La
picaresca posmoderna de Roger Vilar
en
Agustina y los gatos
por:
Ulises Paniagua
Un amigo sudamericano me
hizo notar la insistencia, en los autores mexicanos, de tirarse al melodrama.
Considera que las historias en la narrativa de nuestro país se construyen bajo una
trágica solemnidad, desde una lacrimógena autocompasión. No le faltan argumentos
para afirmar esto, pues debemos reconocer que el humor ha sido poco explorado,
y mal visto, en México. Supongo que esta omisión de la vena humorística se debe
a los intentos de sacralizar las letras, aún cuando es evidente que escribir es
un oficio profano. Pocos son, en nuestro país, los autores que han incursionado
en el género humorístico o en la picaresca.
Uno de ellos es José Joaquín Fernández de Lizardi, autor de ese Periquillo Sarmiento inquieto y travieso,
que vio la luz en 1816. Siglos después (para ser exactos en el transcurso del
siglo XX), escritores como Augusto Monterroso y Juan José Arreola revisitaban el
género del humor con perspicacia y encanto. Por su cuenta, Efraín Huerta
arrancaba alguna sonrisa o una franca carcajada al obsequiarnos sus célebres poemínimos. Cito a Huerta: No / por / mucho / publicar / te consagras /
más / temprano. Luis Zapata intentó una aproximación, en los años setentas del siglo pasado, con la novela
El vampiro de la colonia Roma, que,
no obstante su valor como ruptura de esquemas y prejuicios, parece fracasar en
su búsqueda pícara debido a un anhelo de melodrama. En años cercanos, la obra
de autores como René Avilés Fabila y Guillermo Fadanelli, se interna en los
senderos del humor negro y de la ironía.
Los escritores cubanos, por aquello del son y de la
musicalidad integrados al habla y a las formas, podrían presumirse simpáticos como
Cabrera Infante y su paronomasia sonriente; o cantadores, como sucede en la
obra poética de Nicolás Guillén. También en ello entraríamos en el error al
generalizar, sobre todo si tomamos en cuenta la monumentalidad de la narrativa
de Alejo Carpentier y José Lezama Lima, escritores poseedores de una visión
eurocéntrica y severamente experimental.
A pesar de ello -y para efectos de esta presentación-, es
necesario reconocer que el origen no traiciona: se lleva en la sangre, a través
de un profundo arraigo, es indisoluble de nuestro ser. El humor, voluntario e
involuntario, es un componente de las letras y la vida caribeñas. Agustina y los gatos (Abismos, Casa
Editorial, 2014), la reciente novela de Roger Vilar, demuestra esta recurrencia
a la picaresca, aunque esta vez desde
una perspectiva muy diferente. Roger reside en México desde hace años, por lo
que se encuentra impregnado de este inevitable surrealismo mexicano de cada día.
Por ello, el sabor de su prosa supera cualquier regionalismo, dotándolo de un toque
multicultural. Por otra parte, es importante anotar que las grandes diferencias
sociales y la visión apocalíptica producidas a fines del siglo XX e inicios del
XXI en nuestro país, influyen de manera poderosa en su nueva publicación.
Imagen: Roger Vilar repartiendo autógrafos
Agustina y los gatos
es un lúdico cuestionamiento a los efectos de la globalización, ese fenómeno
demandante que acentúa las diferencias entre los muy millonarios y los muy pobres;
entre las fuerzas del orden y las favelas,
los guettos, los barrios. Vilar explora
sin lloriqueos, al internarse en profundos abismos, la picaresca de la posmodernidad.
La trama de la novela es intensa:
Una
batalla colosal se avecina; Agustina
comanda a un ejército de gatos. Edmundo
-el minino que lidera a las huestes- es la rencarnación del marido de quien la
vieja conserva, con recelo, un dedo triturado. Viejo, un despreciable explotador, asegura que el fin del mundo
está cerca y que el agente del mal no es otro que la especie felina; los gatos son el símbolo del libertinaje,
declara mientras alista a una multitud
de perros clasemedieros, azuzados por Puppy,
un homicida french poodle minitoy.
Agustina y los gatos describe los bajos
fondos y sus meriendas de tripas; se percibe el olor a alcantarilla donde las calles
son invadidas por una multitud de esquizofrénicos, diabéticos y lisiados.
Ejercer el oficio del periodismo enriquece las vivencias, abre la puerta a
submundos inimaginables que adquieren discursos metafísicos: Roger Vilar
(1968), escritor cubano radicado en México, narra con una fuerte carga de humor
negro y en un estilo desparpajado las vicisitudes en un mundo de mendigos y estafadores.
Basada en la nota roja que Vilar cubrió como reportero durante años, Agustina y los gatos es una novela que
se inscribe en una larga tradición que halla la picardía en lo grotesco y en lo
absurdo. La crudeza de los tiempos que corren nos obliga a reflexionar sobre la
realidad, sublimada siempre a través de las letras. Pareciera que la miseria
fuese una peste que, aún a pesar de su rudeza, presentara pasajes de una
parodia construida con los elementos de su sin razón. El mundo de los muy
pobres es el inframundo, el sucio pasillo que conduce a lo terrible, aunque se
vea con humor. Esta contradicción, sin embargo, entre el hecho terrible y la
propia parodia del hecho, es uno de los grandes sellos posmodernos. El día
que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo, ha dicho Gabriel
García Márquez en algún momento. Volviendo a Fernández de Lizardi, encontramos
una ironía magistral desde el siglo XIX. Cito: Hay
casas desdichadas y de mal pie, que a los que viven en ellas pegan las
desdichas.
Agustina y los gatos es una novela de
ritmo ágil que no recurre a adjetivaciones pedantes o razonamientos aburridos;
sino que muestra, en la manifestación de sus personajes y en la barroca posmodernidad
de su historia, una riqueza narrativa que se agradece en una época donde se
apuesta poco a la libertad de la forma. Con este libro, una ácida parodia acerca
de la lucha de clases y la sinrazón del mundo, el escritor Roger Vilar inscribe
su nombre en la selecta lista de narradores latinoamericanos en búsqueda de
literatura viva, que no atiende formalidades. En un futuro cercano Vilar continuará
sorprendiéndonos con libros tan contundentes y bien logrados como lo es éste,
eso es seguro. Agustina y los gatos,
que es, en mi humilde opinión, la mejor novela que ha entregado Roger, nos mantiene al borde de la página, en
medio de profundas emociones y de ardientes rasguños; aunque también nos
arranca una sonrisa permanente, espontánea, que atraviesa nuestra ánima de
oreja a oreja.
Ulises Paniagua
Casa Refugio
Citlaltépetl, 25 de Octubre del 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario