domingo, 31 de mayo de 2015

Perpetuación del deseo, un poema de Ulises Paniagua

Perpetuación del deseo



Hacer la piel entre la muerte ( a través de la muerte ( en los mil labios floridos  (  en miel de muslos y almohada ( acercar las gacelas al tiempo ( destronar relámpagos o minuteros ( conocer furia y dulzura entre los nombres (  proscribir el llanto (  recomponer dolores ( ser un triste feliz en un viñedo de lumbre  ( en un viñedo de mundo ( Ser abrazo en el amar a la huesuda ( y a la amante que gestó los pasos hasta sus puertas ( Pensar ese eco besa aires ( en los sagrados días tatuados de memoria ( entre tanta luz espiritual a tu vocablo ( ahí donde fui oso de felpa ( noche de frío ( bajopuente compartido en tu hombro ( pura alma habitada por los huesos o nuestros ojos ( Pensar en fabular a quien se quiere ( a quien se anhela ( más allá de la ilusión intelectual ( metafísica ( de fuego ( de metralla ( de oscuridades ( de la belleza) de la nada.


viernes, 29 de mayo de 2015

He de roncar en el lecho de la muerte
Ulises Paniagua


He de roncar en el lecho de la muerte
he de gozar en su regazo
para yacer plácidos o luminosos  
orquídeas espinadas  /  tigres bebiendo estrellas

He de besar con humectante oficio
cada uno de sus metatarsos
pasando  / paseando labios
sobre el anhelo de la tibia trémula
al sendero de mi lengua
y la rodilla que conduce al muslo descarnado

He de desear exhalando almizcle de fuego
en exploración tímida o curiosa
al calor de su madriguera y su profunda delicia

He de dormir en el lecho de la muerte
he de entregarme al calor de un whisky
un vino / un rudo mezcal
en una taberna habremos de enredarnos
frondas / ceibas lustrosas en capricho
hinchados de  caricias:
carne / deseo / huesos y más huesos

Habremos de bailar un réquiem acompasado
donde crujirán su cráneo y mi pecho
al vaivén de notas tatuadas aunque negras

Loa sensual: roce de mi boca y sus secas encías
lecho donde sus largos cabellos perfumados
se desprenden en monosílabos ardientes
amada muerte entregándose a la firmeza de mi cadera
y a mi espalda ensanchada en sudores

Perpetuo zarpazo / retozo de réprobos entre sábanas negras
Y cuando hayamos haya llegado a puerto
la muerte florecerá en la extensión de su orgasmo

(Hemos de ayuntarnos  en un asiento de taxi
muerte sexuada /  muerte cachonda
muerte como libertad entre los cerros)

Se hará la luz sobre el silencio:
agrio dolor de amantes imposibles
hemos de coger en el lecho blandecido del espacio y del tiempo
silentes / en el profuso mar de los letargos

He de dormir en el lecho de la muerte
Hemos de disfrutar  al destello de dos filos
y una luna con su péndulo
a la sombra de mi hondo y desesperado canto
al acecho de su ajustado liguero y sus dados cargados bajo almohada:
y habremos de desaparecer
entre el halo y el gozo que nos brinda la ríspida espesura

de su suave esqueleto.


jueves, 21 de mayo de 2015

Analema (Sobre el libro Lo tan negro que respira el Universo, de Ulises Paniagua)

ANALEMA
Roberto López Moreno


Escribir sobre la poesía de Ulises Paniagua representa una aventura plagada de prodigios esterlinos al mismo tiempo que una gran responsabilidad para el tutor de la osadía. Es la misma plurivalencia que imanta a quien intenta percibir lo tan negro que respira el Universo y busca un libro de poesía y lo encuentra entre sus dedos bajo la advocación del poeta citado, como un círculo que se cierra para concentrar la energía que se expandirá en el cosmos.

