viernes, 14 de junio de 2013

Un poema de Fernando Saavedra, desde Nicaragua.

Fernando Saavedra es un activo y magnífico poeta que nos regala, en esta ocasión, uno de sus múltiples y comprometidos poemas. Disfrútenlo. Hay que recibir la poética implícita en lo social, con los sentidos abiertos:


Fotografía: Neiel Cerón.
 


HOY ESTAS VIVO MAÑANA ESTAS MUERTO

Dedicado a todos los mártires de la Costa Caribe Nicaragüense.

 
Hoy estás vivo
mañana estás muerto
fácil como cambiar
camisa en invierno.

 

El sentido de la vida
muda como la larva
es coyuntural
a contrato corto.

 

Eludir el pensamiento necio
e inquisidor sobre la muerte;
imbuido en un optimismo vago e irreal
es sencillamente irresponsable.

 

La cruda realidad espera a la
vuelta de la guerra.

 

¡PAM! ¡PAM!

 

Y se acabó todo.

 

La sonrisa se vuelve algo más
feo que la mueca.

 

Si no te das cuenta que la vida
se te va por el hoyo de una bala,
considérate afortunado;
has tenido la suerte de morir
sin darte cuenta


Y más,

si no cobraste
“vida cruel e inhumana” antes de morir.

 

¿Tiene acaso sentido la guerra por la guerra?

 

Si es así,

maldita sea la guerra.

Aquí la muerte tiene un color
y una presentación más clara.

Es la muerte por la vida,
odiada al fin,
camina a la par tuya
como amigo inseparable.

 

Aquí el profundo sentido de la vida
te lo da el dominio y compenetración exacta
de lo que es la muerte. 

 

La muerte que superó la vida estéril,
la vida sin sentido.

 

Morir odiando la muerte
por  la vida de tus hijos,
de tu familia,
de tu pueblo.

 

El que hace apología de la muerte
no merece ser oído ni comprendido.

 

Sólo por la vida está la muerte
debidamente justificada.

 

Hoy estás vivo
mañana estás muerto
por la vida de los hombres libres.

 

Junio 24, 1986.
Rosita, RAAN.

 
 
 
 
 
 

jueves, 6 de junio de 2013

Poema VII, Ulises Paniagua

VII
 
Ulises Paniagua
 
Ilustración: Agustín Castro. Derechos reservados.

 

Cualquier ácida luna, uno da cuenta

-mientras flamean los néctares de lo inasible-

uno da cuenta de los ajados cuervos del fosco minuto

-sin estridencia ni histriónico timbrazo-

 

Uno se percata de que las carnes florecen en concéntrico espasmo

ensanchan las canas y enllaguecemos

hacia adentro

 

Esa fecha se comprende el sabor a duelo

el responso que agita los vapores del alma:

la claridad sin sobresalto, el amor entre ojales zurcidos

veteranía del cuerpo en compás de mullida agitación:

 

los pulmones aspiran polvo sacro desde los turbios caminos

 

Cualquier luna

uno entiende que la contemplación, la permanencia y el reposo

no son aquellos romos rostros que habitan
 
lo estático

 

 

Ulises Paniagua. Derechos reservados.





sábado, 1 de junio de 2013

La mujer perfecta, en un cuento de Haruki Murakami

La mujer 100 % perfecta
(Cuento)
 
Haruki Murakami

Ilustración: Luis Alanís Téllez. Derechos reservados al autor.
 

Una bella mañana de abril, me crucé con la chica cien por ciento perfecta en una callecita muy concurrida del barrio de Harajuku. Para ser franco, no era tan bonita. No llamaba especialmente la atención. No iba vestida a la última moda. Sobre la nuca, sus cabellos estaban aún desarreglados por el sueño, y ella ni siquiera estaba ya en su primera juventud. Debía de tener al menos treinta años. Ya no se podía hablar estrictamente de una “chica”, era más bien una “dama”. Y sin embargo, cincuenta metros antes de cruzarla, ya lo sabía. Sabía que ella era la chica cien por ciento perfecta para mí. Desde el instante en el que percibí su silueta, mi corazón se puso a palpitar como si hubiera un temblor de tierra, mi boca se secó como si estuviera llena de arena.
De acuerdo, cada uno tiene su tipo de chica. Algunos adoran las chicas de tobillos finos, otros las chicas de ojos grandes, otros sólo aman aquellas que tienen manos bonitas, y otros aún, no sé por qué motivo, las que comen muy lentamente. Yo también, por supuesto, tengo preferencias. En el restaurante, por ejemplo, me sucede estar fascinado por la forma de la nariz de una chica sentada en la mesa vecina.
Sólo que, nadie puede confinar a la chica cien por ciento perfecta en una categoría. Yo no consigo por nada acordarme de la forma de su nariz. Ni siquiera sé si tenía nariz. Me acuerdo solamente que no era una belleza. Muy extraño.
Le dije a alguien:
—Ayer me crucé con la chica cien por ciento perfecta.
—Fiuuu, vaya. ¿Y era bonita?
—Pues, no tanto.
—¿Era tu tipo entonces?
—No logro acordarme. No recuerdo la forma de sus ojos, ni si tenía senos grandes o pequeños, no me acuerdo de nada.
—Raro, pues.
—Raro, ¿eh?
—¿Y entonces?, dijo mi interlocutor con aire de aburrimiento. Hiciste algo, ¿le hablaste, la seguiste?
—No, sólo pasé a su lado.
Ella caminaba de este a oeste, y yo de oeste a este. Era una agradable mañana de abril.
Me hubiera gustado platicar con ella, tan sólo una media hora. Le habría hecho preguntas acerca de ella, le habría hablado de mí. Y luego, sobre todo, me hubiera gustado hablar de los avatares del destino que nos había llevado a cruzarnos en una callecita de Harajuku una bella mañana de abril de 1981. En el núcleo de tal encuentro palpitaba seguramente un dulce secreto, una maquinaria antigua que databa de una época en la que el mundo vivía en paz.
Luego de haber charlado un momento, habríamos desayunado, luego nos habríamos ido a ver una película de Woody Allen, después nos habríamos tomado algunos cocteles en el bar de un hotel. Con un poco de suerte, incluso me habría acostado con ella.
Diversas posibilidades llaman a la puerta de mi corazón.
Sólo nos separaban una quincena de metros.
Bueno, ¿de qué forma la iba a abordar?
—Buen día, ¿tendrá para mí algo así como media hora, es sólo para hablar?
Ridículo. Sonaba a vendedor de seguros.
—Discúlpeme, ¿sabe de una lavandería automática por aquí?
Casi igual de ridículo. Ni siquiera llevaba un saco de ropa sucia. ¿Quién se creería tal farsa?
Más valía ser franco desde el principio.
—Buen día. Usted es la chica cien por ciento perfecta para mí.
No, eso no funcionaría. Nunca me creería. Y si me lo creía quizá no tendría ganas de hablar conmigo. Me respondería: tal vez yo sea la chica cien por ciento perfecta para usted, pero usted no es el chico cien por ciento perfecto para mí, lo siento. Bien podría suceder eso. Y si me contestaba algo semejante, creo que hubiera estado por completo abatido. Jamás me hubiera repuesto de la impresión. Tengo treinta y dos años, debe ser eso, envejezco.
Nos cruzamos a la altura de una florería. Sentí una pequeña masa de aire tibio rozar mi piel. El asfalto de la banqueta estaba frescamente rociado con agua, había un aroma a rosas. Imposible dirigirle la palabra. Llevaba un suéter blanco y tenía en la mano izquierda un sobre blanco sin franquear. Había escrito una carta a alguien. Como tenía el semblante terriblemente somnoliento, me dije que tal vez había pasado la noche escribiendo esa carta. Que ese sobre blanco contenía todos sus secretos.
Di media vuelta al cabo de unos pasos, pero ya había desaparecido entre la multitud.
Ahora, evidentemente, sé bien lo que debí haberle dicho para abordarla. Pero como de todos modos hubiera sido un discurso largo, sin duda no habría podido decírselo completo. Mis ideas siempre carecen de realismo.
En todo caso, mi historia habría comenzado por “Había una vez” y terminado en “¿No encuentra todo esto triste?”
Había una vez, en un cierto país, un muchacho de dieciocho años y una muchacha de dieciséis años. Él no era particularmente atractivo, tampoco ella. Eran sólo dos jóvenes solitarios como hay tantos. Pero cada uno de ellos estaba persuadido de que existía en alguna parte, ella el muchacho, él la muchacha cien por ciento perfectos que les estaban destinados. Creían en los milagros, y el milagro sucedió.
Un día los dos se encontraron en la esquina de una calle.
—¡Ah, qué sorpresa! ¡Hacía mucho que te buscaba! Tal vez no me creas, pero eres la chica cien por ciento perfecta para mí, dijo el muchacho a la muchacha.
Y la muchacha respondió:
—Y tú el chico cien por ciento perfecto para mí, eres exactamente tal como te había imaginado, tengo la impresión de vivir un sueño.
Los dos se sentaron en una banca de un parque, se tomaron de las manos y se pusieron a hablar, hablar, sin cansarse. Ya no estaban solos en el mundo. Habían encontrado su mitad cien por ciento perfecta. Era realmente maravilloso. Un milagro cósmico.
Pero una duda, una ligera duda, atravesó los corazones de ambos. Se preguntaban si un sueño podía realizarse tan fácilmente. El muchacho aprovechó una pausa en la conversación para proponer esto:
—Vamos a ponernos a prueba. Si en verdad somos cien por ciento perfectos el uno para el otro, un día, en alguna parte, nos encontraremos de nuevo y sabremos en verdad que estamos hechos el uno para el otro. Entonces nos casaremos de inmediato. ¿De acuerdo?
—De acuerdo, dijo la muchacha.
Y se separaron. Uno partió hacia el este, el otro hacia el oeste.
Esta prueba, sin embargo, era por completo inútil. Jamás habrían debido hacerla, pues en verdad eran cien por ciento perfectos el uno para el otro, y su encuentro había sido un verdadero milagro. Pero eran demasiado jóvenes para comprenderlo, y las olas indiferentes del destino los alejaron a placer.
Un invierno, cada uno por su lado, fueron víctimas de una fea gripe que asolaba y pasaron muchas semanas entre la vida y la muerte, tras las cuales sanaron. Pero habían perdido todos los recuerdos del pasado. ¡Qué extraño evento! Cuando despertaron su cabeza estaba tan vacía como la cuenta de ahorros de D.H. Lawrence en su juventud. Pero eran jóvenes en verdad pacientes y valerosos, y gracias a sus esfuerzos, lograron recuperar el conocimiento y los sentimientos que les permitieron retomar su lugar en el seno de la sociedad. ¡Ah, Señor, eran en verdad jóvenes de méritos! Ya podían tomar de nuevo el metro y cambiar de línea, enviar una carta urgente, y consiguieron inclusive la experiencia de amores perfectos a un setenta y cinco, y en ocasiones a un ochenta y cinco por ciento.
El muchacho alcanzó pues la edad de treinta y dos años, y la muchacha, treinta. El tiempo pasaba con una rapidez sorprendente. Y luego, un día, una bella mañana de abril, el muchacho cruzó de este a oeste una callecita de Harajuku para ir a tomar un café matinal, y la muchacha emprendió el mismo camino pero de oeste a este, para ir a poner una carta urgente al correo. Se cruzaron en plena calle. Sus recuerdos perdidos difundieron un ligero fulgor en sus corazones, su pecho palpitó. Y entonces supieron.
Él supo que ella era la chica cien por ciento perfecta para él, ella supo que él era el chico cien por ciento perfecto para ella.
Pero el fulgor en sus corazones brillaba muy débilmente, sus pensamientos no eran tan claros como catorce años atrás. Se cruzaron sin decir palabra y desaparecieron en la multitud, cada uno por su lado. Para siempre.
¿No encuentra esta historia triste?
Y eso era lo que habría debido decirle.


