“Los insomnios” llegan al Palacio de
Bellas Artes
Ulises
Paniagua
Borges
comentó que “el tiempo es el mejor antologista”. Así, reunir una colección de
cuentos es cometer una imprudencia, atentar contra el orden de la naturaleza. Se
trata de un atrevimiento irresistible, irreverente, y desde luego resbaladizo.
Compilar es andar un sendero repleto de espinas. Ofrecer una antología implica exponerse
a la crítica -no tanto sobre los autores incluidos como sobre la cantidad de
nombres que no fueron considerados-.
“Los insomnios. Antología de cuento
fantástico” (Ediciones Navarra), que tuve la fortuna de compilar, posee de
manera ineludible ese defecto, el de la omisión bien intencionada. Vienen a mi mente
buenos cuentistas que no aparecen en estas páginas, algunos por
desconocimiento; otros a los que no me fue posible contactar. Y, puedo jurarlo,
mi ignorancia acerca de grandes autoras que practiquen tal género me conduce a
no citar alguna en este momento. Sólo queda reconocer que “Los insomnios” gozó,
desde su gestación, de las mejores intenciones. No es una disculpa. Repito,
antologar es arduo.
Esta reunión de relatos breves se rigió
bajo una premisa, la calidad de los textos. Lo que quise hacer fue integrar
cuentos de nombres consolidados de la literatura mexicana junto a otros que
comienzan su trayectoria entre las letras. La diferencia “de peso” entre los
invitados no evita, sin embargo, que el libro sea uniforme, que se persiga de
manera ágil y, si se me permite decirlo, que se disfrute con amplitud. Ello se
debe a que la selección no tuvo concesiones; veintiún cuentos de espléndida
manufactura constituyen un muestrario que consiguió ya una presentación en la
Sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes, el 31 de mayo del 2017.
En el camino, “Los insomnios”
alcanzó (por desventura) tintes épicos. Me explico. El libro es un testimonio
afectuoso, un objeto in memoriam de dos
queridos amigos, generosos maestros, leyendas del panorama literario en México.
Me refiero a René Avilés Fabila, y a Guillermo Samperio, quienes nos
abandonaron en el 2016. Es un privilegio para los co-autores que la antología
incluya dos relatos de sus plumas. Se trata de un privilegio ambiguo, uno de
esos huecos en el corazón que deja una pérdida, y que el mejor de los libros no
puede llenar. Ojalá que René y Guillermo descansen en un cielo plácido, o gocen
con entusiasmo de un benévolo infierno, lleno de fiesta y música de los 60s y
70s que tanto disfrutaron.
Otros autores y autoras contribuyen
a la floración de estas páginas fantásticas. ¿Qué decir de “Álbum”, uno de los
mejores textos del maestro Alberto Chimal, que cierra esta colección?; ¿qué
decir de las perturbadoras historias de Ricardo Bernal y Mauricio Montiel
Figueiras, dos grandes figuras de la actualidad artística en México, que incluyen
una hija, un dinosaurio y una muñeca espeluznante?
Si
esta muestra de talento no alcanza a convencer a los lectores, debemos recurrir
a trayectorias y relatos de quienes no tienen que demostrar su presencia en las
letras, porque son ya realidades consolidadas. Aquí menciono a Roger Vilar,
escritor cubano radicado en México, con su historia que aborda el acercamiento
de un predador a una dócil presa; y al también columnista, crítico y poeta,
Luis Bugarini, quien causará asombro a través del espejo de su relato.
Por
último, pero no al último, como dicta la referencia anglosajona, cuentos de
escritores nóveles y no tan nóveles redondean la obra: Rodrigo de Sahagún
(secretario del maestro Samperio, que nos presenta particulares fantasmas
provincianos); Paúl Peñaherrera (autor ecuatoriano que imparte cátedra en la
Universidad de Tennessee, quien refiere el desdoblamiento de una personalidad
angustiada); Bernardo Navarro, autor ya de una novela a su corta edad, llena de
misterio como el relato que incluye en “Los insomnios”; Roberto Cárdenas,
columnista y gestor cultural, quien nos conmueve a través de “sus ausencias”;
Felipe Cabello, también gestor cultural, con su buena vibra “rupestre” y “medio
pacheca”, y Omar Vázquez, hacedor de terrores nocturnos a través de su texto (éstos
tres últimos autores pertenecen a la avanzada queretana).
Aquí cabe cuestionarse la presencia
de las mujeres ¿Será acaso que este tal Ulises Paniagua, vilipendiado por
rumores absurdos, se ha atrevido a excluir la presencia femenina? Desde luego
que no. Las mujeres forman parte, gozosa y orgullosamente, de esta antología.
La manufactura de sus textos viaja de lo excelente a lo magistral. Debo
reconocer que el cuento de la norteamericana Heidi Julavits me parece
insuperable, es de mis favoritos. ¿Y qué se puede agregar de una boca nacida de
un sueño o una pesadilla, perfectamente dibujada por Cecilia Eudave,
multipremiada académica jalisciense, que tenemos el placer de publicar? ¿Y
podemos siquiera opinar acerca de Sandra Becerril, notable autora en Alfaguara,
quien ha sido incluida, como guionista y autora, en antologías cinematográficas
y literarias de terror, convocadas por personajes como el propio Mick Garris?
Por otra parte, el cuento casi “carveriano” que incluye un animal imposible, de
Sidharta Ochoa (gran editora y académica),
y la rareza existencial de Alejandra Hoyos (quien ganó de manera
reciente un concurso literario en Querétaro), son irresistibles en cada línea. También puedo garantizar que la
casa que Edith Rodríguez muestra entre páginas, es especial y no nos
decepcionará. Los cuervos y los amantes nacidos de la pluma de Elisa Hernández,
por su parte, podrían dejar boquiabierto a quien se atreva a seguir sus letras.
Autoras y autores. Lo fantástico, lo
imposible, lo aterrador. Letras y sangre. Lo maravilloso. Como un brebaje listo
para el conjuro, los convocados muestran sus quimeras, sus angustias, sus
patologías, a través de relatos que caen dentro del empastado como ingredientes
de una pócima. La imaginación aquí es la brújula, el laberinto; la horca y la solución
al enigma; la luz de una dimensión alterna, y la oscuridad de los malditos.
Sólo
me resta agradecer a las compañeras, a los compañeros, por dejarme ser parte de
este emocionante viaje editorial. Y reconocer en la futura lectora, en el posible
lector, la mejor crítica que nos hará sobrevivir, como autores, al paso de los
años; o que conseguirá nos ignoren para siempre. Bajo esta apuesta, a la sombra
de la incertidumbre, vengan entonces “Los insomnios”, con su magia, a trastocar
la cotidianidad que nos envuelve.