miércoles, 19 de marzo de 2014

Poesía a partir del relato, reseña del libro "Historias de la ruina", de Ulises Paniagua; por: Carlos Santibañez Andonégui

(Sobre el libro "Historias de la ruina", Sediento Ediciones, 2013)
por: Carlos Santibañez Andonégui
 

 
Ulises Paniagua, Historias de la Ruina, prólogo de Glafira Rocha, Imagen de portada: El alma del viento, de Vero Fernández, Concepto y Diseño Editorial: Manuel Pérez-Petit, (Col. Lengua de Gato, Narrativas en Español) SEDIENTO Ediciones, twitter.com/Sediento _ed, sedientoportatil@gmail.com, Ia. ed. julio 2013, Ia. reimpre...sión, septiembre 2013, reseña de Carlos Santibáñez Andonegui, marzo 13, 2014.


Algo de lo muy nuevo que se está dando, es la poesía a partir del relato. Nuevo entre comillas, ¿eh?, porque ya existía pero no en idéntica forma que ahora se da. No es en sí la poesía en prosa ni es prosa poética, porque no tiende a buscar el verso como mínima unidad de significado poético, se trata de un segmento de significado donde puede o no haber ritmo visible pero donde la fantasía juega con las palabras de manera de crear situaciones fuera de lo común, que colindando con el humorismo sin ser solamente humorísticas, liberen energía adicional a lo narrado, y en esa medida, digan más, por lo que adquieren calidad poética. Recordemos que una de las mejores definiciones de la poesía es como el arte de la revelación en las palabras, a través de la cual “dicen más” de lo que son. No es por tanto un mero relato y dista de serlo. Es algo más profundo e interesante: la poesía a partir del relato.

Uno de los autores actuales que lo consiguen, es Ulises Paniagua Olivares, nacido en ciudad de México en 1976, es también arquitecto, por eso estoy de acuerdo con lo que dice Glafira Rocha en el prólogo: “Ulises Paniagua es, además de un literato, un arquitecto de profesión, es decir, que conoce cómo se le da vida a una construcción y cómo devolverle una nueva estética a aquella edificación que se perdió en el abandono. Esta habilidad es notoria en cada uno de sus cuentos”.  Ulises además es autor de los poemarios: Del amor y otras miserias (Fridaura, 2009), y Guardián de las Horas (Eterno Femenino Ediciones, 2012), así como los libros de cuentos: Patibulario, Cuentos al final del túnel, (Mutibilda, 2011), Nadie duerme esta noche (Fridaura, 2012) y el CD sonoro-poético Cuadriversiones (Colectivo Pena Ajena, 2013).

Lo primero que resalta es su capacidad de fabulación, que en el caso de Ulises crea lo que pretendía Nathaniel Hawthorne en cuanto a volver lo narrado, una especie de “recinto poético”. (v. prólogos a The House of the Seven Gables, y a The Marble Faun). La fábula es una suma de motivos, tan antigua que se pierde en la noche de los tiempos. Lo que cuenta en la fábula es la suma, el factor acumulativo.

“Cacería en la ciudad”, habla sobre el cliente obsesivo de las librerías de viejo, análogo al asesino serial, tenemos así al “lector serial”. Los libros son nuestro hogar, pero también un peligroso hogar, el hogar de lo infinito. Dice Saer en El concepto de ficción (Ed. Planeta, p. 131) que la narración, es una función inherente al espíritu humano, y nos da a entender que con ella, más allá de la novela, se abren paso formas imprevisibles, “que carecen todavía de nombre pero que aspiran a ser el hogar de lo infinito”. Tal, estas ruinas, de las que Ulises nos ofrece su Historia.

El mejor cuento, para mí es “Al otro lado”, porque acumula elementos típicos que hacen verosímil el relato a partir de aquel hueco aparecido en el gabinete del conspicuo lector, ya un tanto desconectado de lo verdadero, mas por lo mismo, buen blanco para volver lo imaginario, posible, y lo posible, real. Se juega con la idea de territorio que por extensión es la noción territorial geográfica que regía como un factótum las relaciones humanas antes que se impusiera la realidad virtual de nuestro tiempo. El hueco aparecido en el relato es y no es imaginario. Lo es en el sentido en que todo lo que existe, para ser registrado, pasa primero por la aduana de la imaginación, lo es en el sentido de que la vida humana se interna en su “agujero negro”, lleno de significados que van de lo absoluto a lo múltiple, caprichoso y confuso, y que sólo la muerte nos podría decir hasta qué punto nos vamos metiendo dentro “de una mancha oscura donde la vida no podría germinar”, que es una buena razón para justificar la muerte. Pero el protagonista del relato no es libre, se dedica a destrozar obras prohibidas “por encargo de sus superiores”, para lo cual se sirve de un martillo despostillado que guarda en un lugar invaluable, insubstituible, la edición empastada de Las trampas de la fe. (Buenas noches Octavio Paz).

