DEL
AMOR Y OTRAS MISERIAS
Ulises Paniagua
M
è x i c o, 2 0 0 9
NOTA BREVE DEL AUTOR.
Cita Borges, en su libro Discusión, a uno de los más cultos y lúcidos escritores que nos
hayan obsequiado las letras mexicanas, Don Alfonso Reyes. La cita hace alusión
a la labor del literato, y a una
terrible duda implícita en el oficio: cuándo cerrar la última página de
un libro, y dar por concluida la labor. “Esto es lo malo de no hacer imprimir las
obras; que se va la vida en rehacerlas” apunta Reyes, muy atinado.
Uno quisiera, al
concluir un libro, tener la certeza de que
cada palabra, cada idea en él, goza de una precisión absoluta; al paso
del tiempo (aún cuando la labor del escritor sea obsesiva
y metódica, o bien, sustentada en una casi mística confianza en un
arrebato de genio) uno reconoce la imposibilidad de satisfacer a todos los
lectores de la obra, y lo que es peor, reconoce también la propia insatisfacción.
Sin embargo, hay un punto justo en este terrible desasosiego narrativo o poético,
en que uno decide dejar una obra en paz, pase lo que pase, y enfrentar la
critica. A fin de cuentas, es el azar, la frescura, y la propia imprudencia del
autor, quienes se encargan de encarnar el cuerpo y el alma de la obra.
Este libro no podía ser la excepción: en sus
páginas se cumple el destino azaroso que le corresponde. Arriesgo, pues, mis
yerros y desatinos, esperando que llenen la memoria y el gusto del lector. Del amor
y otras miserias es el resultado de un proceso de varios años de
incertidumbre y decisión, de atrevimiento e irresponsabilidad. Valgan pues, las
letras titubeantes de este poemario, para enfrentarse a si mismas.
México D.F. Octubre del 2008.
TERRITORIOS
“Los hombres y mujeres o bien se devoran rápidamente
en eso que se llama el acto del amor, o bien se crean el compromiso de una
larga costumbre a dúo. Entre estos dos extremos no hay término medio. Eso
tampoco es original.”
Albert Camus.
“Hay
que hablar de amor y deseo mientras nos queden labios con que besar…”
U.
P.
I Territorios
Después de todo sólo se trata de
la carne, de los amorosos territorios;
de
esa fiebre incesante con que los cuerpos se revuelcan en la tumba.
Después
de todo se trata del amor como una fiera oscura,
dentellada
furtiva que reclama nuestro encuentro.
Quizá,
en recovecos urbanos donde asoman la timidez y el prejuicio,
en
las calles lunares, sin sortilegios y sin ruido,
convoquemos
urgentes al placer milagroso,
ese
sueño que todos soñamos
-¿quién
lo sabe?-
Tal
vez sea aproximación de vahídos en combate de cuerpos,
crucigrama
de pieles cicatrizadas a fuerza de besos,
perfume
que dejamos en batallas;
un
nombre, un rastro, un ángel compartido.
Tal
vez:
ese
león insatisfecho que nos habita entre los muslos,
ese
jugoso pretexto de retozar cama,
jornada
ardua de caricias y mordiscos;
luz,
sombra, muerte chica,
desnuda
necesidad de piel,
desnuda
necesidad de piel, y olvido.
II M a p a s
Y he
aquí que los cuerpos ocultan extraños códigos,
rutas
indescifrables, cercanías y desvelos;
la
tersura de piel en brama revelada ante el asombro del viajero;
los parajes
adversos, perversos, ávidos de descubrimiento;
deleitosas
jornadas sin fatiga,
puertos
de bravas fragatas,
nuestra
mitad de océano sudoroso.
Don
Juan declara:
los
territorios son tan inmensos como la posibilidad de nunca recorrerlos;
Yo contradigo:
estas
comarcas son infinitas pero mesurables,
como las
palabras tuyas que bautizan mi vientre,
como coordenadas
de desamparo en nuestro rumbo,
tan
húmedas como labios que palpitan al contacto de tu sexo.
Guardo
silencio, te busco, nos perdemos,
debiéramos
al alba conseguir un astrolabio...
III Lobo y cordero
De tu cuerpo me
gusta todo, porque es tuyo,
porque es nuestro:
porque lo compartimos.
Me
gusta que sea la hostia que devoro,
me
gusta ser lobo.
De
mi piel ansiosa, suave y abierta que a ti ofrezco,
exijo
sea parte de tu sed, ser alimento.
Preciso
habitarte,
navegar
encima, debajo, detrás de ti,
navegar
profundo…
De
mí en ti y de ti en mi cuerpo me maravilla, me encanta todo;
porque
todo lo que somos, porque todo lo que hacemos me gusta;
incluso
la delicia con que maltrato y me maltratas,
las
palabras sucias que retratan la ternura que resguardo;
hasta
la candidez de un ambiguo te amo o la impúdica caricia,
y el
abandono de tu almohada cuando te marchas en diciembre;
el
escozor que dejas en la entrepierna,
y
los rastros olorosos, dolorosos de tu sexo
entre
sábanas que también te echan de menos.
De
tu cuerpo extraño todo, hasta lo que no es tuyo,
hasta
mi miembro erguido que vela tu ausencia
guardando
luto a la delicia del momento,
y
tu cáliz que jugoso se derrama, tu herida que ardiente se desborda,
y
el oscuro suspiro en que te entregas;
presencia
animal que culmina en desagarre de dos,
fin
de encarnizada lucha: bi orgasmo.
Me
gusta que aún cuando eres tuya, eres nuestra.
Me
gusta penetrarte toda.
IV Misterios y rarezas
Siendo
adolescente, la muerte y el sexo
se
cernían sobre mí como poderosos misterios.
Hoy
por hoy a la muerte la respeto,
pero
la sacralización del sexo me mueve a risa:
y
que alguien - tal vez Dios o un simio -
exculpe
a los vientres que no se buscan,
las
entrepiernas que no disfrutan,
la
soledad que frígida muge en el armario.
Que
alguien, como ya se dijo,
canonice
a las putas,
nos
regale una cajita de deseo
o
una muñeca inflable en su defecto,
esa
válvula de fuego que mitigue
el
tedio de una tarde larga;
que
alguien nos invada
derramando
mosto, primitivo y jugoso,
desde
el calor de su cuerpo,
y multiplique
las manos y los besos,
y
que beba y coma de nosotros
en
convite interminable
de
deleite y alborozo.
V. Breve tratado sobre los amores de paso
Creo en
esos seres que presiden la noche,
cuyas
paredes suspiran y gimen;
que cálidos
despiertan al antojo
de una sábana
y se
llaman hoteles.
Creo en
esas celestinas con nombre de farra,
en el
encuentro lejos de lazos y reproches,
en el
tálamo clandestino y la noche sin bodas.
Creo en
un dios de carne,
en los
asomos de lumbre;
en los
pechos que regalan
y palpitan
como bestias furiosas.
No creo
pero creo en el sida,
el
aborto y la comunión de muslos,
en los
grandes amores de las habitaciones 105 y 206.
en la
urgencia clandestina, cuando dos se gozan,
desnudos
y salvajes.
Creo en
el deseo que gobierna destinos,
en el
mañana que promete
la dulzura
de los cuerpos;
creo en
lo que ansío, en lo que invita,
en lo
que muerde.
Confío en
la sana insania del deseo.
VI E d è n
“Nada sé, salvo que la sed de amar es
persistente...”
U.P.
Adán y
Eva han demandado a Dios:
culpan
a un fruto, a la sierpe
y al
intransigente Paraíso;
ajenos a
las pomas que colman el planeta;
ungidos
del suave misterio sin saberlo,
hartos
de tanta ciencia,
se les
ha visto andar sobre la ingenuidad de sus cuerpos.
(Algo
sucede…)
La
serpiente –sigue así rastrera-
busca en
el contacto una excusa, un consuelo;
y ante
el placer que anuncia desconcierto,
encuentra
la verdad en el fulgor de unos labios:
Adán,
casi dormido,
se
refugia en los pechos de Eva.
(Se produce
entonces un albor de advenimiento)
En el
Edén de Eva, Adán arde,
Eva
arde, y arde el Edén de Adán.
El Edén
es una cama enorme que da gusto.
Mientras
tanto,
mientras
el amor sucede bajo la sombra
apacible
de un manzano,
me
pregunto si Dios ya habrá conseguido mujer.
VII A p i
e l a b i e r t a
Está
claro, es imprescindible el beso;
es preciso
el contacto entre la tersura de las pieles.
Debes
saber una cosa:
yo no
creo en los sexos obscenos ni en la animalidad en sí
(aunque
algunas veces...)
Me
siento entrar en ti, refugio de carne,
besarte
sin prisa desde la nuca hasta el cielo,
perseguir
con humedad deleitosa que explora lento.
Sé
cuando permites mi arribo por detrás,
suave y
salvaje, abriéndome paso entre la maleza de las bragas,
entre el
nido pausado de tus caderas lustrosas,
en el estanque
que bebo
y
desfloro cada vez que te reencuentro.
Siento
que dentro crezco, que indago;
te
penetro, te absorbo, te muerdo;
hierven
sangre y corazón a tu contacto,
hierve también
el cabello que yo jalo.
Tú me
pides que apriete, que destruya;
luego
me pierdo,
Soy sólo sabor que embiste y descarga,
lamento
antropófago en tu cuerpo;
compruebo,
entre
Sodoma y Gomorra existen muchas virtudes
-¿cómo
fluidos no?-
entre
tu carne y mi carne, linda,
no
siempre debe haber amor.
VIII En busca de Roma
Dame tu
cuerpo, negra,
ondeante
y sigiloso,
para empezarte
a vivir.
Tú, tan
llena de bondad,
tan
buena de cada parte, de todas partes;
yo, tan
siniestramente amoroso,
tan
vulgarmente atado a tu cobijo.
Dame tu
boca,
tu
cuello floración de besos,
ese
ciervo que entre tus pechos se inflama,
esa
Roma que arde entre tus piernas.
Deja
que se consuma el verso afable en palabras sucias,
entre
exigencias y abandono.
Negra
jugosa, negra suave,
trémula
alegría que desborda,
que rico
flagela,
que goza
lento.
Dame tu
cuerpo, oscuro y llano,
la borrasca
y la maleza del cabello;
dame
luz, dame noche,
dame horas
interminables
en el
profundo misterio de tus muslos.
Negra
rica, negra tersa,
prodiga
con tu orgasmo el cielo.
IX A solas
Me
gusta ser animal telúrico, deleitoso,
me
gusta ser carne que se abre,
carne
que se vuelca sobre carne:
tu
cuatrero.
Me
gusta ser los labios que calientes
se regalan
a tus pechos,
frágil pendulaciòn
de dedos
en tu entrepierna;
me
gusta ser la lengua que derrama.
Prefiero
tu urgencia de pantera enfurecida,
ver cómo
te agitas sobre mí, medusa interminable;
y la curva
de tu espalda que ya dije, y tus ojos
tan
clavados en los míos, decididos pero hermosos,
-y
entonces, sólo entonces- me gusta verme perdido,
como un
náufrago,
olvidado
en el letargo interminable del goce,
agitado
y sudoroso, urgido de éxtasis,
radiante,
-y entonces
sólo entonces-
tensado
en un arco de abandono,
sobre
tu cuerpo como casa,
des can
sar.
X O b i t
u a r i o
Amargo
como obituario de memorias,
una
mariposa abandonada en cada beso,
el
Amor, dolorido, se hundió en la noche;
sano
ejercicio onírico que apenas ocultó el engaño:
el
destino apuntaba siempre a su condición de esclavo,
magro
y afectivo.
Al
final
extrañaba
el calor de otro cuerpo en el océano de su cama.
Al
final
extrañaba
la zozobra que comparte, la delicia aguerrida.
Cómo
culparlo,
el
húmedo fetiche de la nostalgia marchita a cualquiera.
¡Ay,
amor impuro que duermes mordiendo la almohada,
que
sería de ti sin el amor...!
XI Apología
del engaño
De tus
fervorosos engaños, linda,
sólo
despojos me llevo,
que más
valdría censurarnos los labios
cuando
nos vencen los miedos.
Roto el
corazón,
aún
persiste el deseo;
nos
demudan las huellas,
nos
acusan los sueños
- y de
azarosas serpientes
está
colmado el desierto-
(Todos
reniegan los tormentos de amor;
más
amor es lo único cierto,
ahondado,
clásico y quieto
el corazón
sigue latiendo)
De tus fervoroso engaños, linda,
sólo
los huesos conservo,
que más
nos valiera ser sabios
y
comenzar a entregarnos completos.
“Venid, bajemos y
confundamos su lenguaje”
Nuevo Testamento (V, 7)
XII E p í
l o g o
En ese
lugar del que hablas, linda,
la mantis se
provee de maridos;
un
alargado gemido ensordece los oídos del planeta;
la
devastadora soledad se masturba
haciendo
guardia ante una sábana sin reposo.
Alcánzame
tu cintura, linda,
que hoy
no tengo ganas de lo subjetivo
-¿y
quién dice que hacer el amor no es subjetivo?-
Las
termitas se comieron mis manos,
sólo me
quedan los labios para perseguirte entera.
Esto es
confuso, linda, mi amiga murió de sida
y aún
conservo su negligé como memoria de guerra.
No hay
impudicia a juzgar, ni sollozos de culpa;
apenas el
coraje desnudo ante una muerte gozosa.
(La
batalla de los cuerpos no pide descanso…)
Debes
saber que entre un hombre y otro cuerpo
se ocultan
las preferencias de cada quien;
lo
mismo ocurre con las mujeres, y con todos.
Y yo
aquí sentado bebiendo mundo,
desfilo
mis ojos entre tantos cuerpos,
cuerpos
y cuerpos por multitudes,
t e r r
i t o r i o s,
y todos
ellos, nocturnos,
gustan
del mismo néctar,
y todos
ellos, noctámbulos,
disfrutan
un húmedo infierno.
Regálame
una indecencia, linda,
que las
termitas
ya vienen
taladrando mis fronteras,
destapando
los oscuros pozos de la palabra.
Bésame,
regálate
en el
hondo suspiro de la noche plena;
al
final de la trinchera
son los
mismos ojos, linda,
siempre
los mismos ojos.
XIII Reunión
Furtivo te mido,
de mi mirada a la tuya media una promesa,
un encuentro.
No sé bien cuándo tu boca se convirtió en este mosto
que imaginario, pero rudo, me devoro.
Te acaricio sin tocar tu ropa,
te gozo, te siento.
Me miras con ojos claros de gatita:
sonríes y levantas la oscura copa.
Pienso que tal vez quieras hacer el amor
aún cuando ya lo estamos haciendo.
Ahora mismo mi aliento, y mis dedos, índice y medio…
Sonríes, insistente: te abro, espero.
Nueve pasos distan de una comunión de cuerpos.
Te intuyo, te adivino.
Bebo un trago, me levanto,
Hace rato nos desnudamos con los ojos.
XIV EL MUNDO
Tendido
en el imperio de esta cama, amplio y ansioso,
escucho
el confluir de orgasmos que es el mundo.
Los
amantes estallan en una celebración de gestos y caricias;
un
clitórico murmullo me adormece/
me
despiertan tus manos tibias,
tu
lengua que recorre personales territorios:
me
conduzco, te conduzco y me dejo conducir,
encuentro
tu contacto sobre mí,
tu
tacto con dulce tacto sobre mí, conmigo;
ciego y
mudo me entrego a tu misterio;
una
suave lascivia invade mis venas
y mi
sexo, enhiesto, cada vez más ansioso,
es cada
vez más tuyo.
XV De vuelta
a los antiguos territorios
Después de todo sólo se trata de
la carne, de los amorosos territorios;
de
esa fiebre perpetua con que los cuerpos se deleitan en la tumba.
Después
de todo sólo se trata del prolongado
rugido del deseo;
de un
hombre, una mujer, y en ocasiones una
nueva vida.
Al
final -¿quién así lo dispuso? ¿cuándo se consumó el edicto?-
los
cuerpos nuestros sean habitables a plazos,
como
mudanzas que se repiten sin sentido.
Después
de todo el amor exista…
(creo
haberme aventurado demasiado)
Déjame
alcanzar tu vientre, linda,
hoy no
quiero pensar de qué se trata todo esto.
Se
extingue la noche, amenaza el alba,
y con
la sed de tu piel y de mi piel quedan tantas cosas que escribir.
Hoy sólo
sé que se anuncia, placentera,
la
orgía de dos, nuestro cobijo;
nuestros
cuerpos enredados sin cansancio,
con
este pretexto necio de compartir cama,
con
esta constante necesidad de olvido.
Quizás,
después de todo,
sólo se
trate de la carne, de la mordida certera,
del
desvelo.
Quizás,
al final de todo,
sólo nos
reconozcamos, salvajes y puros,
a
través del espejo de los cuerpos.
Fin de
“Territorios”.
Ulisses 2006.
NOCHE DE
LOBOS.
Todos decían que cobijarme en su
sarcasmo
causaba cáncer. Tenían
razón.
Todos decían que jugaba a la ruleta
rusa
cocinando balas
expansivas.
Me refugiaba de la soledad, eso era
todo.
Me divertía pensar
que no pensaba.
(Destapé
mi cajita de Pandora
una tarde sin
nublados ni tormenta.
Creo que de ella
surgieron agonías felices,
conversaciones
malgastadas,
largas caminatas sin
tregua y sin sentido)
Organizar el recuerdo de sus ojos
equivale a cruzar un
hoyo negro sin ningún cuidado;
llamarle a la
estupidez, inocencia,
y a la fatalidad,
romance o aventura.
Ahora no quiero reducir su recuerdo
al engaño de unos
cuantos trazos fastidiosos.
Del olvido más vale
no acordarse;
la memoria es siempre
una trampa exacta,
urdida justa al
tamaño de una noche de lobos.
Te olvidé una vez y hoy te olvido de
nuevo:
tú me ves ya, que no
estoy cansado.
Ojalá que tú no me recuerdes
de ningún modo.
Ojalá
tampoco a ti te persigan los lobos.
Ulisses 2005
VÀMONOS PONIENDO FÙNEBRES
Breves Poemas al cobijo de la
festejada.
“Sólo vinimos a dormir, sólo vinimos a soñar;
no es verdad, no es verdad
que vinimos a vivir en la tierra…”
Anònimo mexica.
I
Que ninguno se salva
de tus labios,
bien lo sabes,
que nadie del otero se
refugia,
suicida Santa.
Que el gusano teje olvido carne a carne,
hueso a hueso,
al amparo de los
cánceres y el sida.
Que no se rechaza
invitación al aposento,
al festín de tierra entre los dientes,
a la celebración del
polvo y de la mosca
bien lo sabes, perversa,
terroncito de azúcar;
bien lo dicta tu
desdén, tu empeño.
Dime entonces, sin
fingimiento:
¿ tu expiación,
cuándo se llega?
¿ cuándo tu lápida se
yergue?
Nada para siempre
queda, hermana,
ni tu ni nada para siempre.
II
¿Para qué tanto escándalo
de horas,
tanto cuesta arriba y
cuesta abajo,
tanta verbena de
mercado
y tanto andar nervioso de una hormiga?
Para qué tantos besos
de Judas y Caìnes, y
este seguir hollando mundo;
la deslealtad del
hombre caza-hombres,
¿para qué entonces el
llanto de la ciencia?
Al final, lejos, muy después
del camino
sólo dos misterios
nos esperan.
Y ellos no entienden
de retórica.
Ellos no comen de
pretextos.
III
¿Y tú, por qué no te
mueres?
¿Por qué no carcome
tu hueso flaco
la mansedumbre apacible
de un abeto?
¿Por qué no te ocultas,
te desprendes, te
arrebatas?
¿Nunca cesas?
¿No conoces de
finales de jornada y
agonías de milenio?
¿Nunca has sentido
los pies llagados
en las fatigosas
marchas sobre el mundo?
¿No sientes escozor
en las venas
con la sangre
alimentando, macabra,
el subsuelo?
¿No te espantan las
bombas?
¿No aborreces el
asesinato por la espalda
o el infanticidio?
¿No sufres los
terribles legados de la guerra?
¿Nunca lloras?
¿Quién te crees? ¿Qué
esperas?
¿Por qué no te mueres
de una vez,
y resguardas, en
sigilo,
el rastro negro, solitario,
de esta especie
ingrata y asesina?
IV
-Asistí a una comedia
que versaba sobre un
Mesías
resurrecto y
triunfante-
Nada más absurdo que
el ascenso
del Houdini entre
hipérboles de potestades.
Lejos del sueño,
hacía parecer tu
cuerpo una luna sin brillo.
Como si la muerte
fuera romántica,
como si enterrar a tu
madre o a tu hijo
causara risa,
como si los cuerpos chamuscados
tuvieran descanso,
como si de verdad, en
serio,
creyéramos en algo.
Como si fuéramos niños
pidiendo calavera
en un placentero
inframundo…
Asistí ayer a una
buena comedia:
me causo espanto.
V BALADA DEL
RÌO
Me siento torpe al
ofrecer
el cuerpo a ojos ajenos,
así, tan descompuesto;
culpable por mostrar
a cielo abierto
una dentadura imprecisa
y los huesos largos.
Me siento torpe por
volverme tierra,
lombriz de tierra,
agonía de tierra; cerca
del pie vecino,
memoria de río.
Da vergüenza cómo me
camina tanto sol
entre los ojos,
por sobre la mochila enrarecida
de desierto,
en la cartera
despojada de biznagas
y la mezclilla
atajada de escorpiones.
Da pena la línea
inútil tan cerca de mi,
y la sangre
palpitando, dolorida,
allá tan lejos,
donde no habrá más
de mis pasos en el
eco de la milpa.
Sólo esta lumbre que
incendia
los olvidos más
furiosos,
las lágrimas sin
destino.
No puedo evitarlo, hoy
me siento triste,
estùpido y lejano,
por haberme muerto.
VI
Cuando alguien muere,
consumimos los pabilos
para avivar el fuego de la ausencia;
suplantamos su sombra
sobre el pavimento;
gastamos cartuchos en
busca de perdones y excusas;
trocamos viejos
rencores en felices momentos.
Nos creemos santos, y
hasta
hacemos verbena de
buenos principios frente a todos.
Pero a solas, en el
silencio estático de nuestros adentros,
sabiendo lo que sólo
nosotros sabemos,
nos da por llorar:
lloramos.
Cuando alguien muere,
sencillamente lloramos.
VII
Me nublo,
de mi va quedando
apenas un rastro sin
dueño.
En el cielo asoma
la confusa presencia
del enigma y su
llave.
Torbellinos de tierra
se vuelcan
sobre uñas y mis
parcos labios,
el mundo no existe
más allá de mi puño crispado;
en el aire flotan las
preguntas sin respuesta;
en el aire se respira
misterio.
Más allá no hay nada.
Quizás frío, quizás
ánima,
Quizás la
incertidumbre
que nos agobia desde
el primer parto.
VIII
Ampáranos, mal sueño,
de terminar
descarnados en una fosa,
de alimentar susurros
de anonimato y silencio,
de convertirnos en un asalto de taxi mal pagado
o juguete de
adolescente violento.
Protégenos de calles
de afilados cuchillos
y entrañas de metal
mestizo;
de la furia de cada día,
de una rabieta de
hambre o abandono.
Líbranos de las
esquinas impredecibles,
de los recovecos
oscuros,
de los pasos que
persiguen nuestros pasos,
de la espantosa hidra
del miedo.
X
Sólo vinimos a soñar
que no dormimos,
que somos accidentes
de tiempo;
acaso una perezosa
telaraña
enredada en el
determinismo;
como raíces de rudo
ciprés bien plantado,
como ángeles, como
niños.
