Apuntes
sobre la mal denominada generación “de la onda”
Ulises
Paniagua
¿Qué
es la onda y por qué se proclama como palabra clave? ¿Estar en onda significa estar in y saber la onda es pertenecer al grupo, a lo
establecido-fuera-de-lo-establecido?
Margo Glantz
Etiquetar es referenciar. Un catálogo justifica acceder a
la información, de manera ágil y pronta, desde múltiples fuentes y
perspectivas. Es el gusto postmoderno de la velocidad sobre la razón. Siempre
se tiene prisa, sin saber de qué. Efecto inducido en una sociedad que presenta,
en evidencia, síntomas de ansiedad.
En este proceso de colocar diques a la información, al
mundo, la línea para caer en convencionalismos y estereotipos es casi
invisible. Etiquetamos para sentir que sabemos; etiquetamos para controlar las
fuerzas externas a nuestro alcance mental. Sin embargo, la literatura (y el arte
en general), son ejercicios de libertad, están por encima de las etiquetas.
Ello puede mostrarse con mayor firmeza en las letras
contemporáneas, donde los híbridos incluyen, mezclan y emparentan distintos
géneros: novela corta, cuento de extenso aliento, prosa poética o poesía en
prosa, cuento onírico, la invención o las ficciones a manera de guión
cinematográfico, etc. Autores como Julio Cortázar y Juan Carlos Onetti experimentaron,
décadas atrás, con los géneros. Para ejemplo baste citar la reconocidísima Rayuela, o los deliciosos libros de viñetas,
recortes de diarios y microrelatos, La vuelta al día en ochenta mundos, y De cronopios y de famas, del escritor
argentino; o ese extraño cuento, estructurado a manera de poema, La novia robada, del magnífico narrador
Onetti, nacido en Montevideo.
Carlos Monsivais señala, en uno de sus ensayos, que la
literatura denominada “de la onda” fue
ante todo un fenómeno social, un movimiento contracultural que se manifestó en revistas, publicaciones
mimeográficas, grupos de teatro, música, festivales de rock donde corrió la
droga (como en el caso…de Avándaro), en personajes que se creyeron tocados por
la "inspiración divina", en videntes o gurús; pero que por encima de todo
influyó en el comportamiento y el lenguaje de la juventud, dejando huellas en
la nueva literatura mexicana.
La literatura “de la onda” tuvo como representantes a José
Agustín, a René Avilés Fabila, a Gustavo Sáinz, entre muchos otros; pero quizás
tuvo en Parménides García Saldaña su mejor referencia por su estilo de
vida. Si la generación “de la onda” fue
identificada con un lenguaje cargado de malas palabras, con las drogas, con el
alcohol entre encuentros eróticos y desencantados de las y los jóvenes, García
Saldaña es un ejemplo perfecto de ello. Cito un fragmento de su cuento, ¡No te adornes, no te adornes!:
Llegando a la casa,
unos drinks, y ya que
estuvieran medio alumbrados, las viejas cachondas por los alcoholes en el
cerebro, a bailar, faje sabroso (mamacita, pero mira nomás qué bien te has
puesto, ¡sabor!), guapachoso, y todos al box-spring, él a gozar guapachosamente
a Almita, con sabor a mamaíta. Todo así de perfecto y de chingoncísimo. Pero
no, el plan se había ido a la chingada por la puta pendeja adornada.
Los escritores que
subieron a este tren “de la onda” se vieron de pronto beneficiados por un boom literario que se desarrollaba a la
par que los movimientos estudiantiles de los sesentas y de los setentas, en
México y el planeta, donde se buscaba derrocar las formas caducas, pesadas, de
un mundo gobernado por adultos “demasiado maduritos”.
La literatura de este grupo se convirtió en un estandarte, un
grito de protesta contra el clasicismo de las letras donde aún se veneraba a Alfonso
Reyes por sobre todos los nombres, donde se invocaban leyendas grecolatinas a
diestra y siniestra para demostrar el profundo conocimiento que se poseía. Así,
en ensayos y revistas, eran revividos los mitos de Edipo y de Electra, se
citaba a las Perséfones bajo cualquier pretexto; y los personajes de las
novelas utilizaban lenguajes inverosímiles cuando se trataba de retratar a los adolescentes.