Traducido del francés por José Abdón Flores
 
 
 
 
 
 

Prólogo a poemario Guardián de las horas, de Ulises Paniagua, por Saúl Ibargoyen

El círculo imperfecto
(Prólogo al poemario Guardián de las horas, del poeta mexicano Ulises Paniagua) 
Saúl Ibargoyen

Ilustración: Luís Alanís Téllez. Derechos reservados al autor.

Esta presentación –tal vez innecesaria- de Guardián de las Horas del narrador y poeta Ulises Paniagua, se apoya en una línea con que el autor concluye uno de sus poemas. Se trata, claro, de un oxímoron que parece resumir la propuesta genérica del libro. Trataremos de encarar nuestro texto en función de esa premisa, sugiriendo una relación de ese verso con el poema inicial, donde se traza una figura geométrico-poética, “El cubo”.

            Pero según la reflexión que el conjunto del libro ha despertado en nosotros, como meros lectores comprometidos con lo leído, la visión de la realidad que el hablante lírico ofrece es, obviamente, más rica, abundante  y compleja que una distorsionada analogía. Además, la visión en cuatro partes con sus respectivos títulos ayuda, por un lado, a la representación de esa realidad, y por otro, intenta ordenar a la misma escritura, pues hay mucho para cantar y contar, recordar y olvidar, construir y destruir.

            Pero, ¿hasta dónde llega el poder simbólico de la verbalización creativa, es decir, poética? El abordaje temático, entonces, se pone a prueba  por avidez de asuntos de los externo pero aún más de lo interno. Difícil es trazar esa frontera que en apariencia los divide. Es probable que la misma verba poética sea esa sin frontera, frontera móvil, respirada, recogida de otras resonancias, de otros ecos históricos, de otras dimensiones del inconsciente: el personal y el colectivo.

            Sería fácil incluir a Guardián de las horas en las corrientes poéticas de hoy, en lengua española; ser moderno o posmoderno también se ha vuelto fácil. A veces pensamos que hasta se escribe bajo receta posmo, para que el poeta que sea no quede excluido de esa bolsa adonde todo cabe. Pero el hablante, o sea, el avatar de Ulises Paniagua, utiliza las frecuencias de la modernidad –en sentido general- para cuestionar a esa misma modernidad; juego dialéctico que da fuerza y claridad a este libro.

            Para ensanchar lo dicho: aquí podemos apreciar tonos protestatarios, referencias a autores tan alejados (Ibn Arabi, Mahmud Darwish) como cercanos (J.P. Sartre, explícitamente, pero hay otros sugeridos entre versos) en tiempo y sensibilidad, autocuestionamiento respecto al lugar del autor implícito  en un mundo injusto y brutal, actualización del añejo tópico del viaje, soslayamiento contradictorio de los subjetivo en función de lo comunitario, inclusividad desde lo íntimo, sospecha confirmada de impermanencia cósmica, erotismo espiritualizado, rechazo de grisuras y rutinas cotidianas, tratamiento de lo desagradable e impuro del mundo, presentimiento de otras dimensiones de la realidad que la especie humana tendría por destino alcanzar, aproximación a la poesía en cuanto a sustancia iluminante, certeza de que la verba poética siempre significa algo diferente de lo que expresa: de ahí su imposible aprehensión, o sea, su impermanencia entretejida con la movilidad y el imposible silencio de todo lo que existe.

            No entendemos de necesidad extendernos con relación a la escritura. En ella hay ritmos adecuados a la intención expresiva, elaboración metafórica de indudable altura, adjetivaciones sorpresivas, asociaciones por oposición o por analogía, manejo de una amplia variedad versal, apelación a poemas de cierta extensión sin que el impulso decaiga, sino que se afirma en el discurrir del discurso. (“Plan de vuelo”, “Parvada 9 a.m., p. ej.), zoologización de lo humano (cuervos, oseznos) que podríamos vincular con el Conde de Lautréamont, descripción de la sociedad variopinta y alienada por la era capitalista, en el sentido peyorativo que se le confiere desde el Romanticismo.

            Entendemos, pues, que con este libro Ulises Paniagua se afirma en búsquedas y hallazgos que serán sin duda ratificados con nuevas aportaciones.

 

Saúl Ibargoyen Islas 
Ciudad de México, febrero 2012
 
 
  
 

Sobre el libro Patibulario, de Ulises Paniagua, según prólogo de Guillermo Samperio

                                        El Patibulario de Ulises Paniagua
Guillermo Samperio


 


En la recolección de cuentos que aquí encontramos, Ulises Paniagua nos muestra, en menos de 100 páginas, diferentes habilidades que logran hilarse para conseguir un efecto literario único y exquisito. Lo primero que se hace notable en su literatura es una impresión a primera vista de inocente cotidianeidad. El móvil siempre lo es, ya sea una invitación, una ida a un estadio, un toque a la puerta, o una abeja volando cerca de una persona; así, la lectura de sus cuentos se desencadena desde los más simples puntos y crecen como ola que arroja sobre nosotros la vasta cantidad de elementos que poseen.

Por ello, la escritura de Paniagua se encuentra en un lindero, no porque sea un espacio de tierra entre dos terrenos, en absoluto no. Es en dos maneras: su composición y el libro objeto que aquí se presenta. La conjunción encontrada entre la palabra tejida y gráfica través de la fuente recién salida de la imprenta desvaría y goza de convivir su lugar escrito con los dibujos que muestran una danza de movimientos alrededor de las hojas de Patibulario. El linde de este libro, confeccionado de manera cuidadosa, no es sólo que las imágenes adornen un libro. Afirmarlo así sería delegarlo al rubro reservado para los libros de arte que tanto gustan sacar cuando hay una exposición renombrada en un recinto cultural y la realidad no podría estar más alejada.

