domingo, 15 de diciembre de 2013

Dos fantásticas historias de Alberto Chimal.

 
 
Hotel Luciano Scott (Antártida)
Alberto Chimal


 HORACIO KUSTOS conversó con Sergio Schiavoni, director de Relaciones Públicas del hotel, en el bar del lobby. No tardó en saber que Schiavoni era argentino y que sabía, de primera mano, de las camas.

—Cuando desperté —dijo el señor Schiavoni—, estaba en el hotel Luciano Canción de Camagüey, Cuba.

—¿Qué dice?

—Y, estuvo cerrado por varios años, pero ya eran los tiempos en los que la isla se abría nuevamente al turismo...

—¡Pero usted se había ido a acostar en el Luciano Los Toldos, en Argentina!

—Ah, ya entiendo, usted se asombra de eso. Sí. De Los Toldos a Camagüey.

—¿Pero cómo...?

El doctor Luciano (explicó Schiavoni) había sido un científico extraordinario: de los últimos inventores originales, con iniciativa individual, en esta era de grandes corporaciones. Amigo de Einstein, de Ramanujan, de Hawking, su principal interés había estado en los medios de transporte; como era millonario, y por lo tanto podía ocuparse de lo que le viniera en gana, como los antiguos investigadores dilettantes, se había puesto a pensar en una cuestión que casi nadie consideraba: las implicaciones últimas del ideal de los transportes eficientes.

—Todo medio de transporte, al menos según la definición tradicional del término —explicó el señor Schiavoni—, requiere algún elemento de control: debe ir por cierta ruta hacia un destino determinado. ¿Se da cuenta de qué restrictiva, qué pragmática, en el peor sentido, es semejante idea? ¿Dónde quedan el azar, el misterio, la excitación de lo nuevo...? El doctor Luciano comprendió que aquella limitación insensata era un signo de la decadencia de la cultura mundial.

En cuanto a Schiavoni, que en aquel día ya tan lejano sólo se proponía pasar la noche fuera de casa, después de una pelea con sus padres, le habían asignado aquella cama por error: la cadena hotelera Luciano, explicó, tenía como política no obligar a nadie a abandonar el pragmatismo ni el aburrimiento de un viaje planeado, y para tal efecto tenía camas normales en todos sus hoteles. No menos de cinco en cada uno.

—Dormí, lo recuerdo, como un bebé. Y cuando abrí los ojos...

Había comenzado a trabajar para la cadena con el fin de ahorrar para un boleto de avión.

—Primero quise regresar como había llegado, pues había sido transportado allí sin mi consentimiento y creía merecer un viaje gratis de regreso. Pero de Camagüey pasé a Kostroma, Rusia, y de ahí a Oxnard, California, y de ahí a Puntarenas, España... Al azar, que es como se gobiernan las camas en cuanto usted se entrega a ellas, no es posible elegir. Por terquedad, estuve saltando de un lado a otro por más de un año. Luego me gustó esta vida y ya no quise volver a Los Toldos...

En realidad, agregó, los hoteles Luciano eran un desastre financiero, pero continuaban, por indicación expresa del doctor Luciano en su testamento, como un servicio para la humanidad.

—Yo no sé cómo funcionan las camas, ni creo que nadie lo sepa salvo los de la fábrica, que se encuentra en Noruega y está custodiada por perros, ametralladoras y vaya a saber qué más. Pero lo que importa es tan simple como esto: la posibilidad de viajar, por todo el mundo, a donde nunca, escuche bien, a donde nunca se había creído poder llegar. Descubrimientos, incógnitas, maravillas. Y además procuramos elegir sitios menos obvios, menos concurridos, alejados de las principales rutas turísticas y comerciales... De seguro nunca había pensado en pasar, por ejemplo, un día en la Antártida, ¿verdad?

—No. Cuando di con el hotel ya pensaba que no existía, que el rumor era falso y que iba a morir congelado.

—Entonces no creo que le guste nuestra pista de carreras para deportistas recios... Pero tenemos también visitas guiadas en carros con clima artificial, a la tumba de la expedición británica de 1912..., o al polo propiamente dicho, si no se siente de ánimo morboso..., y también el único bar en el mundo que sirve picaditas..., ¿tapas, botanas?, botanas de..., no recuerdo cuál es el nombre... Es una comida esquimal. Grasa concentrada y carne. Increíble. Dos o tres bocados y no hay que comer nada más durante todo el día.

Cuando por fin llegó a su cuarto, Horacio Kustos se desvistió y se quedó mirando la cama. La colcha estaba estampada con la reproducción de un mapa antiguo. La cabecera era de madera tallada, y representaba a un ángel. Un trabajo precioso. Probó el colchón: era de agua y se dejaba acariciar, cedía casi como una cosa viva. Se sentó en él y descubrió que estaba muy cansado. Pero dudó, pues el señor Schiavoni se había despedido de él con un abrazo muy fuerte, como si no esperara volverlo a ver.

Dejémoslo allí, caviloso, mientras pasan los minutos. 




Álbum
Alberto Chimal


La cara de su madre. La muñeca que arrojó por la ventana. El libro que quemó. La pecera que vació en la sala. La muñeca a la que arrancó las piernas. Su primer psiquiatra. El tazón con el que golpeó a su madre. Su niñera poco antes de marcharse. Su abuela materna poco antes de marcharse. Su padre poco antes de marcharse. La cara de su madre. El gato al que metió en el horno. Su segundo psiquiatra. Su primer kinder. El niño al que pateó. Su tercer psiquiatra. La trenza cortada de su compañera. El rincón en el que estuvo castigada. La cara cortada de su compañera. Su cuarto psiquiatra. Su segundo kinder. El perro al que destripó. La silla a la que fue atada. El brazo en cabestrillo de su madre. El brazo en cabestrillo de su maestra. El brazo en cabestrillo de su quinto psiquiatra. Su tercer kinder. El niño que la golpeó. Un trozo de la oreja del niño que la golpeó. Su cuarto kinder. La denuncia en su contra. El bolso de su madre. El director de la primaria que no quiso admitirla. La cara de su madre. El director de la segunda primaria que no quiso admitirla. La tarjeta de débito de su madre. El director de la primaria que aceptó admitirla. La niña a la que trató de ahogar en un excusado. La niña a la que empujó por las escaleras. La carta en su contra de los padres de sus compañeros. La cara de su madre. Un hombro desnudo de su madre. El director de la segunda primaria que aceptó admitirla. El suéter de su compañero desaparecido. El cuerpo de su compañero desaparecido. La cara de su madre. La patrulla que fue a buscarla. La cara de su madre. El autobús que abordó con su madre. El primer motel donde durmió con su madre. El incendio del primer motel donde durmió con su madre. El boletín con la foto de su madre. La cara de su madre. El segundo motel donde durmió con su madre. El bebé que resistió tres días en el cuarto donde durmió con su madre. La cara de su madre. El tercer motel donde durmió. El teléfono que su madre trató de usar. La cara de su madre. Un ojo de su madre. La lengua de su madre. El otro ojo de su madre. El coche del hombre que la recogió en la carretera. La primera comentarista que habló de ella en la televisión. El coche del segundo hombre que la recogió en la carretera.




 ALBERTO CHIMAL nació en Toluca (México) en 1970. Se ha especializado en el cuento fantástico, género poco cultivado en su país. Publicó: El rey bajo el árbol florido (1996), El secreto de Gorco (1997), Gente del mundo (1998), El ejército de la luna (1998) y El país de los hablistas (2001). Este cuento forma parte de Estos son los días, libro que obtuvo el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí 2002.




martes, 10 de diciembre de 2013

Fragmentos de una novela de Ulises Paniagua

Hola, aquí comparto algunos breves fragmentos de mi próxima novela Bufo, bufo (La ira del sapo)
Espero guste e interese.

Un abrazo, amiga lectora, amigo lector.

Ulises.


La ira del sapo
Ulises Paniagua
 
 
(Fragmentos de una novela)
 
