La
médula de Cd Juárez: sobre la novela “Corazón de Kaláshnikov, de Paéz Varela
por: Ulises Paniagua
por: Ulises Paniagua
(Alfaguara,
2014)
Ah,
sol generoso, desinteresado, apapachador;
sol
amoroso de Chihuahua
Alejandro
Páez Varela
Ciudad Juárez. Jessica, Violeta y Juanita no tienen nada en
común excepto el narcotráfico y la muerte, cadáveres en ácido, prótesis de
silicón como evidencia y una ciudad desierta de alegría pero tremendamente
vasta en miedo y violencia…Con una voz casi testimonial, Alejandro Páez Varela
rinde un himno homenaje a aquellas mujeres que enfrentan el reto de sobrevivir,
pero desde una trinchera de rencor, maldad, amargura y odio. También da inicio
a un relato…de cómo el norte se ha ido carcomiendo por esa mancha llamada narcotráfico.
De esta forma
describe la reseña de Alfaguara a la
novela que hoy se presenta.
Dictaba Goethe,
por aquellos años, que lo alemán es lo
universal. Y tenía razón. Y no se refería, como podría suponerse, a un
comentario pro-fascista, a una apología
de la Deutschland que recién se coronó
campeona en el Mundial de futbol, sino a una manera particular de comprender la
universalidad a través de lo regional. En ese sentido, la experiencia literaria
del siglo XX no miente. Los cuentos de Rómulo Gallegos son seductores hasta la
saciedad debido a la visión tan suya de las tierras venezolanas y sus costumbres;
allí queda, para la posteridad, el cuento El
machete, como ejemplo superlativo de su destreza. Juan Rulfo, en México, es
un ejemplo contundente de este regionalismo que se traduce en una apreciación
internacional, como si en cada país habitara el fantasma de un Pedro Páramo en
su propia Comala. William Faulkner y su visión bucólico-violenta americana, no
deja respiro al trasmitir el odio de sus personajes hacia cualquier punto de la
humanidad; y si de algo puede presumir el éxito comercial de Cien años de Soledad es de que el Gabo García Márquez captó, en el
retrato de una familia colombiana de Macondo,
las angustias y los mitos que se formulan alrededor de cualquier historia
familiar en el planeta.
Alejandro Páez
Varela, en su novela Corazón de Kaláshnikov, consigue justo
eso: retratar de manera fiel la desesperanza, la confusión y la oscura
naturalidad de una ciudad fronteriza. Cuando uno piensa en Juárez de los años setentas
y ochentas podría remontarse a la idea de aventura sexual y diversión,
acompañada de las canciones de Juan Gabriel; norteamericanos y mexicanos
conviviendo en un paraíso de sensualidad y armonía. Pero lo peor ya se gestaba;
cualquier frontera se vuelve complicada, porque es fácil delinquir en alguno de
los dos lados de su línea para regresar al país de origen, sin una orden de
arresto de por medio. Aunque en aquellos años, desde luego -y eso lo deja claro
el autor en una de sus páginas- Cd. Juárez aún no se había convertido en el
gran terror que ahora representa. El caso de Las muertas de Juárez y los violentos ataques de los cárteles no
eran noticia del día. Corría mucho menos sangre por sus calles, aunque bastante
cocaína. De esos años trata la novela.
Corazón de Kaláshnikov es un relato
crudo de las décadas referidas. Alejandro Páez aborda el tema con maestría, porque
lo ha respirado y lo ha vivido. Daniel Sada, uno de los mejores cuentistas
contemporáneos, describe de manera excelsa la vida en el norte de nuestro país.
En los personajes de Sada, nacido en Mexicali, la cercanía a
la frontera y la dureza del desierto tienen gran influencia. Hay mucho calor,
cerveza, burdeles y trabajos rudos en sus historias. Una mujer, entre sus textos,
confiesa: Al decirte que estoy enamorada de ti,
lo que en realidad quiero confesarte es que ya no me gusta esta vida de burdel.
Quiero que me lleves contigo. Después de Sada la avanzada norteña
se convirtió en una realidad. Literatura de alta factura que nos parece mágica
por la manera en que describe ese mundo trasfronterizo, ajeno al común de los
habitantes; que nos permitió descentralizar la visión hegemónica de la cultura,
para mirar con asombro el talento de nuevos autores. Páez Varela podría ser
incluido en esa línea, en ese mundo violento y difícil que relata la avanzada
norteña; sin embargo, lo caracteriza su sello: la naturalidad. En sus novelas
no hay asomos de exageración, no hay historias desorbitantes; lo que ocurre es un espejo de la realidad juarense,
existen las raíces rarámuris, existen los tugurios y el tráfico de drogas,
existe el ganarse el pan en oficios sin mucho brillo. Hay existencialismo e
identidad. Este detalle de enaltecer los orígenes indígenas, es digno de
destacarse. Cito un fragmento: Mi abuela
era rarámuri, mi madre también.
Ella era muy guapa. Te lo juro. Mi madre. Muy guapa. Mi papá estaba muy
enamorado de ella por guapa.
En Alfaguara, novelas como La Mara, del periodista tamaulipeco Rafael
Ramírez Heredia, y Leopardo al sol,
de la escritora colombiana Laura Restrepo, abordan el tema de los grupos
delincuentes y de la formación de bandas de narcotraficantes y asesinos. Para Páez
Varela, seguir esos pasos hubiese resultado fácil y efectista. Sin embargo, el
escritor de Chihuahua sostiene, con entereza, la naturalidad de la trama, sin
amarillismos. Esa es una de las grandes virtudes de su escritura. El amor hacia
su tierra es sincero. Así, en una nota publicada en El Universal, explica: Por otro lado, la verdad es que no me siento
con ánimos para pasar por mi ciudad, por Juárez, como he acostumbrado en estos
años para estas fechas. La última vez que puse un pie regresé con una enorme
depresión; fue hace unos meses. No es fácil soportar el trauma de ver tu hogar
en ruinas. Aunque una parte de mis amigos y mi familia está en el exilio, otra
sigue allí.
Como
un hombre que conoce su origen, y lo enaltece, el lenguaje en los personajes de
la novela viaja de una coloquialidad literaria
hasta la idiosincrasia y los modismos propios de la gente de Chihuahua. Las
preocupaciones, por su parte, se expresan a través de los diálogos de los
protagonistas: “(Esta coca) es de la que le ponen al Papa en el piso. Se baja a besar
el suelo y le da un jalón”; “La gente
que cruza a El Paso levanta refrigeradores viejos de las banquetas…y acá, con una
buena mano de gato y un par de chicanadas, tienen vida para unos años más”, “Soy puta y quieres salvarme, dijo, y sentí
una rasgadura en la camisa, en la carne, en las costillas”. Y valga como último
ejemplo este diálogo de Violeta, que resume la importancia del poder en un
submundo bravo: “póngale cuarenta y ocho
diamantes en las cachas”, exige refiriéndose al arma que quiere ostentar,
La manera de
estructurar la novela es brillante. La historia inicia con el asesinato de una
mujer; en la escena del crimen se presenta lo inconexo, no hay pies ni cabeza
para explicar el homicidio: un televisor a todo volumen, un disparo a mansalva
sin mayor diálogo que medie entre ejecutante y víctima; y una bala que va a
parar a la tina de un vecino. A partir de entonces habrá que reconstruir la
historia de atrás hacia adelante, hay que buscar en saltos temporales lo que es
apenas una sospecha. La novela como un rompecabezas de una cotidianidad sangrienta.
Volviendo a Sada,
el bajacaliforniano comenta, en entrevista:
En la novela lo más sobresaliente son los personajes, mientras que en el cuento
lo son las situaciones. En una historia larga hay una buena suma de
transgresiones, siendo los personajes los propulsores más señeros de las
modificaciones o desajustes que inciden en una trama. El autor de Corazón
de Kaláshnikov cumple al pie
de la letra los acuerdos tácitos de las convenciones novelescas, los personajes
son múltiples y se vuelven el enlace que ayuda a descifrar el enigma: Amado, Jessica,
Mario Giancana, Violeta y Juan Cevallos se convierten en el eje que revela a la
historia, pero al mismo tiempo son devorados por ella. Juanita y su abuela, en
otra vertiente, representan la metáfora de la tierra, la condición de los juarenses
de sentirse parte de su origen.
Esta obra goza
de tal manufactura que el propio escritor reconoce que se encuentra entre sus
favoritas: Tengo tres libros favoritos, reconoce
Páez Varela, uno de ellos es Corazón de Kaláshnikov, que es mi primera novela; en ella se puede
advertir quién soy: un tipo debilitado, cansado, vencido. Es probable que Corazón de Kaláshnikov deje algunos
cabos sueltos, pero ello, en evidencia, no es una omisión o un descuido del
autor; sino que la novela es parte de una trilogía, que incluye El reino de las moscas, y Música para perros, también incluidas en
Alfaguara; secuelas que cierran el
ciclo y edifican las piezas faltantes de este rompecabezas fronterizo de gran
fascinación.
Hay que
completar la lectura de la trilogía para comprender la totalidad de la
historia, y sin embargo, cada una de las novelas contiene una trama atractiva,
plena de suspenso, que vuelve el libro ágil y lúdico a cada vuelta de página. La
prosa de Alejandro Páez Varela es fluida, sin ornamentos, lo que permite al
lector involucrarse de lleno en el argumento y los pequeños grandes detalles. Páez
Varela se consolida como uno de los narradores más importantes en estos tiempos
convulsos. Logra con su pluma hacernos sentir parte de ese mágico y riesgosos
universo que lleva por nombre Ciudad Juárez, y nos convierte en habitantes de
su encanto y de su más sombría manifestación.
Ulises Paniagua
25
de julio del 2014
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