por: Miguel Ángel Hernández Acosta
Raquel Huerta-Nava me ha permitido contar esta historia porque todos los escritores involucrados en ella ya están muertos. Parece mentira, pero las mafias literarias, los egos y las filiaciones políticas fueron algunos de los motivos que obligaron a estos creadores a tratar de ocultar los hechos. Los literatos involucrados son cuatro, o cinco, según se vea el asunto: Roberto Bolaño, Mario Santiago, Efraín Huerta, Octavio Paz y José Revueltas, este último de refilón.
El secreto me fue revelado hace una semana, en la presentación de un libro compilatorio de algunos ensayos de Efraín Huerta. Si hasta hoy lo doy a conocer es porque aún tardé un poco en organizar los datos, las fechas y en comprobar algunos testimonios. Asimismo, creo que los nombres de los informantes, con excepción de Raquel, no son de mucha importancia. Sobra decir que todos ellos son de mi absoluta confianza.
Todo empezó hace algunos meses, veinte aproximadamente, sin embargo, fue hasta la semana pasada cuando Raquel aceptó contestar mi pregunta.
—¿Su padre conoció a los infrarrealistas, Raquel?
—¡¿Conocerlos!? Más bien los inspiró.
La respuesta confirmó mis sospechas. Pero vayamos poco a poco.
Hace aproximadamente un año concluí mi licenciatura. El nombre de mi tesis era: La ciudad de México en los poemas de Efraín Huerta: un análisis narrativo. En este trabajo hice un mapa de las calles y lugares que habitan la poesía de Efraín Huerta, el gran cocodrilo. Asimismo, ilustré el cambio de geografía en los poemas a partir de que Efraín Huerta se mudó a Polanco; entonces, decía en las conclusiones de la tesis, su poesía se llenó de nombres como Hegel, Horacio, Presidente Masaryk y Ejército Nacional. También puse de relieve la constante presencia del Metro (entonces sólo existían las líneas 1, 2 y 3) en los delirios del autor nacido en Silao, Guanajuato.
Al saber que nadie había leído mi tesis, con excepción de los sinodales, decidí “regalarle” mi trabajo a alguno de los hijos del poeta que me había inspirado y gracias a quien había obtenido mi título.
Jamás contacté al maestro David Huerta. Sin embargo, a su hermana Raquel un día la conocí en la presentación de uno de sus libros. Ahora no recuerdo el título, pero sé que era una de las biografías que le valieron un gran reconocimiento.
Al final de la plática me le acerqué y tímidamente me presenté con ella. Le comenté el motivo de mi presencia y ella dijo sentirse feliz de que los jóvenes de hoy aún leyeran a su padre. Me pidió mis datos, prometió leer el trabajo y posteriormente darme su opinión.
Pasaron algunas semanas antes que supiera de ella, sin embargo, el día que llamó me pidió que fuéramos a tomar un café para discutir su lectura de mi tesis.
En resumidas cuentas, dijo que el trabajo le parecía interesante, aunque me recomendaba consultar algunas otras fuentes, claro, si es que estaba interesado en continuar con el estudio de la vida y obra de su padre.
A partir de ese día no dejé de acudir a sus presentaciones, así como a los encuentros o charlas que se realizaban en honor de Efraín Huerta. Pronto nos hicimos amigos y ella terminó por confiarme algunas de las aventuras de su padre.
Hasta aquí, por el momento, de Efraín Huerta. Ahora hablemos un poco de una de mis novelas favoritas: Los detectives salvajes,del chileno Roberto Bolaño.
La contraportada de este libro resume: “Arturo Belano y Ulises Lima, los detectives salvajes, salen a buscar las huellas de Cesárea Tinajero, la misteriosa escritora desaparecida en México en los años inmediatamente posteriores a la Revolución, y esa búsqueda —el viaje y sus consecuencias— se prolonga durante veinte años, desde 1976 hasta 1996, el tiempo canónico de cualquier errancia, bifurcándose a través de múltiples personajes y continentes, en una novela en donde hay de todo...”.
Creo que estas palabras describen a la perfección el contenido del libro. Quizá fueron estas palabras las que me hicieron leerlo y posteriormente fascinarme con él. Así, descubrí a un autor que, aunque no fue de mi total agrado en el libro Llamadas telefónicas, sí se convirtió en uno de mis favoritos.
