martes, 17 de febrero de 2015

La fabulación del amor, un poema de Ulises Paniagua

Fabulación del amor
(fragmento)

Ulises Paniagua



Canto entre herrumbres de muerte / fuiste / resurrección del polvo / del mirlo y la rosa púrpura  / repercusión numeral y azaroso infinito / páginas de un héroe sin torre / sin ahorcados / y el perfume infiel de una infanta yerma / Canto de muchas y muchos / ecuación de vocablos intuidos a través de su propia transparencia / Guardián en filos / espera de edenes y tormentas /
Como si el amor
no fuese esta suma de las más dulce zarpa /
de la más álgida arista / abecedario que se bebe al rasgar labios / como si permaneciera anclado a sus plumas / mirando hacia lo dentro / Tal si fuese o no fuese / una trampa jugosa / ambiguo sentido de rezar hacia el norte / con el beso pactado en la carnalidad de lo sur / Como si no fuera la más delicada y deliciosa de las invenciones: / verdad a medias que cubre con su velo la verdad de todos y del Todo /  Cual si fuera sombra y espera / eco repetido en el profundo túnel del silencio / aún entre brillos presurosos/






La contradicción y la memoria, un poema de Ulises Paniagua


La contradicción y la memoria
Ulises Paniagua



Inscribo la tiniebla de la voz en la corteza del alba. Tatúo cosmos en el filo de una página en blanco. Hay cenizas de lo que creo en las marcas del torso del ayer. Registro una balada en carne viva. // Mentira. No escribo ni aves en mierda. Nada. El mundo no vale un verso  //
Pero escribe. Rásgate las muelas de tanto mundo. Entre pantimedias
 am – plia - das   de lo que se pierde detrás de una moneda. Con aquella palabra que asoma después del hueso /// Para qué. Quien hace un guiño a la memoria se esfuma en la contradicción del signo. No escribas. A las ciudades les han cortado los pasos. La loba dicta códigos nuevos en los que deliran. Es inútil arrasar la noche ///

Raspa. Imprudente. Bravo. Fúmate los sueños de las cucarachas. Marca la marcha de los caballos del deseo. El derrumbe de lo que es libre. La mente es un oceáno oscuro. La mente es cada ola que arriba a nuestro puerto. Sé el tsunami  /// Miente. Mejor quedarse sentado y mudo. Mejor tratar de nominar al mundo entre tiliches /// No. No calles. Rájale la fisura al tiempo. Aspira la metáfora. El encabalgamiento. Rompe. Transforma. Mata. / Qué importa lo que los demás digan. Qué importa que una cifra insista: No escribo ni aves en mierda. Nada. El mundo no vale un verso  /




lunes, 16 de febrero de 2015

Una nueva ciudad invisible, por Ulises Paniagua

Una nueva ciudad invisible

Ulises Paniagua


                                                                          A Ítalo Calvino, con profunda admiración...

En Azoguia -nacida en el cruce de cuatro caminos- rige un extraño comportamiento: se cuenta que cada calle, cada banca, jardín o habitante, posee un reflejo en una ciudad idéntica pero ajena. Es decir, existen dos versiones del mismo territorio.
            Una de las dos ciudades es falsa. A muchos viajeros les cuesta trabajo reconocer las diferencias por sutiles; sin embargo, si se mira con atención es posible distinguir lo  verdadero de lo superpuesto. Una de las dos Azoguias está repleta de códigos electrónicos que no representan nada. Sus mensajes no buscan cifrar un objeto o sujeto, sino que se pierden en la vanidad de su existencia.
En esa urbe falaz se intenta tocar las paredes de los edificios o las puertas de los santuarios, consiguiendo apenas atravesar las imágenes como un puño atraviesa una capa de aire. Es un andamiaje que carece de alma.
La otra Azoguia, la verdadera, permanece dormida detrás de esas representaciones virtuales. Dicen que está hecha con la sangre de muchos muertos, con los deseos marchitos de suicidas y soñadores que desfilaron por sus avenidas; pero también con la esperanza de los niños que jugaron a la pelota en sus barrios, con la risa de los adolescentes que se besaron a escondidas en sus cines.

A esta urbe es difícil hallarla. Sólo se muestra de vez en cuando si los viajeros -puros de corazón- mantienen la vista entornada durante horas,  justo cuando el sol empieza a caer para dar paso a la noche. El viajero que consigue entrever algo debe estar atento, pues el instante prodigioso no dura más allá de un par de segundos. Poco después,  la otra Azoguia, la ciudad que fulgura entre anuncios de antros, automóviles y campañas políticas, vuelve a presentarse como una promesa del futuro, llena de progreso y todos esos términos que los propios habitantes han decidido atribuirle para no perder la cordura dentro de sus circuitos y sus plazas comerciales.