No obstante, la víctima de sí mismo que ha llegado a este punto, se niega a enfrentar el hueco, y paulatinamente declina el reto “entre amigos”.

En “El sueño”, el personaje sigue soñando, no hay modo de volverlo a lo real porque la clave sólo la sabe él mismo y el soñar de este modo es una manera de demostrarnos que el sueño a fin de cuentas también es real. Notables son los avances mostrados en el campo del sueño en cuentos como el de García Márquez que no todos conocen, intitulado Ojos de perro azul. No hay paralelismo. Acá se está ante el sueño como corriente de conciencia continua donde, de pronto “los éxtasis se desvanecen y sobreviene la confusión, los brotes de locura” y aparece una figura trastornadora que se aproxima a dar cuenta del personaje, que la encara a través de una maligna sonrisa.

“Para domar a las furias”, contiene un memorable epígrafe de Poe: “Tal vez sea la propia simplicidad del asunto lo que nos conduce al error”. El relato se construye sobre aquella antiquísima, pero siempre dudosa y horrible costumbre de que un puente, una fábrica, para que amasen, deben tener sangre y huesos procedente de víctimas humanas. “Ingeniero, -me decían algunos- ya llevamos tres meses y ni un muertito”.  El lector es llevado mediante un suspenso a la culminación de esta extraña idea, presente de algún modo en el ánimo colectivo de los pueblos: “Tal vez las leyendas novohispanas donde se rumora que enterraban cadáveres en los basamentos de puentes para aumentar su resistencia, no eran tan infundadas como pudiera suponerse”.

En “Todos somos licenciados”, se asoma al tema social. Decía Napoleón: “Si quieres que algo sea hecho, nombra un responsable. Si quieres que se demore eternamente, nombra una comisión”. El contenido irónico del cuento, se refuerza al quitarle el plural en el sustantivo propio: “Secretaría de Relaciones Exteriores”, por el singular “Secretaría de Relación Exterior”, que hace resaltar más una materia aislante del resto del mundo. El cuento me recuerda una frase de López Portillo cuando reconocía: “Esta mañana en el desayuno, comentaba con el Jefe de Estado Mayor Presidencial: oiga General, hemos hecho un país de credenciales”. En ese tiempo se podía aplicar rigurosamente el retrato delineado por el autor en este relato: “lo licenciado se nos nota enseguida”. En esa tesitura lo que más molestó en la matanza de estudiantes no fue el hecho en sí, sino el problema de la autorización. “Tramitar nos inflama el pecho, -dice el protagonista- nos vuelve poderosos”.
También dentro del tema social, “Crónica del Minotauro”, hace metáfora de ese afán persecutorio de los ex presidentes de México, que se echan la culpa unos a otros yendo a caza de un chivo expiatorio que cargue, entre ellos, con la vergüenza que no consiguen sobrellevar entre todos.

“Encuentro en la Embajada” es también un acierto indudable al plantear la entrevista con el hombre al que de un modo u otro, se reconoce como “el Cuento”, una verdadera leyenda poseedora de todas las mitologías pero que él, el periodista termina por ver en su más pura y desoladora realidad, y concibe la idea de no transmitir todo a su público, porque no tendría caso, sería confundirlos gratuitamente. Esto es muy importante, ¿hasta qué punto el exagerado afán del reportero por reconstruirlo todo hasta los mínimos detalles, se vuelve también un sacrificio inútil no sólo literariamente, (ejemplos de sobra habría en la llamada “novela reportaje” cuando abusa de esa manía de comprobación total en los mínimos detalles que cree indispensables sin que sean relevantes en realidad y que no vienen al caso), sino también en enfrentar al público con cosas que de verdad no entiende porque no está en su potestad entender, ni mucho menos manejar. El personaje alude a la etimología de la palabra Cuento, que muchos desconocen, el término contus, el cual remite a la idea de extremo, o fin, aquello que sólo permite adivinar lo que hay detrás. Por eso “Cartas a un espejo muerto”, es la metáfora de los vivos cuando se aproximan a la muerte. Quien va a morir extravía la atención antes puesta a aquellos argumentos con los que se quiso dar consuelo. Quien va a morir no levanta la cabeza. No alcanza a verse la cara. Como a personaje del cuento, cuando vas a morir “te deja impávido la presencia de tu reflejo”. Pero lo peor es la ausencia de cara. Cuando está próximo a morir uno cree que ya no la tiene y en cierto sentido hay que entender que la ha perdido. Y podríamos decir que en este trance “no hay Mutibilda que valga”: “Hoy no vendría a pasar calientita la madrugada; hoy no habría farsas, no más textos, no más miedos”.