Entonces, cambios de planos se entrecruzan –la geometría que arriba y en lo geos se corresponden- medida de acá que nos da referencia proyectada de lo allá. En el otro plano, que ya es éste: una silla, una mesa y el manuscrito de Paniagua, que así como lo de arriba corresponde a lo de abajo y viceversa, lleva como mágico título –no está de más hablar de magia pues de poesía estamos hablando-: Lo tan negro que respira el Universo y abrimos el legajo de poemas para vernos de nuevo nosotros en el plano pero retratados por la tinta con sus espacios iluminados de energía.

Una voz nos dice desde la página: Vamos a jugar a que colocamos los nadires en los espacios necesarios para incomodar al sol. Y sí decimos entonces en desboque y procedemos en consecuencia: qué manera de ver el mundo para verlo, alimentamos el almita adentro creciéndola, creciéndola hasta llamarla cosmos. Ulises Paniagua es el brujo, el mago, el hechicero, el nigromante, el adivino, la fuerza déica que ocupa los espacios obscuros, ábraras del átomo, y la energía nos vuelva a sacudir afuera como ya nos sacudió adentro desde el misterio en el que surge el verso.

El cosmos es la casa y en ella respiran tres: el poeta, la luz, la araña, “velludos vectores multiplicados”, identifica Ulises, y cuando la casa respira a los tres, ese trivoltio se convierte en un solo estertor. Si el derrame del Sol se convierte en arcángel de malintencionada raíz es que aceptó el reto del juego con los narides y ahora habla a través de “el negro fuego” que “bebe el odio más logrado, el reclamo más intenso”, ¿y ello para qué? para que pueda resistir tal retozo entre las esferas. En medio, hay un Odiseo veinte tiempos sacudido por la guerra y las mareas. Estamos en el juego.

Desde esa perspectiva, poniendo “lo torcido en la semilla de su sangre”, se aflora al verdadero destino que es la cuarta potencia de la ruta. Ulises, el hechicero, nos convierte en planteamientos que se mueven entre la obscuridad de la luz y la luz de la profunda oscuridad, juego perverso y lilial, una y dos valencias vivas, ternura amarga, dulzura tétrica, llena de potencial que se sigue haciendo verso a la menor provocación con lo que la materia se mueve y nos trata de gritar a censo vivo la gran ecuación a resolver todos los días al aceptar nosotros incinerarnos en la alquimia del gran fuego negro. Los labios sombros del mundo se afinan entonces en la ruta que va del canto de lo negro al canto a lo negro. Tuonela eleva el cisne hasta el poema de Sibelius. El cisne flota.

Hay un dolor profundo en el centro del átomo y entonces la pregunta aflora repentina: ¿Por qué duele moverse si no se está siendo en el momento en que se és? Hay un pensamiento de Ulises: “la criatura se mueve/ acciona tendones/ huesos en crujido…”, va al cúlmine: “la criatura despierta… se mueve/ condensa y enreda desesperación”. Ulises nos regresa de un golpe al origen de su origen, es decir, al inicio de su libro: “átomo de negro miocardio/ origen/ esqueleto de luz”. (Yo digo, muy aparte de este discurso: ¡Que poeta es Ulises Paniagua!). De vuelta. Si todas las cosas viajan más allá del cómo se nombran, si se nombran más allá de su prolongado viaje, el lenguaje se miente pobre para decir la caída en la que se asciende. ¡Ah!, metáfora que logra la identificación ¡Oh! curva del término que sólo el oficiante.
En este poeta al que me estoy refiriendo, en este libro, Lo tan negro que respira el Universo hay un paso que armoniza los considerandos entre Hölderlin y Heidegger. La manzana que dejó caer esa espiral de gas llamada Adán sobre la luminosidad lemniscata no cayó en el vacío. No hay vacíos. El poeta Ulises Paniagua la lanza hacia Simias de Rodas, jugando con los siglos para que jugando con los siglos Simias de Rodas la ponga a disposición Newteana, la que recarga “la cabeza en el embeleso de atmósferas discordantes”, (no hay vacíos), con la suma de las plaquetas del tiempo el poemas es más poema y seguirá siendo más.

En suma de sumas, Lo tan negro que respira el Universo son los poemas de Ulises, las espíricas de Perseo, las curvas que se producen al cortar un toro con un plano. ¿Qué propiedades descubrió Perseo?, no lo supo, quizá no lo sepa Ulises, pero lo sabe su libro, por lo tanto lo sabemos nosotros sus lectores y Ulises su autor.
Estamos en el ave circular. Del nadir a la ácida Luna. El poeta es tinta. El poema es un tigre entre sintagma y molécula. Lo demás es energía. También.
                                                                                                                 
Roberto López Moreno
México D.F. febrero de 2015.
América




lunes, 18 de mayo de 2015

Doce asuntos que debe saber cualquier poeta, según Ulises Paniagua.

Ulises Paniagua




  1. La poesía está más allá de la palabra.
  2. La palabra es signo de lo indescifrable.
  3. Poeta que no lee, no entiende.
  4. Poesía a la que no le corre sangre por los versos, no existe.
  5. Cantamos a la vida y a la muerte para no vivir y para no morir, a un mismo tiempo.
  6. La poesía no puede transgredirse si no se conoce a los clásicos.
  7. La poesía no sólo son los clásicos.
  8. Las rupturas de pensamiento, la visión crítica y la transformación lingüística son herramientas poderosas para el poeta de hoy.
  9. El poeta es un ser dentro de un proceso socio-histórico, aunque no quiera.
  10. El poeta no es Dios.
  11. Dios (si existe) hace y lee mucha poesía.
  12. La poesía es, antes que todo, libertad. 

domingo, 10 de mayo de 2015

Alaska, un poemario de William Johnston, según Ulises Paniagua.

Alaska, de William Johnston
(Colectivo Semilla Ediciones, Argentina)







What is the life we have lost in living?
What is the wisdom we have lost in knowledge?
What is the knowledge we have lost in information?
T.S.Eliot.

William Johnston (Montevideo, Uruguay, 1967), es uno de aquellos escritores que recurren a  los procesos de la memoria remota, como lo hace Marcel Proust en su célebre En busca del tiempo perdido, en palabras de José Bianco. Si para Proust la infancia es descripción de una serie de sucesos asombrosos por su cotidiana profundidad, en Johnston se torna añoranza, dolor contenido en la delicadeza de lo poético.
Alaska, el más reciente libro de poemas de Johnston, es el derrumbe de la casa paterna a través de la belleza  y del símbolo, es el recuerdo lejano de la madre que espera la hora de la cena para compartir las mitologías; es evocación en postales familiares obsequiadas con maestría:

Mi padre trabajaba ocho horas en una fábrica.
Mi madre se sentaba a tejer.
Mis hermanas leían novelitas policiales.
Mi abuela esperaba el momento
en que la rosa se abría
para ofrecerla al santo de una vieja estampa.
Mi padre tomaba whisky barato.
Mi madre nunca sonreía.
Mi abuela vestía de oscuro.
Mis hermanas se casaron
y tuvieron hijos y engordaron
como vacas sagradas.
Mi abuela contaba cuentos de parientes degollados.


Un poemario de William Johnston se disfruta como una tarde de infancia entre grabados y el olor a mueble viejo;  se contempla como un origami donde “la luz discurre entre la sombra de la parra”, en ese tiempo que parece invencible entre paredes, allí donde quedaron registradas las visitas de los primos, las botellas descorchadas por los tíos en las navidades, donde nació la sorpresa de entrar a un cuarto…

para pasar las páginas
de algunos libros de cuero letras doradas en el lomo papel arroz
(…) porque la violencia del recordar es liturgia de paraíso perdido.

