domingo, 18 de diciembre de 2016

Manifiesto del errabundo, poema de Ulises Paniagua

Manifiesto del errabundo
Ulises Paniagua 






Yo, Ulises Paniagua
príncipe de las tempestades internas
perpetuo errabundo de mí
doy fe de que la vida
como una fuente de sensaciones y conocimiento
me ha sido concedida.

Que mi mente y mi cuerpo
-cual espacios sagrados-
aún campean florecientes
en la sinrazón del mundo.

He levantado catedrales a la memoria
erigido monumentos sentimentales
Me he desvanecido
fui río, gotera, tsunami de tropiezos

En la fecha
en que estas palabras escribo
doy testimonio
de que no morí a los veintisiete –fatídicios-
ni a los duros treinta y tres
(número cabalístico)

Confieso: la vida es hermosa
(sin metáforas ni dobles discursos)
Doy fe del asombro y el gozo
ante los días concedidos.








Copyright: del autor, Diciembre, 2016.

jueves, 27 de octubre de 2016

Vámonos poniendo fúnebres, poemas dedicados a la muerte, de Ulises Paniagua


Vámonos poniendo fúnebres
Breves Poemas al cobijo de la festejada.


  

                                                           “Sólo vinimos a dormir, sólo vinimos a soñar;

no es verdad, no es verdad

 que vinimos a vivir en la tierra…”


Anònimo mexica.


I

Que ninguno se salva de tus labios,  
bien lo sabes,
que nadie del otero se refugia,
suicida Santa.
Que  el gusano teje olvido carne a carne,
hueso a hueso,
al amparo de los cánceres y el sida.

Que no se rechaza invitación al aposento,
al festín de tierra  entre los dientes,
a la celebración del polvo y de la mosca
bien lo sabes, perversa,
terroncito de azúcar;
bien lo dicta tu desdén, tu empeño.

Dime entonces, sin fingimiento:
¿ tu expiación, cuándo se llega?
¿ cuándo tu lápida se yergue?

Nada para siempre queda, hermana,
ni tu ni nada para siempre.


II


¿Para qué tanto escándalo de horas,
tanto cuesta arriba y cuesta abajo,
tanta verbena de mercado
y tanto  andar nervioso de una hormiga?

Para qué tantos besos
de Judas y Caìnes, y este seguir hollando mundo;
la deslealtad del hombre caza-hombres,
¿para qué entonces el llanto de la ciencia?

Al final, lejos, muy después del camino
sólo dos misterios nos esperan.
Y ellos no entienden de retórica.
Ellos no comen de pretextos.



III

¿Y tú, por qué no te mueres?
¿Por qué no carcome tu hueso flaco
la mansedumbre apacible de un abeto?
¿Por qué no te ocultas,
te desprendes, te arrebatas?

¿Nunca cesas?
¿No conoces de finales de jornada y
agonías de milenio?
¿Nunca has sentido los pies llagados
en las fatigosas marchas sobre el mundo?
¿No sientes escozor en las venas
con la sangre alimentando, macabra,
el subsuelo?
¿No te espantan las bombas?
¿No aborreces el asesinato por la espalda
o el infanticidio?
¿No sufres los terribles legados de la guerra?
¿Nunca lloras?

¿Quién te crees? ¿Qué esperas?
¿Por qué no te mueres de una vez,
y resguardas, en sigilo,
el rastro negro, solitario,
de esta especie ingrata y asesina?
  

IV

-Asistí a una comedia
que versaba sobre un Mesías
resurrecto y triunfante-

Nada más absurdo que el ascenso
del Houdini entre hipérboles de  potestades.

Lejos del sueño,
hacía parecer tu cuerpo una luna sin brillo.

Como si la muerte fuera romántica,
como si enterrar a tu madre o a tu hijo
causara risa,
como si los cuerpos chamuscados tuvieran descanso,
como si de verdad, en serio,
creyéramos en algo.
Como si fuéramos niños pidiendo calavera
en un placentero inframundo…

Asistí ayer a una buena comedia:
me causo espanto.


V     BALADA  DEL RÌO

Me siento torpe al ofrecer
el cuerpo a ojos ajenos, así, tan descompuesto;
culpable por mostrar a cielo abierto
una dentadura imprecisa y los huesos largos.

Me siento torpe por volverme tierra,
lombriz de tierra,
agonía de tierra; cerca del pie vecino,
memoria de río.

Da vergüenza cómo me camina tanto sol
entre los ojos,
por sobre la mochila enrarecida de desierto,
en la cartera despojada de biznagas
y la mezclilla atajada de escorpiones.

Da pena la línea inútil tan cerca de mi,
y la sangre palpitando, dolorida,
allá tan lejos,
donde no habrá más
de mis pasos en el eco de la milpa.

Sólo esta lumbre que incendia
los olvidos más furiosos,
las lágrimas sin destino.

No puedo evitarlo, hoy me siento triste,
estùpido y lejano,
por haberme muerto.


VI

Cuando alguien muere,
consumimos los pabilos para avivar el fuego de la ausencia;
suplantamos su sombra sobre el pavimento;
gastamos cartuchos en busca de perdones y excusas;
trocamos viejos rencores en felices momentos.
Nos creemos santos, y hasta
hacemos verbena de buenos principios frente a todos.

Pero a solas, en el silencio estático de nuestros adentros,
sabiendo lo que sólo nosotros sabemos,
nos da por llorar:
lloramos.

Cuando alguien muere,
sencillamente lloramos.


VII

Me nublo,
de mi va quedando
apenas un rastro sin dueño.
En el cielo asoma
la confusa presencia
del enigma y su llave.

Torbellinos de tierra se vuelcan
sobre uñas y mis parcos labios,
el mundo no existe más allá de mi puño crispado;
en el aire flotan las preguntas sin respuesta;
en el aire se respira misterio.

Más allá no hay nada.
Quizás frío, quizás ánima,
Quizás la incertidumbre
que nos agobia desde el primer parto.


VIII

Ampáranos, mal sueño,
de terminar descarnados en una fosa,
de alimentar susurros de anonimato y silencio,
de  convertirnos en un asalto de taxi mal pagado
o juguete de adolescente violento.

Protégenos de calles de afilados cuchillos
y entrañas de metal mestizo;
de la furia de cada día,
de una rabieta de hambre o abandono.

Líbranos de las esquinas impredecibles,
de los recovecos oscuros,
de los pasos que persiguen nuestros pasos,
de la espantosa hidra del miedo.



IX

Vayamos todos a la  Muerte, de buen modo. Los caducos anarquistas, el miasma del catolicismo; los revólveres sin pólvora, los sedientos de sueño, las bellas, los ridículos,  los feos. Este animal absurdo como un cerbero, que juega con el corazón del pueblo.

Doblemos la esquina y alarguemos la zancada. Vayamos todos a la Muerte, derechito y sin escalas. Y que se derrumbe el mundo, si es preciso, antes del alba, que se desgarre el cielo en su profunda negrura. Que nada quede en pie, hermanos lobos.

Vayamos, juntos, doloridos, a la Muerte y de buen modo.
  

X

Sólo vinimos a soñar
que no dormimos,
que somos accidentes de tiempo;
acaso una perezosa telaraña
enredada en el determinismo;
como raíces de rudo ciprés  bien plantado,
como ángeles, como niños.

Sólo vinimos a fingir que algo nos pasa,
así,
de vez en cuando, en silencio o con regocijo;
que alguna vez una sombra fugaz
nos iluminó el rostro en invierno;
y que en ese instante, al cobijo del destello,
en una calle sin ruido,
verdaderamente nos pensamos vivos.


XI

Nada a tu paso queda, hermana,
nada a tu paso;
desde el microbio hasta la orca
nada dejas sobre el mundo;
ni las piras quevedianas,
ni las bibliotecas imposibles,
ni el destino, ni el fusil,
ni un zapato.
Todo por morir termina,
a tu paso toda senda arrollas,
tren nocturno.

De nosotros nada sobrevive,
todo por morir acaba;
ni la flor, ni el canto,
ni la mentira que atraviesa un puño de agua;
nadie queda,
nadie,
lo que vemos la chingada se lo carga la chingada.
Nada para siempre, hermana,
ni tú ni nadie para siempre.
Es apenas un arrebato de sueño,
una tímida señal, un gesto,
es apenas la ilusión de ser materia de aire
en la impaciencia del camino,
o la esperanza de
pertenecer a un llanto,
a una cruz, a un guijarro.

Nada para siempre queda.
Ni tú ni nada para siempre.




Fin de Vàmonos poniendo fúnebres. 


Del libro "Del amor y otras miserias" (2009)







jueves, 28 de julio de 2016

Duendes, un cuento de Ulises Paniagua.

Duendes
Ulises Paniagua




Mis libros andan por el mundo. Me topo con ellos en una feria literaria, en el librero de un amigo. Hay más de uno del que no guardaba memoria, del que no recordaba despiadados esfuerzos de gestación artística. A menudo me preguntan si los amo, se dejan acariciar la cuarta de forros, el prólogo, la contraportada, las páginas tersas. Respondo, contagiado de entusiasmo, que los amo, que a ratos los extraño de manera rabiosa. Nos regocijamos en el encuentro. Luego viene la despedida. No hay espacio para la nostalgia. Sabemos que en el lugar menos adecuado, una repisa, una mesa de café, en el andén del metro, volveremos a reconocernos. Seremos dichosos, aunque nuestra alegría sea breve. 



Del libro: Las tuercas en mi cabeza.

jueves, 14 de julio de 2016

La ansiedad, los otros, mi cabeza (Un poema de Ulises Paniagua)

La ansiedad, los otros, mi cabeza

Imagen cortesía de Salvador Castañeda (INBA)

(La persiana rota (La ansiedad del sillón (La yerba (Las pastillas que no desayuné (Joyce (Blake (Ginsberg (La mala armonía (El resentimiento (Kafka (Canetti (Cervantes en vuelo (Las traiciones de los que restallan lágrimas (Misloz (Huidobro (Di Giorgio (Mis placas dentales (La envidia que respira fuera (La melodía a solas (Lo muy agrio (Sexton (Plath (Eunice (Espectros de antiguas novias (Sonrisas grises (Esta jaula podrida de mi esqueleto (La tristeza entre perfumes ciegos (El dolor que no cesa (Caer desde el silencio (Los disparos desde el vientre de mi madre (Los Libros (El vino como profeta (La muerte que no abordé (Lo que sueño a través del tacto (Lo que soy (Lo que he sido (La bruma de mi corazón cuesta arriba (Cuántos instantes de soledad y muchedumbre (Cuánto tiempo para odiar (Para beber mis despojos con ojos de rabia

A pesar de todos
                            y de mí mismo.







jueves, 30 de junio de 2016

Delirio, cuento de Ulises Paniagua

Delirio
Ulises Paniagua

Mi casa ha sido invadida por los árboles. Una enredadera se ha apoderado de mi estudio dotándolo con la apariencia de una jungla. De vez en vez un chimpancé se descuelga para robar un ejemplar de las tragedias de Esquilo, o un ensayo de Montaigne. Ignoro si los chimpancés saben leer, al menos estos. Una vez, por la madrugada, me pareció escuchar un jaguar, incluso juraría haber visto su silueta recortada a través del cristal. Decidí cerrar la ventana hasta que su salvaje presencia desapareció.
No todo es terrible. Sentado ante el escritorio, me complazco escribiendo poemas acerca del comportamiento de las abejas, las orugas, las hormigas que caminan sobre la hojarasca del piso. Y por la noche, me gusta leer mis libros favoritos a la luz de las luciérnagas.




Del libro: Las tuerca de mi cabeza.


Los otros yo, Ulises Paniagua

Los otros yo
Ulises Paniagua

Se moría poco a poco, como se mueren los tísicos...
Guy de Maupasant

Morimos una y otra vez, con la piel transpirando las fronteras, en silencio. La infancia y la adolescencia, atadas a sus sombras, habrán de acompañarnos como fantasmas. Más que ciclos, son vidas pretéritas. Cada indeterminado periodo, somos distintos aunque iguales. Mudamos  a un animal con el mismo rostro, el mismo nombre, pero que anhela una vida menos o más intensa que la anterior. ¿Cuántas veces seguiremos muriendo? ¿Cuántas veces tendremos oportunidad de renacer? No sé si soy mejor que mi yo a los trece años. Tampoco puedo conocer si seré mejor a los ochenta. Las probabilidades de los otros yoes se visten de misterio.

 

Del libro: Las tuercas en mi cabeza.




Los otros yo, Ulises Paniagua

Los otros yo
Ulises Paniagua

Se moría poco a poco, como se mueren los tísicos...
Guy de Maupasant

Morimos una y otra vez, con la piel transpirando las fronteras, en silencio. La infancia y la adolescencia, atadas a sus sombras, habrán de acompañarnos como fantasmas. Más que ciclos, son vidas pretéritas. Cada indeterminado periodo, somos distintos aunque iguales. Mudamos  a un animal con el mismo rostro, el mismo nombre, pero que anhela una vida menos o más intensa que la anterior. ¿Cuántas veces seguiremos muriendo? ¿Cuántas veces tendremos oportunidad de renacer? No sé si soy mejor que mi yo a los trece años. Tampoco puedo conocer si seré mejor a los ochenta. Las probabilidades de los otros yoes se visten de misterio.

 

Del libro: Las tuercas en mi cabeza.




sábado, 18 de junio de 2016

El baño, lo público y lo privado a través del celuloide, por Ulises Paniagua

El baño, lo público y lo privado a través del celuloide

Ulises Paniagua



El baño, es sin lugar a dudas, uno de los espacios de privacidad dentro de una casa o un departamento. Si bien la sala, el comedor, o incluso la cocina, son espacios compartidos donde las familias o los room mates se relacionan de manera frecuente, la recámara y el baño constituyen islas donde es posible guardar secretos, donde no es necesario mostrarse a los otros si no se quiere.
               Por otra parte, el baño público presenta dinámicas socio-culturales totalmente opuestas. Desde un punto de vista urbanístico, se trata de un espacio abierto con cierto umbral de privacidad, pues no se mantiene a la vista de cualquier paseante que anda por la calle, pero no tiene la intención, en ningún momento, de producir el aislamiento de los frecuentadores. En el baño público se conversa, se comparten preocupaciones, se desea el cuerpo ajeno, se ama, se odia, se cumplen ritos y tradiciones.
               Esta mirada de lo público y lo privado en el baño ha sido motivo de inquietud entre algunos cineastas, quienes no han resistido la tentación de retratar las relaciones personales, psicológicas, antropológicas y sociológicas que suceden en tales lugares.
               Hablemos de lo privado. En este sentido, la visión cinematográfica parece ocuparse de un término que dice mucho en sí: intimidad. La intimidad, en su condición solitaria, se erige como un refugio del mundo; o permite un aislamiento angustiante donde puede ocurrir un crimen sin que algún vecino se entere de lo que pasa en la casa cercana.
               Veamos dos ejemplos puntuales al respecto. En la película Intimidades de un cuarto de baño, el cineasta mexicano Jaime Humberto Hermosillo, que escribe y dirige la cinta, consigue que una familia mexicana de clase media desnude sus más oscuros secretos frente al espejo del baño (Administrador Proyecto Cuarenta, 08/01/2016). En la cinta estrenada en 1989, todo ocurre en el cuarto de baño de una familia: ducharse, evacuarse, hacer los ejercicios, hasta masturbarse. Se observan conversaciones en las que se revelan las tensiones, las angustias y los secretos de los habitantes del hogar: una pareja, su hija adulta y el novio de la hija. Todo ello ocurre en un período de veinticuatro horas (Corre Cámara, fecha de consulta: 13/04/2016). A través de la pantalla, es posible comprender las diversas actividades que se realizan en un espacio tan reducido, incluso las vergonzosas.
               En el segundo caso, la intimidad como angustia, la cinta Psicosis, de Alfred Hitchcock, muestra que si bien tomar una ducha en la regadera es una de las acciones más privadas, el hecho de que alguien espie mientras lo hacemos nos vuelve vulnerables. El director británico llevo la invasión a la privacidad al máximo, al apologizarla en el célebre crimen de Norman Bates (Anthony Perkins), cometido sobre el personaje de Marion Crane (Janet Leigh). Filmada en 1960, la escena de la ducha se rodó en siete días, dura tres minutos, tiene setenta y siete ángulos de cámara, y cincuenta planos. La música de violines de Bernard Hermann ayuda a generar este efecto donde se pasa de la más absoluta tranquilidad a una alarma estresante, en una metáfora de la transformación abrupta del espacio privado al espacio público. El acierto psicológico de Hitchcock de colocar la escena en la regadera, sigue estremeciendo el inconsciente de muchos espectadores.
               En cuanto al baño público como práctica socio-cultural, existen diversos testimonios cinematográficos provenientes de culturas distintas. En la cinta Kadosh, de 1999, dirigida por Amos Gitai, se muestra la práctica judía de lavar, en un baño semipúblico, a las novias a punto de desposarse. El baño es, entonces, un espacio sagrado para la cultura israelí, un sitio al que sólo les está permitido acceder a algunas mujeres además de la novia, lugar de preparación espiritual y física de una prometida que debe ser virgen, idea anacrónica de un judaísmo dogmático que no es tema de esta ponencia, pero que ha legado esta práctica religiosa especial.
               El baño de vapor en la cultura japonesa, y en general en la cultura oriental tuvo también una gran aceptación. En el interior de los baños públicos japoneses, al igual que sucedió y sigue sucediendo en México, se suscitan una gran cantidad de conversaciones que ayudan a los hombres a orientarse (o desorientarse) ante un mundo externo donde no les es permitido compartir sus intimidades, por considerarse que abrir el corazón es signo de debilidad femenina. Así, en el baño público se atienden negocios, se llega a acuerdos, se suscitan improvisadas terapias de grupo. La cinta china La ducha, conocida también como El baño, dirigida por Yang Zhang en 1999, muestra un negocio de baño público que es atendido por el padre del protagonista. Cuando su padre muere, el protagonista tiene que hacerse cargo del negocio contra su voluntad, en un inicio, pero poco a poco comienza a darse cuenta de la importancia de este establecimiento, de la riqueza y profundidad de las prácticas socio-culturales que allí se practican. Cuando, al final de la cinta, ya no le es posible sostener el negocio por falta de frecuentadores y el baño es demolido, el director parece presentar la metáfora de la modernidad destruyendo el patrimonio antropológico de la cultura japonesa. Cabe aclarar que en Japón existen diferentes tipos de baños públicos, no todos son iguales. Dos ejemplos de ello son el sentó, baño comunitario donde hombres y mujeres pueden ir a bañarse a diario, si quieren, pagando un módico precio; la entrada de estos baños públicos siempre está marcada por una pequeña cortina, llamada nōren;  y el rotenburō, que no es más que un ōnsen al aire libre, es decir, un baño de aguas termales al aire libre. Se trata de baños termales naturales que se encuentran al exterior, rodeados de jardines, montañas y una naturaleza de belleza extrema.
               En el caso de la cultura mexicana, el baño se ha erigido como un espacio sagrado y de interacción humana. El baño entre los indígenas era una costumbre habitual. Se dice que Moctezuma se lavaba a diario y tenía baños en todos sus palacios (Bautista, 2014-2105:33). Durante la época virreinal no existían baños ni públicos ni privados. Gustavo Curiel narra en Ajuares Domésticos, Los rituales de lo cotidiano, que la casa del capitán Cristóbal de Avendaño, en 1672, tenía regadera, y era considerada una rareza (Bautista, 2014-2015:33).
               Los primeros baños públicos en México comenzaron a construirse a finales del siglo XVIII, en tiempos del virrey Pedro de Cebrián. El primer baño de vapor en la Ciudad de México, por su parte, se ubicaba en la calle de Filomeno Mata número diez, antes callejón de los Betlemitas, justo al costado del actual museo de Economía (Bautista, 2014-2015:33).
               Actualmente hay más de doscientos baños en la ciudad, entre ellos los Baños Balmis de la colonia Doctores, los baños Catalina, de Mixcoac, el San Juan, a dos cuadras del metro Salto del agua, y el Señorial, en Isabel la Católica esquina con Regina.
               Éste último es muy importante desde el punto de vista de la cinematografía nacional, pues se cuenta que en su interior sucede el trepidante final de la película Principio y fin, de Arturo Ripstein, filmada en 1993.  En el film, los Botero, una familia de la clase media mexicana, luchan contra la pobreza tras la muerte del padre. Doña Ignacia, la madre, decide sacrificar el futuro de sus tres hijos mayores y proteger a Gabrielito, el menor, en quien ha depositado todas sus esperanzas para que devuelva la fortuna a la familia. Sin embargo, cuando las cosas salen mal y con las esperanzas muertas, Gabrielito (Ernesto Laguardia), pide a su hermana prostituta, interpretada por Lucía Muñoz, que se suicide en un privado de estos baños para evitar la vergüenza de la familia, mientras él hace lo mismo inhalando gas desde uno de los tanques de la azotea de El Señorial, en una secuencia que lleva como única música de fondo un conjunto de percusiones.
               Dos ejemplos más para resaltar la importancia del baño público a través de la mirada del celuloide. En En el callejón de los milagros, adaptación del director mexicano Jorge Fons de una novela de Naguib Mahfuz, filmada en 1995, es justo en los baños públicos donde Don Rutilio (Ernesto Gómez Cruz) descubre su homosexualidad tardía, al sentirse atraído por un joven que acude frecuentemente al lugar. El contacto y la visión del cuerpo masculino es también motivo de concurrencia para muchos. El baño público como punto de reunión de encuentros homosexuales, es también una característica de tales espacios. Son famosos en la comunidad gay los baños Finestre de la colonia San Rafael.
               El segundo ejemplo viene acompañado de la película Perro callejero 2, porque muchas escenas de esta película fueron filmadas dentro de los baños de Peralvillo.
               En resumen, la importancia socio-cultural del baño, tanto público como privado, en México, es innegable. En el caso del baño público, se constituye como un refugio íntimo ante “los otros”. En el caso del baño público, es un espacio de convivencia, de encuentro, de rituales. Ambas miradas han sido registradas a través del ojo observador del lente de la cámara cinematográfica. El baño, de esta manera, ha sido inmortalizado gracias a la industria cinematográfica.


