Ulises Paniagua
Edgar Allan
Poe, H.P. Lovecraft, Horacio Quiroga, Stephen King y Richard Matheson, son
algunos de los grandes nombres que dominan el panorama literario universal en
el género del horror, o del terror, de acuerdo a la literatura propuesta por
dichos autores. Después de disfrutar sus historias, tejidas con maestría y con
una técnica envidiable; impecable en algunos casos, y propositiva cuando menos
en otros, parece que queda poco por decir, por escribir, en cuanto al género
referido.
Sin embargo, el camino de las letras es tan generoso que permite
siempre reinventar o reconstruir historias. Nadie
duerme esta noche se convirtió en un libro de horror para mí, pero no de un
horror que implica el género en el cual pretende proponerse el libro, sino de
un verdadero horror hallado en la incertidumbre de pensar que las nueve historias
podrían ni siquiera asomar ligeros destellos de temor en los lectores. La
comedia y el terror son géneros muy riesgosos. Reír o invocar al miedo es
difícil, porque el sentido del humor, y del temor, muchas veces se define de
acuerdo a las características culturales y personales del lector o los espectadores.
Hace poco acudí a una charla impartida por Vicente Quirarte, poeta y
gran especialista, junto con Alberto Chimal, en el género. Quirarte habló de la
idea de escribir historias sobrenaturales como una forma de purificación. Creo
que su comentario resulta muy preciso en estos agitados días, en que la
violencia ha invadido las propias entrañas de un país en desconcierto. El
horror que la tradición literaria pretende continuar, está por encima de esta
serie de decapitaciones y reyertas de sicarios,
cuyos móviles principales para cometer tales atrocidades son el dinero, el
poder o las drogas. Si bien es cierto que la realidad del mundo es más
horrorosa que la propia ficción, también es cierto que este tipo de sucesos
estaría más cercano a la nota roja o al periodismo.
La literatura de horror propone seres o situaciones asombrosas,
complicadas vueltas de tuerca que estimulan la imaginación y el inconsciente. Y
aunque en algunas de estas historias, los asesinos terrenales están presentes,
se les ha conferido –tal vez de manera indirecta- una capacidad legendaria, de
la que si bien no gozan en la vida real, sí se les otorga dentro de las páginas
de un ansioso escritor que pretende capturar las emociones y sensaciones de
quien sigue sus líneas. Los espíritus, las venganzas, los hechos inexplicables,
también están presentes en este libro, como lo dictan los cánones.
Escribir a medianoche es un ejercicio recomendable. Internarse en los
senderos de la locura y lo herético, también puede proponerse de vez en vez,
para alimentar la fantasía, y evadir de una manera muy digna esta realidad
vulgar e insípida que pretende gobernarnos con un terror sin gloria y sin
sentido. Espero que el libro guste, o impacte, o si goza de mejor suerte, logre
alcanzar el inconsciente de cada lector, por medio de los recursos explícitos,
y los recursos implícitos dentro de cada historia. El horror más penetrante es aquél
que no puede explicarse del todo.
Muchas gracias.
Ulises Paniagua
Centro cultural Xavier Villaurrutia, México DF, 2012
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