A la par, Alaska retrata el temperamento de su autor y las condiciones de la vida posmoderna. No todo es ensoñación recordada entre sus líneas, Así, la revelación de la sexualidad ante el mundo se hace evidente, aunque siempre bajo una mirada serena:
recordé la inquieta sensualidad de un día de enero
cuando me bañaba desnudo
con otros niños en el río
a la sombra de espejismos como manzanos.

         La muerte y la rebeldía se hallan también dentro de las páginas del libro. Así, sigilosas llegan también la locura y la crueldad. La naturaleza deja difíciles enseñanzas de las que el ser emerge, sabio, a pesar de su salvaje condición:

Y entre ambos, la parábola ejemplar que enseña
amar al prójimo como a uno mismo
ante las atrocidades del mundo.

         Lo vivido y lo querido se esfuman aunque se anhelan. Queda apenas la eterna pregunta: “por qué el mundo / no tiene ahora aquel encantamiento para apaciguar el alma”. Y llegan entonces las repuestas metafísicas en la lectura y la compañía de Olga Orozco, en la presencia de arañas, de bichos, junto a la interminable y honda búsqueda del poema entre botellas de whisky y mesas de bar. El creador indaga entre tormentas, “al escribir el orden de sus máscaras / hacia el fondo sin fondo de todo poema.”
         Alaska, de Wiilliam Johnston, va más allá de la nostalgia. Se inscribe en la estética de la violencia, en la búsqueda de la belleza en arrebatos de ira o rebeldía, entre versos demoledores por cercanos. La vida diaria presenta episodios tormentosos, eventos que se formulan ante la pasividad y la gracia cotidianas. Todo se destruye con el sigilo con el que se navega las aguas del Leteo. En Alaska vemos al poeta maduro, al hombre que lleva el verso a expresiones geniales. Johnston se consagra ante su propia obra, demuestra su capacidad de síntesis simbólica y metafísica; porque para él la poesía parece origen y proyección de significado más allá de la carne, es aventura entre signos y materia. Perseguir las preocupaciones de Johnston puede ser perturbador o reconfortante, pero siempre recomendable. Se trata de internarse en el absoluto blanco de los parajes intelectuales y sensitivos, de perderse en una tormenta de nieve que no existe en su totalidad, de abandonarse dentro del contenido metafísico para ingresar al universo de las evocaciones, y de esta forma…

…descubrir con ciego asombro el cuerpo del suicida
como un dulce campo de larvas metafísicas.


        

Ulises Paniagua
10 de mayo del 2015






Signos, un poema de Ulises Paniagua


Signos


 Ulises Paniagua


Hubo una era
en los pórticos del intelecto
donde desfilaron los sabios y los locos

Una era
donde el algoritmo del suicida
condujo a los muertos a buen puerto

Un tiempo
en que regresé a la sala de la casa
como un guerrero que vuelve
con el corazón rasguñando la batalla

Hubo tardes
en que ignoré el misterio de las muchas infancias
las guaridas de lo tierno
Y ahora sólo quedan
signos de hueso y rostro
señales de humo en nuestra frente

Y sólo quedan atrás
los abrazos deshuesados
el agujero del desmemoriado
este frío que quebranta a las golondrinas
el veneno que se destila dentro de una guarida

Sólo queda el llanto quedo
la espera / el sigilo de decir
hubo una era / una tarde /
hubo un tiempo.





jueves, 7 de mayo de 2015

Metafísica II, un poema de William Johnston.

Metafísica / II


William Johnston.


No tenía nada que hacer:
salvo contemplar cómo la araña
volvía a recorrer los caminos de su tela
con una paciencia iluminada.

Como si ella tuviera la responsabilidad
de la fragilidad del instante.

Como si de ella dependiera el equilibrio
entre la gravedad usada y el peso
volátil de tejer y esperar la mosca para acunarla
y tejer nuevamente.

Así el poeta al escribir el orden de sus máscaras
hacia el fondo sin fondo de todo poema.




Del poemario: Alaska, Editorial Semilla.