El vocablo Mutibilda es para Ulises crucial en su literatura, como vemos al afirmarse en el nombre del personaje que se aísla del pueblo en la “Fábula de Mutibilda”, y su repetición en otros cuentos. Existe también esta interrelación de unos cuentos en otros ya delineada como una constante que habrá de afirmarse y caracterizar la obra de este Creador, que lo mismo abarca en sus trazos la realidad de esa poética Villa Semiótica, en la que Mutibilda se aparta a soñar y da realidad al sueño que le da realidad a ella, llevándola a través de los aires a un mundo más allá del pueblo, que la realidad humana que sucumbe ante la espera asfixiante de un Dios y prefiere canjearla por el pleito, la riña, el conflicto a gran escala en la “Historia del desasosiego”. La búsqueda de lo Absoluto se revive en cada época, en forma siempre urgente, pero ante ella cabe preguntarse como lo hace el cuentista: “¿Si Dios estuviera muerto; si fuera víctima de una broma mal intencionada de otro demiurgo lejano? ¿Si se tratara de un padre irresponsable y alcohólico?” Hay una carga psíquica que crea los mitos, que vertebran y orientan el sistema, los distintos sistemas por los que atraviesa la humanidad. Una carga de imaginación en los que sueñan, no sólo dormidos sino con un ideal o un anhelo, individual o colectivo, y esta carga influye a los despiertos, que a su vez aparecen lo soñado, lo aparecen primero como entrevisto, volviéndolo leyenda antes de ser verdad, de que las circunstancias lo hagan verdad.

En “Las leyes cuánticas”, retoma a Einstein: “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo, no estoy seguro”.  Como en la vieja leyenda prehispánica de los gemelos que se parten en pedacitos para luego volverse a recrear, y al final hacen que alguien no lo pueda lograr, es decir, ya no lo regresan a su forma original, así aquí falla el transportador cuyo fin sería trasladar a una gente a otro contexto mas sin dejar de ser ella misma, y empieza a haber fallas, la gente sí es cambiada a veces en lo sustancial, lo que origina el fracaso de este invento que se creía como ninguno adelantado a su tiempo, y la noticia es entonces su quedar como uno más en la lista de objetos “interesantes, pero prescindibles que han desfilado a través de la historia de la humanidad. Los dueños de las aerolíneas, las cadenas de autobuses y un nuevo consorcio que anuncia posibilidades ilimitadas en los negocios, mediante el empleo de la clonación, celebran con entusiasmo la noticia”.

“En las catacumbas no se baila tango”, ofrece una incursión en el inconsciente del que ha sido despedido bruscamente de su empleo. Sufre un regreso a lo peor, a las catacumbas, donde por cierto, topa con una de las reflexiones más interesantes del libro, y de la condición humana en general, reflexiones que como tantas de Ulises Paniagua, son para recordar y serán disfrutadas por millones. “Me acordé de los santos, yo que nunca creí en ellos. Me acordé de mis padres y mis hermanas y de todas esas invenciones terribles que el ser humano se construye para darse consuelo”.

Al final, el autor intenta un salto mortal, no sé en qué medida lo habrá logrado. Salirse del texto él mismo, dejar de ser lo contado para tratar de que lo contado sea él, como ser humano. Es un intento de humanizar el relato pero hay que ser Unamuno en Niebla para lograrlo. Como reseñista voy a dejar solo al lector ante este salto mortal. Lo único que diré es lo que él dice para justificarlo: “No hay nada seguro en este mundo excepto la conciencia de que podemos desprendernos a través de historias resguardadas bajo capas de otras historias”. No es un salto mortal del que tenga que arrepentirse, porque en todo caso sella su vocación transformadora del relato y además lo anuncia como “Epílogo”, construyendo así en “La Rampa”, un último relato en que el protagonista hace un viaje con Amantis La Bella, (La Rampa era el nombre de la cafetería) y, bueno, da todas las notas constitutivas esenciales de Amantis, la típica dulce y buena niña que trata de interpretar de un modo positivo hasta la desgracia misma: “Mira amor, ese niño desnutrido está lindo”. Todo lo que sucede en el viaje lleva buen paso, encuentran un Premio Nacional de Cuento en un taxi, “era compatriota. Se apellidaba Soltero”, Amantis y el protagonista coinciden con él en diversas ocasiones, y “en un recorrido que la agencia había organizado con destino a la Cueva del Reposo”.  Después lo dejan de ver y la pareja se interna y hace vida en la ciudad de Boato, a orillas del mar. La presencia del Océano los envuelve como una Burbuja de Vida. Una mulata le coquetea. La experiencia íntima con Amantis le permite arribar a puntos finos psicológicos: se deja llevar por su cuerpo “como si estuviera ante el reto de una gran interpretación musical, echando mano de tempos suaves y salvajes, con la rudeza tierna que uno, a los treinta años, adivina les gusta a las chicas”.
 
Sin embargo, hay algo dentro del relato que transforma las cosas, un personaje llamado Juanito lo hace pensar con fuerza en el país de donde viene el protagonista: México, y lo saca de quicio, la escena se va derrotando desde dentro, Juanito reconoce que la isla de Boato es el desperdicio del mundo: “no somos los que quisiéramos, tú sabes”,

Ahí se descubre la razón del título, cuando el autor expone: “Procedí a explicarle, lo mejor que pude, que estaba escribiendo un cuento sobre la isla, y en él dejaba claro que cada país piensa que es el peor del mundo, un deshecho de otro o la ruina del mundo, el verdugo o la víctima. Es el libro de la ruina, la historia de la ruina, recalqué”. Sin embargo, al final de este libro se abre una puerta, y como el mismo autor reconoce: “Existen puertas que deben conservarse intactas”. Sólo el lector podrá juzgar si hizo bien o mal en abrirla. Es una puerta que había estado empujando desde que maliciaba frases como ésta: “no hay nada seguro excepto la conciencia”, y en la que, para sentirse seguro en la última página comete un crimen narrativo. Léalo usted. No cometeré yo el crimen de contárselo.

A partir del momento en que el autor aclara el origen del título, él mismo se inmola, o se ofrece como víctima expiatoria. Amantis le hace una escena de celos porque ha besado a otra, él duerme en una ridícula pose en un camastro del hotel, “el mundo comenzó a parecer sospechoso”, esta expresión es clave porque el relato se deshará, andará por su reivindicación hacia su propia agonía o éxtasis. Toma un avión después de visitar al Padrino. Amantis se ha reconciliado en cierto modo con él, se siente el clima de despedida que hay en los grandes viajes al abordar aviones desconocidos, esto es importante también, y por supuesto que hace de Ulises un autor del que se entiende por qué ha merecido diversos premios tanto en México como en España, el ambiente que crea dentro de lo ruinoso de su ser, que es extranjero dentro de él mismo, es una situación consolidada, así como guardadas las distancias en el Retrato del artista adolescente se siente que el protagonista o quizás, el destino ha construido algo que ni él mismo entendía en un principio: su salida, su marcha, su despedida. ¿Quién no sufrió en la novela de Joyce por ese niño extraño, que es la mala conciencia de su tiempo y es el artista, y que se va de su casa? ¿Quién no sufre ahora por un autor que toma el avión de salida, y se va del relato? ¿Es correcto hacer eso, o se lo perdonamos, creadores, por tratarse de él? ¿Qué es lo que se sabe de ese curioso salto mortal dado en la última página? No lo diremos todo. Sea Usted quien juzgue. Amantis le dice. “A pesar de todo te quiero, Te voy a extrañar”, La ve agitar la mano con esa lindura un poco boba que tanto le gusta, mas comprende que es tarde: su rostro pareció distorsionarse. Y es así como explica: “La perdí. A Amantis la Bella la perdí. Sonriente, entre un aire enrarecido, se esfumó”.
Lo demás es el salto mortal que el lector juzgará, y yo me retiro para dejarlo a tiempo de hacerlo.






 

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