El círculo imperfecto
Prólogo al poemario Guardián de las Horas, de Ulises Paniagua
por Saúl Ibargoyen
Esta presentación –tal vez
innecesaria- de Guardián de las Horas
del narrador y poeta Ulises Paniagua, se apoya en una línea con que el autor
concluye uno de sus poemas. Se trata, claro, de un oxímoron que parece resumir
la propuesta genérica del libro. Trataremos de encarar nuestro texto en función
de esa premisa, sugiriendo una relación de ese verso con el poema inicial,
donde se traza una figura geométrico-poética, “El cubo”.
Pero
según la reflexión que el conjunto del libro ha despertado en nosotros, como
meros lectores comprometidos con lo leído, la visión de la realidad que el
hablante lírico ofrece es, obviamente, más rica, abundante y compleja que una distorsionada analogía.
Además, la visión en cuatro partes con sus respectivos títulos ayuda, por un
lado, a la representación de esa realidad, y por otro, intenta ordenar a la
misma escritura, pues hay mucho para cantar y contar, recordar y olvidar,
construir y destruir.
Pero,
¿hasta dónde llega el poder simbólico de la verbalización creativa, es decir,
poética? El abordaje temático, entonces, se pone a prueba por avidez de asuntos de los externo pero aún
más de lo interno. Difícil es trazar esa frontera que en apariencia los divide.
Es probable que la misma verba poética sea esa sin frontera, frontera móvil,
respirada, recogida de otras resonancias, de otros ecos históricos, de otras
dimensiones del inconsciente: el personal y el colectivo.
Sería
fácil incluir a Guardián de las horas
en las corrientes poéticas de hoy, en lengua española; ser moderno o posmoderno
también se ha vuelto fácil. A veces pensamos que hasta se escribe bajo receta posmo, para que el poeta que sea no
quede excluido de esa bolsa adonde todo cabe. Pero el hablante, o sea, el
avatar de Ulises Paniagua, utiliza las frecuencias de la modernidad –en sentido
general- para cuestionar a esa misma modernidad; juego dialéctico que da fuerza
y claridad a este libro.
Para
ensanchar lo dicho: aquí podemos apreciar tonos protestatarios, referencias a
autores tan alejados (Ibn Arabi, Mahmud Darwish) como cercanos (J.P. Sartre,
explícitamente, pero hay otros sugeridos entre versos) en tiempo y
sensibilidad, autocuestionamiento respecto al lugar del autor implícito en un mundo injusto y brutal, actualización
del añejo tópico del viaje, soslayamiento contradictorio de los subjetivo en
función de lo comunitario, inclusividad desde lo íntimo, sospecha confirmada de
impermanencia cósmica, erotismo espiritualizado, rechazo de grisuras y rutinas
cotidianas, tratamiento de lo desagradable e impuro del mundo, presentimiento
de otras dimensiones de la realidad que la especie humana tendría por destino
alcanzar, aproximación a la poesía en cuanto a sustancia iluminante, certeza de
que la verba poética siempre significa algo diferente de lo que expresa: de ahí
su imposible aprehensión, o sea, su impermanencia entretejida con la movilidad
y el imposible silencio de todo lo que existe.
No
entendemos de necesidad extendernos con relación a la escritura. En ella hay
ritmos adecuados a la intención expresiva, elaboración metafórica de indudable
altura, adjetivaciones sorpresivas, asociaciones por oposición o por analogía,
manejo de una amplia variedad versal, apelación a poemas de cierta extensión
sin que el impulso decaiga, sino que se afirma en el discurrir del discurso.
(“Plan de vuelo”, “Parvada 9 a.m., p. ej.), zoologización de lo humano
(cuervos, oseznos) que podríamos vincular con el Conde de Lautréamont,
descripción de la sociedad variopinta y alienada por la era capitalista, en el
sentido peyorativo que se le confiere desde el Romanticismo.
Entendemos,
pues, que con este libro Ulises Paniagua se afirma en búsquedas y hallazgos que
serán sin duda ratificados con nuevas aportaciones.
Saúl Ibargoyen
Ciudad de México, febrero 2012
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