Ese fue uno de los grandes méritos de esos años: dotar a la literatura mexicana
de una experimentación y una libertad ilimitadas y desconocidas por las formas
institucionales. Su estilo no implicaba desconocimiento, sino rebeldía. Sin
embargo, las virtudes de este movimiento fueron las peores armas que se
volvieron en su contra. Algunos escritores de aquellos años, acomodados en el
prestigio y la fama que les permitía el sistema y la rigidez de un pueblo
católico de doble moral, emplearon el término para desacreditar la calidad de
los textos. Así, la literatura “de la onda” pasó, para muchos, a formar parte del
anecdotario, de una ocurrencia. El calificativo empleado tomó un tinte de
menosprecio. Se pensaba, incluso, que los escritores onderos eran jóvenes oportunistas, que encontraban en las letras un medio para expresarse sin necesidad
de lecturas o estudios. Nada más falso.
René Avilés Fabila comenta, a propósito: Ésa (la de
generación “de la onda”), fue una
discutible calificación que Margo Glantz nos endilgó para hacerse pasar como
crítica literaria aguda e innovadora, cuando ella es mejor analizando a los
clásicos.
No es extraño entonces que José Agustín pierda
los estribos cuando las preguntas, incisivas y torpes, vuelven a etiquetar aquello
que está más allá de una simple apreciación superficial; no es extraño que
Avilés Fabila y Gustavo Sáinz quieran deslindarse también del estigma de haber
pertenecido a un proceso histórico y político en México que poco tiene que ver con
sus talentos críticos y estilísticos. Confinar a una generación que bien podría
definirse como la generación de los
sesentas, o de manera menos simple, sólo demuestra las limitaciones de los
lectores y de los medios de comunicación.
Concluye René Avilés
Fabila, ampliando la idea: “Una
generación literaria es un conjunto de escritores de edad semejante, cuya obra
tiene algunas características similares, un lenguaje común. Por lo regular
queda marcada por los grandes acontecimientos políticos, sociales y culturales
de una época…Entre nosotros, que se reconozcan como generación, tenemos a la
del Ateneo de la Juventud, donde
Reyes, Torri, y Vasconcelos sobresalieron. Brilla la de los Contemporáneos, quienes cometieron la hazaña de darle a la
cultura nacional los necesarios aires renovadores de Europa y Estados Unidos...Asimismo,
debemos recordar Taller, revista que
agrupó y le dio nombre a una generación que encabezaron Octavio Paz, José
Revueltas, Efraín Huerta y Rafael Solana. Difícil hoy imaginarlos juntos: sus carreras
corrieron por diversos rumbos…Al principio, arrancamos, alrededor de 1959,
agrupados en un taller literario…: José Agustín, Eduardo Rodríguez Solís,
Gerardo de la Torre y yo. Poco más adelante, uno o dos años, se incorporaron
Alejandro Aura, Juan Tovar, Gustavo Sáinz, Andrés González Pagés, Jorge Arturo
Ojeda y Elsa Cross…Habrá que añadir que la Revolución Cubana acababa de
triunfar, Guevara ya era proverbial, Agustín, Gerardo y yo fuimos militantes
comunistas en diversos momentos de aquella época, y el rock and roll dejaba
huella indeleble como evidente manifestación contracultural, como la poesía
beat… Hablo de 1963 y 1964. Mucho más adelante, el círculo se ampliaría…se le
añaden personajes solitarios como Parménides García Saldaña y Raúl Navarrete,
al que Rulfo exaltara. Ambos murieron de forma dramática y prematura…Como
generación aparecimos en un libro propuesto por el poeta Xorge del Campo… una antología
de nuevos narradores: Literatura joven de México. Éramos siete y el editor le pidió a Margo que la prologara, allí nace
la Onda. El éxito fue mucho y llegó la segunda edición, llamada Onda y
Escritura, nuevamente prologada por Glantz y con otros escritores mayores que
nosotros, que representaban “la escritura”, nosotros éramos los onderos, los que escribíamos con desenfado y
descuido.”