Hemerografía
Bautista, Tayde (2014-2015), De los baños públicos. Casa del Tiempo No. 11-12. UAM, México, Diciembre 2014-Enero 2015..

Fuentes electrónicas:

Administrador Proyecto Cuarenta (2016), Intimidades en un Cuarto de Baño, 08 /01/ 2016.

http://www.proyecto40.com/programa/la-vida-es-cine/nota/2016-01-08-11-57/intimidades-en-un-cuarto-de-banio/           

 

Corre Cámara, El portal del cine mexicano y más. Desde 2002 hablando de cine, Intimidades de un cuarto de baño. Fecha de consulta: 13/04/2016.

http://www.correcamara.com.mx/inicio/int.php?mod=peliculas_detalle&id_pelicula=8865



 

miércoles, 30 de marzo de 2016

Un poema de William Johnston


cuando el destino sea hígado etrusco
evaporando sin causa cada una de las piedras.

y la amatista conjure la aurora.

y la aurora separe carne sin nieve de la penumbra manuscrita
de los cuartos en los cuales hiciste el amor similar a esa fuga

entonces entenderás por qué la curva
sin sorpresas de las líneas de tu mano.


Del libro "Leve sombra" (Ediciones de Hermes Criollo)

miércoles, 23 de marzo de 2016

Dos poemas de William Johnston





Hacia Mérida

William Johnston


El calor como un dragón con sus mil colas y veinte mil fauces abiertas nos rodeaba
igual que a las promesas nunca cumplidas.
Benjamín similar a un adolescente dios apenas coronado
iba ami lado contándome como el río Lerma hacía fluir sus sueños.
El auto hacia Mérida con la misma velocidad aparente
de las constelaciones mayas y la fuga siempre esquiva de los peces
y mi otra vida siendo amordazada por el rosal silvestre de mi madre
y mi muerte siendo amordazada por la nada
y la nada siendo amordazada por este presente ya encontrado
en el fondo de ese mar donde sólo es memoria que nada nombra y todo abarca.




Vida Ejemplar

William Johnston


La última persona que lo vio salir
fue a la hora en que los trenes pasaban
con esa apariencia de espejos sin azogue.
Nadie supo decir dónde había transcurrido su adolescencia,
ni que circunstancias lo obligaron a casarse con una mujer madura.
A lo largo de los años,
unos rencores cuyos motivos se fueron perdiendo entre las fotos familiares,
acortaron los diálogos con su esposa.
Siempre se levantaba con una fatiga inventada por el día de ayer,
por la ausencia de amor en la vieja cama,
por las ceremonias impuestas por el horario de oficina,
mientras la rutina era la amante solícita.
Volvió a presentir el miedo en el olor rancio en la almohada
-desde la noche de bodas se había preguntado
si ese era el olor de los cuerpos cuando envejecen-.
Al amanecer se lo encontró flotando boca abajo en el río
mientras la luz se deslizaba desde su transparencia corrompida.




Del libro: Fragmentos dispersos (Ediciones del pez volador)






Presencia de los beat en México, por: Ulises Paniagua

Presencia de los beat en México

Ulises Paniagua



Los escritores de la generación beat[1] representan una profunda influencia en el imaginario de la colonia Roma. Aunque en su estancia en México no tuvieron oportunidad de convivir con la intelectualidad mexicana, y prácticamente pasaron desapercibidos para los escritores encumbrados de nuestro país, que sólo los veían como simples vagos o drogadictos, al paso del tiempo y con la fama en pleno ascenso, los ojos se volvieron hacia la Roma, esa colonia clandestina, junkie, donde vivieron algunos de estos autores, figuras de los movimientos contraculturales de la segunda mitad del siglo XX.
           Pero vayamos al origen de este grupo. Lo beat viene de “Beatniks”. La adjetivación de “Beatniks” surgió del propio Kerouac para calificar una constelación de escritores que nunca escribieron un manifiesto, ni buscaron directamente imponerse como un grupo que representaría una tendencia literaria o menos que pretendía hacer escuela. El calificativo se refirió a su peculiar sentido de una vida desenfrenada. El calificativo de “Beatniks” o “Beats” tuvo una fuerte resonancia en el medio cultural, aunque no fue decisivo para los mismos miembros del grupo, que se despreocupaban bastante de este apelativo (Hiernaux, 2007:34)
           Uno de estos escritores “beatniks” fue el narrador William S. Burroughs, autor de novelas clásicas de la literatura universal, como The Naked Lunch (El almuerzo desnudo, 1959), Junkie (Drogadicto, 1953, publicada bajo el seudónimo de William Lee), y Queer (Marica, escrita entre 1951 y 1953, aunque publicada hasta 1985). El imaginario de Burroughs en México, y particularmente en la Roma es fuerte, sobre todo por los trágicos sucesos ocurridos en la calle de Monterrey que a continuación se describirán, aunque, como lo afirma Jorge García Robles, estudioso mexicano de la generación beat en México, para William Burroughs México no era más que un punto más en el mapa. En términos geográficos, México no fue más que una localización entre muchas que recorrerá a lo largo de su vida, de Nueva York a Tánger, antes de terminar su vida en su rancho de Lawrence, Kansas (García Robles, 1995).
           En su estancia en la ciudad de México, Burroughs no demostró mucho interés ni siquiera para conocer mejor los barrios donde vivió, a pesar de la vida cultural y social significativa que en ellos se presentaba a fines de los cuarenta e inicio de los cincuentas, cuando el primer presidente civil de México, Miguel Alemán, rompió en buena medida concierta tradición populista originada en los ideales revolucionarios, para hacer alianza con una burguesía que no pedía más que asociarse a la posibilidad de desarrollo que vislumbraba después de la Segunda Guerra Mundial. Dicha burguesía ya no era revolucionaria, pero sí fuertemente prendida de su vida social, que se evidenciaba en las colonias como la Roma, la Condesa o la nueva Zona Rosa, santuario de los bares, restaurantes de moda y demás lugares de reunión de esta clase “chic”. William Burroughs no frecuentó este mundo exquisito, vivió totalmente al margen del mismo. Tampoco lo hará Jack Kerouac quien, atraído por las cartas animosas de Burroughs, decidió emprender su primer viaje a México a principios de los cincuenta (Hiernaux, 2007:36-37).
           Lo interesante, sin embargo, es que aunque Burroughs declara en entrevistas que México no fue relevante en su vida (algunos aseguran que se fue renegando de este país), hay que considerar el imaginario de la Roma que influyó en sus novelas. Queer y Junkie fueron escritas durante su residencia en México, y ello guarda una profunda congruencia con la estancia de un extranjero en esta colonia en aquellos años. En la Roma, entre vecindades y casonas semiabandonadas, se conseguían prostitutas, así como drogas suaves o duras que se podían consumir en parques oscuros y solitarios como lo era la Plaza Luis Cabrera. Además, el carácter clandestino del lugar era muy atractivo para ejercicio de la diversidad sexual. Los extranjeros llegaban allí en busca de aventuras de todo tipo, a la manera en que lo hacen hoy en día los spring breakers, sólo que de manera más desbordada, extrema.
Otro miembro de este grupo fue el novelista Jack Kerouac, que mencionamos antes, cuya novela On the Road (En el camino, escrita en 1951 y publicada en 1957), se convirtió en un manifiesto “hippie”, al apologizar la vida libre, el “aventón”, el recorrido al azar en las autopistas y carreteras norteamericanas. Kerouac, también conocido como "King of the Beats", escribió el En el camino como una crónica que relata los viajes que él y sus amigos hicieron por los Estados Unidos y México entre 1947 y 1950.
Keoruac también escribió poemas clásicos dentro del mundo contracultural, como lo es el México City Blues (El blues de la Ciudad de México), que inició y finalizó justo en su residencia en la colonia Roma, en México, en el año de 1959. También escribió por aquellos años su novela Tristessa, traducida en México por Jorge García Robles, especialista en el tema, cuya protagonista es un chica de rasgos indígenas, de mirada triste (de allí el nombre de la novela) a la que mira salir de misa cada domingo, en una iglesia de la colonia Roma. El verdadero nombre de Tristessa era Esperanza Villarrreal, y fue pareja del escritor norteamericano durante algún tiempo. Aunque no describe a la colonia de manera directa, las alusiones de Keoruac al lugar son constantes, en episodios de su novela Tristessa, y de poemas como el México City Blues, en el cual escribe:
