Diecinueve plegarias y
un credo…según la carne, ó
“Las
delicias de Martínez de León: de lo erótico a lo sagrado”
Me
borro en el sudor del cruce de mis muslos
cuando
imagino que mis cuatro labios
derrocan
tu sacramento
Martha Leticia Martínez
de León
Ya
toda me entregué y di
Santa Teresa de
Jesús
La
carne es impaciente, la carne es irreprimible, el deseo es una marejada salvaje
que invade los muslos o que canta a gemidos, muy despacio, a través de nuestros
tímpanos. De cualquier manera, seduce.
Se rumora a
gritos que hay que hablar de amor y deseo
mientras nos queden labios con qué besar, y ello es cierto, porque lo
erótico es un asunto que atañe al espíritu liberado. Nada más cercano a la
libertad que un orgasmo, floración de emociones, inquietudes, angustias o alegrías
a través del delicioso oficio del cuerpo ¿De qué otra manera podríamos expresar
nuestra pasión, nuestro deseo, amoroso o no amoroso? La comunión de cuerpos,
más allá de lo que pudiera creerse, encuentra un cauce sagrado cuando lo carnal
se convierte en instrumento de plenitud.
En los poemas
árabes, en la filosofía sufi o sufí, encontramos la sacralidad en el encuentro del
acto sexual, en el deleite con la amada. Para la cultura del Medio Oriente, tan
cercana al budismo y otras influencias en aquellos años, el acercamiento se
comprendía como un acto natural, ajeno a lo pudoroso, donde se conjugaban los
sentidos y los afectos. No es una casualidad que un libro como el Kama Sutra pudiera nacer lejos de influencias
cristianas del Medioevo, del Concilio de Trento y de los pudores impuestos a los habitantes de
la América sojuzgada. Habría que preguntar a la Historia de Medio Oriente qué
fue lo que ocurrió con aquellas maravillosas ideas, y el cómo una sociedad
culminó en ese fundamentalismo aberrante, que no permite a las mujeres de hoy
expresar la belleza a través de su desnudez, mínima o plena. Entre los años
1050 y 1122 d.c., Omar Khayyam, poeta sufí, escribe: tu boca, esta noche, / es la rosa / más bella / del mundo / escancia
vino / que sea carmín / como tus mejillas / y haga leves / mis remordimientos /
como ligeros son tus bucles. Otro autor que funciona como un magnífico
ejemplo de este oleaje sufi que ondea entre la concupiscencia y la
espiritualidad, es Ibn Al Mahad, poeta sólo traducido al español por el
uruguayo Saúl Ibargoyen. Dice Al-Mahad, a través de la versión al español: Esta noche en mi tienda he viajado / por
fuera y por dentro / de las formas tangibles de la amada. / No diré sus
primeros nombres: / ella duerme ahora entre olores sosegados. Y luego
escribe, en otro poema: No ames a la
amada / solamente con las caricias de la piel / porque entonces tu práctica de
amor / obtendrá nada más / que un placer sin fe.
En la tradición cristiana
y católica, los ejemplos del erotismo son múltiples. Como Eve Gil comenta en el
preámbulo del presente poemario, ¿Puede
alguien negar que las páginas más lúbricas jamás escritas se localizan en los
libros sagrados, sin importar a qué religión estén dirigidas? Así, en el libro
que en hebreo lleva por nombre Shir Hashinm,
es decir, El Cantar por excelencia, mejor
conocido de manera popular como El Cantar
de los cantares, leemos y percibimos una apología a las artes amatorias, ese
sano equilibrio entre el espíritu de quien ama a Dios y ama a su mujer o a su
hombre con el frenesí de la carne, al mismo tiempo. Se trata de un erotismo
delicado, pero no por ello menos intenso. Cito un fragmento de este libro: Y el aroma de tus perfumes / es mejor que
el de todos los bálsamos. /
Miel virgen destilan tus labios…/
miel y leche hay bajo tu lengua; y el perfume de tus vestidos es como aroma de
incienso. / Eres jardín cercado, hermana mía, esposa… fuente sellada.
Es sabida la ardorosa pasión con la que
Santa Teresa de Jesús se asió al cuerpo de su Cristo con el fervor de la más
entregada amante; situación que también experimentó San Juan de la Cruz en un
éxtasis religioso que bien podría culminar en el orgasmo místico. Cito a San
Juan de la Cruz, en su poema Noche oscura:
¡Oh noche que guiaste! ¡Oh noche amable más que la alborada: / oh
noche que juntaste / Amado con Amada…/ En mi pecho florido, / que entero para
él sólo se guardaba, / allí quedó dormido, / y yo le regalaba, / y el ventalle
de cedros aire daba. / El aire de la almena, / cuando yo sus cabellos esparcía,
/ con su mano serena / en mi cuello hería, / y todos mis sentidos suspendía.
Estudiado por George
Bataille, el fenómeno de lo sagrado cobra dimensiones eróticas. El éxtasis se
presenta como el hilo conductor entre la carne y lo sacro, la experiencia
llevada a dimensiones extrasensoriales.
En su libro Las lágrimas de Eros,
Bataille encuentra esa oscura y profunda similitud entre la expresión de las Vírgenes
de catedrales y templos, con respecto a los rostros de mujeres en el clímax sensual,
una mezcla suprema entre dolor y placer, aquello que de manera vulgar ha dado
por llamarse una muerte chiquita. En adición, encuentra en el rostro de los
mártires católicos, como San Sebastián, el goce sensual que se experimenta al
alcanzar la culminación de un encuentro amatorio. El dolor, lo religioso y el
placer, van de la mano. Esa ardorosa pasión hacia Dios y hacia Cristo y su sangrienta
oscuridad, son llevadas por Martha Leticia Martínez de León al cenit de lo
sensual. Cito a la autora: lamo tu nombre
para borrar una a una Tus heridas / No te conozco / pero te reconocen en cada sonrisa / mis
manos te tocan / Tu esencia me asfixia / me desnudo, Te toco / palpita mi sexo /
me toco / No hay placer / descubro la vida / entiendo la historia / me duele Tu muerte / dejo
que Tu sangre / caiga…
La carne es libre,
se rige bajo una voluntad particular. Esto explicaría el concepto Kata sarká, y el por qué de su presencia
en el título del libro reseñado. Pablo A. Jiménez, comenta acerca del concepto Kata Sarká: La vida de quien no ha sido liberado del poder de la muerte no es un
fenómeno de la naturaleza, sino de la vida del que se esfuerza, del yo que
quiere, que se proyecta siempre hacia algo, que se halla siempre ante sus
posibilidades, y, en concreto, ante las posibilidades fundamentales de vivir
«según la carne» ("kata sarká")…es decir, de vivir para sí mismo y
para Dios.
La poesía de Martínez de
León remite sin duda a la poética de las grandes escritoras y mujeres que vivieron
un auge combativo entre los años sesentas y setentas del siglo XX, autoras como
Sylvia Plath y Anne Sexton, consideradas estandartes en el movimiento de
emancipación femenina en el vecino país del norte. Mujeres preclaras,
inteligentes, dispuestas a morir antes que entregarse a las reglas de un mundo
determinado por el chauvinismo autoritario. En México, Rosario Castellanos representa
a la mujer de alto intelecto y libertad de pensamiento (podríamos emparentarla con
Sor Juana Inés de la Cruz, por su influencia y su valor literario). Valiente,
existencial, evidentemente influida al igual que las autoras norteamericanas
por el movimiento parisino encabezado por Simone de Beauvoir, se rebela ante el
hecho de comprenderse una hija de segunda, ensombrecida por la figura de su
hermano, el favorito de su madre. Así comienza a escribir. Escribo porque yo, un día,
adolescente, / me incliné ante un espejo y no había nadie, confiesa
Castellanos.
El
gran problema radica en la concepción chauvinista de un creador, en la representación
humanoide de un Dios en evidencia inventado por el género masculino. Ese tipo
barbón, con facha de leñador y gesto adusto que nada sabe del clítoris y sus
murmullos, que no ha aprendido a apreciar la superlativa sensibilidad del
cuerpo femenino. Si Dios fuese mujer en las convenciones humanas, otra sería la
historia. Tal vez en años cercanos se llegue a derribar el dogma donde la mujer
permanece en segundo término, ese fundamentalismo de género. Es harto probable
que se llegue a la convención andrógina de un ser supremo. Llamémosle La Dios; o El Diosa. Aún con ello, esta absurda libación ante un Dios macho
expone una culpa injustificada en el género femenino, afectado por los convencionalismos.
Así lo deja saber Martha Leticia Martínez a través de sus versos: Mi cuerpo se parece al de María / María
madre / María esposa / Virgen María. / Su
alma no se parece a la mía / mujer lenta, / mujer puta, / mujer lenta / mente / puta. / El vacío de mi
vientre no engendra vida y sangra / el
vacío de su vientre engendró vida / y una corona de espinas lo desangra. Como protesta, la mujer recurre a su erotismo
y su delicadeza para sentirse plena, para cantar a gritos lo que le ha sido
velado durante siglos, de manera social; y durante años, de forma doméstica. Hombre de Dios / creación del polvo y del
barro / donde Marduk no forjó su lecho / y Lilith cegó su mirada, anuncia a
manera de protesta Martha Leticia Martínez.
