Prólogo de Glafira Rocha a "Historias de la ruina" de Ulises Paniagua
(Sediento Ediciones, México, 2013)
Imagen: Glafira Rocha, escritora y dramaturga mexicana
Una ruina implica destrucción, un proceso de decadencia, son los
restos de un todo que quedó fragmentado por el olvido. La ruina es el abandono
del sí mismo, el despojo del ser que no encuentra su lugar en el mundo. Historias de la ruina nos lleva a un
universo donde sus personajes deambulan entre lo que fueron y lo que desean
ser, caminan por los fragmentos de un edificio que quedó derruido por el
tiempo, por una estructura que no tiene forma exacta porque aún se está
reconstruyendo. Estimado lector audaz, estás entrando en una dimensión que tal
vez te llevará a las reminiscencias de ti mismo.
Ulises Paniagua, es, además de un literato, un
arquitecto de profesión, es decir, que conoce cómo se le da vida a una
construcción y cómo devolverle una nueva estética a aquella edificación que se
perdió en el abandono. Esta habilidad es notoria en cada uno de los cuentos.
Inicia con “Juguete chino” que funge como un instructivo, el cual indica que,
como en Las mil y una noches, un
cuento se hila con otro hasta regresar de nuevo al principio, donde el inicio
no será el mismo pues ya se tiene la experiencia de la primera vuelta. Esta
travesía literaria se mezcla entre la voz en primera persona
y entre el narrador omnisciente que cree que todo lo sabe, pero en realidad los
personajes lo engañan al ocultar secretos. Esto se puede ver en “Para domar las
furias” donde el personaje, un ingeniero en una obra en construcción, sucumbe a
la fantasía de sus trabajadores, a las leyendas, que como símbolos nos persiguen
y nos atrapan en el momento en el que creemos en ellas.
En cada uno de los cuentos de Historias de la ruina, podremos encontrar a un ser que se tambalea
entre lo que es y lo debe ser e intenta salir de una vida inauténtica. El filósofo
Martin Heidegger, decía que la existencia auténtica es como el llamamiento de
la Conciencia, que comprende al silencio y a la angustia en sus más extremas
posibilidades, y sus posibilidades consisten en ver su nada. Este ser auténtico
es un modo privilegiado del conocimiento. Sólo en este modo es que se ve la
verdad, porque la define, sólo en él se ve la perfecta transparencia de estar
consigo mismo, a diferencia de la vida ordinaria, la inauténtica, que se
establece y se mueve en la no-verdad, sin embargo, es en esa no-verdad donde
aprendemos y aprehendemos el camino para llegar a casa, es decir, hacia nuestra
existencia apropiada. En este libro que tienes en tus manos, excelente lector
que subraya y hace anotaciones, lo anterior se traslada a una serie de voces
que se descubren sometidas al devenir de la costumbre y buscan una salida. En
“Historia del desasosiego” aparece la siguiente frase que funge como la esencia
del libro: “Enfrentarse es destruir la imagen que se tiene de sí mismo, desatar
los lobos de la conciencia, desplomarse desde un cenit indomable”. En el cuento
“La rampa”, Ulises dice: “No hay nada seguro en este mundo excepto la
conciencia de que podemos desprendernos a través de historias resguardadas bajo
capas de otras historias”. Cada personaje está en una indagación hacia sí
mismo, porque es desde ahí donde podrá reconocerse. Esto nos recuerda a Julio Cortázar,
quien en sus cuentos mostraba las capas externas de una narración, cuyo fondo
es en realidad lo que provoca en el lector una sacudida estructural. Eso que no
está dicho, pero que está ahí, aquello que es lo que nos lleva a continuar
inmiscuido en una lectura que trastoca a la expresión, porque no está
encaminada a la parte consciente del hombre, sino a un nivel más hondo que se
sitúa en un inconsciente que se expresa a través del lenguaje cifrado, en
poesía. El mismo Cortázar lo menciona claramente en Rayuela, capítulo 62: “así, al margen de las conductas sociales,
podría sospecharse una interacción de otra naturaleza, un billar que algunos
individuos suscitan o padecen, un drama sin Edipos, sin Rastignacs, sin Fedras,
drama impersonal en la medida en que la conciencia y las pasiones de los
personajes no se ven comprometidas más que a posteriori. Como si los niveles
subliminales fueran los que atan y desatan el ovillo del grupo comprometido en
el drama”.
Historia de la
ruina, querido lector macho (Cortázar) une una
historia con otra a través de pequeños guiños, que nos indican que cada
elemento se relaciona con otro para formar la unidad, una singular narración
que con toda libertad puede prestarse, incluso, a sus personajes, sin necesidad
de que esto implique que por sí mismo, cada universo narrativo, tiene su propia
integridad. Esto nos lleva a Louis Aragon en La mise á mort: “un texto para el que no tenemos clave. Ni si
quiera se sabe quién es el héroe,
positivo o no. Hay una serie de encuentros de gentes que uno olvida
apenas las ha visto y de otras gentes
sin interés que reaparecen todo el tiempo. Ah, qué mal hecha está la vida. Uno
trata de darle una significación general. Uno trata. Pobre diablo”. Un ejemplo
de esto aparece en el cuento “Crónica del Minotauro”: el hombre y el animal se
trastocan, intercambian roles y es el segundo por quien tenemos misericordia.
El toro es un expresidente, que es puesto en el ruedo para que se lleve a cabo
la fiesta brava. Un torero sale con sus banderillas para hacer de la masacre un
arte, en donde miles de espectadores vituperan y piden venganza. Los cargos que
se le imputan a ese pobre animal son los de alevosía, ventaja o premeditación
contra los recursos naturales de la nación, su economía y/o desarrollo
tecnológico o cultural. El hombre se ha convertido en su propio verdugo.
Ulises Paniagua,
teje estas historias, desde una introspección que hace que cada elemento
literario se transforme en una búsqueda del ser hacia algo que intuye y se
dirige a lo desconocido que es él mismo.
Lector entrañable, te invito a adentrarte en esta edificación bordada
con filamentos de palabras que renacen de las ruinas.
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