El
lenguaje de la colonia Roma
Ulises
Paniagua
Fotografía: Ulises Paniagua
Son
las 4 de la tarde. Al salir de la estación del metro Insurgentes, la glorieta
es como un pulpo urbano, una inmensa plaza con múltiples salidas (de las cuales
se debe elegir la indicada para llegar a la colonia Roma Norte). El bullicio de
las conversaciones, la risa de los jóvenes y el desplazarse de las ruedas de
las patinetas sobre el concreto de la plancha de la glorieta, nos recuerda lo
céntrico y recurrido del lugar.
Cruzando
un desnivel, la vista se abre a la calle de Jalapa. Muchos oficinistas vienen y
van, algunos con prisa, otros con parsimonia. Los vendedores ofrecen agua, dulces,
accesorios. De pronto el olor de bistec y de chorizo asados invade al olfato.
Al doblar a la izquierda, sobre la calle de Puebla, esta sensación se
intensifica. Tortas, tacos de suadero, tacos de guisado, cilantro, papalo. El
olor convoca al apetito. Me siento a comer un par de tacos. Mientras tanto, veo
desfilar a una gran cantidad de oficinistas y trabajadores que caminan por las
aceras de la calle de Puebla. Frente a mí, el edificio funcionalista del
Instituto de Derechos de Autor. De allí salen músicos y escritores. En el
puesto, las conversaciones entre comerciantes que llegan a mis oídos abordan
temas personales, del barrio; las de los oficinistas se refieren a sus empleos.
Se percibe lo popular. La gente se reconoce con silbidos, con gestos. “…la
sonoridad del ambiente es también un lenguaje en el que habla el lugar y le
otorga “personalidad” (Vergara,
2013:55). Termino de comer y me pongo en marcha. Al llegar a la esquina,
encuentro a un par de chicas que tocan la guitarra y cantan canciones
rancheras. “Si nos dejan, hacemos de las nubes terciopelo…”. Una mujer ha
montado un puesto de queso, crema y hierbas en el cruce de Puebla y Orizaba.
Una fonda recibe una gran cantidad de clientes. A contraesquina, llama mi
atención un edificio elegante. Es la Casa universitaria del libro. Con un patio
amplio, con una arquitectura neoclásica, con una imprenta en la entrada
delatando viejas funciones editoriales, el edificio es un verdadero palacio.
Las columnas, los rosetones, las cornisas, los remates, todo es refinado. Pero
algo parece fuera de lugar. Los balcones
no funcionan en realidad. El espacio para pararse en ellos es mínimo, una
persona no cabe allí. La fachada es en este caso una máscara, sólo anuncia el
status del edificio. “La fachada es “la cara” del lugar, pero, a veces, es más
bien su máscara.” (Vergara, 2013:63).
La colonia de origen porfirista reafirma, un poco torpemente, sus sueños aristocráticos.
Es curioso que, al ingresar al patio de este edificio, la sonoridad habla: los
ruidos populares, incluso el de los automóviles, se atenúan. La Casa universitaria
del libro resignifica su espacio hecho para los libros, para la tranquilidad,
la reflexión.
La
figura de la iglesia de la Sagrada Familia se recorta en el cielo. Es
espectacular. Sus guiños góticos, sus arcos ojivales, sus vidrieras y sus
rosetones son de dimensiones monumentales. Voy a ella, en la esquina opuesta. A
sus puertas, un grupo de indigentes conversa. La gente desfila sin prisa.
Del
fondo de la calle, me atrae el sonido de una fuente que me invita a acercarme.
Es un parque, la Plaza Río de Janeiro. En el centro, una réplica de “El David”
de Miguel Ángel parece cuidar de los visitantes, desde el pedestal de una
fuente. Hay una exposición de artículos indígenas y otra sobre memoria
histórica de la colonia, al aire libre. La exposición dicta, con su presencia,
la fuerte identidad de los habitantes hacia el lugar, y la importancia que
tiene para ellos preservarlo y conservarlo. De pronto las notas de un trovador
llenan el ambiente. En una pequeña carpa, un cantautor interpreta una balada
melancólica. El día está nublado. Las casas alrededor remarcan su influencia
neoclásica, de corte inglés enladrillado, o art
decó. Con la canción nostálgica, un poco de bruma y la escultura que remata
la fuente, uno juraría que está caminando las calles de alguna pequeña ciudad
europea. Es como volver al pasado, a los años cuarenta o cincuenta del
siglo pasado.
Por
el parque desfila una gran cantidad de personas, demostrando con vestimentas y
posturas sus prácticas sociales, y algo más. Están los estudiantes de clase
media, chicos de primaria o secundaria con uniformes escolares de escuelas de
paga; están los hípsters que ven
correr el tiempo sentados a la orilla de la fuente, algunos leyendo: los
deportistas de clase media y baja enfundados en sus ropas deportivas; los
clasemedieros aspirantes a las altas esferas, vestidos con chaquetas de cuero o
de pana, mujeres vestidas con ropa de diseño, o enjoyadas. Los hombres y las
mujeres que menciono al final caminan erguidos, fríos; con el ceño fruncido y
el rostro de aquel que está percibiendo malos olores todo el tiempo. “…el cuerpo es la forma en que el actor,
sujeto o lugareño define y expresa su ser, en consonancia con su fachada personal y el medio que él mismo
y el lugar producen-proveen” (Vergara,
2013:51).
Pasear
al perro aquí es símbolo de status. Casi todos traen en mano la correa de sus
perros, vengan a correr o a caminar. Se trata de animales de raza, no hay ninguno
callejero, desde luego. La conducta en esta colonia parece dictar que tener un
perro de raza y pasearlo indica que eres parte de una generación única,
conformada por diversas tribus urbanas clasemedieras (hípster, snob, neo-aristócrata).
También expresa que estás al tanto de la moda.
Continúo
por la calle de Durango. La música va quedando a mis espaldas. Comienzan a
aparecer fachadas y casas de inicios del siglo XX, de corte porfirista. En la
colonia, la arquitectura habla por sí sola, busca monumentalidad y elegancia.
“El espacio arquitectónico es también factor que condiciona las prácticas del
lugar, y tiene su propio lenguaje. En este sentido, se observa una progresión
expresiva que articula la función y el significado para (…) fusionarlos de
manera peculiar” (Vergara, 2013:61). Es
impresionante la cantidad de rosetones que puede uno encontrar. Es la colonia
de lo rosetones, y de los medios sótanos. Todas las casas antiguas poseen
sótanos que se ventilan e iluminan a través de la calle, de ventanas
circulares hechas de herrería.
Giro
por Frontera y me encamino al corazón de la Roma Norte. Aparecen cafés, bares,
restaurantes, reposterías, tiendas de muebles. Los locales poseen nombres
extranjerizados, muchos de ellos hacen referencia a un anhelo parisino, ya sea
en el propio nombre, ya sea a través de diseños que traen a la memoria a
Láutrec, o los tiempos del Moulin Rouge.
Podemos interpretar mucho acerca del lugar, si
recurrimos a referencias etnográficas: “Desde
el punto de vista del lenguaje articulado, acotando, se puede decir que el
lugar es su nombre, sus diálogos y sus relatos (…) En muchos casos, el nombre
lo caracteriza y es el recurso por el que se lo evoca y proyecta…” (Vergara,
2013:44). Los locales de la Roma Norte hablan por sí mismos: Conde,
Corazón Contento, Forneaur y Rosseau, Memorias de un barista, Costillas
D” Fuentes, Kitchen. Los nombres remiten a una visión europeizada,
francesa, británica o irlandesa, siempre nostálgica. Los locales anuncian con
presunción el año de su fundación. Desde 1960, desde 1930, desde 1906, etc.
Hasta los hoteles de paso pregonan aires de ducado: Hotel Monarca, Hotel Milán.
Eso
sí, la calle de Frontera es eso, precisamente, una frontera, porque a partir de
ella y hacia avenida Cuauhtémoc, los negocios se vuelven populares. Los tacos
“Frontera” son concurridos por fresas
y por nacos, ambos grupos se mensajean con amigos lejanos a través
de sus celulares y sus tablets, de
manera constante.
Llego
a avenida Álvaro Obregón, antiguamente avenida Jalisco. Allí se abre el
espacio, el recorrido se vuelve paseo, el tiempo se detiene a pesar de la
circulación de los automóviles que transitan a alta velocidad. Es el boulevard, modelo importado desde las militares fantasías del barón de Haussmann.
Fuentes con figuras mitológicas (bajo la tradición renacentista pero labradas
en bronce), aterrizan las fantasías aristocráticas del lugar. Hay que admitir
que los sueños de grandeza de los pudientes de inicios del siglo XX
consiguieron una estética especial en estas calles y plazas. La colonia tiene encanto.
Una
exposición de pintura se desarrolla a lo largo del camellón central, en uno de
los corredores culturales más activos de la ciudad de México. Al costado, cafés
y bares imprimen una presencia bohemia, intelectual y pseudo-intelectual al
entorno. Se arma una mancha (Magniani, 2005) alrededor de los espacios
literarios. Existen librerías de viejo, se encuentra aquí la Casa del poeta (donde
se desarrolla en ese momento la presentación de un libro y un taller de
creación literaria). Cerca, Casa Lamm imparte cursos de arte y literatura. Los
artistas que buscan espacios y gente similar, invaden cafés y bares. Hay
bullicioso en las aceras, también muchos extranjeros hospedados en hoteles
cuatro o cinco estrellas, mucha gente joven, música lounge. A los locales les gusta demostrar su refinamiento. No son
cantinas. Son espacios para “borrachos bien”.
En
Mérida me sorprende encontrar un mercado sobre ruedas. Gente de todo tipo come
quesadillas, gorditas; compra nopales, queso, chicharrón. Ese mercado sobre
ruedas es como un símbolo del paso del tiempo: no existe lo aristocrático sin
lo popular. Ambos elementos co-existen, son parte de la vida, pueden convivir
en paz. Los “sueños de nobleza” se diluyen con la invasión de la cultura
mexicana, en ese espacio socio-territorial (el tianguis) que remarca la
condición local, lejos de miras europeizantes.
Fatigado,
con la preocupación de un cielo cargado de nubes grises que anuncian tormenta,
me refugio en un café de la calle de Córdoba. Allí me dedico, ocioso y curioso,
a ver caer la lluvia, esa lluvia que moja las viejas fachadas, que baña a
chicas hermosas (modelos desconocidas, actrices aspirantes, estudiantes de
diversas universidades) que cruzan delante del café. Tomo un periódico del
local, y así se me va la tarde, confinado en una bella burbuja, ajeno a una
ciudad agitada y posmoderna, envuelto en el suave rumor de la lluvia y de los
sonidos de una calle de la colonia Roma.
Bibliografía.
García Vázquez,
Carlos, Ciudad Hojaldre, visiones urbanas del siglo XXI. Gustavo Gili,
España, 2004.
Vergara Figueroa,
Abilio, Etnografía de los lugares.
Escuela Nacional de Antropología e Historia. México, 2013.
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