Vámonos poniendo fúnebres
Breves Poemas al cobijo de la
festejada.
“Sólo vinimos a dormir, sólo vinimos a soñar;
no es verdad, no es verdad
que vinimos a vivir en la tierra…”
Anònimo mexica.
I
Que ninguno se salva
de tus labios,
bien lo sabes,
que nadie del otero se
refugia,
suicida Santa.
Que el gusano teje olvido carne a carne,
hueso a hueso,
al amparo de los
cánceres y el sida.
Que no se rechaza
invitación al aposento,
al festín de tierra entre los dientes,
a la celebración del polvo
y de la mosca
bien lo sabes, perversa,
terroncito de azúcar;
bien lo dicta tu
desdén, tu empeño.
Dime entonces, sin
fingimiento:
¿ tu expiación,
cuándo se llega?
¿ cuándo tu lápida se
yergue?
Nada para siempre
queda, hermana,
ni tu ni nada para siempre.
II
¿Para qué tanto escándalo
de horas,
tanto cuesta arriba y
cuesta abajo,
tanta verbena de
mercado
y tanto andar nervioso de una hormiga?
Para qué tantos besos
de Judas y Caìnes, y
este seguir hollando mundo;
la deslealtad del
hombre caza-hombres,
¿para qué entonces el
llanto de la ciencia?
Al final, lejos, muy después
del camino
sólo dos misterios
nos esperan.
Y ellos no entienden
de retórica.
Ellos no comen de
pretextos.
III
¿Y tú, por qué no te
mueres?
¿Por qué no carcome
tu hueso flaco
la mansedumbre apacible
de un abeto?
¿Por qué no te ocultas,
te desprendes, te
arrebatas?
¿Nunca cesas?
¿No conoces de
finales de jornada y
agonías de milenio?
¿Nunca has sentido
los pies llagados
en las fatigosas
marchas sobre el mundo?
¿No sientes escozor
en las venas
con la sangre
alimentando, macabra,
el subsuelo?
¿No te espantan las
bombas?
¿No aborreces el
asesinato por la espalda
o el infanticidio?
¿No sufres los
terribles legados de la guerra?
¿Nunca lloras?
¿Quién te crees? ¿Qué
esperas?
¿Por qué no te mueres
de una vez,
y resguardas, en
sigilo,
el rastro negro, solitario,
de esta especie
ingrata y asesina?
IV
-Asistí a una comedia
que versaba sobre un
Mesías
resurrecto y
triunfante-
Nada más absurdo que
el ascenso
del Houdini entre
hipérboles de potestades.
Lejos del sueño,
hacía parecer tu
cuerpo una luna sin brillo.
Como si la muerte
fuera romántica,
como si enterrar a tu
madre o a tu hijo
causara risa,
como si los cuerpos chamuscados
tuvieran descanso,
como si de verdad, en
serio,
creyéramos en algo.
Como si fuéramos niños
pidiendo calavera
en un placentero
inframundo…
Asistí ayer a una
buena comedia:
me causo espanto.
V BALADA DEL
RÌO
Me siento torpe al
ofrecer
el cuerpo a ojos ajenos,
así, tan descompuesto;
culpable por mostrar
a cielo abierto
una dentadura imprecisa
y los huesos largos.
Me siento torpe por
volverme tierra,
lombriz de tierra,
agonía de tierra; cerca
del pie vecino,
memoria de río.
Da vergüenza cómo me
camina tanto sol
entre los ojos,
por sobre la mochila enrarecida
de desierto,
en la cartera
despojada de biznagas
y la mezclilla
atajada de escorpiones.
Da pena la línea
inútil tan cerca de mi,
y la sangre
palpitando, dolorida,
allá tan lejos,
donde no habrá más
de mis pasos en el
eco de la milpa.
Sólo esta lumbre que
incendia
los olvidos más
furiosos,
las lágrimas sin
destino.
No puedo evitarlo, hoy
me siento triste,
estùpido y lejano,
por haberme muerto.
VI
Cuando alguien muere,
consumimos los pabilos
para avivar el fuego de la ausencia;
suplantamos su sombra
sobre el pavimento;
gastamos cartuchos en
busca de perdones y excusas;
trocamos viejos
rencores en felices momentos.
Nos creemos santos, y
hasta
hacemos verbena de
buenos principios frente a todos.
Pero a solas, en el
silencio estático de nuestros adentros,
sabiendo lo que sólo
nosotros sabemos,
nos da por llorar:
lloramos.
Cuando alguien muere,
sencillamente lloramos.
VII
Me nublo,
de mi va quedando
apenas un rastro sin
dueño.
En el cielo asoma
la confusa presencia
del enigma y su
llave.
Torbellinos de tierra
se vuelcan
sobre uñas y mis
parcos labios,
el mundo no existe
más allá de mi puño crispado;
en el aire flotan las
preguntas sin respuesta;
en el aire se respira
misterio.
Más allá no hay nada.
Quizás frío, quizás
ánima,
Quizás la
incertidumbre
que nos agobia desde
el primer parto.
VIII
Ampáranos, mal sueño,
de terminar
descarnados en una fosa,
de alimentar susurros
de anonimato y silencio,
de convertirnos en un asalto de taxi mal pagado
o juguete de
adolescente violento.
Protégenos de calles
de afilados cuchillos
y entrañas de metal
mestizo;
de la furia de cada día,
de una rabieta de
hambre o abandono.
Líbranos de las
esquinas impredecibles,
de los recovecos
oscuros,
de los pasos que
persiguen nuestros pasos,
de la espantosa hidra
del miedo.
X
Sólo vinimos a soñar
que no dormimos,
que somos accidentes
de tiempo;
acaso una perezosa
telaraña
enredada en el
determinismo;
como raíces de rudo
ciprés bien plantado,
como ángeles, como
niños.
Sólo vinimos a fingir
que algo nos pasa,
así,
de vez en cuando, en
silencio o con regocijo;
que alguna vez una
sombra fugaz
nos iluminó el rostro
en invierno;
y que en ese
instante, al cobijo del destello,
en una calle sin
ruido,
verdaderamente nos pensamos
vivos.
XI
Nada a tu paso queda,
hermana,
nada a tu paso;
desde el microbio
hasta la orca
nada dejas sobre el
mundo;
ni las piras
quevedianas,
ni las bibliotecas
imposibles,
ni el destino, ni el
fusil,
ni un zapato.
Todo por morir
termina,
a tu paso toda senda arrollas,
tren nocturno.
De nosotros nada
sobrevive,
todo por morir acaba;
ni la flor, ni el
canto,
ni la mentira que
atraviesa un puño de agua;
nadie queda,
nadie,
lo que vemos la chingada
se lo carga la chingada.
Nada para siempre,
hermana,
ni tú ni nadie para
siempre.
Es apenas un arrebato
de sueño,
una tímida señal, un
gesto,
es apenas la ilusión
de ser materia de aire
en la impaciencia del
camino,
o la esperanza de
pertenecer a un
llanto,
a una cruz, a un
guijarro.
Nada para siempre
queda.
Ni tú ni nada para
siempre.
Fin de Vàmonos poniendo fúnebres.
Del libro "Del amor y otras miserias" (2009)
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