Por qué leer a René Avilés Fabila
Ulises Paniagua
Muchas veces me he preguntado, entre
batallas y romances en el mundo cultural, y su submundillo snob y politizado, por qué al leer a escritores como René Avilés
Fabila, Gonzalo Martré, Roberto López Moreno y Elena Garro, entre muchos otros,
borrosos (a fuerza de querer borrarlos), queda la incómoda impresión de que no
se ha hecho justicia en nuestras letras. Ésa es una primera impresión. De
inmediato lo confirmo: no se ha hecho justicia a estos autores. Tal vez por su
franqueza, por la congruencia de pensamiento, por la mala relación con otros
grupos intelectuales. En fin, que se trata de un misterio no tan misterioso.
En México es común juzgar a los
artistas, no por su obra literaria, sino por sus credenciales ante los medios
de difusión, oficiales o comerciales. Un error fatal, si tomamos en cuenta que
la literatura posee ejemplos como Franz Kafka, en Praga, o Francisco Tario, en
México, cuyos intereses literarios (fabulosos en ambos sentidos, por cierto)
estaban alejados del reconocimiento de los otros.
El
caso de Avilés Fabila ocupa un lugar preponderante: lo que pasa con él es que
es un escritor atractivo para las mujeres, tal vez por sus ojos claros, o por
su conversación (Cristina Pacheco lo calificó como uno de los mejores
conversadores hoy en día). Eso es algo que muchos no soportan. En México, el
cliché es un escritor panzón, inseguro, barbudo y con gafas de fondo de
botella. Por lo tanto, una actitud como
la de René despierta sospechas entre inseguros horrendos.
Otra característica de su
personalidad es ese sentido del humor ácido, poco frecuentado en la crítica y
las páginas mexicanas. Jorge Ibargüengoitia, Juan José Arreola, y el colombiano
Fernando Vallejo, son ejemplos de qué tan lejos se puede llevar el humor para
arremeter contra las incongruencias del mundo moderno y posmoderno. Moliere y
Wilde lo hicieron saber, muy bien, en su época. René no tiene empacho en darle
a cada quien lo que merece. Se mofa, con agudeza, de políticos y de
pretenciosos, de falsos marginales y de drogadictos que se autonombran
artistas. Arrasa con todo, hasta con la religión católica, al escribir El evangelio según René Avilés Fabila, y
al calificar a La biblia como un
libro fundamentalmente violento. Desde luego, este estilo mordaz, inteligente,
le ha valido múltiples enemigos, cuyas quejas -para que dupliquen su rencor-,
al maestro Avilés Fabila le tienen sin cuidado.
Escritor de vasta cultura,
inquieto, director del prestigioso suplemento cultural El búho, periodista mítico de Excélsior, ha decidido indagar en
diversos tópicos. En su novela El gran
solitario del palacio, prohibida en México a finales de los sesentas y
principios de los setentas, ahonda en un tema político que, cuarenta años
después, es de una vigencia demoledora. En Réquiem
para un suicida se aborda un fenómeno que ha sido considerado tabú en una
sociedad persignada y remilgosa.
En Tantadel y La canción de
Odette se aproxima a lo erótico, empleando una prosa pura, fundamentada,
que hace de esos relatos una delicia. No en vano tuvo como maestros a Juan José
Arreola y a Juan Rulfo (como los tuvo su gran amigo y compañero, José Agustín),
en el Centro Mexicano de Escritores. Ambas novelas son magistrales. Avilés
Fabila es, sin duda alguna, uno de los mejores escritores mexicanos, sino el
mejor, para abordar el asunto amoroso y, por qué no decirlo, el desamoroso.
En De
sirenas a sirenas, y El Bosque de los
prodigios, aborda un género poco practicado: las ficciones, donde aparecen referencias mitológicas y bestiarios, con
recursos empleados de manera magistral. Sus invenciones, en estos libros, son un
poderoso ejercicio de la imaginación. Sólo se puede aplaudir el talento, leer con
fascinación sus relatos. En medio de una tradición mexicana realista por mal
hábito, Avilés Fabila se atreve a ondear la bandera de lo fantástico y lo
insólito, como la clasificaría Tzvetan Todorov, para salir triunfante.
Incluso cuentos sobre hermosas
hechiceras y fantasmas que habitan mansiones del Pedregal, son parte de su
magnífico imaginario. Théophile Gautier, Guy de Maupassant, Allan Poe, son
presencias que pueden manifestarse en los relatos de terror, de los que, dicho
sea de paso, es también uno de los iniciadores en nuestro país.
Si algo admiro en René es la
propuesta lúdica; y cuando se atreve a explorar el género de la parábola para
resaltar injusticias políticas o lo absurdo de situaciones cotidianas. La
sutileza para llegar a lo profundo, ése es el gran mérito de él, quien confirma
en palabras propias que no es una casualidad la creación de textos para decir
lo que se debe decir, sin decirlo de manera directa. Cito: “Deberíamos tener un
gran cambio. Tal vez deba escribir una fábula en lugar de un artículo, como
otras que he escrito y que reflejan la forma, mi forma de ver México y a mi medio continente: América Latina:
algo como los apólogos”.
René es un maestro de la narrativa,
un ejemplo del periodismo, una institución del quehacer cultural. Los
reconocimientos nacionales no lo respaldan de manera oficialista, sino que
obsequian un humilde homenaje a una obra que las nuevas generaciones debemos
revisar con atención. No estamos ante un escritor de “la onda”, como han
querido estigmatizarlo desde que la ignorancia de Margo Glantz descalificó a
una generación de jóvenes al ponerles una etiqueta. René Avilés Fabila comenta, a propósito: Ésa (la generación “de la onda”), fue una discutible calificación que Margo
Glantz nos endilgó para hacerse pasar como crítica literaria aguda e
innovadora, cuando ella es mejor analizando a los clásicos.
Premio Nacional de Periodismo en
1991, Medalla de Bellas Artes en el 2014, René Avilés Fabila es también uno de
los mejores cuentistas contemporáneos, al lado de nombres como Daniel Sada y
Sergio Pitol. René reconoce, incluso, que el cuento es el género donde se
siente más cómodo. Declara: "diría que para mí el cuento es simplemente
atrapar algo que me gusta. Cazar una anécdota, o una parte de la anécdota;
reproducir un diálogo; reconstruir una mini situación. Y cuanto más reducida
sea la historia aprehendida, más me satisface. Los primeros cuentos que escribí
eran de muchas páginas y con el tiempo he podido quitar, quitar y quitar
palabras hasta llegar a una especie de síntesis, a un constante resumen en el
que me interesa especialmente una prosa muy ceñida, donde evito incluso todo
tipo de metáforas”.
Una labor casi quijotesca, y noble
en extremo, es la que han emprendido el escritor mexicano y su esposa, Rosario Casco, al abrir y mantener
un proyecto sin precedentes: El Museo del escritor, que es realmente único en
el planeta. No sólo es un museo del escritor en idioma español; porque en él
hay libros, obras, objetos, recuerdos de escritores de todas partes del mundo.
Baste decir que en este museo llegaron a exhibirse un par de originales de
Allan Poe, y todas las firmas de los premios Nobel en español. Actualmente, por falta de apoyos institucionales,
el Museo permanece cerrado. Pero la determinación de René y de Rosario, para
reactivarlo, es un verdadero acto de valentía.
En fin, que la figura de René Avilés
Fabila, el escritor, el hombre, el promotor cultural, es legendaria. Y su obra,
patrimonio de las letras mexicanas. Los invito a leerlo con atención, lejos de
etiquetas estúpidas y de prejuicios absurdos. Estoy seguro que en estas
lecturas encontrarán más de uno y mil prodigios: un universo fantástico,
terrorífico, amoroso, y político, que es necesario explorar. No se limiten a
odiar al escritor por sus ojos claros y por su tremenda capacidad de buen
conversador, y mucho menos lo odien por lo que otros muchos críticos se atreven
a maldecir sobre él.
Portal del Diezmo, San Juan del Río, Querétaro, 2015.
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