Guillermo
Samperio
En
la recolección de cuentos que aquí encontramos, Ulises Paniagua nos muestra, en
menos de 100 páginas, diferentes habilidades que logran hilarse para conseguir
un efecto literario único y exquisito. Lo primero que se hace notable en su
literatura es una impresión a primera vista de inocente cotidianeidad. El móvil
siempre lo es, ya sea una invitación, una ida a un estadio, un toque a la
puerta, o una abeja volando cerca de una persona; así, la lectura de sus
cuentos se desencadena desde los más simples puntos y crecen como ola que
arroja sobre nosotros la vasta cantidad de elementos que poseen.
Por
ello, la escritura de Paniagua se encuentra en un lindero, no porque sea un
espacio de tierra entre dos terrenos, en absoluto no. Es en dos maneras: su
composición y el libro objeto que aquí se presenta. La conjunción encontrada
entre la palabra tejida y gráfica través de la fuente recién salida de la imprenta
desvaría y goza de convivir su lugar escrito con los dibujos que muestran una
danza de movimientos alrededor de las hojas de Patibulario. El linde de
este libro, confeccionado de manera cuidadosa, no es sólo que las imágenes
adornen un libro. Afirmarlo así sería delegarlo al rubro reservado para los
libros de arte que tanto gustan sacar cuando hay una exposición renombrada en
un recinto cultural y la realidad no podría estar más alejada.
Los
lindes colaboran, representan y se aclaran entre ellos. La imagen habla por sí
misma en una poética única y sincera en su propósito; el texto acompaña su
intención y toma iniciativa por su parte. Sea darnos la idea de prontitud e
imposibilidad de una boda, o remarcarnos figuras exultantes, o la mirada de la
que nos gustaría enamorarnos y perder el sentimiento dentro de un irreconocible
mar de letras. La imagen hace más nítido al texto, el texto hila los muchos
trazos de las imágenes y así las dos se distienden con vida doble en la mente
del lector. El propósito de este libro-objeto no puede ser mejor logrado que al
reconocer este modo de concreción al realizar su lectura en cuentos como “La
vida me visita” y “Un domingo en el estadio”.
Parecerá
cosa nimia mencionar las características pictóricas de un libro, pero la
realidad es que este libro-objeto y su realidad interesan en esta época mucho
más que nunca. Con la venida de la carrera informática y su multitud de
programas y dispositivos para almacenar textos, el libro-objeto que se contiene
y complementa a sí mismo dentro de sus páginas, sin ceder ante los mecanismos
vistosos o materiales, muestra la capacidad de las letras para pervivir y nos
lleva a la segunda característica, o lindero, para regresar al principio de
este texto de Paniagua: la innovación y el mecanismo contenido.
Al
entrar en el siguiente lindero de Paniagua, el de su lenguaje, podemos
encontrar su reconocimiento a los llamados clásicos y/o figuras canónicas. Pero
su relación no es una simple mención o un epígrafe que sirve para hacer a un
cuento sonar de manera rimbombante y erudita, no. La relación del autor
comienza por el del sincero reconocimiento de sus arquetipos, pero no sólo de
la imagen mediática de ellos sino de su poética. La elección del epígrafe, o su
reconocimiento en sus cuentos, están acompañados de una fuerza de
reconocimiento, de una anagnórisis o internación extraña que permite ver en lo
abstracto a un autor en forma de huevo que nace y extiende sus yemas hacia la
metáfora de preferencia que sean los autores reconocidos de forma universal.
Vemos desfilar a figuras tan clásicas como Beckett, o tan reconocidas como
García Márquez y Roa Bastos. Mas no son simples armatostes, sino personajes
activos de los cuentos de Paniagua.
El
siguiente hecho de autor rememorado y cerrado en el lenguaje de Paniagua es la
escritura tributo que sigue después del ejercicio antes ilustrado. Como un
bloque de hielo que surge después de permanecer en el fondo, la escritura del
autor flota por los mares y exuda de manera pura, límpida y primigenia en su
más pura esencia de los titanes dados antes.
Lo
anterior conlleva el nivel del propósito de innovación que se maneja atemperado
y sutil. Cada uno de los cuentos posee su propio nivel, sea la narración en
segunda persona, la unión fortuita de
adjetivos, es un ejercicio localizable a primera vista que se robustece en
medida de que se lee cada cuento y se observa como algo acabado. Se contiene en
sí mismo y es capaz de crear una coherencia que nunca se desborda ni parece de
mal gusto o con adornamiento excesivo.
La
retención también se muestra en el manejo de personajes. Con palabras y
diálogos, el personaje muestra señas de vida y personalidad propia. No dejan
ser manipulados en una obra de sombras chinescas ni son arrastrados por la
corriente desastrosa de la historia, sino que logran vivir en ella y
transponerla. La labor de caracterizar personajes es algo subestimado, pero de
difícil realización en cualquier arte o expresión; y Paniagua no tiene problema
para lograrlo.
Sin
mencionar más, la poética ilustrada se trastoca de manera impresionante y un buen tanto macabra al mezclarse con el
simple móvil que se muestra al principio de la mayoría de los cuentos de Patíbulario.
Mencionarlo es asesinar el propósito pero es inolvidable.
Los
cuentos de Patibulario son, como se pronunció al principio, parte de un
lindero severo de formas y efectos. Formando no en un terreno dividido, debido
a las toscas líneas aradas por un buey ayuntado, sino labrándose con lentitud
en cada texto de manera particular con múltiples efectos que ya se han
indicado. El libro es un geométrico respiro de agua que toma forma.
La
forma que toma poco a poco es el ya mencionado bloque de hielo. Repleto por
todo su cuerpo de la materia que nos da la impresión de una joya valiosa. Un
bloque de hielo transparente y pulido. Un hálito de reflejos encontrados y
discernibles con hermosa claridad.
Reuniones
de características tan disímiles y fácilmente oponibles son insalvables para
ciertos autores, pero Patibulario lo logra y entrega un volumen de
cuentos listo para aportar a la literatura en diferentes niveles: al lector y a
la literatura. No queda más que
abstraerse en la densa y gélida escritura de Paniagua y dejar soltar de vez en
cuando un hálito de sentimiento escabroso, rodeado de hielo cristalizado de
denso sentimiento.
Guillermo Samperio
México, 2009
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