iba a escribir más poemas como éste / Me había confesado a mí mismo largamente / trazadora de vida / tendencia poética, esa conciencia / poemas de conciencia que gritaran de dolor…

         La antología La subversión poética del rock es una gran experiencia, en especial por la carga mental, el contenido luminoso que cercena las telarañas de la conciencia, que abre puertas hacia el mundo underground que se gestó a través de las figuras de la música rock, alternativa y progresiva de los años 60”s hasta los 90”s, donde las inquietudes contra un sistema avasallante, la consigna del amor y de la paz y la reivindicación de los derechos humanos no se esfumaron en un sueño beat, padre de los hippies, padre de los hípster. Por el contrario, la música se convirtió en vehículo, en pretexto e instrumento de la rebelión de una juventud pensante, cuya violencia fue y sigue siendo una respuesta a la asfixia social que se debe cuestionar y combatir siempre. Una afirmación es segura: en esta antología no se encontrará músicos de plástico, porquerías transmitidas a través del MTV de los años recientes, chicas y galanes en un estudio repleto de dólares donde lo snob y lo ligth predominan más como una consigna gubernamental, que como una respuesta natural de una juventud que quiere trascender a través de su conciencia.

         Esa rebeldía, que mucho tiene de maldita para quien incomoda o le representa un puñetazo a media nariz, es la luz entre el pozo, la alcantarilla maloliente que nos recuerda que seguimos siendo una raza de asesinos; y por lo tanto, se vuelve conciencia de una especie, proyección de un mejor futuro posible. El libro de Juan Carlos Castrillón es sin duda una posibilidad de libertad en una mar de mierda contemporánea. Un libro más que recomendable, indispensable para los poetas que en verdad sangran, respiran, y tienen mucho qué decir acerca del mundo, para aquellos fanáticos de la música de culto, y para cualquier joven que desee internarse en un universo alterno al que las grandes corporaciones le han tratado de imponer. En buena hora nos llega la subversión, atrevámonos a purificarnos a través de sus llamas. Como lo ha dejado claro la banda The Clash a través de la letra de Know your rights: Yo digo, conoce tus derechos / los tres que tienes /…Tienes derecho a no ser asesinado /…Tienes derecho a proveerte de dinero para alimentarte /…Tienes derecho a libre expresión  / Conoce tus derechos, estos son tus derechos / Suficiente. Bueno… / Sal a las calles / Salgamos a las calles / Corramos.

 

 

Ulises Paniagua

Centro Cultural José Martí, 22 de julio del 2014
 
 
 
 
 
 

Ulises Paniagua: sobre el libro Diecinueve plegarias y un credo…según la carne, de Martha Leticia Martínez de León


Diecinueve plegarias y un credo…según la carne, ó

“Las delicias de Martínez de León: de lo erótico a lo sagrado”

 por: Ulises Paniagua
 
 
 

Me borro en el sudor del cruce de mis muslos

cuando imagino que mis cuatro labios

derrocan tu sacramento

Martha Leticia Martínez de León

 

 

Ya toda me entregué y di

Santa Teresa de Jesús

 

         La carne es impaciente, la carne es irreprimible, el deseo es una marejada salvaje que invade los muslos o que canta a gemidos, muy despacio, a través de nuestros tímpanos. De cualquier manera, seduce.

         Se rumora a gritos que hay que hablar de amor y deseo mientras nos queden labios con qué besar, y ello es cierto, porque lo erótico es un asunto que atañe al espíritu liberado. Nada más cercano a la libertad que un orgasmo, floración de emociones, inquietudes, angustias o alegrías a través del delicioso oficio del cuerpo ¿De qué otra manera podríamos expresar nuestra pasión, nuestro deseo, amoroso o no amoroso? La comunión de cuerpos, más allá de lo que pudiera creerse, encuentra un cauce sagrado cuando lo carnal se convierte en instrumento de plenitud.

         En los poemas árabes, en la filosofía sufi o sufí, encontramos la sacralidad en el encuentro del acto sexual, en el deleite con la amada. Para la cultura del Medio Oriente, tan cercana al budismo y otras influencias en aquellos años, el acercamiento se comprendía como un acto natural, ajeno a lo pudoroso, donde se conjugaban los sentidos y los afectos. No es una casualidad que un libro como el Kama Sutra pudiera nacer lejos de influencias cristianas del Medioevo, del Concilio de Trento  y de los pudores impuestos a los habitantes de la América sojuzgada. Habría que preguntar a la Historia de Medio Oriente qué fue lo que ocurrió con aquellas maravillosas ideas, y el cómo una sociedad culminó en ese fundamentalismo aberrante, que no permite a las mujeres de hoy expresar la belleza a través de su desnudez, mínima o plena. Entre los años 1050 y 1122 d.c., Omar Khayyam, poeta sufí, escribe: tu boca, esta noche, / es la rosa / más bella / del mundo / escancia vino / que sea carmín / como tus mejillas / y haga leves / mis remordimientos / como ligeros son tus bucles. Otro autor que funciona como un magnífico ejemplo de este oleaje sufi que ondea entre la concupiscencia y la espiritualidad, es Ibn Al Mahad, poeta sólo traducido al español por el uruguayo Saúl Ibargoyen. Dice Al-Mahad, a través de la versión al español: Esta noche en mi tienda he viajado / por fuera y por dentro / de las formas tangibles de la amada. / No diré sus primeros nombres: / ella duerme ahora entre olores sosegados. Y luego escribe, en otro poema: No ames a la amada / solamente con las caricias de la piel / porque entonces tu práctica de amor / obtendrá nada más / que un placer sin fe.

         En la tradición cristiana y católica, los ejemplos del erotismo son múltiples. Como Eve Gil comenta en el preámbulo del presente poemario, ¿Puede alguien negar que las páginas más lúbricas jamás escritas se localizan en los libros sagrados, sin importar a qué religión estén dirigidas? Así, en el libro que en hebreo lleva por nombre Shir Hashinm, es decir, El Cantar por excelencia, mejor conocido de manera popular como El Cantar de los cantares, leemos y percibimos una apología a las artes amatorias, ese sano equilibrio entre el espíritu de quien ama a Dios y ama a su mujer o a su hombre con el frenesí de la carne, al mismo tiempo. Se trata de un erotismo delicado, pero no por ello menos intenso.  Cito un fragmento de este libro: Y el aroma de tus perfumes / es mejor que el de todos los bálsamos. / Miel virgen destilan tus labios/ miel y leche hay bajo tu lengua; y el perfume de tus vestidos es como aroma de incienso. / Eres jardín cercado, hermana mía, esposa fuente sellada.

         Es sabida la ardorosa pasión con la que Santa Teresa de Jesús se asió al cuerpo de su Cristo con el fervor de la más entregada amante; situación que también experimentó San Juan de la Cruz en un éxtasis religioso que bien podría culminar en el orgasmo místico. Cito a San Juan de la Cruz, en su poema Noche oscura: ¡Oh noche que guiaste! ¡Oh noche amable más que la alborada: / oh noche que juntaste / Amado con Amada…/ En mi pecho florido, / que entero para él sólo se guardaba, / allí quedó dormido, / y yo le regalaba, / y el ventalle de cedros aire daba. / El aire de la almena, / cuando yo sus cabellos esparcía, / con su mano serena / en mi cuello hería, / y todos mis sentidos suspendía.

         Estudiado por George Bataille, el fenómeno de lo sagrado cobra dimensiones eróticas. El éxtasis se presenta como el hilo conductor entre la carne y lo sacro, la experiencia llevada a dimensiones extrasensoriales.  En su libro Las lágrimas de Eros, Bataille encuentra esa oscura y profunda similitud entre la expresión de las Vírgenes de catedrales y templos, con respecto a los rostros de mujeres en el clímax sensual, una mezcla suprema entre dolor y placer, aquello que de manera vulgar ha dado por llamarse una muerte chiquita.  En adición, encuentra en el rostro de los mártires católicos, como San Sebastián, el goce sensual que se experimenta al alcanzar la culminación de un encuentro amatorio. El dolor, lo religioso y el placer, van de la mano. Esa ardorosa pasión hacia Dios y hacia Cristo y su sangrienta oscuridad, son llevadas por Martha Leticia Martínez de León al cenit de lo sensual. Cito a la autora: lamo tu nombre para borrar una a una Tus heridas / No te conozco  / pero te reconocen en cada sonrisa / mis manos te tocan / Tu esencia me asfixia / me desnudo, Te toco / palpita mi sexo / me toco / No hay placer / descubro la vida  / entiendo la historia / me duele Tu muerte / dejo que Tu sangre / caiga…

         La carne es libre, se rige bajo una voluntad particular. Esto explicaría el concepto Kata sarká, y el por qué de su presencia en el título del libro reseñado. Pablo A. Jiménez, comenta acerca del concepto Kata Sarká: La vida de quien no ha sido liberado del poder de la muerte no es un fenómeno de la naturaleza, sino de la vida del que se esfuerza, del yo que quiere, que se proyecta siempre hacia algo, que se halla siempre ante sus posibilidades, y, en concreto, ante las posibilidades fundamentales de vivir «según la carne» ("kata sarká")…es decir, de vivir para sí mismo y para Dios.

         La poesía de Martínez de León remite sin duda a la poética de las grandes escritoras y mujeres que vivieron un auge combativo entre los años sesentas y setentas del siglo XX, autoras como Sylvia Plath y Anne Sexton, consideradas estandartes en el movimiento de emancipación femenina en el vecino país del norte. Mujeres preclaras, inteligentes, dispuestas a morir antes que entregarse a las reglas de un mundo determinado por el chauvinismo autoritario. En México, Rosario Castellanos representa a la mujer de alto intelecto y libertad de pensamiento (podríamos emparentarla con Sor Juana Inés de la Cruz, por su influencia y su valor literario). Valiente, existencial, evidentemente influida al igual que las autoras norteamericanas por el movimiento parisino encabezado por Simone de Beauvoir, se rebela ante el hecho de comprenderse una hija de segunda, ensombrecida por la figura de su hermano, el favorito de su madre. Así comienza a escribir. Escribo porque  yo, un día, adolescente, / me incliné ante un espejo y no había nadie, confiesa Castellanos.

         El gran problema radica en la concepción chauvinista de un creador, en la representación humanoide de un Dios en evidencia inventado por el género masculino. Ese tipo barbón, con facha de leñador y gesto adusto que nada sabe del clítoris y sus murmullos, que no ha aprendido a apreciar la superlativa sensibilidad del cuerpo femenino. Si Dios fuese mujer en las convenciones humanas, otra sería la historia. Tal vez en años cercanos se llegue a derribar el dogma donde la mujer permanece en segundo término, ese fundamentalismo de género. Es harto probable que se llegue a la convención andrógina de un ser supremo. Llamémosle La Dios; o El Diosa. Aún con ello, esta absurda libación ante un Dios macho expone una culpa injustificada en el género femenino, afectado por los convencionalismos. Así lo deja saber Martha Leticia Martínez a través de sus versos: Mi cuerpo se parece al de María / María madre / María esposa  / Virgen María. / Su alma no se parece a la mía / mujer lenta,  / mujer puta,  / mujer lenta / mente / puta. / El vacío de mi vientre no engendra vida y sangra  / el vacío de su vientre engendró vida / y una corona de espinas lo desangra.  Como protesta, la mujer recurre a su erotismo y su delicadeza para sentirse plena, para cantar a gritos lo que le ha sido velado durante siglos, de manera social; y durante años, de forma doméstica. Hombre de Dios / creación del polvo y del barro / donde Marduk no forjó su lecho / y Lilith cegó su mirada, anuncia a manera de protesta Martha Leticia Martínez. El orgasmo estalla en gemidos suaves, en la ars erótica que siempre he considerado la más profunda, la obsequiada por la mujer. Así, Anne Sexton nos comparte, a través de uno de sus poemas: De noche, sola, me caso con la cama. / Dedo a dedo, ahora es mía... / La taño como a una campana. / Me detengo en la glorieta donde solías montarla. / Me hiciste tuya sobre el edredón floreado. / De noche, sola, me caso con la cama. / Toma, por ejemplo, esta noche, amor mío, / en la que cada pareja mezcla / con un revolcón conjunto, debajo, arriba, / el abundante par en espuma y pluma… / Me despliego. Crucifico. / Mi pequeña ciruela, la llamabas. Rosario Castellanos, por su parte, se entrega: Tu sabor se anticipa entre las uvas / que lentamente ceden a la lengua/ comunicando azúcares íntimos y selectos. / Tu presencia es el júbilo. / Cuando partes, arrasas jardines y transformas / la feliz somnolencia de la tórtola / en una fiera expectación de galgos. / Y, amor, cuando regresas / el ánimo turbado te presiente / como los ciervos jóvenes la vecindad del agua. Rosario Castellanos transgrede, también, en su poema titulado Ninfomanía, al describirnos la escena metafórica de una felación:  Te tuve entre mis manos: / la humanidad entera en una nuez. / ¡Qué cáscara tan dura y tan rugosa! / Y, adentro, el simulacro / de los dos hemisferios cerebrales / que, obviamente, no aspiran a operar / sino a ser devorados, alabados / por ese sabor neutro, tan insatisfactorio / que exige, al infinito, una vez y otra y otra, que se vuelva a probar. Martínez de León se interna en el transgresor concepto de la felatio y el asunto de los tríos sexuales, pero lo lleva a niveles extremos, en una apuesta total: Me acuesto con tres hombres / y con ello me lleno de espinas / en una atardecer sin hora non…Y más adelante, publica: Te imagino desnudo bajo el manto de un Templo…/ y ante mi apostasía / las vestiduras se rasgan / las telas caen / devuelvo tu resurrección / en la crucifixión de mi boca / en el centro de tus piernas.

         Siglos clásicos convulsionados por el erotismo místico (el único autorizado en aquellas herméticas albas). Un siglo XX enardecido por la rebeldía femenina; y hoy en día, en México y en pleno siglo XXI, la frescura en la voz poética de Martha Leticia Martínez de León, a través de sus Diecinueve plegarias y un credo…según la carne (kata sarká). Un libro provocador, sin lugar a dudas, de un erotismo inteligente. La virtud de la autora es hallar esa manera directa en que se aborda la relación erótica-mística, sin tapujos, como un encuentro duro y extremo en su propia delicadeza. La sexualidad femenina al infinito. La mujer-carne, sin calificativos demoniacos o puritanos: la mujer sensual y madura en su esplendor. Confiesa la autora: desde lejos te comulgo  / y desde lejos me humedeces…/ y desde este cruce de piernas / te rezo / y es mi penitencia / dejar un río de orgasmos solitarios. Más adelante, en otro de sus poemas, se desborda en una herejía que estalla a voces: confesor cómplice de la humanidad de Cristo  / sacerdote de Dios, / Dios Yahvé / el verdugo de Eva / el esposo de María / el Padre de esta mujer que desea escribir / sobre los labios de su profeta.

         Luego recalca en la sabrosa sensualidad prohibida: Mujer de pecado / Cristo sobre Eva / Gracia en el clítoris de Lilith / hoy tan mío / y tan hambriento de tu hostia.

         Para llegar a la concepción de Diecinueve plegarias y un credo..según la carne, habría que brincar de un polo hasta su opuesto. Esto es, desde la religiosidad del Vaticano hasta la conculcación más febril. Lo más rico en la poesía de Martínez de León, es que cada quien encuentra lo que pretende buscar: un horror mocho y persignado, una afrenta a los dogmas de la Iglesia Católica, una fabulosa invitación al más sensual de los convites, o la liberación de la mujer a través del espíritu del clítoris. Toda interpretación es válida cuando se trata de un discurso poético. Sólo mencionaremos aquí, a manera de apunte, el surgimiento dentro del propio catolicismo de una Teología de la carne, una de las ramas en el estudio religioso dentro del propio reino apostólico-romano, donde se establece la apertura a la sensualidad humana, basándose en las propias interpretaciones de la fe.  "No hay nada más opuesto -dice el Cardenal Angelo Scola- al Dios cristiano y al Dios de la Biblia que una religiosidad espiritualoide y abstracta, que no toma en serio el método de la encarnación con que la misma Trinidad ha querido comunicarse a nosotros en Jesuscristo".

         Así, herejía o religiosidad, clandestinidad o mística, la experiencia de los cuerpos transgrede los límites materiales. Entonces, amémonos en el camastro, bajo el crucifijo, amémonos bajo la sombra de los cipreses, entre la paz del campo, en medio de la condena de los mismos infiernos surgidos desde La Divina Comedia, o en la opulencia de El Paraíso perdido de John Milton, amémonos de cualquier modo, como se quiera o se pueda, en el mismo confesionario, pero no dejemos de construir aquello tan sagrado a lo que Martha Leticia Martínez de León nos invita, a través de la transgresión espiritual y un par de guiños entre tatuajes y ligueros, desde sus húmedas Diecinueve plegarias y un credo…según la carne. Amén.

Ulises Paniagua

24 de julio del 2014
 
 
 
 

Prólogo de Saúl Ibargoyen al poemario Guardián de las Horas, de Ulises Paniagua


El círculo imperfecto
Prólogo al poemario Guardián de las Horas, de Ulises Paniagua
 
 
por Saúl Ibargoyen

 

Esta presentación –tal vez innecesaria- de Guardián de las Horas del narrador y poeta Ulises Paniagua, se apoya en una línea con que el autor concluye uno de sus poemas. Se trata, claro, de un oxímoron que parece resumir la propuesta genérica del libro. Trataremos de encarar nuestro texto en función de esa premisa, sugiriendo una relación de ese verso con el poema inicial, donde se traza una figura geométrico-poética, “El cubo”.

         Pero según la reflexión que el conjunto del libro ha despertado en nosotros, como meros lectores comprometidos con lo leído, la visión de la realidad que el hablante lírico ofrece es, obviamente, más rica, abundante  y compleja que una distorsionada analogía. Además, la visión en cuatro partes con sus respectivos títulos ayuda, por un lado, a la representación de esa realidad, y por otro, intenta ordenar a la misma escritura, pues hay mucho para cantar y contar, recordar y olvidar, construir y destruir.

         Pero, ¿hasta dónde llega el poder simbólico de la verbalización creativa, es decir, poética? El abordaje temático, entonces, se pone a prueba  por avidez de asuntos de los externo pero aún más de lo interno. Difícil es trazar esa frontera que en apariencia los divide. Es probable que la misma verba poética sea esa sin frontera, frontera móvil, respirada, recogida de otras resonancias, de otros ecos históricos, de otras dimensiones del inconsciente: el personal y el colectivo.

         Sería fácil incluir a Guardián de las horas en las corrientes poéticas de hoy, en lengua española; ser moderno o posmoderno también se ha vuelto fácil. A veces pensamos que hasta se escribe bajo receta posmo, para que el poeta que sea no quede excluido de esa bolsa adonde todo cabe. Pero el hablante, o sea, el avatar de Ulises Paniagua, utiliza las frecuencias de la modernidad –en sentido general- para cuestionar a esa misma modernidad; juego dialéctico que da fuerza y claridad a este libro.

         Para ensanchar lo dicho: aquí podemos apreciar tonos protestatarios, referencias a autores tan alejados (Ibn Arabi, Mahmud Darwish) como cercanos (J.P. Sartre, explícitamente, pero hay otros sugeridos entre versos) en tiempo y sensibilidad, autocuestionamiento respecto al lugar del autor implícito  en un mundo injusto y brutal, actualización del añejo tópico del viaje, soslayamiento contradictorio de los subjetivo en función de lo comunitario, inclusividad desde lo íntimo, sospecha confirmada de impermanencia cósmica, erotismo espiritualizado, rechazo de grisuras y rutinas cotidianas, tratamiento de lo desagradable e impuro del mundo, presentimiento de otras dimensiones de la realidad que la especie humana tendría por destino alcanzar, aproximación a la poesía en cuanto a sustancia iluminante, certeza de que la verba poética siempre significa algo diferente de lo que expresa: de ahí su imposible aprehensión, o sea, su impermanencia entretejida con la movilidad y el imposible silencio de todo lo que existe.

         No entendemos de necesidad extendernos con relación a la escritura. En ella hay ritmos adecuados a la intención expresiva, elaboración metafórica de indudable altura, adjetivaciones sorpresivas, asociaciones por oposición o por analogía, manejo de una amplia variedad versal, apelación a poemas de cierta extensión sin que el impulso decaiga, sino que se afirma en el discurrir del discurso. (“Plan de vuelo”, “Parvada 9 a.m., p. ej.), zoologización de lo humano (cuervos, oseznos) que podríamos vincular con el Conde de Lautréamont, descripción de la sociedad variopinta y alienada por la era capitalista, en el sentido peyorativo que se le confiere desde el Romanticismo.