 
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La Dolorosa me dijo que la palabra jazz proviene de un vocablo africano, y significa hacer el amor. Ella me hablaba de música mientras apoyaba su cabeza sobre mi hombro, medio recostada en el sofá. Sonreía con malicia al notar mi turbación. No me intimidaba estar a su lado. Sólo fingía. Yo le había caído al ensayo del cuarteto porque Itchie me invitó, me dijo va a estar chido, Didi, cáele, me alcanzas en el depa que te dije, y te presento a la Dolorosa, verás que trae buen desmadre.
Tenía razón. La Dolorosa no sólo me cayó bien: me gustó. Porque es alta, apiñonada, y tiene el cabello negro, largo, con olor a naranja fresca. Ella me regaló esa sonrisa franca que excita, que me hace sentir alerta. Itchie dice que la Dolorosa me gusta porque no tengo mamá y ando buscando suplente para ese puesto, así me dice, y luego se ríe con la boca abierta y enseña sus dos dientes chimuelos. Entonces yo le digo que no sea pendejo, pero la verdad es que no creo que lo sea. Nada más creo que está medio loco, pero no pendejo.
Las tardes que quiero pensar en algo bueno cuando estoy en clases, rayando la resistencia callada de un pupitre, o mirando por la ventana cómo cae la noche, me da por acordarme de la Dolorosa hablándome de Ella Fitzgerald, repitiéndome que el jazz es la música pura, un regalo sin envolturas. Me acuerdo que le dije que el jazz no sólo es música, pues hay tantas cosas cotidianas donde podemos encontrarlo. Por ejemplo, le dije, James Joyce ya lo intentó en alguna novela, tal vez tímidamente; y el Guernica de Picasso es como una melodía movida de jazz; incluso le dije que el hombre que inventó la licuadora también sabía de eso, pero ella me dijo que no, que de eso nada. Reconoció que no sabía quién era Joyce, pero el jazz sólo podía existir dentro de un pentagrama, y fuera sólo se llevaba en el golpeteo rítmico del corazón. Pudo decir miocardio, alma; pero dijo corazón. Lo demás, afirmó, es blablablá. Me compartió que le cagan las definiciones del jazz: cool, smoth, smoth-cool, medio cool-smoth, etcétera. El jazz es jazz, simple y transparente; lo demás, aseguró acercando sus labios a mi oído, es ociosidad, invento de huevones que tienen que catalogar lo que no comprenden. Se veía guapa la Dolorosa en esa ocasión; se veía resplandeciente.
Y cuando la profesora de matemáticas nos da clase de trigonometría me da por pensar en la Dolorosa; claro, a veces me avergüenzo porque estoy pensando en ella cuando Carmen debe estar pensando en mí, aburrida en su recámara, recortando la foto de Gael García  o la de Hugh Grant, para pegarlas en la portada de su libreta, junto a mi foto. Recorta sus monitos y luego cuando salimos por un helado me enseña su cuaderno; me dice que puedo estar tranquilo, que los únicos hombres con los que puedo competir son de papel. Al menos eso asegura. Me hierve la sangre al pensar que pueda estar recortando la foto de alguno de sus compañeros, para guardarla bajo el colchón, sin decirme la verdad. En esos minutos, me consume un sentimiento que supongo debe ser un episodio de celos. Pero no hay forma de culparla, sé que la atracción por la Dolorosa es un clavo que incomoda mi amor por Carmen, y soy el menos indicado para quejarme de un asunto de este tipo.
Carmen y yo somos algo así como novios, aunque no nos atrevemos a declararlo de esa forma ante nadie, porque pensamos en el noviazgo como una cosa institucionalizada y falsa. Salimos los martes, los jueves y casi siempre los sábados, porque lo permiten nuestros horarios de clases, a menos que le dejen tarea y entonces sí puede pasar hasta una semana sin que nos veamos, porque es época de exámenes. En cambio, yo tengo más tiempo libre; eso es porque soy un estudiante bastante mediocre. No voy a escuela de paga; además, por la tarde los maestros son menos exigentes que los de la mañana. La verdad sea dicha, soy inteligente, pero los sistemas de educación que usan nuestras escuelas me dan huesco (una palabra que inventamos Itchie y yo para definir lo podrido del país, todo aquello que genera un sentimiento que oscila entre la hueva y el asco).
Itchie está bien loco. Vino ayer con una nueva: le preocupaba el círculo. Quiero decir, a Itchie le da por tener pensamientos extraños. Le decimos Itchie porque le gusta una película japonesa donde el personaje principal es un asesino, creo que serial. Itchie the killer, o algo similar. No he visto la película, me han contado de ella. Sucede en ocasiones así, algún amigo llega y me cuenta una trama, una historia, un chisme, y en base a lo que escucho tejo una idea, como si yo fuera una araña laboriosa o en mi cabeza existiera un laberinto. Itchie dice que soy complicado. Siempre le contesto que no se muerda la lengua. También dice que un día va a asaltar un banco, y para ello guarda, en su recámara y bajo llave, dos pistolas: una cuarenta cinco de segunda mano, y una treinta y ocho un poco oxidada. Creo que la treinta y ocho se la regaló su papá, que trabajó para la policía judicial. La otra, no tengo ni puta idea de cómo la consiguió. Son su tesoro, dice; puede sacarlas y contemplarlas minutos, horas enteras; aunque nunca les ha comprado balas porque en el fondo le infunden miedo. Itchie es cobarde. Y complicado, desde luego.
Ayer me estuvo hablando del círculo. Su planteamiento era sencillo en apariencia, aunque me dejó pensando. Mira, me dijo, imagina cualquier punto en el contorno del círculo, en su perímetro. Escoge el punto que quieras. Ahora intenta imaginar que tras él vienen un montón de puntos que intentan alcanzarlo. Es frustrante: los demás puntos, de manera perpetua intentan acercarse, pero jamás lo consiguen; pero no sólo eso, sino que el mismo punto se pasa la vida persiguiendo al resto de los puntos. Lo peor está por venir, fíjate bien, sucede que tanto el punto que persigue y los que lo persiguen, es decir, el resto de los puntos, piensan que avanzan, que van por delante de todos, y continúan una trayectoria definida, casi como si tuvieran una meta por alcanzar. Sin embargo, están condenados al encierro, al movimiento eterno en su propia estática y su maliciosa cinética. Su explicación me dejó maravillado. Me dio ideas para construir una figura de cerámica siguiendo el concepto. Luego me preguntó si entendía lo que trataba de decirme y le dije que sí. Por supuesto que entiendo, refunfuñé. Así me siento yo, Didi, confesó, como un círculo persiguiendo la nada todo el tiempo. Y seguro así te sientes tú. Me dejó sin palabras. Ante mi incapacidad de argumentar, preferí la complicidad del silencio. Luego saqué la cajetilla de cigarros que le robé a mi madrastra, y le extendí un cigarro. Se me quedó viendo. Esgrimió una sonrisita imbécil. Se me olvidó que a Itchie le fascina la violencia en la pantalla, pero no le gusta fumar de marca.
 
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Dobló a la izquierda y de nuevo a la izquierda. Reconoció que estaba cerca cuando pasó ante la sex shop que tanto le inquietaba, a la que nunca se había atrevido a entrar. Siguió de frente y esta vez dobló a la derecha: la calle se mostró amplia y bulliciosa. Un pequeño grupo de chicas preparatorianas cruzó riendo y alborotando. Itchie intentó cazar la mirada de alguna de ellas. El esfuerzo fue infructuoso. Ninguna pareció mostrar el menor interés, e Itchie se resignó a reconocer que no era un joven guapo. Al desfilar frente al Mc Donalds trató de mirarse en el reflejo que le devolvía el cristal del local. Se dijo, para  darse ánimo, que si no fuera por los anteojos, esa sonrisa idiota que esgrimía a la menor provocación, y sus dientes torcidos, seguro tendría una novia bonita, como Carmen. Se detuvo en seco, avergonzado. ¿Estaba pensando en la novia de Didi? Eso sí que es desleal, Itchie, se reprendió, y continuó la marcha hasta la tienda de música.

Decidió pensar en otra cosa: en el puesto de películas  del centro de la ciudad. Seguro ya podía conseguir la nueva cinta de Lans Von Trier. Mañana se daría una vuelta para comprarla. Le gustaban las películas de Von Trier, aunque un compañero de clase se empeñaba  en asegurar que en sus películas podían leerse los símbolos nazis como si se tratase de un folleto educativo. Itchie no lo tomaba en serio. Consideraba que el mensaje que pudiera sospecharse en Von Trier era independiente de la propuesta estética y de condición humana que planteaba en sus cintas.

La imagen de una Carmen sonriente le vino a la memoria. Para combatirla, se enfocó en la diáspora de los salmones hacia tierras prometedoras, y su ridícula obstinación para luchar contra corriente. Tuvo que abandonar el pensamiento porque asoció su idea a Carmen, una de esas mujeres que siempre reman contra corriente, junto a sus dos hermanas y su madre. Vivir en un hogar donde la cabeza es un obrero semiparalítico, aunque la madre trabaje en Petróleos Mexicanos, resulta admirable, se dijo, y volvió a amonestarse por traer el rostro de la novia de su amigo a la mente. Entró de lleno entonces al tema de las manchas solares y su probable similitud con las corrientes marinas, el movimiento perpetuo y las ondulaciones de vida en ambos lugares. En esta reflexión estaba cuando llegó a la tienda de discos. Respiró profundo y sonrió con tanta alegría que el vigilante, en el acceso, le rehuyó la mirada, incómodo.

A los primeros pasos se sintió en casa, se internó por el corredor donde las nuevas importaciones de progresivo se exhibían en los mostradores; se perdió en los colores de las portadas de los nuevos discos y en la gratuidad de unos audífonos. Cuando escuchó Dynamo, el éxito de una banda japonesa por demás atractiva y desconocida para él: Dante`s place, se sintió conmovido de una manera poderosa e inexplicable. La música de la banda guardaba tintes, por momentos siniestros, a ratos nostálgicos. Un violín parecía conciliar la marejada de una batería a tres cuartos, con un sampleo de lo más funkie.

Entonces sucedió: aquél halo misterioso alrededor de la figura flaca y triste de Itchie. Esa especie de escudo celestial que lo aislaba del mundo cuando escuchaba una buena rola. Lo reconocía en seguida, un ligero hormigueo en las manos,  luego un mareo sin importancia. Después el cuerpo se relajaba y podía sentir la música inundando la piel, la carne, las entrañas. El halo aparecía ante él, primero como una tímida insinuación, después violento como una tormenta. El final era una luz intensa, una riada lumínica instándolo a cerrar los ojos, aunque de antemano sabía que con los ojos cerrados continuaría el resplandor alejándolo de su vida miserable, conduciéndolo a la esquizofrenia propuesta por la banda. Le daban ganas de reír, pero se contenía para que no creyeran que era un enfermo mental o que había fumado demasiados gallos; sin embargo, la sensación de paz era tan grande que los nervios le traicionaron, y entonces apretó los ojos para guardar la concentración. Venían el recuerdo de sus padres, sus profesores, de Carmen. La soledad y la rabia desaparecían o se metían dentro de algún disco compacto, se perdían en la espiral del láser de un disco. El mundo era bueno entonces; no ese monstruo hostil que promete devorarlo todo a la menor provocación. Se veía allí, en medio de un banco, hermoso y vengador, portando en la diestra una escuadra cuarenta y cinco, reluciente como la espada de un arcángel, esgrimiendo con la izquierda un pliego petitorio conteniendo los principios básicos de la buena convivencia entre los seres humanos. Esto no es un asalto, podía imaginarse gritando en medio de los rostros desencajados y huraños de más de dos o tres cajeros del banco, esto es una declaración de rebeldía, mientras la cuarenta y cinco, humeante, mostraba a todos el potencial violento de un acto de paz. Itchie sonrió.

Sintió una mano tibia que le rozaba el codo y abrió los ojos. A su lado, el rostro amable de Carmen lo devolvió a la realidad. Le bastaron algunos segundos para comprender que se había fugado de nuevo, desprendido de la tierra desafiando los conceptos de tiempo y carnalidad. Era hora de regresar. No pudo ocultar su emoción. No esperaba ver a Carmen en la tienda de discos esa tarde. Ella le dio un ligero empujón para sacarlo del trance, pues bien sabida tenía la naturaleza mística de Itchie cuando le daba por escuchar música. Ella comentó un par de cosas que Itchie no entendió porque aún tenía los audífonos conectados a los oídos, pero una vez que  se deshizo de ellos pudo alcanzar el epílogo de una frase:

-…como te vi aquí, pensé que venían juntos. Supongo que no ha llegado.

-¿Quién, Carmencilla?

-Didi, ¿Quién iba a ser? Andas en las nubes, como siempre.

Itchie le dijo que no lo había visto ese día. No era una mentira, porque Itchie se había ausentado de clases antes de que Didi llegara. A Carmen se le antojó un cono helado. Envueltos en la cordialidad de una tarde sin prisa, se internaron en alguna calle llena de establecimientos y parejas de enamorados. Una mujer gorda se acercó a ellos y ofreció una rosa. Son de a diez, joven, ande, para su novia, tan bonita. Entonces Carmen soltó una carcajada estruendosa pero no se atrevió a desmentir a la mujer. Cómprame una, amor, mi osito loco, bromeó ella. A él no le quedó más remedio que seguir el juego, y le compró la rosa. No le disgustaba la idea de que Carmen y él pudieran ser novios. Se quedó pensando en Didi y volvió a sentirse miserable, pero la vitalidad de Carmen lo hizo olvidarse de todo: de los salmones, de las manchas solares, de la película de Lans Von Trier, del banco, de su imaginada deslealtad,  y hasta de los discos. Esa boca de labios acolchados, de sonrisa de dientes blancos y delicados, era una delicia. Sus ojos, miel pura. Itchie se abandonó al momento, y el tiempo transcurrió apacible ante su felicidad y un par de conos helados. Ni siquiera se dio cuenta de que Carmen respondía a una llamada de Didi, donde ella le rogaba que se escapara de clases para estar con ellos, esa tarde.
 
 
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El sueño loco de Carmen, a ritmo de jazz…
Kuno Kumbo, señor del reino de lo que viene y de lo que se murió, leía un extraño manuscrito mientras bailaba, magnético, en medio de un ácido rave. Suave, suave, decía, la vida es una melodía suave, y luego se tocaba las caderas como si se ajustara un cinturón alrededor de ellas; y se quitaba y se ponía la cabeza a voluntad. Era raro, pero no me causaba ningún temor que jugara con su cabez.
Entré al antro. Para entonces yo lo veía todo, aunque aún no había llegado al lugar podía verlo todo con claridad. Itchie venía conmigo, explicando las especies de sapos que conocía: el bufo ailaoanus, el bufo aspinius, el bufo spinosus, el bufo bufo. Hay diecisiete especies, decía en el sueño, pero la última que te menciono es la más común. En realidad, yo lo sabía porque acababa de estudiar para mi examen de Biología, y supongo que por eso el conocimiento se proyectaba en el mundo onírico. Luego comenzó una lluvia de tachas.
De entre la masa de cuerpos que se agitaban en el rave emergió una marmota vestida como chica de ánime japonés. Era gigantesca, sus chillidos muy claros a pesar del volumen de la música con su pumb bumb pumb bumb; y su minifalda era demasiado corta. Entonces Itchie gritó: Oialaaááá, perenteeeéééé, y se disculpó diciendo que tenía que comprar el nuevo álbum de una banda folclórica en la tienda de discos. Me dejó sola con la marmota, pero el animal ya no estaba; en su lugar, Didi permanecía de espaldas, con la camisa empapada de sangre. Una masa viscosa escurría desde su cuello hasta el líquido púrpura espeso. Cuando me acerqué me di cuenta que era retazos de un cerebro. La música se había detenido, y la gente había virado para contemplar la escena.
Didi flotaba, levitaba entre la cara contrariada de los curiosos y mi estupefacción. Como en una película coreana de horror, de esas buenas pelis que presentaron en un tiempo, Didi flotante, Didi elevándose en el piso sobre sus pies descalzos, chorreantes de sangre, giró, giró lentamente desde los pies, pasando por su tronco, hasta el último cabello de la cabeza. Cuando dio la media vuelta, en un movimiento que me pareció angustioso y eterno, pude percatarme de que existía un hueco en su cuerpo, un agujero enorme a la altura del pecho, que lo atravesaba y permitía ver las mesas vecinas, los estrobos a lo lejos, y las botellas de cerveza y las colillas de cigarro y el mundo contenido en el antro a través de él.
Su rostro, pálido, lucía inmensamente solo. Entonces desperté.
Yo no creo en premoniciones, doca, siempre me han causado risa esos asuntos, pero le confieso que este sueño si logró atraparme en el horror. Me ha tenido muy intranquila, como si algo terrible estuviera por ocurrir, al estilo de las tragedias de Sófocles y Eurípides (me sé los nombres porque los acabo de leer en la clase de literatura).
Bien, creo que ya terminó la hora, ¿me puedo ir? Alguien asegura que nos harán un examen sorpresa de Química, mañana temprano. Quiero aprobar, antes que otra cosa. No se preocupe. Le prometo no tener más sueños. Pero, mejor, aún, prométame usted que hoy podré dormir tranquila, y que las premoniciones que sospecho en mis sueños no se materializaran en ningún momento.
 
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Aspirar una línea es como encontrar el ojo de Dios, o de un dios, o de cualquier ente divino, de cualquier sombra. Es descubrirse en la frialdad del reptil que nos mira con fijeza, con sus pupilas amarillentas y agrietadas. El mundo no se ve mejor ni más pequeño: se ve más lento. Uno se mueve con la destreza de una multiplicidad, se desprende de sí a cada paso. El aire apenas se siente, el cuerpo se vuelve una máquina para hacer el amor, para saltar un muro, para jugar al futbol, supongo que también para matar.
Bueno, para matar no. Esos pensamientos asustarían a Carmen si se los contara. También a la Dolorosa. Ayer estuve con uno de los chavos en el parque. Itchie se había lanzado a un concierto, y busqué compañía con este compa que siempre se la pasa fumando sus churros. No lo conozco muy bien, apenas habíamos parlado dos o tres veces, pero me cae bien. Pero ayer que me compartió una línea (también le gusta de vez en vez), me volví loco de pronto.
Supongo que él andaba de buenas, que le nació lo comunitario. Je. No sé. Cuando aspiré, pude sentir cómo volvían a conectarse mis neuronas y las cosas parecían claras, transparentes. Las ideas que me venían a la mente eran brillantes y lúcidas. Pero poco a poco (lo que no me había pasado en ese grado), una vez que fui recordando el terrible peso de la vida, sentí el deseo de hacerle daño a alguien, de patear a un perro o de cortarme una oreja, allí mismo, como un Van Gogh de barrio, me dije, y me reí de mis pensamientos.
 