Aquí he de confesar una de mis manías. Cuando me gusta la forma de escribir de un autor busco todo lo que esté al alcance: su biografía, entrevistas, audios, etcétera. De Roberto Bolaño, por fortuna, existe material abundante. De esta forma me enteré de que era chileno, de que había viajado a México a los 15 años, en 1968, y de que regresó a su país natal a defender el gobierno de Salvador Allende. Además, supe que en los tiempos de mi lectura había recién fallecido y que desde 1977 hasta el día de su muerte su vida estuvo vinculada a España, podría decirse que vivió gran parte de este periodo en ella, mas sus constantes viajes lo convirtieron en un “habitante del mundo”, salvo por el lugar común.
Así, de manera gradual fui reconstruyendo su vida: su llegada a México (junto con su familia), el abandono de los estudios a los 16 años, su amistad con el poeta Mario Santiago, su filiación trotskista, su vuelta a Chile, su encarcelamiento y posterior liberación gracias a dos policías conocidos de infancia, su llegada a España, sus múltiples oficios. Su primer libro en colaboración (Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce), los concursos ganados antes de Los detectives salvajes y los premios Rómulo Gallegos y el Herralde de Novela.
De todos los datos que recabé uno llamó mi atención, el que Roberto Bolaño reconociera como dos poetas influyentes en él a Efraín Huerta y Enrique Lihn. Cuando descubrí lo anterior no dejé de recordar que al terminar de leer Los detectives... en lo primero que pensé fue en el mapa que había incluido en mi tesis sobre la geografía de la ciudad de México en la poesía de Huerta. ¿Podría hacerse uno similar tomando como referencia la novela de Bolaño?
Además era curioso que Bolaño jamás hubiera conocido a estos poetas, al menos eso afirmaba en todas las entrevistas que había leído. Si Bolaño había vivido en México en 1968, cuando a Efraín Huerta le publicaban antologías y daban reconocimientos, era extraño que el joven Bolaño, con aspiraciones de poeta, no hubiera acudido a ninguna presentación o que no se hubiera topado con Huerta en alguna reunión literaria.
Más tarde supe que Roberto Bolaño junto con Mario Santiago sufrieron una especie de exilio dentro de las letras mexicanas. ¿La razón? El movimiento poético llamado infrarrealismo y sus constantes ataques a los escritores cercanos a Octavio Paz, entonces gran patriarca de la cultura mexicana.
El infrarrealismo, según el propio Bolaño afirmó en una entrevista, “era antipaciano, sí, pero también antiizquierda neostalinista, esa izquierda dirigida. Nosotros nos situábamos en una especie de franja anarquizante, en contra de todo. Porque no sólo estuvimos en contra de Paz, sino de la Espiga Amotinada. Respetábamos en cambio a Efraín Huerta. El infrarrealismo era la versión mexicana del Dadá, con la gran suerte de que contábamos con dos poetas extraordinarios: Mario Santiago y Darío Galiciaera”.
Roberto Bolaño daría cuenta de esta segregación de la literatura mexicana y del infrarrealismo en Los detectives salvajes, novela que en gran parte es autobiográfica. De esta manera el infrarrealismo se convirtió en el real visceralismo, Roberto Bolaño había adoptado el disfraz de Arturo Belano (uno de los protagonistas del libro) y Mario Santiago era el alter ego de Ulises Lima. Esto lo comprobé gracias a un artículo de Bruno Montané Krebs, amigo de Bolaño y Santiago.
En este artículo se hacía referencia a las caminatas nocturnas que emprendía Mario Santiago, así como sus reuniones con Bolaño en el Café La Habana, de la ciudad de México, y la afición de estos escritores por los cigarros Delicados. Asimismo, Montané Krebs añadía que Bolaño se había desempeñado como periodista durante su estancia en México.
Descubrí además que Mario Santiago Papasquiaro (1953-1998) se llamaba en realidad José Alfredo Zendejas Pineda, pero su seudónimo poético “era un doble homenaje a un amigo de la infancia y adolescencia y el apellido hacía referencia al lugar de nacimiento de José Revueltas”, a quien por cierto admiraba.