El orgasmo estalla en gemidos suaves, en la ars erótica que siempre he considerado la más profunda, la obsequiada
por la mujer. Así, Anne Sexton nos comparte, a través de uno de sus poemas: De noche, sola, me caso con la cama. / Dedo
a dedo, ahora es mía... / La taño como a una campana. / Me detengo en la
glorieta donde solías montarla. / Me hiciste tuya sobre el edredón floreado. / De
noche, sola, me caso con la cama. / Toma, por ejemplo, esta noche, amor mío, / en
la que cada pareja mezcla / con un revolcón conjunto, debajo, arriba, / el abundante
par en espuma y pluma… / Me despliego. Crucifico. / Mi pequeña ciruela, la
llamabas. Rosario
Castellanos, por su parte, se entrega: Tu
sabor se anticipa entre las uvas / que lentamente ceden a la lengua/ comunicando
azúcares íntimos y selectos. / Tu presencia es el júbilo. / Cuando partes,
arrasas jardines y transformas / la feliz somnolencia de la tórtola / en una
fiera expectación de galgos. / Y, amor, cuando regresas / el ánimo turbado te
presiente / como los ciervos jóvenes la vecindad del agua. Rosario
Castellanos transgrede, también, en su poema titulado Ninfomanía, al describirnos la escena metafórica de una felación: Te tuve entre mis manos: / la humanidad entera en una nuez. / ¡Qué cáscara
tan dura y tan rugosa! / Y, adentro, el simulacro / de los dos hemisferios
cerebrales / que, obviamente, no aspiran a operar / sino a ser devorados,
alabados / por ese sabor neutro, tan insatisfactorio / que exige, al infinito, una
vez y otra y otra, que se vuelva a probar. Martínez
de León se interna en el transgresor concepto de la felatio y el asunto de los tríos sexuales, pero lo lleva a niveles extremos,
en una apuesta total: Me acuesto con tres
hombres / y con ello me lleno de espinas / en una atardecer sin hora non…Y
más adelante, publica: Te imagino desnudo
bajo el manto de un Templo…/ y ante mi apostasía / las vestiduras se rasgan /
las telas caen / devuelvo tu resurrección / en la crucifixión de mi boca / en
el centro de tus piernas.
Siglos clásicos convulsionados por el erotismo místico (el único autorizado
en aquellas herméticas albas). Un siglo XX enardecido por la rebeldía femenina;
y hoy en día, en México y en pleno siglo XXI, la frescura en la voz poética de Martha
Leticia Martínez de León, a través de sus Diecinueve
plegarias y un credo…según la carne (kata sarká). Un libro provocador, sin
lugar a dudas, de un erotismo inteligente. La virtud de la autora es hallar esa
manera directa en que se aborda la relación erótica-mística, sin tapujos, como
un encuentro duro y extremo en su propia delicadeza. La sexualidad femenina al
infinito. La mujer-carne, sin calificativos demoniacos o puritanos: la mujer
sensual y madura en su esplendor. Confiesa la autora: desde lejos te comulgo / y desde
lejos me humedeces…/ y desde este cruce de piernas / te rezo / y es mi
penitencia / dejar un río de orgasmos solitarios. Más adelante, en otro de
sus poemas, se desborda en una herejía que estalla a voces: confesor cómplice de la humanidad de Cristo / sacerdote de Dios, / Dios Yahvé / el verdugo
de Eva / el esposo de María / el Padre de esta mujer que desea escribir / sobre
los labios de su profeta.
Luego recalca en la sabrosa sensualidad
prohibida: Mujer de pecado / Cristo sobre
Eva / Gracia en el clítoris de Lilith / hoy tan mío / y tan hambriento de tu
hostia.
Para llegar a la concepción de Diecinueve plegarias y un credo..según la
carne, habría que brincar de un polo hasta su opuesto. Esto es, desde la
religiosidad del Vaticano hasta la conculcación más febril. Lo más rico en la
poesía de Martínez de León, es que cada quien encuentra lo que pretende buscar:
un horror mocho y persignado, una
afrenta a los dogmas de la Iglesia Católica, una fabulosa invitación al más
sensual de los convites, o la liberación de la mujer a través del espíritu del
clítoris. Toda interpretación es válida cuando se trata de un discurso poético.
Sólo mencionaremos aquí, a manera de apunte, el surgimiento dentro del propio
catolicismo de una Teología de la carne,
una de las ramas en el estudio religioso dentro del propio reino apostólico-romano,
donde se establece la apertura a la sensualidad humana, basándose en las
propias interpretaciones de la fe. "No hay nada más opuesto -dice el Cardenal Angelo Scola- al
Dios cristiano y al Dios de la Biblia que una religiosidad espiritualoide y abstracta, que no toma en serio el
método de la encarnación con que la misma Trinidad ha querido comunicarse a
nosotros en Jesuscristo".
Así, herejía o religiosidad, clandestinidad o mística, la
experiencia de los cuerpos transgrede los límites materiales. Entonces, amémonos
en el camastro, bajo el crucifijo, amémonos bajo la sombra de los cipreses,
entre la paz del campo, en medio de la condena de los mismos infiernos surgidos
desde La Divina Comedia, o en la
opulencia de El Paraíso perdido de John
Milton, amémonos de cualquier modo, como se quiera o se pueda, en el mismo
confesionario, pero no dejemos de construir aquello tan sagrado a lo que Martha
Leticia Martínez de León nos invita, a través de la transgresión espiritual y
un par de guiños entre tatuajes y ligueros, desde sus húmedas Diecinueve plegarias y un credo…según la
carne. Amén.
Ulises Paniagua
24
de julio del 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario