Hablemos
de los Habitantes de la noche
por:
Ulises Paniagua
¿Cuál es la naturaleza del mal? ¿Un sufrimiento, una
tragedia, mucho dolor no superado?
Roger Vilar
Eventos
extraños ocurren en el interior de un edificio en ruinas de la colonia Guerrero.
Las ratas emiten chillidos entre muros: la oscuridad se apodera de la humedad
del concreto; la noche antecede a la muerte. Es la Ciudad de México del siglo
XXI, una urbe fatídica donde el asesinato se convierte en primicia, una gran
aldea donde el secuestro y la tortura se convierten en prácticas frecuentes
entre los delincuentes y aquellos que acechan lo que sucede. En la más reciente
novela del escritor Roger Vilar, Habitantes
de la noche (Editorial
de otro tipo, 2014), el autor nos conduce a
un submundo dominado por la nota roja. Ribalta, reportero de un importante
diario nacional (El Siglo), es asignado para cubrir notas sobre hechos
violentos y homicidios, al silencio de la madrugada:
“Los policías de todo el Distrito Federal hablaban con voz
gangosa a través de los radiotransmisores (…) Nada de aquello servía a los
reporteros, era demasiado débil para convertirse en noticia. Necesitaban algo
fuerte.”
Aburrido por la espera de un caso digno, Ribalta decide acudir
a un llamado policiaco donde se anuncia una simple riña entre un casero y su
inquilino. Es tanto el tedio de Ribalta que aunque la nota le parece poco interesante,
sabe que llegar al lugar de los hechos servirá para romper la rutina. A partir
de ese hecho -en apariencia intrascendente- que llega a cubrir, Ribalta se verá
inmerso dentro de la oscuridad de un extraño mundo, allí, en el corazón de un
argumento misterioso pero terrible que involucra a la belleza de la joven
mulata Isabel; a la literatura como acto de soledad de un ser grotesco (Joseph Alda);
y al ansia casi vouyerista hacia el dolor de los otros (experimentada por
Ribalta y el guapo y enigmático pintor Saleur).
Roger Vilar comprueba,
en Habitantes de la noche, el oficio
como narrador ejercido durante años, para conducir al lector a una realidad
que, por cotidiana, resulta casi fantástica. Aunque, desde luego, el horror del
reportero ante las atrocidades humanas nos mantiene siempre en contacto con
nuestra triste condición de habitantes nocturnos. En la novela hay implícito un
cuestionamiento sobre la ética del reportaje y del reportero. ¿Nos hemos vuelto
insensibles hacia lo que sucede a nuestro alrededor? Este parece ser el mensaje
cifrado tras las letras del autor. ¿Gozamos ante el espectáculo de los
decapitados y los dedos cercenados? Es todo un fenómeno, que casi podemos
calificar como psicopático: el reportero se vuelve ajeno a aquellos a quienes
entrevista; prefiere ignorar la materia humana implícita en los casos, para
mirar la crudeza de la muerte desde la frialdad de un cómodo distanciamiento. ¿A
quién le importa un torturado, un desaparecido más? Lo que la prensa busca es
la exclusiva, la nota más terrible que se pueda conseguir a pesar de lo que se
deba hacer para conseguirla. La nota roja es dinero. Es aquí donde surge una
profunda inquietud: ¿el reportero, en su trabajo impersonal y discreto, puede
volverse cómplice de quien ejerce la violencia sobre los otros? En el mejor de
los estilos de la novela negra, ese
fascinante género impulsado por Raymond Chandler en la década de los cuarentas del siglo XX, Vilar se acerca
–al igual que el autor norteamericano nacionalizado británico- al retrato de la sociedad contemporánea,
donde el dinero y el poder ejercido sobre “los otros” son los motores de las
relaciones humanas, con sus consecuentes secuelas de crimen y marginación. En Habitantes de la noche todos los
personajes respiran dentro de un mundo malsano, que aparenta la más completa
naturalidad:
“La permanencia del pintor en aquel sótano revelaba un Yo
desconocido para él mismo. Emergía una parte oscura y nauseabunda que él nunca
sospechó. Otra máscara. Una sombra que lo obnubilaba (…) Saleur sintió una leve
erección con el relato, pero supo que aquel momento era el de su batalla
definitiva…”.
Roger Vilar trabajó como reportero para algunas televisoras
y diversos diarios, entre ellos, Milenio.
Esa mirada casi etnográfica que brinda la nota roja es la que le ha permitido
desarrollar historias a partir de una realidad escandalosa, descrita a través de
su propia imaginación. Las experiencias en el quehacer como periodista pueden
generar magníficos imaginarios. Roger utiliza lo vivido hasta el grado de
referir dos o tres casos verídicos, aunque trastocados por su pluma. Sólo que
llena las historias de un febril encanto, de una frescura literaria que conduce
a la expectación en cada uno de sus capítulos. En ese manejo de la historia es
donde nos encontramos, de lleno, con el autor maduro, experimentado. Vilar no
es un improvisado en el mundo de los libros. En Cuba, su país natal, publicó
hace algunos años los libros de cuentos Corceles
de la pradera y Aguas de la noche.
En México ha publicado, también, dos libros de cuentos: La era del dragón (1998), y Brujas
(2013). Hace poco tuve oportunidad de leer, de manos de este autor, una
historia bastante apocalíptica, humorística y postmoderna, donde habita una
vieja Agustina (un tanto loca), junto a un ejército de gatos. Me pareció una
novela espléndida. Vilar es un prestidigitador estupendo: en cuanto más se
interna el lector al mundo propuesto por el autor de Habitantes de la noche, mejor conoce su universo particular, un
mundo de seres marginados, que viven entre ruinas y casonas viejas del centro
de la ciudad.
Las historias de Vilar recuerdan mucho a esas extrañas
narraciones de Paul Auster, donde un halo de misterio se respira entre
personajes que interactúan en un mundo absurdo por su propia verdad; un mundo
donde la crueldad humana y las acciones extremas, aunque inexplicables, son el
común denominador en una sociedad inquietante. En el aspecto latinoamericano,
el nombre del cubano puede inscribirse a la particularidad de otros nombres
como los de su compatriota, Virgilio Piñera; o los del mexicano Francisco Tario,
o el uruguayo Felisberto Hernández; autores de poderosa imaginación que rompen
esquemas en la clasificación de géneros, y que mucho adeudan a las extensas
lecturas del checoslovaco Franz Kafka.
Lo que caracteriza a las historias de los autores antes
mencionados, y a la propia búsqueda de Vilar, en su obra, es esa tremenda
percepción donde se reconoce que el mundo va más allá de nuestra existencia;
leyes indeterminadas de lo que se vive, que están fuera de nuestro control y
nuestra elección. Citando a Paul Auster: “Nuestras
vidas realmente no nos pertenecen, pertenecen al mundo, y a pesar de nuestros
esfuerzos por darle un sentido a éste, el mundo es un lugar que va más allá de
nuestro entendimiento”.
Sin embargo, a través y
a pesar de la opresión generada en un ambiente de víctimas y torturadores, en
el concepto del dolor entre las pulsiones eróticas, entre máscaras de cerdos
colgadas a las paredes y perturbadoras presencias rozando la piel de una chica
en un cuarto abandonado, también nos hallamos ante el erotismo en su más pura
expresión. La sensualidad es también una característica de las historias de
este escritor cubano. En uno de sus pasajes, una hermosa chica, buscando
zapatos en un barrio popular, encuentra a un apuesto pintor, entablando un
tórrido y bello romance (aunque con la
naturalidad que sólo el autor podría concederle a un encuentro amoroso entre
dos desconocidos, muy a la manera de esos encuentros casuales que Milán Kundera
describe en su célebre novela, La
insoportable levedad del ser). Aunque en este caso, a diferencia de los
encuentros en Kundera, en la habitación del pintor sí hay un asomo de amor, un
entendimiento espiritual que después se verá en peligro, pero que nos permite
acceder a uno de los pasajes eróticos de la novela: “Dejar libre el cabello de una mujer es quizás el primer acto en el
proceso de desnudarla. Él le quitó los lazos, las ligas, y éste cayó en rizos
negros como cascada, como velo de una antigua diosa (…) Ella tenía los ojos
cerrados y el cuello erguido. La falda ya caía más debajo de las caderas,
dejaba ver el rizado vellón de su monte de venus, hirsuto y lleno de fuerza; y
las corvas musculares y satinadas, como de yegua desbocada.” La sensualidad
en Vilar goza de una naturalidad que incluso asombra, porque, siendo honestos,
debemos reconocer que en las escenas que se suscitan entre parejas encontramos
detalles curiosos e incluso cómicos. Vilar captura esos detalles. Lo erótico en
el de Roger escritor no niega lo caribeño, el fuego incontenible de los
orígenes. Algunas escenas en su obra son descritas con una meticulosidad tan
suave como la de Lezama Lima; otras tantas son abordadas desde un punto de
vista lúdico y picaresco, al estilo de Cabrera Infante. Aunque en el autor del
que trata esta reseña, podemos agregar un cierto dejo tanático, emparentado con
lo sexual. Aquí, la pulsión más indescifrable y vergonzosa, el acercamiento
entre la muerte y el deseo. En palabras del propio George Bataille, intentando descifrar
lo indescifrable: “Hay en la muerte una
indecencia, distinta, sin duda alguna, de aquello que la actividad sexual tiene
de incongruente. La muerte se asocia a las lágrimas, del mismo modo que en
ocasiones el deseo sexual se asocia a la risa (…) Evidentemente el torbellino
sexual no nos hace llorar, pero siempre nos turba, en ocasiones nos trastorna
y, una de dos: o nos hace reír o nos envuelve en la violencia del abrazo.”
La originalidad en los planos -reales e irreales- de la
novela, la propuesta sin maniqueos en el uso de los personajes y el estilo
oscuro, propio del acercamiento a la criminalística, hacen de Habitantes de la noche un libro de impacto (no es una casualidad que
esta novela haya sido seleccionada como ganadora del primer concurso de novela
convocada por la Editorial de otro tipo,
consiguiendo por derecho propio su publicación y distribución). En la novela, también
es evidente el recurso de la ficción. No sólo de la ficción como la
construcción de una historia narrada a partir de hechos acontecidos, sino la
ficción como construcción de una ficción detrás de la primera, en una sucesión
interesante de capas ficticias. Esto es, de pronto uno de los personajes
adquiere propiedades fantásticas, dando un giro a la realidad establecida, y
llevando el todo a un discurso metatextual. Volviendo a citar a Auster, en este
sentido de profundizar en lo fantástico
real: “Lo real siempre va más allá de
lo que podamos imaginar”. Los poderosos juegos de la imaginación construyen
al hombre. Así lo hace notar Vilar en su novela:
“Julio
pensó que la raíz del mal era la debilidad, un desfallecimiento del ser que lo obligaba
a refugiarse en una realidad inventada.”
En este infatigable juego de ficciones entre ficciones, de
relatos lúdicos que se interceptan en el tiempo y sus múltiples espacios, sólo
queda recomendar con holgura leer la novela Habitantes
de la noche. Porque en ella, Roger Vilar -a través de sus letras-, no
desentrañará realidades, no mencionará nombres ni brindará respuestas al
terrible reino de la violencia que mantiene paralizado el actuar de los
habitantes de esta metrópolis. Pero si
brindará, al menos, el consuelo de una rica y propia interpretación de la
realidad a través de lo fantástico, a través de una prosa clara y fluida. Y
todo ello, en medio del imprescindible misterio que caracteriza a las buenas
narraciones, y en especial a las mejores novelas negras, donde el bien y el mal
se funden en un beso enfermizo. Citando a Milorad Pávic, les dejamos esta frase
que inicia uno de sus cuentos, que bien cabe como invitación a recorrer la
turbia historia de los Habitantes de la
noche:
“El escritor les aconseja, queridos
lectores, que no lean este cuento un miércoles y de ninguna manera antes del
mes de mayo. Además, lo más conveniente sería que lo leyeran por las noches y
en la cama. Descubrirán las razones por ustedes mismos. Aún debo decir que en
este cuento no hay héroes; los únicos héroes aquí son ustedes, sus lectores.”
Ulises Paniagua,
desde las sombras de la colonia Guerrero,
en colaboración
con Joseph Alda, 2014.
Ulises Paniagua (México, 1976)
Narrador, poeta, videasta y dramaturgo. Ha publicado tres poemarios: Del amor y otras miserias (Fridaura, 2009), Guardián de las Horas (Eterno femenino, 2012), y Nocturno imperio de los proscritos (Sediento Ediciones, 2014, Enciclopedia de las Letras Mexicanas, INBA, CONACULTA-FLM); y tres libros de cuentos Patibulario, cuentos al final del túnel, (Mutibilda, 2011), Nadie duerme esta noche (Fridaura, 2012), e Historias de la ruina (Sediento Ediciones, 2013, Enciclopedia de las Letras Mexicanas, INBA, CONACULTA-FLM); así como los CDs sonoro-poéticos Cuadriversiones y Clandestinos y nocturnos (Colectivo Pena Ajena, 2013 y 2014).
Narrador, poeta, videasta y dramaturgo. Ha publicado tres poemarios: Del amor y otras miserias (Fridaura, 2009), Guardián de las Horas (Eterno femenino, 2012), y Nocturno imperio de los proscritos (Sediento Ediciones, 2014, Enciclopedia de las Letras Mexicanas, INBA, CONACULTA-FLM); y tres libros de cuentos Patibulario, cuentos al final del túnel, (Mutibilda, 2011), Nadie duerme esta noche (Fridaura, 2012), e Historias de la ruina (Sediento Ediciones, 2013, Enciclopedia de las Letras Mexicanas, INBA, CONACULTA-FLM); así como los CDs sonoro-poéticos Cuadriversiones y Clandestinos y nocturnos (Colectivo Pena Ajena, 2013 y 2014).
Su obra ha sido divulgada en diversas antologías,
revistas y diarios nacionales e internacionales, incluyendo la revista El búho y la revista de Editorial Jus. Ha sido publicado en la Academia Uruguaya de
Letras; así como en España, Italia, Perú, Cuba, Venezuela, Argentina y Costa
Rica. En el 2007 recibió mención honorífica en el Concurso Nacional de Cuento
Criaturas de la Noche .
En el 2008 fue incluido en la antología de Poesía
Latinoamericana Giulia Gonzaga (Italia), y en el 2014, en la
antología española Poetas del siglo XXI.
Ha sido traducido al inglés y al italiano. En los concursos interpolitécnicos
de teatro recibió cinco premios, incluyendo mejor dramaturgia. En el 2011, con
su colaboración literaria en las coreografías de grupo Kanga, obtuvo el primer lugar en el concurso nacional televisivo de
España, Tú sí que vales. Se ha
presentado, por invitación, en el Palacio de Bellas Artes de México, FIL de
Minería y FILIJ de Guadalajara. Es conductor de radio en la cápsula Arquitectura literaria, del programa Jazz Arquitectónico (1670AM), de Radio
Anáhuac. Ha impartido talleres sobre cine y literatura, por parte de CONACULTA,
UAM, y Fundación René Avilés Fabila. Becario de CONACYT para un programa de
Maestría, con la tesis “Memoria poética en la arquitectura de la Ciudad de
México” (2014-2016). Correo electrónico:
sesilu7@yahoo.com.mx
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