Aquí se me reveló el primer dato curioso de esto que hoy les cuento: los tres escritores mexicanos, amados u odiados por los infrarrealistas (Paz, Huerta y Revueltas) nacieron en 1914, Paz y Huerta habían sido grandes amigos, al igual que Huerta y Revueltas. Podría decirse que Paz era el amigo literario de Huerta, mientras que Revueltas era su amigo político. Además, recordé que Efraín Huerta había pertenecido al Partido Comunista de México (al igual que Revueltas), aunque lo habían expulsado. A pesar de esto, Huerta no dejó de apoyar dicho movimiento político, prueba de ello fue el recital que ofreció junto con Pablo Neruda donde hablaron de Stalingrado y de la situación del comunismo en el mundo.
Huerta (y Paz en cierta medida), en ese entonces, y me refiero a finales de los años cuarenta, daba vida, sin darse cuenta, a lo que terminaría por llamarse Los detectives salvajes.
1949 es la fecha precisa. Ese año Efraín Huerta, junto con Otaola, Otto Raúl González, Margarita Paz Paredes e incluso el gobernador de Guanajuato fundaron el cocodrilismo, “escuela lírica y social que en mucho se opone al existencialismo, extraordinaria escuela de optimismo y alegría”, según describía Huerta. Ese mismo año, nacía su hijo David Telémaco Huerta. Así, Efraín se convertía en Odiseo, al ser el padre de Telémaco.
Hasta aquí nada tenía relación para mí. Todo se podía resumir en que mi admirado Efraín Huerta había sido admirado por mi también admirado, Roberto Bolaño.
Todo hubiera parado en esto, sin embargo, un día navegaba por Internet cuando descubrí la grabación de una entrevista que Roberto Bolaño había otorgado al programa chileno Off the record. En esa grabación, el periodista Fernando Villagrán le preguntaba a Bolaño sobre su vida en general. Pude notar que si no le preguntaba por sus libros se debía a que en Chile poco los conocían.
La entrevista me produjo una extraña sensación. No, no fue la entrevista, más bien fue la voz de Bolaño, un poco apagada, demasiado pensada. No fue sino cuando habló de México cuando comenzó a entusiasmarse, quizá recordando sus tiempos adolescentes.
—¿Hay algún personaje de la literatura mexicana con el que tú te relacionaste, que te haya influido de manera importante? —preguntó Villagrán.
—De manera importante —contestó Bolaño— hay un poeta: Mario Santiago, quien para mí es el mejor poeta que he conocido en mi vida... Y luego conocí a Efraín Huerta, en México, con él tuve una buena amistad y me ayudó muchísimo...
En ese momento se interrumpió Roberto Bolaño. Parecía que se hubiera arrepentido de la declaración. Carraspeó y se oyó como si se acomodara en la silla. “Básicamente eso”, agregó Bolaño e intentó desviar la atención hacia Enrique Lihn, de quien nunca se cansaba de platicar.
Recuerdo que en ese momento no aquilaté el valor de la declaración de Bolaño; sin embargo, cuando iba de camino a casa el inconsciente me hizo recordar las palabras del chileno. ¿Pues no que no había conocido a Huerta ni a Lihn?, al menos eso decía en todas las entrevistas que yo había leído. La duda me obligó a revisar en casa los papeles que sobre Bolaño guardaba. Tenía razón: en todas las entrevistas negaba conocer a Huerta, incluso ahora me parecía extraño su afán por dejar claro que nunca lo había conocido.
Me negué a creer que Bolaño le mintiera a Fernando Villagrán. Más bien, supuse, tal vez a Villagrán fue a quien le dijo la verdad, creyendo que esta entrevista, de un programa de media noche averigüé después, jamás se daría a conocer en México o a través de Internet. La inesperada declaración de Bolaño me proporcionó el segundo dato curioso.
En esta época, la del segundo descubrimiento, fue cuando conocí a Raquel Huerta Nava.
Intrigado por la declaración de Bolaño investigué cuanto pude acerca de su estadía en México. No había gran cosa: su amistad con Mario Santiago, su actividad periodística, sus visitas al Café La Habana y el abandono de sus estudios.