Los lindes colaboran, representan y se aclaran entre ellos. La imagen habla por sí misma en una poética única y sincera en su propósito; el texto acompaña su intención y toma iniciativa por su parte. Sea darnos la idea de prontitud e imposibilidad de una boda, o remarcarnos figuras exultantes, o la mirada de la que nos gustaría enamorarnos y perder el sentimiento dentro de un irreconocible mar de letras. La imagen hace más nítido al texto, el texto hila los muchos trazos de las imágenes y así las dos se distienden con vida doble en la mente del lector. El propósito de este libro-objeto no puede ser mejor logrado que al reconocer este modo de concreción al realizar su lectura en cuentos como “La vida me visita” y “Un domingo en el estadio”.

Parecerá cosa nimia mencionar las características pictóricas de un libro, pero la realidad es que este libro-objeto y su realidad interesan en esta época mucho más que nunca. Con la venida de la carrera informática y su multitud de programas y dispositivos para almacenar textos, el libro-objeto que se contiene y complementa a sí mismo dentro de sus páginas, sin ceder ante los mecanismos vistosos o materiales, muestra la capacidad de las letras para pervivir y nos lleva a la segunda característica, o lindero, para regresar al principio de este texto de Paniagua: la innovación y el mecanismo contenido.

Al entrar en el siguiente lindero de Paniagua, el de su lenguaje, podemos encontrar su reconocimiento a los llamados clásicos y/o figuras canónicas. Pero su relación no es una simple mención o un epígrafe que sirve para hacer a un cuento sonar de manera rimbombante y erudita, no. La relación del autor comienza por el del sincero reconocimiento de sus arquetipos, pero no sólo de la imagen mediática de ellos sino de su poética. La elección del epígrafe, o su reconocimiento en sus cuentos, están acompañados de una fuerza de reconocimiento, de una anagnórisis o internación extraña que permite ver en lo abstracto a un autor en forma de huevo que nace y extiende sus yemas hacia la metáfora de preferencia que sean los autores reconocidos de forma universal. Vemos desfilar a figuras tan clásicas como Beckett, o tan reconocidas como García Márquez y Roa Bastos. Mas no son simples armatostes, sino personajes activos de los cuentos de Paniagua.

El siguiente hecho de autor rememorado y cerrado en el lenguaje de Paniagua es la escritura tributo que sigue después del ejercicio antes ilustrado. Como un bloque de hielo que surge después de permanecer en el fondo, la escritura del autor flota por los mares y exuda de manera pura, límpida y primigenia en su más pura esencia de los titanes dados antes.

Lo anterior conlleva el nivel del propósito de innovación que se maneja atemperado y sutil. Cada uno de los cuentos posee su propio nivel, sea la narración en segunda persona,  la unión fortuita de adjetivos, es un ejercicio localizable a primera vista que se robustece en medida de que se lee cada cuento y se observa como algo acabado. Se contiene en sí mismo y es capaz de crear una coherencia que nunca se desborda ni parece de mal gusto o con adornamiento excesivo.

La retención también se muestra en el manejo de personajes. Con palabras y diálogos, el personaje muestra señas de vida y personalidad propia. No dejan ser manipulados en una obra de sombras chinescas ni son arrastrados por la corriente desastrosa de la historia, sino que logran vivir en ella y transponerla. La labor de caracterizar personajes es algo subestimado, pero de difícil realización en cualquier arte o expresión; y Paniagua no tiene problema para lograrlo.

Sin mencionar más, la poética ilustrada se trastoca de manera impresionante y  un buen tanto macabra al mezclarse con el simple móvil que se muestra al principio de la mayoría de los cuentos de Patíbulario. Mencionarlo es asesinar el propósito pero es inolvidable.  

Los cuentos de Patibulario son, como se pronunció al principio, parte de un lindero severo de formas y efectos. Formando no en un terreno dividido, debido a las toscas líneas aradas por un buey ayuntado, sino labrándose con lentitud en cada texto de manera particular con múltiples efectos que ya se han indicado. El libro es un geométrico respiro de agua que toma forma.

La forma que toma poco a poco es el ya mencionado bloque de hielo. Repleto por todo su cuerpo de la materia que nos da la impresión de una joya valiosa. Un bloque de hielo transparente y pulido. Un hálito de reflejos encontrados y discernibles con hermosa claridad.

Reuniones de características tan disímiles y fácilmente oponibles son insalvables para ciertos autores, pero Patibulario lo logra y entrega un volumen de cuentos listo para aportar a la literatura en diferentes niveles: al lector y a la literatura.  No queda más que abstraerse en la densa y gélida escritura de Paniagua y dejar soltar de vez en cuando un hálito de sentimiento escabroso, rodeado de hielo cristalizado de denso sentimiento.

 
Guillermo Samperio
México, 2009