Una nueva ciudad invisible
Ulises
Paniagua
A Ítalo Calvino, con profunda admiración...
En Azoguia -nacida en el cruce de cuatro caminos- rige un extraño
comportamiento: se cuenta que cada calle, cada banca, jardín o habitante, posee
un reflejo en una ciudad idéntica pero ajena. Es decir, existen dos versiones
del mismo territorio.
Una de las dos ciudades es
falsa. A muchos viajeros les cuesta trabajo reconocer las diferencias por sutiles;
sin embargo, si se mira con atención es posible distinguir lo verdadero de lo superpuesto. Una de las dos Azoguias
está repleta de códigos electrónicos que no representan nada. Sus mensajes no
buscan cifrar un objeto o sujeto, sino que se pierden en la vanidad de su existencia.
En esa urbe falaz se intenta tocar las paredes de los edificios o las
puertas de los santuarios, consiguiendo apenas atravesar las imágenes como un
puño atraviesa una capa de aire. Es un andamiaje que carece de alma.
La otra Azoguia, la verdadera, permanece dormida detrás de esas representaciones
virtuales. Dicen que está hecha con la sangre de muchos muertos, con los deseos
marchitos de suicidas y soñadores que desfilaron por sus avenidas; pero también
con la esperanza de los niños que jugaron a la pelota en sus barrios, con la
risa de los adolescentes que se besaron a escondidas en sus cines.
A esta urbe es difícil hallarla. Sólo se muestra de vez en cuando si los
viajeros -puros de corazón- mantienen la vista entornada durante horas, justo cuando el sol empieza a caer para dar
paso a la noche. El viajero que consigue entrever algo debe estar atento, pues
el instante prodigioso no dura más allá de un par de segundos. Poco después, la otra Azoguia, la ciudad que fulgura entre
anuncios de antros, automóviles y campañas políticas, vuelve a presentarse como
una promesa del futuro, llena de progreso y todos esos términos que los propios
habitantes han decidido atribuirle para no perder la cordura dentro de sus
circuitos y sus plazas comerciales.
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