Una cosa me llevó a otra. Comencé a buscar más datos de Mario Santiago Papasquiaro, hasta que encontré dos poemas que llamaron mi atención: Consejos de un discípulo de Marx a un fanático de Heidegger, dedicado a Roberto Bolaño y Kyra Galván (“camaradas y poetas”), y Ya lejos de la carretera, “a la memoria de Infraín”. Obviamente el primero me recordó el libro a cuatro manos escrito por Roberto Bolaño y Antoni García Porta: Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce. El segundo, y esto dependería de la lectura de otro poema de Santiago cuyo título nunca supe, lo relacioné con Efraín Huerta: “Infraín Huerta (1914-1982) / Calavera Pirata / Santo Profeta del refuego (II)”.
Así, un cabo más estaba atado: Mario Santiago Papasquiaro también era admirador de Efraín Huerta. Hasta aquí lo que pude averiguar.
En este momento de mi vida ya conocía a Raquel Huerta, lo he dicho, acudía a sus presentaciones y a veces platicaba con ella. Sin embargo, fue en una plática sobre Efraín Huerta por su aniversario luctuoso, a la que no se presentó Raquel, gracias a la cual descubriría casi toda la historia que hoy quiero dar a conocer.
Acudí a la plática esperando nuevas revelaciones sobre Huerta, sin embargo un poeta que decía conocer la obra del gran cocodrilo hizo que me molestara. En una parte de su exposición hablaba de la ironía y el humor en la poesía huertiana. Para sustentar su dicho recitó un fragmento del Manifiesto nalgaísta: “...bastará citar el caso de mi tía la segunda. Visiblemente dotada de un trasero de imponentes dimensiones, jamás nos hubiéramos permitido ceder a la fácil tentación de los sobrenombres habituales; así, en vez de darle el apodo brutal de Ánfora Etrusca, estuvimos de acuerdo en el más decente y familiar de la Culona. Siempre procedemos con el mismo tacto...”.
En ese momento sentí un inmenso coraje. ¿Cómo era posible que alguien que se atreve a hablar de la obra de Huerta pudiera atribuirle ese párrafo a Efraín? ¿Acaso no había hecho caso de las cursivas presentes en el texto, no le habían indicado que el gran cocodrilo citaba a alguien? ¿No sabía, el muy ignorante, que ese fragmento había sido escrito por Julio Cortázar y que pertenecía a su libro Historias de cronopios y famas?
Tal fue mi enojo que provocó que dudara un poco de mí, quizá el fragmento sí era de Huerta. Por si las dudas al llegar a casa quise comprobarlo. No encontré mi edición de Poesía completa de Efraín Huerta, editada por el Fondo de Cultura Económica; mi libro de Transa poética lo había prestado, y el Material de lectura de Efraín Huerta, publicado por la Unam, no contenía el Manifiesto nalgaísta. Me vi obligado a recurrir a mi tesis. Fue ésta la que me brindó otro dato curioso, aunque en ese momento no lo tomé como tal. En efecto, el Manifiesto, escrito en 1965, incluía en cursivas este párrafo. Además, comprobé que en Historia de cronopios y famas, dentro de los oficios extraños, venía el “cuento” donde Cortázar hablaba de su tía la culona.
Sin embargo, si he de ser sincero, mi memoria me había jugado una broma y había mezclado el Manifiesto nalgaísta con las Barbas para desatar la lujuria. Cuando me di cuenta de esto no pude evitar releer ambos poemas. Los dos, según aclaraba en mi tesis, eran de 1965.
Así, descubrí la ciudad nocturna que describía Huerta en Barbas para desatar la lujuria y el lenguaje “experimental” ocupado en el Manifiesto nalgaísta. Ambas características me recordaron los poemas de Mario Santiago Papasquiaro, así como el apodo de Infraín dado al cocodrilo poeta. Releí el manifiesto y comprendí que en él Huerta nos invitaba a compartir su locura, el inframundo citadino: “No voy al paraíso ni al infierno / yo voy al Nalgatorio”, decía Efraín.
Además, la relectura de Barbas para desatar la lujuria me llevó a Sabines, a Paz, a Lecumberri (donde frecuentemente caía Revueltas), a José Emilio Pacheco, al Centro Mexicano de Escritores, a la Unam, al Poli y a los recorridos nocturnos que hacía el cocodrilo por toda la ciudad. Recordé entonces, y no me pregunten cómo, que Efraín Huerta, de joven, iba a esperar a que Octavio Paz saliera de su trabajo en la Secretaría de Hacienda y se iban a caminar por el centro histórico de la ciudad de México, al tiempo que hablaban sobre todo de literatura: ¿Has leído tal libro?, le preguntaba por lo regular Paz a Huerta. Ante la negativa de Huerta, Paz le prestaba el ejemplar que tenía en la imponente biblioteca de su casa de Mixcoac. También me acordé de que en 1968, durante un homenaje a Huerta, Jaime Sabines dijo que todas las mujeres se enamorarían del guanajuatense, “si no fuera tan feo el pobre”. José Emilio Pacheco, por cierto, fue quien se encargó de descubrirme el origen del cocodrilismo en la presentación del disco Voz Viva de México que la Unam editó con la voz de Huerta.
Ahora, cuál es la importancia de esto. Veamos.
- El cocodrilismo, al igual que el infrarrealismo y el real visceralismo, comparten características: el humor, la forma de ver la vida, y la lejanía con Paz (tanto en la escritura como en la ideología).
- Si Roberto Bolaño y Mario Santiago fueron relegados del sistema cultural mexicano debido a sus agresiones contra Paz, muy probable es que ninguno de ellos se pudiera haber desempeñado como periodista, sin embargo Bolaño lo fue (al menos eso decía en sus entrevistas). ¿Quién podría haberlo ayudado?
- Resulta extraño que Bolaño siendo trotskista y Huerta un comunista expulsado junto con la célula José Carlos Mariátegui no se conocieran. La disidencia, y eso cualquier ideólogo lo sabe, une incluso a los polos opuestos.
Los datos anteriores fueron necesarios sólo en función de que esta historia sea comprensible.
Como se recordará, cuando surgieron en mí dudas acerca de si Huerta había conocido en realidad a los infrarrealistas era la época cuando comenzaba a relacionarme con Raquel Huerta. Esta relación que pronto se convirtió en amistad me brindó aquella frase memorable que me había dicho la “cocodrilita”: “¡¿Conocerlos!? Más bien los inspiró”.
Ahora resumamos la situación tomando en cuenta, como dije en un principio, las revelaciones de Huerta Nava, y otras personas.
Huerta conoció a Bolaño y Santiago Papasquiaro en el Café La Habana de la ciudad de México. Esa tarde el Efraín periodista entrevistaba a Jacqueline Andere acerca de su nueva película. Una secuencia de esa película, si es que han leído Llamadas telefónicas de Bolaño, había sido rodada en la Alameda Central, a donde Bolaño iba a perder el tiempo, a platicar con un vagabundo y a leer los libros que robaba de la Librería El Sótano.
Los jóvenes poetas se acercaron a Huerta. Bolaño, y esto lo confirmó su esposa, le pidió al periodista una copia de la foto que le había tomado a Jacqueline Andere. Al poco tiempo los tres poetas (dos en ciernes) platicaban. Como se sabe, hasta que perdió la voz, Efraín fue un excelente conversador. Los temas se desviaron a la literatura, como siempre ocurre entre poetas, y terminaron siendo “amigos”. Efraín Huerta rió cuando le contaron que Paz les había bloqueado la entrada a cualquier suplemento o revista debido a sus ataques constantes en las conferencias donde se presentaba él o sus hijos literarios. Después de eso les prometió hablar con su gran amigo Octavio y ofreció ayudarlos en la medida que evitaran más agresiones contra Paz. Mario Santiago no finalizó sus ataques a los pacianos, en cambio Roberto Bolaño como recompensa obtuvo un empleo en el mismo periódico donde Efraín colaboraba con artículos sobre cine: el Excélsior.
En el inter, Efraín Huerta les inculcó el gusto por los poetas franceses, por Neruda (Bolaño era un poeta parricida), e incluso, en un arranque literario, les mostró los poemas hasta entonces inéditos Barbas para desatar la lujuria y el Manifiesto nalgaísta. Esa noche, según me contó la esposa de Bolaño una vez que pude comunicarme con ella, nació el infrarrealismo, copia del cocodrilismo, sólo que con un odio profundo a Paz y a todo lo que oliera a establishment.
Huerta, al enterarse de esta nueva corriente, no hizo más que celebrarla. Recuérdese que a Efraín le gustaba todo lo novedoso. Además le divertía el odio de esos muchachos hacia Paz, quien de no haber sido atacado en público por ellos, jamás hubiera reparado en el “chilenito” y el “mexicanito” como tiempo después los llamaría.
Efraín Huerta habló con Paz, quien accedió a entrevistarse con los infrarrealistas, pero el rumor sobre un posible secuestro de parte de Bolaño y Santiago al tlatoani de la cultura nacional, impidió que dicho encuentro se llevara a cabo. Paz jamás perdonó a los infrarrealistas, o a lo mejor sí, todo depende de si lo contado en Los detectives salvajes es cierto. Recordemos que Ulises Lima se entrevistó con Paz en el Parque Hundido.
Efraín, generoso como sólo él sabía serlo, presentó a los infrarrealistas con sus amigos: Sabines, Pacheco y Revueltas. He aquí la razón del apellido de Mario Santiago Papasquiaro, quien alguna vez confesó su cercanía intelectual con José Revueltas y la izquierda mexicana. Sin embargo, y esto debe quedar muy claro, toda su personalidad terminó siendo un alter ego de Efraín Huerta, quien les descubrió la ciudad de México mediante caminatas nocturnas.
Ahora bien, hasta aquí se ha podido descubrir que Mario Santiago es en realidad un alter ego creado a partir de Efraín Huerta; que el infrarrealismo surgió a partir del cocodrilismo; y otra situación que se deriva de la atenta observación de los nombres de los detectives salvajes: Ulises Lima en realidad es un homenaje a Efraín Huerta, en primera instancia, y después a Mario Santiago. Ulises, habrá que aclarar, es el nombre latino de Odiseo, quien a su vez es padre de Telémaco. Efraín Huerta, por si lo han olvidado, es padre de David Telémaco Huerta. Efraín Huerta en realidad es el caminante, quien atraviesa la ciudad de México y quien resulta vencedor de cualquier aventura con “los hombres del alba”.
Por último, y esto sólo es una forma de redondear mi hipótesis (que Efraín Huerta y Octavio Paz son en realidad la base de Los detectives salvajes), la poeta Cesárea Tinajero también es “creación” de Efraín Huerta, aunque habrá que reconocer la participación de Paz en la construcción de dicha “leyenda”.
La historia es la siguiente, y procuro ser breve.
Como recuerdan Huerta esperaba en los jardines de la Secretaría de Hacienda a que Octavio Paz saliera de trabajar para irse a caminar y platicar sobre literatura, pero había un tema que ocupaba gran parte de ese tiempo: el poeta César Tortolero, de quien Efraín Huerta había conseguido salvar un libro en medio de una quemazón organizada en Querétaro para acabar con la literatura impura. Esto en 1925. Bien sabemos que Huerta pasó parte de su infancia en Querétaro, cuando su familia huyó de Silao, León e Irapuato debido a la rebelión delahuertista.
El niño Efraín sacó el libro de la hoguera, leyó algunos poemas que contenía y memorizó uno. El libro, como pasa en estos casos misteriosos, desapareció cuando se mudó junto con su familia a la ciudad de México. Años después, cuando Efraín Huerta ya era el poeta de la ciudad, se encargó de preguntar a los poetas consagrados si sabían “algo” de César Tortolero. Nadie, con excepción de Germán List Arzubide, el estridentista, le supo dar razón de él (habrá que recordar que el estridentista Amadeo Salvatierra fue el encargado de ayudar a los detectives salvajes en su búsqueda de Cesárea Tinajero. Aquí se aprecia la enorme similitud de la ficción con la realidad).
Desde entonces y hasta que murió, Huerta se afanó en investigar y reconstruir la vida de este personaje misterioso. Su amigo Octavio Paz fue el único que le ayudó en tal empresa.
Creo que está de más explicar la relación entre Cesárea Tinajero y César Tortolero. Creo, además, que los hilos que faltan por hilvanar ustedes podrán hilvanarlos. Yo sólo quería hablarles esta tarde un poco de Efraín Huerta y Roberto Bolaño, mis autores preferidos.
Tomado de Letralia, tierra de letras: http://www.letralia.com/ed_let/15/16.htm
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