Ahora bien, es muy probable que muchos
conozcan los primeros libros escritos por José Agustín, Gustavo Sáinz o Avilés
Fabila, por tratarse de libros y cuentos emparentados a lecturas de
bachillerato, historias de chavos, como
lo son los casos de Gazapo o De perfil. Pero, ¿cuántos se han arriesgado
a conocer a profundidad la obra de estos escritores mexicanos, más allá de su
etiqueta, en la contemporaneidad?
Sáinz, por ejemplo, ha sido profesor de
literatura norteamericana en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la
U.N.A.M.; también fue encargado de la Dirección de Literatura del Instituto
Nacional de Bellas Artes de 1977 a 1980, y en Estados Unidos ha sido sido
investigador de Literatura Hispanoparlante, en la Universidad de Nuevo México. De él, comenta Ignacio Trejo: Aparte
de las técnicas narrativas que suele implementar, Gustavo Sainz posee un manejo
envidiable de la prosa: canta, adjetiviza de la mejor manera: seduce, provoca.
Su manejo del lenguaje es vital, como el de Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán o
Fernando del Paso, lo que no es poca cosa. Gustavo teje las palabras de tal
modo que pareciera, como los músicos, que utiliza un metrónomo. Sus libros Ojalá te mueras, A la salud de la serpiente,
Batallas de amor perdidas, El juego de las sensaciones elementales y La novela virtual, entre muchos otros,
deben ser leídos con menos ligereza de la que se ha pretendido imponerles.
El caso de René Avilés Fabila es de mención particular. Escritor
de vasta cultura, inquieto, director del prestigioso suplemento cultural El búho, ha decidido indagar en diversos
temas y manifestaciones. En su novela El
gran solitario del palacio, prohibida en México a finales de los sesentas y
principios de los setentas, ahonda en un tema político que, cuarenta años
después, es de una vigencia demoledora. En Réquiem
para un suicida se aborda un tema que incluso ha sido considerado tabú en
una sociedad mexicana persignada y remilgosa. En Tantadel y La canción de
Odette se permite aproximarse a lo erótico, empleando una prosa pura, bien
fundamentada, que hace de esos relatos una delicia. No en vano tuvo como
maestros a Juan José Arreola y a Juan Rulfo (igual que José Agustín), en el
Centro Mexicano de Escritores. Me atrevería a afirmar que en estas historias
hay, incluso, un toque de barroco contemporáneo. Y en De sirenas a sirenas, Avilés Fabila aborda un género poco practicado
en nuestro país y en los cinco continentes: las ficciones, donde abundan las alusiones mitológicas y los bestiarios,
con recursos empleados de una manera ágil, magistral. El libro es una poderosa
manifestación del poder de la imaginación. Nada más lejano a aquellos primeros
textos “de la onda”.
Y de José Agustín no decimos más. Recomendamos que se
acerquen a la obra de este reconocido escritor mexicano, poseedor de un oficio
y un talento indiscutibles, cuyas historias más recientes pueden encontrarse en
una estupenda compilación de cuentos, realizada de manera reciente, que
derrumbará muchos mitos y dogmas acerca de una generación que, de manera
errónea, ha venido sufriendo la desaprobación de sus primeros años.
La generación “de la onda” no es sino uno de los grandes
facilismos en la historia cultural de nuestro país. Cuarenta años después, sin
duda, estamos en condiciones de romper con las etiquetas y los moldes. Los
invitamos, entonces, a conocer la obra completa de estos magníficos escritores,
cuya lectura, sin duda, podrá ir dejando en el olvido la injusta etiqueta de onderos, que se les ha impuesto de
manera institucionalizada.
México DF, 2014
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