         Entendemos, pues, que con este libro Ulises Paniagua se afirma en búsquedas y hallazgos que serán sin duda ratificados con nuevas aportaciones.

 

 

Saúl Ibargoyen

Ciudad de México, febrero 2012

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Patibulario de Ulises Paniagua, por Guillermo Samperio



por Guillermo Samperio

 
En la recolección de cuentos que aquí encontramos, Ulises Paniagua nos muestra, en menos de 100 páginas, diferentes habilidades que logran hilarse para conseguir un efecto literario único y exquisito. Lo primero que se hace notable en su literatura es una impresión a primera vista de inocente cotidianeidad. El móvil siempre lo es, ya sea una invitación, una ida a un estadio, un toque a la puerta, o una abeja volando cerca de una persona; así, la lectura de sus cuentos se desencadena desde los más simples puntos y crecen como ola que arroja sobre nosotros la vasta cantidad de elementos que poseen.

Por ello, la escritura de Paniagua se encuentra en un lindero, no porque sea un espacio de tierra entre dos terrenos, en absoluto no. Es en dos maneras: su composición y el libro objeto que aquí se presenta. La conjunción encontrada entre la palabra tejida y gráfica través de la fuente recién salida de la imprenta desvaría y goza de convivir su lugar escrito con los dibujos que muestran una danza de movimientos alrededor de las hojas de Patibulario. El linde de este libro, confeccionado de manera cuidadosa, no es sólo que las imágenes adornen un libro. Afirmarlo así sería delegarlo al rubro reservado para los libros de arte que tanto gustan sacar cuando hay una exposición renombrada en un recinto cultural y la realidad no podría estar más alejada.

Los lindes colaboran, representan y se aclaran entre ellos. La imagen habla por sí misma en una poética única y sincera en su propósito; el texto acompaña su intención y toma iniciativa por su parte. Sea darnos la idea de prontitud e imposibilidad de una boda, o remarcarnos figuras exultantes, o la mirada de la que nos gustaría enamorarnos y perder el sentimiento dentro de un irreconocible mar de letras. La imagen hace más nítido al texto, el texto hila los muchos trazos de las imágenes y así las dos se distienden con vida doble en la mente del lector. El propósito de este libro-objeto no puede ser mejor logrado que al reconocer este modo de concreción al realizar su lectura en cuentos como “La vida me visita” y “Un domingo en el estadio”.

Parecerá cosa nimia mencionar las características pictóricas de un libro, pero la realidad es que este libro-objeto y su realidad interesan en esta época mucho más que nunca. Con la venida de la carrera informática y su multitud de programas y dispositivos para almacenar textos, el libro-objeto que se contiene y complementa a sí mismo dentro de sus páginas, sin ceder ante los mecanismos vistosos o materiales, muestra la capacidad de las letras para pervivir y nos lleva a la segunda característica, o lindero, para regresar al principio de este texto de Panigua: la innovación y el mecanismo contenido.

Al entrar en el siguiente lindero de Panigua, el de su lenguaje, podemos encontrar su reconocimiento a los llamados clásicos y/o figuras canónicas. Pero su relación no es una simple mención o un epígrafe que sirve para hacer a un cuento sonar de manera rimbombante y erudita, no. La relación del autor comienza por el del sincero reconocimiento de sus arquetipos, pero no sólo de la imagen mediática de ellos sino de su poética. La elección del epígrafe, o su reconocimiento en sus cuentos, están acompañados de una fuerza de reconocimiento, de una anagnórisis o intenación extraña que permite ver en lo abstracto a un autor en forma de huevo que nace y extiende sus yemas hacia la metáfora de preferencia que sean los autores reconocidos de forma universal. Vemos desfilar a figuras tan clásicas como Beckett, o tan reconocidas como García Márquez y Roa Bastos. Mas no son simples armatostes, sino personajes activos de los cuentos de Paniagua.

El siguiente hecho de autor rememorado y cerrado en el lenguaje de Paniagua es la escritura tributo que sigue después del ejercicio antes ilustrado. Como un bloque de hielo que surge después de permanecer en el fondo, la escritura del autor flota por los mares y exuda de manera pura, límpida y primigenia en su más pura esencia de los titanes dados antes.

Lo anterior conlleva el nivel del propósito de innovación que se maneja atemperado y sutil. Cada uno de los cuentos posee su propio nivel, sea la narración en segunda persona,  la unión fortuita de adjetivos, es un ejercicio localizable a primera vista que se robustece en medida de que se lee cada cuento y se observa como algo acabado. Se contiene en sí mismo y es capaz de crear una coherencia que nunca se desborda ni parece de mal gusto o con adornamiento excesivo.

La retención también se muestra en el manejo de personajes. Con palabras y diálogos, el personaje muestra señas de vida y personalidad propia. No dejan ser manipulados en una obra de sombras chinescas ni son arrastrados por la corriente desastrosa de la historia, sino que logran vivir en ella y transponerla. La labor de caracterizar personajes es algo subestimado, pero de difícil realización en cualquier arte o expresión; y Panigua no tiene problema para lograrlo.

Sin mencionar más, la poética ilustrada se trastoca de manera impresionante y  un buen tanto macabra al mezclarse con el simple móvil que se muestra al principio de la mayoría de los cuentos de Patíbulo. Mencionarlo es asesinar el propósito pero es inolvidable.  

Los cuentos de Patibulario son, como se pronunció al principio, parte de un lindero severo de formas y efectos. Formando no en un terreno dividido, debido a las toscas líneas aradas por un buey ayuntado, sino labrándose con lentitud en cada texto de manera particular con múltiples efectos que ya se han indicado. El libro es un geométrico respiro de agua que toma forma.

La forma que toma poco a poco es el ya mencionado bloque de hielo. Repleto por todo su cuerpo de la materia que nos da la impresión de una joya valiosa. Un bloque de hielo transparente y pulido. Un hálito de reflejos encontrados y discernibles con hermosa claridad.

Reuniones de características tan disímiles y fácilmente oponibles son insalvables para ciertos autores pero Patibulario lo logra y entrega un volumen de cuentos listo para aportar a la literatura en diferentes niveles: al lector y a la literatura.  No queda más que abstraerse en la densa y gélida escritura de Paniagua y dejar soltar de vez en cuando un hálito de sentimiento escabroso rodeado de hielo cristalizado de denso sentimiento.

 

                                                                                          Guillermo Samperio.

 

Prólogo de Glafira Rocha a "Historias de la ruina" de Ulises Paniagua

 
Prólogo de Glafira Rocha a "Historias de la ruina" de Ulises Paniagua
(Sediento Ediciones, México, 2013)
 

Imagen: Glafira Rocha, escritora y dramaturga mexicana

Una ruina implica destrucción, un proceso de decadencia, son los restos de un todo que quedó fragmentado por el olvido. La ruina es el abandono del sí mismo, el despojo del ser que no encuentra su lugar en el mundo. Historias de la ruina nos lleva a un universo donde sus personajes deambulan entre lo que fueron y lo que desean ser, caminan por los fragmentos de un edificio que quedó derruido por el tiempo, por una estructura que no tiene forma exacta porque aún se está reconstruyendo. Estimado lector audaz, estás entrando en una dimensión que tal vez te llevará a las reminiscencias de ti mismo.

Ulises Paniagua, es, además de un literato, un arquitecto de profesión, es decir, que conoce cómo se le da vida a una construcción y cómo devolverle una nueva estética a aquella edificación que se perdió en el abandono. Esta habilidad es notoria en cada uno de los cuentos. Inicia con “Juguete chino” que funge como un instructivo, el cual indica que, como en Las mil y una noches, un cuento se hila con otro hasta regresar de nuevo al principio, donde el inicio no será el mismo pues ya se tiene la experiencia de la primera vuelta. Esta travesía literaria  se mezcla entre la voz en primera persona y entre el narrador omnisciente que cree que todo lo sabe, pero en realidad los personajes lo engañan al ocultar secretos. Esto se puede ver en “Para domar las furias” donde el personaje, un ingeniero en una obra en construcción, sucumbe a la fantasía de sus trabajadores, a las leyendas, que como símbolos nos persiguen y nos atrapan en el momento en el que creemos en ellas.

En cada uno de los cuentos de Historias de la ruina, podremos encontrar a un ser que se tambalea entre lo que es y lo debe ser e intenta salir de una vida inauténtica. El filósofo Martin Heidegger, decía que la existencia auténtica es como el llamamiento de la Conciencia, que comprende al silencio y a la angustia en sus más extremas posibilidades, y sus posibilidades consisten en ver su nada. Este ser auténtico es un modo privilegiado del conocimiento. Sólo en este modo es que se ve la verdad, porque la define, sólo en él se ve la perfecta transparencia de estar consigo mismo, a diferencia de la vida ordinaria, la inauténtica, que se establece y se mueve en la no-verdad, sin embargo, es en esa no-verdad donde aprendemos y aprehendemos el camino para llegar a casa, es decir, hacia nuestra existencia apropiada. En este libro que tienes en tus manos, excelente lector que subraya y hace anotaciones, lo anterior se traslada a una serie de voces que se descubren sometidas al devenir de la costumbre y buscan una salida. En “Historia del desasosiego” aparece la siguiente frase que funge como la esencia del libro: “Enfrentarse es destruir la imagen que se tiene de sí mismo, desatar los lobos de la conciencia, desplomarse desde un cenit indomable”. En el cuento “La rampa”, Ulises dice: “No hay nada seguro en este mundo excepto la conciencia de que podemos desprendernos a través de historias resguardadas bajo capas de otras historias”. Cada personaje está en una indagación hacia sí mismo, porque es desde ahí donde podrá reconocerse. Esto nos recuerda a Julio Cortázar, quien en sus cuentos mostraba las capas externas de una narración, cuyo fondo es en realidad lo que provoca en el lector una sacudida estructural. Eso que no está dicho, pero que está ahí, aquello que es lo que nos lleva a continuar inmiscuido en una lectura que trastoca a la expresión, porque no está encaminada a la parte consciente del hombre, sino a un nivel más hondo que se sitúa en un inconsciente que se expresa a través del lenguaje cifrado, en poesía. El mismo Cortázar lo menciona claramente en Rayuela, capítulo 62: “así, al margen de las conductas sociales, podría sospecharse una interacción de otra naturaleza, un billar que algunos individuos suscitan o padecen, un drama sin Edipos, sin Rastignacs, sin Fedras, drama impersonal en la medida en que la conciencia y las pasiones de los personajes no se ven comprometidas más que a posteriori. Como si los niveles subliminales fueran los que atan y desatan el ovillo del grupo comprometido en el drama”.

Historia de la ruina, querido lector macho (Cortázar) une una historia con otra a través de pequeños guiños, que nos indican que cada elemento se relaciona con otro para formar la unidad, una singular narración que con toda libertad puede prestarse, incluso, a sus personajes, sin necesidad de que esto implique que por sí mismo, cada universo narrativo, tiene su propia integridad. Esto nos lleva a Louis Aragon en La mise á mort: “un texto para el que no tenemos clave. Ni si quiera se sabe quién es el héroe,  positivo o no. Hay una serie de encuentros de gentes que uno olvida apenas las  ha visto y de otras gentes sin interés que reaparecen todo el tiempo. Ah, qué mal hecha está la vida. Uno trata de darle una significación general. Uno trata. Pobre diablo”. Un ejemplo de esto aparece en el cuento “Crónica del Minotauro”: el hombre y el animal se trastocan, intercambian roles y es el segundo por quien tenemos misericordia. El toro es un expresidente, que es puesto en el ruedo para que se lleve a cabo la fiesta brava. Un torero sale con sus banderillas para hacer de la masacre un arte, en donde miles de espectadores vituperan y piden venganza. Los cargos que se le imputan a ese pobre animal son los de alevosía, ventaja o premeditación contra los recursos naturales de la nación, su economía y/o desarrollo tecnológico o cultural. El hombre se ha convertido en su propio verdugo.

            Ulises Paniagua, teje estas historias, desde una introspección que hace que cada elemento literario se transforme en una búsqueda del ser hacia algo que intuye y se dirige a lo desconocido que es él mismo.  Lector entrañable, te invito a adentrarte en esta edificación bordada con filamentos de palabras que renacen de las ruinas.