Sólo vinimos a fingir
que algo nos pasa,
así,
de vez en cuando, en
silencio o con regocijo;
que alguna vez una
sombra fugaz
nos iluminó el rostro
en invierno;
y que en ese
instante, al cobijo del destello,
en una calle sin
ruido,
verdaderamente nos pensamos
vivos.
XI
Nada a tu paso queda,
hermana,
nada a tu paso;
desde el microbio
hasta la orca
nada dejas sobre el
mundo;
ni las piras
quevedianas,
ni las bibliotecas
imposibles,
ni el destino, ni el
fusil,
ni un zapato.
Todo por morir
termina,
a tu paso toda senda arrollas,
tren nocturno.
De nosotros nada
sobrevive,
todo por morir acaba;
ni la flor, ni el
canto,
ni la mentira que
atraviesa un puño de agua;
nadie queda,
nadie,
lo que vemos la chingada
se lo carga la chingada.
Nada para siempre,
hermana,
ni tú ni nadie para
siempre.
Es apenas un arrebato
de sueño,
una tímida señal, un
gesto,
es apenas la ilusión
de ser materia de aire
en la impaciencia del
camino,
o la esperanza de
pertenecer a un
llanto,
a una cruz, a un
guijarro.
Nada para siempre
queda.
Ni tú ni nada para
siempre.
Fin de Vàmonos poniendo fúnebres.
2005
LA BÚSQUEDA DEL MINOTAURO.
EL GRITO.
Escurrían
lágrimas amargas desde sus sucios corazones de poeta; pero la palabra no nacía.
Atados y amordazados, castrados, locos, los poetas eran/son
perros mugrosos y hambrientos. Malditos por no lograr parir palabras.
Mil veces malditos. Su condena:
reptarán por los muros
arañando sueños; aguardarán como refrigerador de casa vacía; lamerán la sangre propia; hilvanarán
angustia en noches de desvelo
Como
perros rabiosos, puercos, malvenidos, los poetas largos y mudos, escucharán la
tierra derrumbarse alrededor de ellos. Sólo entonces llorarán su cobardía.
ELEGÌA DE DOMINGO.
¿Qué hace la gente a media tarde,
cuando el sol estira las membranas del cielo, y el agua del aire se
transmuta en sudor, bajo influjos de rigurosa alquimia, y entonces cuando el sudor se vuelve sal, y
la sal aburrimiento?
En estadios la tribuna salta, al calor de un atún furioso entre las redes. Líneas
hienden la virginidad de papel sobre cuadernos de escuela; se preludian poemas y
reposos de amantes vespertinos ¿Qué hace
la gente bajo el sopor de las calles? ¿Descansa
la resaca, desmantela el orden de la casa? ¿Arrastra la mediocridad en una
siesta? ¿Santifica puteros?
¿Hay suicidas de azotea a las dos p.m.?
¿Los asesinos se contratan? ¿Se levantan
las guerrillas, y Dios hace recorrido
para contemplar sus campos, a la ribera
de un manso río?
Alguien
debiera, en la hora aciaga, regalarnos una cerveza y un cigarro, quizás desde
luego una mujer; o labrar una queja, un grito, y con la furia y el rencor de
una voluta, suprimir esos días terribles y aburridos, tautología miserable
convertida en desasosiego.
¿No sería más feliz el mundo – me
pregunto - si un día de éstos suprimiéramos la media tarde del domingo?
Ulisses
2003.
I
Maldito Minotauro que
reposas al amparo de mi sombra
como silencio que
vulnera una armonía
como fatiga de nocturno
peregrino
o encrucijada donde
llora una taberna.
Maldito Minotauro que
habitas mis horas,
riguroso carnicero de
añoranza,
grito último y
certero.
Protervo, sensible, con asombro de alba
ríes y atacas cuando el luto te frecuenta,
y esgrimes tristeza
cual bandera de letras:
Carcómete, pues, en tus rincones de olvido,
templos de cantinas y borrachos,
hilos de Ariadna a tres el kilo,
en las anheladas muertes personales,
en tu ruego.
Destrúyete, cáncer de sociedad,
refugio de mundo.
Destempla el corazón,
vuelve al carril de la llana vida.
Despierta,
¿dónde quedó tu laberinto?
II
Te
vi, bebiendo. Te vi bebiendo una cerveza quemada. Descansabas la cornamenta, fatigado,
sobre la barra. Esperabas una ilusión,
una voluta de cigarro. Hablabas mucho: de la terrible condena que implica ser
un hombre de asfalto, del diario llevar el pan para la departición de la cena, del
amargo carnaval que en Latinoamérica se gesta, del agudo acero de letras, del
recibo de luz. De esta Creta de alta tensión y amplias avenidas bajo tráfico de oficina, del hilo telefónico que
conduce siempre al semáforo –preventiva- del espantoso laberinto.
Hablabas.
Jorobado y musical. Con ojos de sinsabor, con el dolor a cuestas, con las
pezuñas desnudas sin limar. Hablabas. Bebías.
Bebías
una cerveza, y otra, mientras en los tersos encalamientos de paredes perfumadas
de tequila e historias insalubres, el eco de mariachis, y Vicente, y Alejandro,
el olor a pulque y José Alfredo y Pedro Infante, inflamaban, sórdidos, un
retazo de tiempo.
Bla,
bla, bla. Hablabas. Con ojos de sueño. Blablabas. De la oscura permanencia de las
soledades, estériles como pavimentos en selva lacandona.
En
el arrastre de tu cornamenta larga y
retorcida -nido de paloma a media noche- contabas maravillas de tu improvisada isla
en confines urbanos, de tu particular península que a todos pertenece, del
aullido que provoca no conocer jamás la salida; de llanto, de miedo, de la interminable
espera del justiciero Teseo.
Ulisses
2005
EN EL AIRE.
Este viento que
fustiga las ventanas
este sollozo aguzando
los tejados
esta rabia que estremece
los cimientos.
Este vesánico
desgarre que regala plomo,
este torcer de calles
descompuestas;
este grito en
Ámsterdam,
este terror de
Londres,
este espectro
delirante en favelas brasileñas.
Este desgarre de
tiempo
(Este poema
incompleto)
Las fementidas Furias,
las fúlgidas,
las que acosan en
noches sin pan y sin cobijo,
las que derrumban verdades sobre el mar.
Las que acusan, las
que castran.
Estas Furias que escupen
el rostro
con la acidez de llanto en Afganistán;
esta cruz y su veneno,
ecos de desierto de humanidad.
Y esta repetición
insulsa
que no resuelve,
que no busca resolver.
Hoy día hay Furias
que navegan el aire, Amor,
tantas Furias.
Ulisses 05
“En esta ciudad siempre seré un
extranjero”.
U.P.
I
No voy a hablar de ella,
sino de los zapatos
que se tienden
sobre sus venas de
acero,
que cuelgan y
derraman como párpados de desprecio y polvo.
No voy a hablar de la
urgencia entre sus plazas,
o las saudades mexicanas que despiertan sus
calles sin brillo;
sino del miedo que se
traga al miedo en cada esquina,
o el hambre que se oculta
tras el pliegue de un mercado;
o del asma amorosa
que nos consume sin prisa,
en un lecho sin
esperanza ni posibilidad de entendimiento.
Prefiero guardar
silencio,
respirar el asfalto
de una avenida en acecho;
aguardar el arribo justiciero
de un sueño sin sobresaltos ni juicio.
II
Una terca espera
sigilosa
tras el ojo de niebla
que se abre.
En la caza de una
bocanada de taxi,
me transcribo en la memoria
persiguiendo fugitivos
tamemes salvajes.
El mundo avanza hacia
los cuatro vientos
con tanta prisa, ciego.
Y el recuerdo de
nuestros pasos,
alguna vez caminados
al mismo ritmo,
se desperdicia en la
tristeza inútil
de un crucero de
Insurgentes y Reforma.
Abro la mano,
despacio:
sobre la palma
extendida, una semilla de olvido.
IV
De todas las tardes
que imagino,
la tarde de mi ciudad
es la más triste.
Puede que en Santiago
o Buenos Aires
la melancolía
comprima los pulmones;
o que la lluvia en Madrid
alimente los cuerpos;
pero la tarde de la Ciudad de México
es la más gris de
todas la grises,
y pobre como desamparo
de niño.
Tal vez porque me
recuerda un llanto fingido
a la orilla de un
crucero;
tal vez porque
rememora días soleados
y felices hasta la
médula de la inocencia.
Quizás, porque de vez
en vez,
uno necesita hacerse
la victima.
Por lo que sea, es
claro,
la tarde de la ciudad
que habito
es la más triste. Porque
es mía.
Y punto.
V
Despierta la plaza.
Un cortejo fúnebre
preside
el patio que, al
costado de Palacio,
se queja mustio.
Hace frío,
parece una de esas
navidades que no llegan;
Debajo,
permeando un terror
procedente de inframundo,
el gusano persistente
engulle el subsuelo,
resuenan estáticos
los ecos
de un derrumbe del
ochenta y cinco,
conviven trenos silenciosos.
Arriba,
en los dominios de
una deidad
que se oculta bajo
grandes orejeras;
un tianguis fantástico enhebra las calles;
el odio acumulado tras
largas jornadas de sudor
atesta, implacable,
las alcantarillas.
Guardo silencio. No
quiero decir más.
Ni de los zapatos que
se me vienen enredando en las arterias,
ni de los ojos largos,
ni del asombro
que representa ser un
extranjero en nuestra tierra,
o del reflejo ambiguo
en un parabrisas pretérito,
o de la eterna
inquietud
a la que se ha
reducido mi persona,
o del mundo que aquí se
me termina,
ni del nuevo que, paso
a paso, metro a metro
(como acontecer
diario),
el futuro nos promete
a tu amparo
tras la ambigüedad de
un Jano malicioso.
Ulisses 05
TRÒPICO DE CARNE.
Puedo verlos tras
la bruma; todos sonríen y se entregan;
el instante no exige
lejanía: se prolonga en calor comunal y
sugestivo.
Me fundo en una fotografía,
con ellos,
un papel vivo de
niños, primos,
una madre; éstos
sus hijos;
entre el corazón y
el propio idioma.
Reímos. Huele un
poco a leña.
Sangre llamando a sangre;
el fuego vivo somos.
Entre las ceibas, que
conviven con nosotros
-con un gesto, una
mala palabra- nos reconocemos.
Regocijo que quema,
que desborda.
Trópico de carne.
Eso somos.
Sudoroso desparpajo;
pueriles de amor, supongo.
Linaje envuelto por
la noche, poseído por la luna,
un sueño
compartido.
Y reímos, con la
boca grande. Nosotros. Mi familia.
BRAMBILA SUR.
No existe sombra para
despojos de tiempo,
Brambila Sur es
peldaño contrario de cielo.
Los parroquianos de
este silencio de lugar
depositan sus gafas
en el clasicismo roto.
La soledad es un
perro rabioso,
lo sabes,
ritual de adoradores
de iguanas;
simiente de dolor
perpetuo;
oscuro treno sin el
requisito de sus muertos.
Brambila silencia
rasura bigotes con la
vieja podadora
regala hormigas a los
vientres claros
devasta lunas en
noches de alborozo.
El sur es la
decadencia del sur:
se mecen montañas
sobre ciudades
amenazando derrumbe.
¿Se desplomarán algún
día?…
Recogí mi cigarro
entre colillas abandonadas, llegó hasta
mi mano en la partida hacia el origen. Olvidé que no fumo desde que Buñuel y
Cortázar incendiaron la galería del centro. Era un día claro. Había
ambulancias, sirenas, y un Ulises sembrando semillas en su pecho. Debes saber
que hay cosas turbias, que lo peor de todo no es ser un megalómano: lo peor de
todo es ser un megalómano y además mediocre.
Debes saber.
Brambila me prestó algunos
pesos.
Con ellos quisiera aprender
a recitar
poemas como hacen los
loros,
sus pendido e in merso
en mí;
ahora
paseo mi desencanto
sobre un viejo carrito;
prefiero un café a un
manifiesto.
Hoy no tengo ganas de
imaginar que escribo.
Prefiero guardarme en
el armario.
Y Brambila desliza su
ataúd sobre su cuerpo;
dos monjas gráciles
se desprenden desde el tejado.
Ya no recuerdo cuando
naciste,
las manecillas de
silencio se han detenido,
¿recuerdas tú?
No recuerdas.
Brambila acabó con
todo:
con la soledad
cabello de iguanas,
con la endecha
descarriada del mediocre;
no creo creer en
nada.
Ella abarca la
tierra,
los sueños y los
días,
y luego se pone a
tejer ojos
en la poltrona,
junto a los cálidos
leños de la chimenea.
No creo poder creer
en algo,
ni en mascaradas de elefantes,
el bebé nuclear
o el tostador que
produce arte.
Ni en la alusión
o la constancia de un
pensamiento,
vivo pero llagado.
No creo en creer.
Brambila Sur es un
espacio que lo abarca todo.
Ulisses. 2005.
ESE OSCURO PREDADOR DE SUEÑOS.
El
tren no para; el almanaque es un verdugo. Quisiera que hoy las calles más que
frías estuvieran desiertas. No es posible ¿Te habías fijado que es septiembre?
Esas luces insolentes lo delatan. Hay afrenta en las luces intermitentes; hay ofensa en este puto país
inventado. Recargo la frente sobre el cristal; soy un rey abatido, un perpetuo
profanador de la palabra.
En
el asiento contiguo, El Tiempo, ataviado de mujer, me compadece.
Olvidamos el origen, la estación de partida. Olvidamos
que para el amigo una mano es sólo una mano; y un beso es más que un beso para los
enamorados.
Las manos se alejan, a los besos se los
devora la noche, se los jode. Después nos queda la monotonía y el miedo.
Terribles gestos se adivinan tras la bruma. No son mil ojos, es uno solo. La
persistente presencia del paso de las horas. Luego es cierto. El tiempo no
perdona.
Septiembre
04
ÌNDICE LITERARIO:
Nota breve del autor………….……………..2
Territorios……………………………….….3
Noche de lobos……………………..…...….28
Vámonos
poniendo fúnebres……………..30
La
búsqueda del Minotauro……………..46
El grito……………………………………..47
Elegía de domingo…………………………48
La agonía del minotauro…………………...49
En el aire………….………………………..52
La ciudad y los zapatos……………………54
Trópico de cáncer………………………….60
Brambila sur……………………………….61
Ese oscuro predador de sueños…………....64
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