Ese lugar existe
Ulises Paniagua
(fragmento de novela)
Me aburro mortalmente. Por la mañana jugué ajedrez contra mí
mismo. Lustro no era un competidor a considerar, así que sólo quedaba yo para
darme jaque
mate. Me vencí en cinco ocasiones y tuve
que buscar un nuevo pasatiempo. Encontré una vieja cuerda y salté con ella,
como hacen los boxeadores, hasta quedar rendido. Por cierto, levanté mucho
polvo. Después quise dormir, pero no pude.
La tarde parece interminable. Decidí sentarme a
escribir, pero no me sentía inspirado. Aun así supe que debía conseguir algunas
líneas, una idea provechosa que pudiera distraerme de la rutina. Por eso tomo
de nuevo esta libreta, y en mi
aburrimiento construyo un mecanismo literario a través de la tinta que hace
nacer el bolígrafo:
Alguien piensa esta historia. Al menos eso garabateo a
manera de sospecha o de juego. Es un tipo común, quizás una chica, no sé, más
bien parece ser un tipo, aunque eso es irrelevante; pues quien imagina estos apuntes, quien genera
la ficción es el misterio en persona, de manera literal. Y allí radica el corazón
de mi desasosiego. No sé si trate de alguien lúcido o un de un ser lleno de
inseguridades y complejos. Lo mismo me da. Me importa un cuerno quién está del
otro lado, no le considero tan importante.
Me gusta imaginarla o imaginarlo frente a una lap top, tecleando las líneas de la trama. Se asombra al dejarse conducir por
las palabras que dicto y que cree dictar. Se da cuenta entonces de que es el
juguete y el titiritero. Para ella o para él, de pronto el personaje se vuelve
autor, el autor se vuelve coprotagonista. La literatura es un acto de comunión
entre quien exige la obra, quien la crea, y quien alcance a leerla.
Reflexiono para pasar el rato: una historia es un
mensaje en una hoja en blanco, en una pantalla en blanco, esperando construirse
desde cada uno de sus frentes, y cada uno de ellos participa para que lo escrito
cobre significado. Cada una de las piezas alrededor de un libro ha sido armada
por encima de nuestro entendimiento. No hay libro sin lector predestinado. No
hay escritor que no busque personajes en lo relativo. No hay personaje que no llegue
a la mente del escritor sin haber sido generado de manera espontánea.
¿Qué hace quien me escribe? Puede que ahora mismo se
tome algún mechón del cabello y recargue su codo sobre el escritorio, esperando
el mejor verbo que describa una acción, el mejor adjetivo que corone sus
esfuerzos por narrar la historia. Seguro le gustará el café, y correrá de vez
en cuando a la cocina a prepararse una buena taza humeante; o será fanático del
cigarro y tendrá a mano una cajetilla, un encendedor y un cenicero. Uno esperaría
que trabajara en su texto vistiendo un pantalón fino y una gabardina que le
dote de un aire intelectual. Sin embargo, es posible que se halle en su
habitación con la camisa desabotonada, con el pecho al aire; o peor aún, en
calzoncillos y en pantuflas, con las cortinas selladas para evitar la sonrisa
irónica de algún vecino insidioso, o de una vecina guapa a la que podría
decepcionar después de haberla impresionado con alguna de sus publicaciones.
Por otra parte, pienso en el lector:
¿Quién leerá este texto cuando llegue a sus manos? ¿Una
estudiante universitaria?, ¿un ama de casa?, ¿un crítico feroz que detesta al
autor, y que lo lee sólo para desacreditarlo? ¿También andarán en calzoncillos?
La estudiante universitaria debe verse maravillosa en ropa interior, pero al crítico
prefiero no sospecharlo siquiera. Tal vez el ama de casa lea esto mientras al
fondo se escucha el sonido de un televisor encendido, aunado a la risa de un
par de niños. Quizás el crítico sea un pobretón que aprovecha los viajes en el
subterráneo para devorar novelas y libros de ensayo, antes de llegar a una
oficina burocrática a cumplir con sus obligaciones.
Quizás nadie me lea. ¿Cómo saberlo mientras permanezca
encerrado en esta pieza? Lo que reflexione, lo que cuente parece más bien una
serie de palos de ciego dentro de un cuarto oscuro. Así que hoy, fastidiado, he
preferido iniciar este juego (que ahora llamarían metatextual los iniciados o
los vanidosos) para buscar una salida.
Espero que esto termine pronto, al menos más rápido
que como ha ocurrido en ocasiones pasadas. Cada vez se vuelve más difícil
soportarlo.
Por eso escribo imaginando que alguien me escribe
mientras bebe una taza de café y se cubre del frío con una mantita. Que alguien
me lee con la espalda recargada en la cabecera de su cama, con los audífonos
colocados y un dispositivo reproduciendo un poco de música. Espero que su
desasosiego sea menos angustiante que el mío.
No es cierto,
prefiero que su desconcierto le oprima, lo llene de terrores y sobresaltos. No
habrá compasión para quien me lee, es hora de que viva en carne propia mi
confusión, mis alegrías, pero también mis más profundos horrores.
¿Y qué decir de quien me escribe? Así como ella o él no
se atreve a compadecer mi suerte, yo no puedo guardar ningún sentimentalismo
hacia su persona. Que se joda. Que me escriba mientras soy una veleta que no le
dicta ningún rumbo seguido, que ande mis pasos sobre la nieve, que desespere
con mi encierro. Que sufra, cuando menos tanto como yo.
La literatura es, en evidencia, un asunto de pura
crueldad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario