Ese lugar existe (inicio de novela)
Ulises ¨Paniagua
En
Luxindra, la claridad se desborda de tal modo que aun asomando a través de la
cerradura una llega a pensar en quedarse ciega. El cielo parece blanco, las
paredes son brillantes, y el bosque nevado allá afuera infunde la sensación de una
pureza indescifrable. Esta fortaleza es del color de la nieve. El océano
también. Diría, incluso, que el sol es de una albura incandescente.
En cambio, el tigre que ronda,
sigiloso y cercano, parece tener intenciones oscuras y carniceras. Es un animal
torvo; es lo único que me remite a lo negro. Él y el umbral del sótano.
Hace tiempo vivo aquí. He olvidado
mi nombre. No recuerdo si decidí retirarme, o este encierro se debe a la privación
de mi libertad por motivos represivos o de algún terrible secuestro. Indago en
el misterio de la libertad: ser libre es aparentar hacer lo que quieres. O
hacer lo que quieres, da igual. Quiero decir, si no recuerdas por qué eres
libre en un lugar donde reina el hielo, todo es cosa de apariencia. No hay a
dónde ir sin riesgo de morir en el camino. No hay con quien hablar.
Hoy amaneció más radiante que de
costumbre, y tengo que colocar mi mano sobre los ojos -a manera de visera- para
evitar que la luminosidad se vuelva intolerable. Sólo así, entre una vista incierta,
puedo contemplar el horizonte: no hay nada ni nadie alrededor. Quizás, de vez
en vez algún animalillo (una liebre, una comadreja) quiebra una rama, rasca en
su madriguera y se oculta. Luego sobreviene el silencio absoluto, interrumpido apenas
por ráfagas de viento. Por cierto, el viento también es helado. Entre el viento
y los rayos del sol que se reflejan sobre el hielo de la terraza donde coloco
la silla para contemplar el horizonte) me tienen el rostro requemado. No
moreno, sino enrojecido, ¿me explico?
El tigre anduvo cerca anoche.
Escuché sus pasos por el acceso norte. No me asusté. Debajo de la cama guardo
una escopeta que podría partirlo en dos. No sé dónde aprendí a disparar, pero
sé hacerlo. Es mejor que el animal no se acerque, porque no tengo intenciones
de dañarlo. Prefiero la armonía entre las fuerzas naturales y cósmicas; aunque
a veces la paciencia se agota: sus resoplidos son molestos y estruendosos más
allá de la medianoche.
Luxindra es un lugar particular,
pero respeta los niveles del universo, sin duda. No hay nada que vaya más allá
de los niveles del universo. Luxindra no podría ser la excepción. El tigre, en
todo caso, está a salvo, siempre y cuando no se meta conmigo.
………………………………………………………………………………………………….
Escribo desde las sombras
porque sólo desde la oscuridad puedo comprender la médula de lo espiritual, el
abismo que trasciende. Mis aliadas son siete velas discretas y una ventana que
he preferido sellar con una cortina. No estoy solo, porque en la habitación hay
una araña que a diario teje su tela en uno de los rincones del techo. Aquí todo
parece negro: la madera del piso, la mesa, el marco de la ventana. Hasta Lustro,
mi perro, se mira negro entre poca luz. No sé por qué decidí ponerle ese
nombre: Lustro. Supongo que se lo debe a mi ansiedad ante el paso irremediable
del tiempo, y por lo tanto, a mi fijación por la muerte. Admiro mucho a la
muerte, eso es claro, me parece una eventualidad precisa, irreprochable en su
silencio. Un día la muerte sale de un callejón, te saluda como quien no quiere
la cosa y ya estás tieso, tu corazón y tu cerebro han dejado de funcionar. La
muerte posee el encanto de un poema leído sobre el muelle de un puerto: es
hermosa aunque melancólica, y te subyuga aun cuando te das cuenta de que el sol
se ha escondido, y al puerto lo cubre la más absoluta de las oscuridades,
apenas interrumpida por la inocencia de las luciérnagas. La muerte es un profundo
eco en el movimiento del universo, una piedra que permanece cayendo hacia el
oleaje del espacio-tiempo. La muerte es hermosa por su persistencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario