El
baño, lo público y lo privado a través del celuloide
Ulises
Paniagua
El baño, es sin lugar a dudas, uno de los espacios de privacidad dentro de una
casa o un departamento. Si bien la sala, el comedor, o incluso la cocina, son
espacios compartidos donde las familias o los room mates se relacionan de manera frecuente, la recámara y el baño
constituyen islas donde es posible guardar secretos, donde no es necesario
mostrarse a los otros si no se quiere.
Por otra parte, el
baño público presenta dinámicas socio-culturales totalmente opuestas. Desde un
punto de vista urbanístico, se trata de un espacio abierto con cierto umbral de
privacidad, pues no se mantiene a la vista de cualquier paseante que anda por la
calle, pero no tiene la intención, en ningún momento, de producir el
aislamiento de los frecuentadores. En el baño público se conversa, se comparten
preocupaciones, se desea el cuerpo ajeno, se ama, se odia, se cumplen ritos y
tradiciones.
Esta mirada de lo
público y lo privado en el baño ha sido motivo de inquietud entre algunos
cineastas, quienes no han resistido la tentación de retratar las relaciones
personales, psicológicas, antropológicas y sociológicas que suceden en tales lugares.
Hablemos de lo
privado. En este sentido, la visión cinematográfica parece ocuparse de un
término que dice mucho en sí: intimidad. La intimidad, en su condición
solitaria, se erige como un refugio del mundo; o permite un aislamiento
angustiante donde puede ocurrir un crimen sin que algún vecino se entere de lo
que pasa en la casa cercana.
Veamos dos ejemplos
puntuales al respecto. En la película Intimidades
de un cuarto de baño, el cineasta mexicano Jaime Humberto Hermosillo, que
escribe y dirige la cinta, consigue que una familia mexicana de clase media
desnude sus más oscuros secretos frente al espejo del baño (Administrador
Proyecto Cuarenta, 08/01/2016). En la cinta estrenada en 1989, todo ocurre en
el cuarto de baño de una familia: ducharse, evacuarse, hacer los ejercicios,
hasta masturbarse. Se observan conversaciones en las que se revelan las
tensiones, las angustias y los secretos de los habitantes del hogar: una
pareja, su hija adulta y el novio de la hija. Todo ello ocurre en un período de
veinticuatro horas (Corre Cámara, fecha de consulta: 13/04/2016). A través de
la pantalla, es posible comprender las diversas actividades que se realizan en
un espacio tan reducido, incluso las vergonzosas.
En el segundo caso,
la intimidad como angustia, la cinta Psicosis,
de Alfred Hitchcock, muestra que si bien tomar una ducha en la regadera es una
de las acciones más privadas, el hecho de que alguien espie mientras lo hacemos
nos vuelve vulnerables. El director británico llevo la invasión a la privacidad
al máximo, al apologizarla en el célebre crimen de Norman Bates (Anthony
Perkins), cometido sobre el personaje de Marion
Crane (Janet Leigh). Filmada en 1960, la escena de la ducha se rodó en siete días, dura tres minutos,
tiene setenta y siete ángulos de cámara, y cincuenta planos. La música de
violines de Bernard Hermann ayuda a generar este efecto donde se pasa de la más
absoluta tranquilidad a una alarma estresante, en una metáfora de la
transformación abrupta del espacio privado al espacio público. El acierto
psicológico de Hitchcock de colocar la escena en la regadera,
sigue estremeciendo el inconsciente de muchos espectadores.
En cuanto al baño
público como práctica socio-cultural, existen diversos testimonios cinematográficos
provenientes de culturas distintas. En la cinta Kadosh, de 1999, dirigida por
Amos Gitai, se muestra la práctica judía de lavar, en un baño semipúblico, a
las novias a punto de desposarse. El baño es, entonces, un espacio sagrado para
la cultura israelí, un sitio al que sólo les está permitido acceder a algunas
mujeres además de la novia, lugar de preparación espiritual y física de una prometida
que debe ser virgen, idea anacrónica de un judaísmo dogmático que no es tema de
esta ponencia, pero que ha legado esta práctica religiosa especial.
El baño de vapor en
la cultura japonesa, y en general en la cultura oriental tuvo también una gran aceptación. En el interior de los baños
públicos japoneses, al igual que sucedió y sigue sucediendo en México, se suscitan
una gran cantidad de conversaciones que ayudan a los hombres a orientarse (o
desorientarse) ante un mundo externo donde no les es permitido compartir sus
intimidades, por considerarse que abrir el corazón es signo de debilidad
femenina. Así, en el baño público se atienden negocios, se llega a acuerdos, se
suscitan improvisadas terapias de grupo. La cinta china La ducha, conocida también como El
baño, dirigida por Yang Zhang en 1999, muestra un negocio
de baño público que es atendido por el padre del protagonista. Cuando su padre
muere, el protagonista tiene que hacerse cargo del negocio contra su voluntad,
en un inicio, pero poco a poco comienza a darse cuenta de la importancia de
este establecimiento, de la riqueza y profundidad de las prácticas
socio-culturales que allí se practican. Cuando, al final de la cinta, ya no le
es posible sostener el negocio por falta de frecuentadores y el baño es demolido,
el director parece presentar la metáfora de la modernidad destruyendo el
patrimonio antropológico de la cultura japonesa. Cabe aclarar que en Japón
existen diferentes tipos de baños públicos, no todos son iguales. Dos ejemplos
de ello son el sentó, baño
comunitario donde hombres y mujeres pueden ir a bañarse a diario, si quieren,
pagando un módico precio; la entrada de estos baños públicos siempre está
marcada por una pequeña cortina, llamada nōren; y el rotenburō,
que no es más que un ōnsen al aire
libre, es decir, un baño de aguas termales al aire libre. Se trata de baños
termales naturales que se encuentran al exterior, rodeados de jardines,
montañas y una naturaleza de belleza extrema.
En el caso de la
cultura mexicana, el baño se ha erigido como un espacio sagrado y de
interacción humana. El baño entre los indígenas era una costumbre habitual. Se
dice que Moctezuma se lavaba a diario y tenía baños en todos sus palacios
(Bautista, 2014-2105:33). Durante la época virreinal no existían baños ni públicos
ni privados. Gustavo Curiel narra en Ajuares
Domésticos, Los rituales de lo cotidiano, que la casa del capitán Cristóbal
de Avendaño, en 1672, tenía regadera, y era considerada una rareza (Bautista, 2014-2015:33).
Los primeros baños
públicos en México comenzaron a construirse a finales del siglo XVIII, en
tiempos del virrey Pedro de Cebrián. El primer baño de vapor en la Ciudad de
México, por su parte, se ubicaba en la calle de Filomeno Mata número diez, antes
callejón de los Betlemitas, justo al costado del actual museo de Economía
(Bautista, 2014-2015:33).
Actualmente hay más
de doscientos baños en la ciudad, entre ellos los Baños Balmis de la colonia
Doctores, los baños Catalina, de Mixcoac, el San Juan, a dos cuadras del metro
Salto del agua, y el Señorial, en Isabel la Católica esquina con Regina.
Éste último es muy
importante desde el punto de vista de la cinematografía nacional, pues se
cuenta que en su interior sucede el trepidante final de la película Principio y fin, de Arturo Ripstein,
filmada en 1993. En el film, los Botero,
una familia de la clase media mexicana, luchan contra la pobreza tras la muerte
del padre. Doña Ignacia, la madre, decide sacrificar el futuro de sus tres hijos
mayores y proteger a Gabrielito, el menor, en quien ha depositado todas sus
esperanzas para que devuelva la fortuna a la familia. Sin embargo, cuando las
cosas salen mal y con las esperanzas muertas, Gabrielito (Ernesto Laguardia),
pide a su hermana prostituta, interpretada por Lucía Muñoz, que se suicide en
un privado de estos baños para evitar la vergüenza de la familia, mientras él
hace lo mismo inhalando gas desde uno de los tanques de la azotea de El Señorial, en una secuencia que lleva
como única música de fondo un conjunto de percusiones.
Dos ejemplos más
para resaltar la importancia del baño público a través de la mirada del
celuloide. En En el callejón de los
milagros, adaptación del director mexicano Jorge Fons de una novela de Naguib
Mahfuz, filmada en 1995, es justo en los baños públicos donde Don Rutilio
(Ernesto Gómez Cruz) descubre su homosexualidad tardía, al sentirse atraído por
un joven que acude frecuentemente al lugar. El contacto y la visión del cuerpo
masculino es también motivo de concurrencia para muchos. El baño público como
punto de reunión de encuentros homosexuales, es también una característica de
tales espacios. Son famosos en la comunidad gay
los baños Finestre de la colonia San Rafael.
El segundo ejemplo
viene acompañado de la película Perro
callejero 2, porque muchas escenas de esta película fueron filmadas dentro
de los baños de Peralvillo.
En resumen, la
importancia socio-cultural del baño, tanto público como privado, en México, es innegable.
En el caso del baño público, se constituye como un refugio íntimo ante “los
otros”. En el caso del baño público, es un espacio de convivencia, de
encuentro, de rituales. Ambas miradas han sido registradas a través del ojo
observador del lente de la cámara cinematográfica. El baño, de esta manera, ha
sido inmortalizado gracias a la industria cinematográfica.
Hemerografía
Bautista, Tayde (2014-2015), De
los baños públicos. Casa del Tiempo No. 11-12.
UAM, México, Diciembre 2014-Enero 2015..
Fuentes electrónicas:
Administrador Proyecto
Cuarenta (2016),
Intimidades en un Cuarto de Baño, 08
/01/ 2016.
http://www.proyecto40.com/programa/la-vida-es-cine/nota/2016-01-08-11-57/intimidades-en-un-cuarto-de-banio/
Corre
Cámara, El portal del cine mexicano y más. Desde 2002 hablando de cine, Intimidades de un cuarto de baño. Fecha
de consulta: 13/04/2016.
http://www.correcamara.com.mx/inicio/int.php?mod=peliculas_detalle&id_pelicula=8865