jueves, 27 de octubre de 2016

Vámonos poniendo fúnebres, poemas dedicados a la muerte, de Ulises Paniagua


Vámonos poniendo fúnebres
Breves Poemas al cobijo de la festejada.


  

                                                           “Sólo vinimos a dormir, sólo vinimos a soñar;

no es verdad, no es verdad

 que vinimos a vivir en la tierra…”


Anònimo mexica.


I

Que ninguno se salva de tus labios,  
bien lo sabes,
que nadie del otero se refugia,
suicida Santa.
Que  el gusano teje olvido carne a carne,
hueso a hueso,
al amparo de los cánceres y el sida.

Que no se rechaza invitación al aposento,
al festín de tierra  entre los dientes,
a la celebración del polvo y de la mosca
bien lo sabes, perversa,
terroncito de azúcar;
bien lo dicta tu desdén, tu empeño.

Dime entonces, sin fingimiento:
¿ tu expiación, cuándo se llega?
¿ cuándo tu lápida se yergue?

Nada para siempre queda, hermana,
ni tu ni nada para siempre.


II


¿Para qué tanto escándalo de horas,
tanto cuesta arriba y cuesta abajo,
tanta verbena de mercado
y tanto  andar nervioso de una hormiga?

Para qué tantos besos
de Judas y Caìnes, y este seguir hollando mundo;
la deslealtad del hombre caza-hombres,
¿para qué entonces el llanto de la ciencia?

Al final, lejos, muy después del camino
sólo dos misterios nos esperan.
Y ellos no entienden de retórica.
Ellos no comen de pretextos.



III

¿Y tú, por qué no te mueres?
¿Por qué no carcome tu hueso flaco
la mansedumbre apacible de un abeto?
¿Por qué no te ocultas,
te desprendes, te arrebatas?

¿Nunca cesas?
¿No conoces de finales de jornada y
agonías de milenio?
¿Nunca has sentido los pies llagados
en las fatigosas marchas sobre el mundo?
¿No sientes escozor en las venas
con la sangre alimentando, macabra,
el subsuelo?
¿No te espantan las bombas?
¿No aborreces el asesinato por la espalda
o el infanticidio?
¿No sufres los terribles legados de la guerra?
¿Nunca lloras?

¿Quién te crees? ¿Qué esperas?
¿Por qué no te mueres de una vez,
y resguardas, en sigilo,
el rastro negro, solitario,
de esta especie ingrata y asesina?
  

IV

-Asistí a una comedia
que versaba sobre un Mesías
resurrecto y triunfante-

Nada más absurdo que el ascenso
del Houdini entre hipérboles de  potestades.

Lejos del sueño,
hacía parecer tu cuerpo una luna sin brillo.

Como si la muerte fuera romántica,
como si enterrar a tu madre o a tu hijo
causara risa,
como si los cuerpos chamuscados tuvieran descanso,
como si de verdad, en serio,
creyéramos en algo.
Como si fuéramos niños pidiendo calavera
en un placentero inframundo…

Asistí ayer a una buena comedia:
me causo espanto.


V     BALADA  DEL RÌO

Me siento torpe al ofrecer
el cuerpo a ojos ajenos, así, tan descompuesto;
culpable por mostrar a cielo abierto
una dentadura imprecisa y los huesos largos.

Me siento torpe por volverme tierra,
lombriz de tierra,
agonía de tierra; cerca del pie vecino,
memoria de río.

Da vergüenza cómo me camina tanto sol
entre los ojos,
por sobre la mochila enrarecida de desierto,
en la cartera despojada de biznagas
y la mezclilla atajada de escorpiones.

Da pena la línea inútil tan cerca de mi,
y la sangre palpitando, dolorida,
allá tan lejos,
donde no habrá más
de mis pasos en el eco de la milpa.

Sólo esta lumbre que incendia
los olvidos más furiosos,
las lágrimas sin destino.

No puedo evitarlo, hoy me siento triste,
estùpido y lejano,
por haberme muerto.


VI

Cuando alguien muere,
consumimos los pabilos para avivar el fuego de la ausencia;
suplantamos su sombra sobre el pavimento;
gastamos cartuchos en busca de perdones y excusas;
trocamos viejos rencores en felices momentos.
Nos creemos santos, y hasta
hacemos verbena de buenos principios frente a todos.

Pero a solas, en el silencio estático de nuestros adentros,
sabiendo lo que sólo nosotros sabemos,
nos da por llorar:
lloramos.

Cuando alguien muere,
sencillamente lloramos.


VII

Me nublo,
de mi va quedando
apenas un rastro sin dueño.
En el cielo asoma
la confusa presencia
del enigma y su llave.

Torbellinos de tierra se vuelcan
sobre uñas y mis parcos labios,
el mundo no existe más allá de mi puño crispado;
en el aire flotan las preguntas sin respuesta;
en el aire se respira misterio.

Más allá no hay nada.
Quizás frío, quizás ánima,
Quizás la incertidumbre
que nos agobia desde el primer parto.


VIII

Ampáranos, mal sueño,
de terminar descarnados en una fosa,
de alimentar susurros de anonimato y silencio,
de  convertirnos en un asalto de taxi mal pagado
o juguete de adolescente violento.

Protégenos de calles de afilados cuchillos
y entrañas de metal mestizo;
de la furia de cada día,
de una rabieta de hambre o abandono.

Líbranos de las esquinas impredecibles,
de los recovecos oscuros,
de los pasos que persiguen nuestros pasos,
de la espantosa hidra del miedo.



IX

Vayamos todos a la  Muerte, de buen modo. Los caducos anarquistas, el miasma del catolicismo; los revólveres sin pólvora, los sedientos de sueño, las bellas, los ridículos,  los feos. Este animal absurdo como un cerbero, que juega con el corazón del pueblo.

Doblemos la esquina y alarguemos la zancada. Vayamos todos a la Muerte, derechito y sin escalas. Y que se derrumbe el mundo, si es preciso, antes del alba, que se desgarre el cielo en su profunda negrura. Que nada quede en pie, hermanos lobos.

Vayamos, juntos, doloridos, a la Muerte y de buen modo.
  

X

Sólo vinimos a soñar
que no dormimos,
que somos accidentes de tiempo;
acaso una perezosa telaraña
enredada en el determinismo;
como raíces de rudo ciprés  bien plantado,
como ángeles, como niños.

Sólo vinimos a fingir que algo nos pasa,
así,
de vez en cuando, en silencio o con regocijo;
que alguna vez una sombra fugaz
nos iluminó el rostro en invierno;
y que en ese instante, al cobijo del destello,
en una calle sin ruido,
verdaderamente nos pensamos vivos.


XI

Nada a tu paso queda, hermana,
nada a tu paso;
desde el microbio hasta la orca
nada dejas sobre el mundo;
ni las piras quevedianas,
ni las bibliotecas imposibles,
ni el destino, ni el fusil,
ni un zapato.
Todo por morir termina,
a tu paso toda senda arrollas,
tren nocturno.

De nosotros nada sobrevive,
todo por morir acaba;
ni la flor, ni el canto,
ni la mentira que atraviesa un puño de agua;
nadie queda,
nadie,
lo que vemos la chingada se lo carga la chingada.
Nada para siempre, hermana,
ni tú ni nadie para siempre.
Es apenas un arrebato de sueño,
una tímida señal, un gesto,
es apenas la ilusión de ser materia de aire
en la impaciencia del camino,
o la esperanza de
pertenecer a un llanto,
a una cruz, a un guijarro.

Nada para siempre queda.
Ni tú ni nada para siempre.




Fin de Vàmonos poniendo fúnebres. 


Del libro "Del amor y otras miserias" (2009)