Peticiones inesperadas
Ulises Paniagua
Cuento
Se
ha rebelado mi perro. Hace unas semanas me hizo entrega de sus peticiones. Se
queja de que no le atiendo como antes, de que las labores de oficina y mis frustradas
conquistas amorosas lo tienen en el olvido. Tal vez tenga razón. Asegura, con
el ceño fruncido, que merece alguien mejor, alguien con quien experimente mayor
empatía. Me muestra a cada rato un tomo titulado “Los derechos de las mascotas”.
No sé de dónde lo ha sacado.
La primera vez me dejó con la boca abierta.
Debo reconocerlo, su oratoria era impecable. Luego me he acostumbrado a sus peroratas,
interminables, sosegadas, racionales. Ha llegado a límites gnoseológicos y
epistemológicos impensables, se pregunta por el “ser” de cualquier perro, y cuestiona incluso el concepto de aquello que
llamamos “perro”.
Está insoportable, ya no quiere que le
acaricie el lomo, que lo llame a silbidos, que le sirva croquetas. Un aparato
para masajes, un celular, una buena arrachera, eso es lo que me ha pedido, esas
son sus exigencias. Amenaza con sindicalizarse.
Comenzó con sutilezas absurdas pero comprensibles.
Ahora se ha apoderado de la casa y de mis fuerzas. Se pasa el día viendo el
televisor mientras calza mis pantuflas. Yo me desvivo por atenderlo: le llevo
comida, le acerco un libro, una cerveza. No puedo explicar por qué lo hago,
supongo que los años que lo tuve en el descuido me han despertado una sensación
similar al remordimiento.
Las razones no importan. Explicarlo o
aprehenderlo, qué más da. Ahora duermo en el sillón; él duerme en la recámara.
El automóvil que le he comprado me tiene hundido en deudas. Si continúo
faltando al trabajo van a despedirme. Y
por si fuera poco, las croquetas que me sirve en estos días saben horrible,
parecen de pésima calidad. No sé dónde las ha comprado.
Del libro: "Entre el día y la noche".
Derechos reservados al autor.
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