Presencia
de los beat en México
Ulises Paniagua
Los escritores
de la generación beat[1] representan una profunda influencia en el imaginario de la colonia
Roma. Aunque en su estancia en México no tuvieron oportunidad de convivir con
la intelectualidad mexicana, y prácticamente pasaron desapercibidos para los
escritores encumbrados de nuestro país, que sólo los veían como simples vagos o
drogadictos, al paso del tiempo y con la fama en pleno ascenso, los ojos se
volvieron hacia la Roma, esa colonia clandestina, junkie, donde vivieron algunos de estos autores, figuras de los
movimientos contraculturales de la segunda mitad del siglo XX.
Pero vayamos al origen de este grupo.
Lo beat viene de “Beatniks”. La
adjetivación de “Beatniks” surgió del propio Kerouac para calificar una
constelación de escritores que nunca escribieron un manifiesto, ni buscaron
directamente imponerse como un grupo que representaría una tendencia literaria
o menos que pretendía hacer escuela. El calificativo se refirió a su peculiar
sentido de una vida desenfrenada. El calificativo de “Beatniks” o “Beats” tuvo
una fuerte resonancia en el medio cultural, aunque no fue decisivo para los
mismos miembros del grupo, que se despreocupaban bastante de este apelativo (Hiernaux,
2007:34)
Uno
de estos escritores “beatniks” fue el narrador William S. Burroughs, autor
de novelas clásicas de la literatura universal, como The Naked Lunch (El almuerzo desnudo, 1959), Junkie (Drogadicto, 1953, publicada bajo el seudónimo de William
Lee), y Queer (Marica, escrita entre
1951 y 1953, aunque publicada hasta 1985). El imaginario de Burroughs en
México, y particularmente en la Roma es fuerte, sobre todo por los trágicos
sucesos ocurridos en la calle de Monterrey que a continuación se describirán,
aunque, como lo afirma Jorge García Robles, estudioso mexicano de la generación
beat en México, para William
Burroughs México no era más que un punto más en el mapa. En términos
geográficos, México no fue más que una localización entre muchas que recorrerá
a lo largo de su vida, de Nueva York a Tánger, antes de terminar su vida en su
rancho de Lawrence, Kansas (García Robles, 1995).
En su estancia en la ciudad de
México, Burroughs no demostró mucho interés ni siquiera para conocer mejor los
barrios donde vivió, a pesar de la vida cultural y social significativa que en
ellos se presentaba a fines de los cuarenta e inicio de los cincuentas, cuando
el primer presidente civil de México, Miguel Alemán, rompió en buena medida
concierta tradición populista originada en los ideales revolucionarios, para
hacer alianza con una burguesía que no pedía más que asociarse a la posibilidad
de desarrollo que vislumbraba después de la Segunda Guerra Mundial. Dicha
burguesía ya no era revolucionaria, pero sí fuertemente prendida de su vida
social, que se evidenciaba en las colonias como la Roma, la Condesa o la nueva
Zona Rosa, santuario de los bares, restaurantes de moda y demás lugares de
reunión de esta clase “chic”. William Burroughs no frecuentó este mundo
exquisito, vivió totalmente al margen del mismo. Tampoco lo hará Jack Kerouac
quien, atraído por las cartas animosas de Burroughs, decidió emprender su
primer viaje a México a principios de los cincuenta (Hiernaux, 2007:36-37).
Lo interesante, sin embargo, es que
aunque Burroughs declara en entrevistas que México no fue relevante en su vida
(algunos aseguran que se fue renegando de este país), hay que considerar el
imaginario de la Roma que influyó en sus novelas. Queer y Junkie fueron
escritas durante su residencia en México, y ello guarda una profunda
congruencia con la estancia de un extranjero en esta colonia en aquellos años.
En la Roma, entre vecindades y casonas semiabandonadas, se conseguían prostitutas,
así como drogas suaves o duras que se podían consumir en parques oscuros y
solitarios como lo era la Plaza Luis Cabrera. Además, el carácter clandestino del
lugar era muy atractivo para ejercicio de la diversidad sexual. Los extranjeros
llegaban allí en busca de aventuras de todo tipo, a la manera en que lo hacen
hoy en día los spring breakers, sólo
que de manera más desbordada, extrema.
Otro miembro de
este grupo fue el novelista Jack Kerouac, que mencionamos antes, cuya novela On the Road (En el camino, escrita en
1951 y publicada en 1957), se convirtió en un manifiesto “hippie”, al
apologizar la vida libre, el “aventón”, el recorrido al azar en las autopistas y
carreteras norteamericanas. Kerouac, también conocido como "King of the Beats",
escribió el En el camino como una
crónica que relata los viajes que él y sus amigos hicieron por los Estados
Unidos y México entre 1947 y 1950.
Keoruac
también escribió poemas clásicos dentro del mundo contracultural, como lo es el
México City Blues (El blues de la
Ciudad de México), que inició y finalizó justo en su residencia en la colonia
Roma, en México, en el año de 1959. También escribió por aquellos años su
novela Tristessa, traducida en México
por Jorge García Robles, especialista en el tema, cuya protagonista es un chica
de rasgos indígenas, de mirada triste (de allí el nombre de la novela) a la que
mira salir de misa cada domingo, en una iglesia de la colonia Roma. El
verdadero nombre de Tristessa era
Esperanza Villarrreal, y fue pareja del escritor norteamericano durante algún
tiempo. Aunque no describe a la colonia de manera directa, las alusiones de
Keoruac al lugar son constantes, en episodios de su novela Tristessa, y de
poemas como el México City Blues, en el cual escribe:
México Camera / I”m walking down Orizaba Street
/ Looking everywhere. Ahead
of me / I see a mansion, with wall / big lawn, Spanish interior, fancy, windows
very impressive…(Kerouac, 1959: 224).[2]
Con respecto a la relación
entre México y ese “Dostoievsky con jeans”, como Jorge García Robles define a
este narrador estadounidense, ésta no fue marcada por una relación amor-odio,
sino que Kerouac, evitó emitir juicios sobre nuestro país. El narrador beat, como ha detallado Jorge García
Robles, nunca arremetió contra el salvaje incivilizado que todos los mexicanos
llevan dentro, al contrario, siempre se mantuvo en una posición neutral en la
que nunca hubo sentimientos de animadversión contra nuestro país. Más aún,
según el análisis de Jorge García Robles, al final de las ocho visitas que
Kerouac realiza a nuestro país, se quedó con una imagen compasiva y hasta
liberadora de la cultura y la sociedad mexicanas (INBA, 19/05/2014).
Al autor de Mexico City
Blues, que llegó a vivir en la calle de
Orizaba 210 y la Cerrada de Medellín, en la Colonia Roma, García Robles lo
describe como alguien quien tenía pegado a la frente la palabra “tragedia”: un
escritor que “vivía para escribir; no escribía para vivir” (INBA, 19/05/2014).
Allen Ginsberg, autor de un poema épico, Howl (Aullido), una ácida crítica al imperialismo y capitalismo “yanqui”
escrita por un “yanqui”, también vivió en la calle de Orizaba, en el número
210. También tuvo su lugar de residencia en la célebre cerrada de Medellín,
compartiendo habitación con Kerouac y Burroughs. Es, desde luego, uno de los
pilares de la generación beat.
Para recalcar la importancia de las figuras beat en el ambiente contracultural y cultural norteamericano, cabe
mencionar que Ginsberg colaboró en canciones y videos con figuras como Paul
McCartney y Philip Glass. De Burroughs se rumora que colaboró en algunas letras
del grupo de grounge Nirvana, y
aparece improvisando poesía y música con Kurt Cobain, en videos que pueden
encontrarse en la red.
Desde
una lectura geográfica, los Beats no son quienes vinieron a México a echar
raíces o a cambiar sus modos de vida. Sus aspiraciones, por su mismo
egocentrismo, fueron mucho más modestas y delicadas a sus propias personas. No
formaron comunidad en México, como apenas la formaron en ciertos sitios de
Estados Unidos. Pero sí construyeron un espacio totalmente distinto,
virtualmente confortado por sus indagaciones místicas y sus experiencias con
las drogas, recorridas transversalmente por su imaginario particular sobre
México. No podemos describir su espacio porque es el suyo y sólo el suyo.
Podemos, no obstante, entender que para ellos México se volvió un espacio
místico en parte, y mítico por la otra y, ciertamente, la antinomia del espacio
estadounidense que detestaban pero que al mismo tiempo aprendieron a amar
(Hiernaux, 2007:40).
Por otra
parte, para los beats, la Ciudad de México no fue meramente el escenario de estos
libros, sino que en palabras de Pablo Molinet, fue su protagonista auténtica, buscada
en su lado más lóbrego: cuartos de azotea, tugurios, vecindades. La narración,
los poemas, despiden el mismo halo de desolación y belleza en el que Kerouac
quiso hallar una revelación trascendente (Capital 21, 14/03/2014).
El
primero en llegar a la Roma fue William Burroughs,
quien a primera instancia se instaló en José Alvarado 37(hoy Cerrada de Medellín 37),
un actualmente desvencijado edificio blanco frente a Plaza Insurgentes. Este
autor llegó a nuestro país huyendo de la policía americana. Tiempo
después, Kerouac y Neal Cassady le hicieron compañía en 1950
tras su famoso viaje por la ruta 66. Las fiestas con estos
escritores eran salvajes y juntos exploraban la Colonia Roma lugar por lugar.
El punto de reunión era Orizaba 210 (algunos aseguran que se trataba del
número 10), ahora un edificio demolido. Kerouac,
Burroughs, Cassady, Corso y Ginsberg pasaban sus días embriagándose en este
espacio (Esquinca, 9/03/2016)
Poco después la tragedia dotaría de una fama
oscura a este grupo literario. Burroughs afirma en la introducción de Queer:
“jamás habría sido escritor sin la muerte de Joan”. El 26 de septiembre de 1951, Burroughs
y su esposa, Joan Vollmer, se encontraban en la ciudad de México, bebían en un
departamento en la planta superior del Bounty
Bar donde solían reunirse los beat,
propiedad de un estadounidense. Para ser exactos, se hallaban en el interior
del edificio ubicado en la avenida Monterrey, en el número 122. Algunos
aseguran que el episodio ocurrió en el número interior 8, o bien, en el número
10.
El asunto es que, en medio de una farra
terrible, en que se mezclaron alcohol y algunas drogas, a Burroughs se le
ocurrió proponerle a su esposa jugar a Guillermo Tell, pero usando un revólver
(el escritor norteamericano siempre andaba armado en México). Vollmer aceptó, y
el desenlace de la historia fue terrible, tal y como lo describe el siguiente
texto:
- Escucha Joan, ¿recuerdas a Guillermo Tell?. (…) ¿Te animas? Nunca he fallado. Preguntó Burrougs.
Joan bebió de un trago el resto de tequila que
tenía en el vaso y se paró como lo hacen los jardineros cuando esperan que el
pitcher dispare la bola al bateador. Williams le arrojó la manzana, ella la
recepcionó con habilidad. Él tomó el Colt y tiró el percutor. Joan se colocó a
unos cinco metros de Williams, con la fruta posada sobre su cabeza. Un haz de
luz que se filtraba a través de la cortina, pegaba sobre ella y la volvía
dorada.
- Vamos hazlo, dispara - Dijo Joan y se quedó
petrificada, para que no se le cayera la manzana.
El disparo lo dejó sordo y confundido unos
segundos, cuando abrió los ojos, Joan estaba allí tendida en el piso. La
sangre, que fluía a chorros a la altura del cuello, fue haciendo un charco
alrededor del cadáver (Filinich, 26/11/2012).
Burroughs pasó 13 días en la cárcel antes de
que su hermano llegara a la ciudad de México y sobornara a los abogados y
funcionarios mexicanos para liberarlo bajo fianza, mientras esperaba el juicio
por el asesinato, caratulado homicidio culposo. La hija de Vollmer, Julie Adams,
se fue a vivir con su abuela, y William S. Burroughs, Jr. fue a San Luis a
vivir con sus abuelos. Burroughs se reportaba todos los lunes por la mañana en
la cárcel de la ciudad de México, mientras que su abogado mexicano trabajaba
para que fuese declarado inocente.
Según contó James Grauerholz años más tarde,
dos testigos habían accedido a testificar que el arma se había disparado
accidentalmente mientras la estaba revisando para ver si estaba cargada, y los
expertos en balística fueron sobornados para apoyar esta historia. Pero no todo
resultó tan rápido y sencillo, el juicio se retrasó de forma continua y
Burroughs en medio de los habituales viajes de peyote o heroína, empezó a
escribir lo que eventualmente se convertiría en la novela corta Queer (Marica), a la espera de su
juicio. Después de un año en la misma situación, su abogado huyó de México con
destino desconocido, debido a sus propios problemas con la ley, Burroughs
entonces, decidió regresar a los Estados Unidos. Fue condenado en ausencia por
homicidio y sentenciado a dos años de prisión, sentencia que fue suspendida. Antes
de morir Vollmer, Burroughs había completado en gran medida sus dos primeras
novelas en México, aunque Marica no
se publicó hasta 1985. Yonqui fue
escrito a instancias de Allen Ginsberg, que fue determinante para que el
trabajo fuera publicado, incluso como un libro de bolsillo para el mercado
masivo. Ace Books publicó la novela en 1953 bajo el seudónimo de William Lee,
con el título de Junkie: Confessions of
an Unredeemed Drug Addict. (Filinich, 26/11/2012).
En fin, que la presencia de los beat en México es apasionante, pero
también guarda una oscura leyenda, que la integra a los imaginarios malignos de
la colonia Roma. Un imaginario clandestino, lleno de vecindades, lugares solitarios,
prostitutas, homosexuales, drogas y asesinato. Un imaginario de novela negra
que convierte a la colonia en un lugar único e irrepetible en la experiencia urbana
de la capital.
[1]
Se considera generación beat a un
grupo de escritores que aparecen en el panorama cultural norteamericano de los
años cincuentas y sesentas del siglo XX. Eran amantes del jazz, les gustaba
experimentar las drogas suaves y las duras, y también la libertad. Sus
experiencias fueron plasmadas en múltiples poemas y novelas, donde también
ejercieron una dura crítica al capitalismo norteamericano y a las políticas de
guerra e invasión del gobierno estadounidense. Son los precursores del
movimiento “hippie” y del movimiento “hípster”. Algunos autores sospechan que
los “beatles” adoptaron este nombre en homenaje al movimiento beat, encabezado por William S.
Burroughs, Allen Ginsberg y Jack Kerouac. Beat
puede traducirse como golpetear algo, llevar el golpeteo de un ritmo.
[2]
Cámara en mano en México / Camino acera abajo por la calle de Orizaba / Mirando
hacia todos lados. Frente a mí / veo una mansión con un muro / pasto crecido,
interior español, elegante, con ventanas impresionantes…(Traducción libre de
Ulises Paniagua).
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