Los jardines poéticos
de Luis Alberto Ambroggio
Ulises Paniagua
Imagen: Luis Alberto Ambroggio, compartiendo su poesía
El tiempo entre humo
Las
sombras y la luz a través de la conciencia; el amor que se vuelve humo; el
manejo de los elementos; la persecución del tiempo en su misterio o la
inquietante compañía de la muerte: la poesía de Luis Alberto Ambroggio es
diversa y profunda. Ello queda de manifiesto a través de los versos que desbordan
las páginas memorables de En el jardín de
los vientos, el reciente libro del autor argentino, radicado en Washington
D.C.
Yo no cuento los años / sino el tiempo, las épocas fugitivas / para
encarcelar de una vez por todas / las cenizas / desnudar el aire de la pasión. Esto confiesa el poeta, a manera de
prólogo, en una indagación infinita de los minutos, en la persecución del
correr de los años, sus estragos y sus beneficios. Ambroggio es un escritor que
se ha internado, durante décadas, en la exploración interior a la par que
ahonda en la exploración estética del mundo externo, a la manera de un investigador
privado, pues como bien lo ha declarado en alguna entrevista, para él un poeta es un detective buscando lo no encontrado, contando y cantando el
misterio. Y luego afirma: El poeta
investiga la significación mágica del lenguaje más allá de su significación
gramatical.
En el jardín de los vientos es una
antología poética que reúne la obra de este autor nacido en Río Tercero,
Córdoba, el 11 de noviembre de 1945, y quien es considerado uno de los poetas
más importantes de habla hispana en los Estados Unidos. La recopilación de su
obra abarca un periodo que va desde 1974 hasta el 2014.
En esta antología las temáticas son
múltiples, referenciadas a las preocupaciones de la literatura universal. Así,
en el índice del libro encontramos títulos de poemarios como Hombre del aire, Escape elemental, Poemas de
amor y vida, Laberintos de humo y Cuando el amor se escribe con Alba, lo
que nos habla del riesgo emprendido por el creador en cada aventura literaria;
un riego asumido a la manera de César Vallejo con respecto a su posición ante
lo mundano: ¡Alejarse! ¡Quedarse!¡Volver!¡Partir!
La búsqueda de forma y contenido en
Ambroggio tiene el capricho de la veleta, el gozo del azar. Por ejemplo, una recurrencia
que atormenta a cualquier habituado a la poesía y al ensayo es el motivo de
escribir, el por qué hacerlo. Ambroggio
tampoco rehúye a esta pregunta, pues a manera de ars poética declara, en uno de los textos contenidos en el libro: ¿Escribir para qué?: Para los ríos / para
las cloacas / para la noche / para mí / para quien sea/ para los peces del
cielo / (…) para los editores del canon / para las botellas de un mar sin playa
/ para el paraíso / para el infierno / para quien sienta. En otro extracto
de la entrevista antes referida, el poeta argentino vuelve a compartir su
manera de asumir el oficio. Así, afirma: Escribir
es una existencia de soledad en compañía, porque el yo poético sobrevive en los
textos en que captura y comparte el tiempo en su espacio viviéndolo
repetidamente: el pasado (memoria), el presente (experiencia) y el futuro
(deseo), que transciende en quien a su vez leyéndolo, lo revive.
El asunto del tiempo es fundamental
para quienes se internan en los abismos de la poesía, y Ambroggio no se arredra
al enfrentarlos. En uno de sus poemas, escribe: el tiempo es todo / el tiempo es de oro / el tiempo es lodo (…) el
tiempo es un lobo.
En Definiciones, otro de los textos contenidos en esta antología,
vuelve a colocar el dedo en la llaga: Los
laberintos de Heráclito / no consiguieron definir el tiempo / Su sabiduría era
demasiado líquida / Quien posee con garras sólidas, define.
El estilo es volátil, pero reconocible a cada momento. Hay en esta
poética grandes y selectas influencias: Vicente Aleixandre, Octavio Paz,
Vicente Huidobro, el mismo César Vallejo, la maestra Gabriela Mistral. La propuesta
de este autor es el equilibrio entre las formas y la expresión: lo clásico ejerciendo
malabares lingüísticos, con mesura pero sin temor.
Internándose en la calidez de la muerte
Como comentar cuarenta años de una
obra poética puede resultar extenso, e incluso superficial, he decidido
acercarme a uno de los temas que hallé con persistencia dentro de esta antología:
el asunto de la muerte. En muchas de estas páginas, se canta a ella siguiendo
la tradición de los grandes bardos españoles: Juan Ramón Jiménez, Miguel Hernández,
Federico García Lorca. También a la manera oscura pero afectiva de Cesare Pavese
en uno de sus célebres versos: vendrá la
muerte y tendrá tus ojos. Cito a Ambroggio: Ha llegado la hora agotada / de vivir de recuerdos / vivir para el ayer
muerto. / Acurrucarse con ilusión final / en la seguridad desvanecida / de una
infancia en vientre. / El cuerpo derrotado / pide con súplica fetal, / resignación
punzante / que lo lleve la muerte / que la muerte por fin / termine la muerte.
En otra idea espiritual, en una de
las más densas propuestas del libro se apela al morir como una especie de
renacimiento: He dejado a todos. Ahora el
único que / queda, soy yo. / Tendré que dejarme a mí mismo / para apagar mi
sombra / empezar el cielo.
La
muerte se convierte en exploración, una exploración que involucra los
sentimientos de quien se pierde con nuestra partida: También, acaso, un alma / irreparablemente negra / sufrirá esta partida
incongruente / por vez primera / y a todo ajena vivirá / excepto a la absoluta
pérdida. / Solo ella sigue amando / y, en esta ausencia, muere. / En cada
obituario / se leen a menudo dos muertes.
Sabiduría sólida, sabiduría líquida
Loa negra o beso jondo, la muerte es el instrumento de Luis Alberto Ambroggio para
reconocer el Universo y sus múltiples prismas, pero también establece puentes
que enlazan al misterio con otro arcano milenario: el amor; amor que a su vez
nos conduce al canto; canto que retorna al hombre, pero también al ave, a esa
ave que remonta el vuelo en un despliegue de metáforas y aliteraciones, búsqueda
rítmica y versada, vuelo que abarca cuarenta giros interplanetarios, cuarenta
años de amaneceres, de descubrimientos y avistamientos poéticos.
Luis Alberto Ambroggio, en su
reciente En el jardín de los vientos, remonta su espíritu a la libertad
material y a la libertad metafísica, al mismo tiempo, como ave de otra estación. Es, en toda extensión, amplio el vuelo
de su propuesta. Ambroiggio declara
en el primer poema de la antología, poema que inicia y cierra el ciclo: sólo así me encuentro vivo / en el jardín de los
vientos.
Es hora, entonces, de que como
lectores nos volvamos también aves de
otra estación en la indagación de estas letras, es tiempo de internarnos
por las frondas alegóricas de cuatro décadas marcadas por el persistente lenguaje
del viento.
México D.F., a 19 de Noviembre del
2014
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