México Camera / I”m walking down Orizaba Street / Looking everywhere. Ahead of me / I see a mansion, with wall / big lawn, Spanish interior, fancy, windows very impressive…(Kerouac, 1959: 224).[2]
Con respecto a la relación entre México y ese “Dostoievsky con jeans”, como Jorge García Robles define a este narrador estadounidense, ésta no fue marcada por una relación amor-odio, sino que Kerouac, evitó emitir juicios sobre nuestro país. El narrador beat, como ha detallado Jorge García Robles, nunca arremetió contra el salvaje incivilizado que todos los mexicanos llevan dentro, al contrario, siempre se mantuvo en una posición neutral en la que nunca hubo sentimientos de animadversión contra nuestro país. Más aún, según el análisis de Jorge García Robles, al final de las ocho visitas que Kerouac realiza a nuestro país, se quedó con una imagen compasiva y hasta liberadora de la cultura y la sociedad mexicanas (INBA, 19/05/2014).
Al autor de Mexico City Blues, que llegó a vivir en la calle de  Orizaba 210 y la Cerrada de Medellín, en la Colonia Roma, García Robles lo describe como alguien quien tenía pegado a la frente la palabra “tragedia”: un escritor que “vivía para escribir; no escribía para vivir” (INBA, 19/05/2014).
Allen Ginsberg, autor de un poema épico, Howl (Aullido), una ácida crítica al imperialismo y capitalismo “yanqui” escrita por un “yanqui”, también vivió en la calle de Orizaba, en el número 210. También tuvo su lugar de residencia en la célebre cerrada de Medellín, compartiendo habitación con Kerouac y Burroughs. Es, desde luego, uno de los pilares de la generación beat.
Para recalcar la importancia de las figuras beat en el ambiente contracultural y cultural norteamericano, cabe mencionar que Ginsberg colaboró en canciones y videos con figuras como Paul McCartney y Philip Glass. De Burroughs se rumora que colaboró en algunas letras del grupo de grounge Nirvana, y aparece improvisando poesía y música con Kurt Cobain, en videos que pueden encontrarse en la red.
Desde una lectura geográfica, los Beats no son quienes vinieron a México a echar raíces o a cambiar sus modos de vida. Sus aspiraciones, por su mismo egocentrismo, fueron mucho más modestas y delicadas a sus propias personas. No formaron comunidad en México, como apenas la formaron en ciertos sitios de Estados Unidos. Pero sí construyeron un espacio totalmente distinto, virtualmente confortado por sus indagaciones místicas y sus experiencias con las drogas, recorridas transversalmente por su imaginario particular sobre México. No podemos describir su espacio porque es el suyo y sólo el suyo. Podemos, no obstante, entender que para ellos México se volvió un espacio místico en parte, y mítico por la otra y, ciertamente, la antinomia del espacio estadounidense que detestaban pero que al mismo tiempo aprendieron a amar (Hiernaux, 2007:40).
Por otra parte, para los beats, la Ciudad de México no fue meramente el escenario de estos libros, sino que en palabras de Pablo Molinet, fue su protagonista auténtica, buscada en su lado más lóbrego: cuartos de azotea, tugurios, vecindades. La narración, los poemas, despiden el mismo halo de desolación y belleza en el que Kerouac quiso hallar una revelación trascendente (Capital 21, 14/03/2014).    
El primero en llegar a la Roma fue William Burroughs, quien a primera instancia se instaló en José Alvarado 37(hoy Cerrada de Medellín 37), un actualmente desvencijado edificio blanco frente a Plaza Insurgentes. Este autor llegó a nuestro país huyendo de la policía americana. Tiempo después, Kerouac y Neal Cassady le hicieron compañía en 1950 tras su famoso viaje por la ruta 66. Las fiestas con estos escritores eran salvajes y juntos exploraban la Colonia Roma lugar por lugar. El punto de reunión era Orizaba 210 (algunos aseguran que se trataba del número 10), ahora un edificio demolido. Kerouac, Burroughs, Cassady, Corso y Ginsberg pasaban sus días embriagándose en este espacio (Esquinca, 9/03/2016)
Poco después la tragedia dotaría de una fama oscura a este grupo literario. Burroughs afirma en la introducción de Queer: “jamás habría sido escritor sin la muerte de Joan”. El 26 de septiembre de 1951, Burroughs y su esposa, Joan Vollmer, se encontraban en la ciudad de México, bebían en un departamento en la planta superior del Bounty Bar donde solían reunirse los beat, propiedad de un estadounidense. Para ser exactos, se hallaban en el interior del edificio ubicado en la avenida Monterrey, en el número 122. Algunos aseguran que el episodio ocurrió en el número interior 8, o bien, en el número 10.
El asunto es que, en medio de una farra terrible, en que se mezclaron alcohol y algunas drogas, a Burroughs se le ocurrió proponerle a su esposa jugar a Guillermo Tell, pero usando un revólver (el escritor norteamericano siempre andaba armado en México). Vollmer aceptó, y el desenlace de la historia fue terrible, tal y como lo describe el siguiente texto:

- Escucha Joan, ¿recuerdas a Guillermo Tell?. (…) ¿Te animas? Nunca he fallado. Preguntó Burrougs.
Joan bebió de un trago el resto de tequila que tenía en el vaso y se paró como lo hacen los jardineros cuando esperan que el pitcher dispare la bola al bateador. Williams le arrojó la manzana, ella la recepcionó con habilidad. Él tomó el Colt y tiró el percutor. Joan se colocó a unos cinco metros de Williams, con la fruta posada sobre su cabeza. Un haz de luz que se filtraba a través de la cortina, pegaba sobre ella y la volvía dorada.
- Vamos hazlo, dispara - Dijo Joan y se quedó petrificada, para que no se le cayera la manzana.
El disparo lo dejó sordo y confundido unos segundos, cuando abrió los ojos, Joan estaba allí tendida en el piso. La sangre, que fluía a chorros a la altura del cuello, fue haciendo un charco alrededor del cadáver (Filinich, 26/11/2012).
Burroughs pasó 13 días en la cárcel antes de que su hermano llegara a la ciudad de México y sobornara a los abogados y funcionarios mexicanos para liberarlo bajo fianza, mientras esperaba el juicio por el asesinato, caratulado homicidio culposo. La hija de Vollmer, Julie Adams, se fue a vivir con su abuela, y William S. Burroughs, Jr. fue a San Luis a vivir con sus abuelos. Burroughs se reportaba todos los lunes por la mañana en la cárcel de la ciudad de México, mientras que su abogado mexicano trabajaba para que fuese declarado inocente.
Según contó James Grauerholz años más tarde, dos testigos habían accedido a testificar que el arma se había disparado accidentalmente mientras la estaba revisando para ver si estaba cargada, y los expertos en balística fueron sobornados para apoyar esta historia. Pero no todo resultó tan rápido y sencillo, el juicio se retrasó de forma continua y Burroughs en medio de los habituales viajes de peyote o heroína, empezó a escribir lo que eventualmente se convertiría en la novela corta Queer (Marica), a la espera de su juicio. Después de un año en la misma situación, su abogado huyó de México con destino desconocido, debido a sus propios problemas con la ley, Burroughs entonces, decidió regresar a los Estados Unidos. Fue condenado en ausencia por homicidio y sentenciado a dos años de prisión, sentencia que fue suspendida. Antes de morir Vollmer, Burroughs había completado en gran medida sus dos primeras novelas en México, aunque Marica no se publicó hasta 1985. Yonqui fue escrito a instancias de Allen Ginsberg, que fue determinante para que el trabajo fuera publicado, incluso como un libro de bolsillo para el mercado masivo. Ace Books publicó la novela en 1953 bajo el seudónimo de William Lee, con el título de Junkie: Confessions of an Unredeemed Drug Addict. (Filinich, 26/11/2012).
En fin, que la presencia de los beat en México es apasionante, pero también guarda una oscura leyenda, que la integra a los imaginarios malignos de la colonia Roma. Un imaginario clandestino, lleno de vecindades, lugares solitarios, prostitutas, homosexuales, drogas y asesinato. Un imaginario de novela negra que convierte a la colonia en un lugar único e irrepetible en la experiencia urbana de la capital.



[1] Se considera generación beat a un grupo de escritores que aparecen en el panorama cultural norteamericano de los años cincuentas y sesentas del siglo XX. Eran amantes del jazz, les gustaba experimentar las drogas suaves y las duras, y también la libertad. Sus experiencias fueron plasmadas en múltiples poemas y novelas, donde también ejercieron una dura crítica al capitalismo norteamericano y a las políticas de guerra e invasión del gobierno estadounidense. Son los precursores del movimiento “hippie” y del movimiento “hípster”. Algunos autores sospechan que los “beatles” adoptaron este nombre en homenaje al movimiento beat, encabezado por William S. Burroughs, Allen Ginsberg y Jack Kerouac. Beat puede traducirse como golpetear algo, llevar el golpeteo de un ritmo.
[2] Cámara en mano en México / Camino acera abajo por la calle de Orizaba / Mirando hacia todos lados. Frente a mí / veo una mansión con un muro / pasto crecido, interior español, elegante, con ventanas impresionantes…(Traducción libre de Ulises Paniagua).