 
 
 
 
 
 

 

 

 

 

 

sábado, 30 de noviembre de 2013

"El hombre" y "Bicicleta", dos ficciones. Ulises Paniagua.


El hombre
Ulises Paniagua

 
 
Ahí tienes un hombre que pensaba demasiado: al despuntar el alba y en la agonía de la jornada. Pensaba mientras comía, al andar, en lo minutos en los que hacía el amor y hasta cuando se hallaba ocupado en un cuarto de baño. Pensaba.

Un día,  frente a un dilema superfluo, convirtió la necesidad de decisión en una catástrofe personal. Pensó mucho. Cómo pensó, daba gusto verlo echado en su hamaca, absorto durante años. Ayer lo enterramos, sin viudas y sin lágrimas.

Pienso que murió de tanto pensar.
 
 
 
Bicicleta
Ulises Paniagua

 
 
Notimex, 15 de mayo del 2017
            Esta mañana, en el Hospital General de la Ciudad de México y con un éxito alentador, se llevó  a cabo el primer trasplante de bicicleta en un ser humano. El hombre en cuestión -un relojero  famoso por componer cualquier desperfecto en relojes de pulsera y de pared al punto de establecer en ellos una precisión suiza- accedió a la entrevista, después de una extenuante operación en el quirófano principal, que tomó más de ocho horas al conocido cirujano Maxi Ernst.
            Durante la sesión de preguntas, el paciente no pudo ocultar su júbilo y orgullo ante el perfecto entendimiento entre manubrio y frenos frontales instalados en su organismo; así como no dejó de alabar la belleza del grabado del par de llantas que ahora conforman una extensión de su cuerpo. El cromado, sin embargo, es para el entrevistado lo más importante del trasplante, puesto que no comprende –confiesa- como hicieron los doctores para dotar su piel de un color rojo tan intenso y pasional.
            El relojero nos comenta que, en cuanto tenga oportunidad, quisiera dejar la sala de recuperación para dar un paseo por el Parque México, para lucirse ante las bellas modelos argentinas y alemanas que concurren a este espacio. También le encantaría la idea de participar en la próxima exhibición ciclista de Avenida Reforma, organizada por el Gobierno de la Ciudad.
Como la operación resultó tan afortunada, el cirujano Ernst asegura tener en lista, un aproximado de entre doscientos a doscientos veinte pacientes, ansiosos por someterse a tan extraño implante. El costo de la operación, oscila entre  los dos mil y los dos mil trescientos dólares, de acuerdo al tipo de cambio del día.
 
 
 
 
 
 
 
 
 

martes, 26 de noviembre de 2013

El tigre, poema de William Blake

El tigre
William Blake
 

 

 Tigre, tigre, que te enciendes en luz
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
pudo idear tu terrible simetría?

¿En qué profundidades distantes,
en qué cielos ardió el fuego de tus ojos? ...
¿Con qué alas osó elevarse?
¿Qué mano osó tomar ese fuego?

¿Y qué hombro, y qué arte
pudo tejer la nervadura de tu corazón?
Y al comenzar los latidos de tu corazón,
¿qué mano terrible? ¿Qué terribles pies?

¿Qué martillo? ¿Qué cadena?
¿En qué horno se templó tu cerebro?
¿En qué yunque?
¿Qué tremendas garras osaron
sus mortales terrores dominar?

Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas
y bañaron los cielos con sus lágrimas
¿sonrió al ver su obra?
¿Quien hizo al cordero fue quien te hizo?

Tigre, tigre, que te enciendes en luz,
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
osó idear tu terrible simetría?


 Versión de Antonio Restrepo
 
 
 

lunes, 25 de noviembre de 2013

"Guardián de las horas", Poemario completo, de Ulises Paniagua

 
 
Imagen de portada: Luis Alanís Téllez
 
 
Como no existe mejor manera de difundir la cultura que la que significa compartir, aquí hago constar la presencia de uno de mis poemarios, en su totalidad, para quien guste leerlo o conocerlo.
 
Guardián de las horas se publicó en el año 2012 en Eterno Femenino Ediciones. Dividido en cuatro secciones, trata de la búsqueda del "sí mismo" individual, y colectivo; y sobre todo aborda el tema de la libertad.
 
Espero les agrade:
 
 
 
Guardián de las horas
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Ulises   Paniagua
M é x i c o   2 0 12
 
 
 
 
 
“Mi corazón se ha vuelto capaz de todo:
es pastura para las gacelas, convento
para los monjes, templo para los ídolos,
Kaaba para el peregrino. Es las tablas
de la Tora y el Libro del Corán”
 
 
Ibn Arabi (1165-1241)
“La sabiduría de los profetas”
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
PRÓLOGO
 
El círculo imperfecto
 
Esta presentación –tal vez innecesaria- de Guardián de las Horas del narrador y poeta Ulises Paniagua, se apoya en una línea con que el autor concluye uno de sus poemas. Se trata, claro, de un oxímoron que parece resumir la propuesta genérica del libro. Trataremos de encarar nuestro texto en función de esa premisa, sugiriendo una relación de ese verso con el poema inicial, donde se traza una figura geométrico-poética, “El cubo”.
         Pero según la reflexión que el conjunto del libro ha despertado en nosotros, como meros lectores comprometidos con lo leído, la visión de la realidad que el hablante lírico ofrece es, obviamente, más rica, abundante  y compleja que una distorsionada analogía. Además, la visión en cuatro partes con sus respectivos títulos ayuda, por un lado, a la representación de esa realidad, y por otro, intenta ordenar a la misma escritura, pues hay mucho para cantar y contar, recordar y olvidar, construir y destruir.
         Pero, ¿hasta dónde llega el poder simbólico de la verbalización creativa, es decir, poética? El abordaje temático, entonces, se pone a prueba  por avidez de asuntos de los externo pero aún más de lo interno. Difícil es trazar esa frontera que en apariencia los divide. Es probable que la misma verba poética sea esa sin frontera, frontera móvil, respirada, recogida de otras resonancias, de otros ecos históricos, de otras dimensiones del inconsciente: el personal y el colectivo.
         Sería fácil incluir a Guardián de las horas en las corrientes poéticas de hoy, en lengua española; ser moderno o posmoderno también se ha vuelto fácil. A veces pensamos que hasta se escribe bajo receta posmo, para que el poeta que sea no quede excluido de esa bolsa adonde todo cabe. Pero el hablante, o sea, el avatar de Ulises Paniagua, utiliza las frecuencias de la modernidad –en sentido general- para cuestionar a esa misma modernidad; juego dialéctico que da fuerza y claridad a este libro.
         Para ensanchar lo dicho: aquí podemos apreciar tonos protestatarios, referencias a autores tan alejados (Ibn Arabi, Mahmud Darwish) como cercanos (J.P. Sartre, explícitamente, pero hay otros sugeridos entre versos) en tiempo y sensibilidad, autocuestionamiento respecto al lugar del autor implícito  en un mundo injusto y brutal, actualización del añejo tópico del viaje, soslayamiento contradictorio de los subjetivo en función de lo comunitario, inclusividad desde lo íntimo, sospecha confirmada de impermanencia cósmica, erotismo espiritualizado, rechazo de grisuras y rutinas cotidianas, tratamiento de lo desagradable e impuro del mundo, presentimiento de otras dimensiones de la realidad que la especie humana tendría por destino alcanzar, aproximación a la poesía en cuanto a sustancia iluminante, certeza de que la verba poética siempre significa algo diferente de lo que expresa: de ahí su imposible aprehensión, o sea, su impermanencia entretejida con la movilidad y el imposible silencio de todo lo que existe.
         No entendemos de necesidad extendernos con relación a la escritura. En ella hay ritmos adecuados a la intención expresiva, elaboración metafórica de indudable altura, adjetivaciones sorpresivas, asociaciones por oposición o por analogía, manejo de una amplia variedad versal, apelación a poemas de cierta extensión sin que el impulso decaiga, sino que se afirma en el discurrir del discurso. (“Plan de vuelo”, “Parvada 9 a.m., p. ej.), zoologización de lo humano (cuervos, oseznos) que podríamos vincular con el Conde de Lautréamont, descripción de la sociedad variopinta y alienada por la era capitalista, en el sentido peyorativo que se le confiere desde el Romanticismo.
         Entendemos, pues, que con este libro Ulises Paniagua se afirma en búsquedas y hallazgos que serán sin duda ratificados con nuevas aportaciones.
 
 
Saúl Ibargoyen
Ciudad de México, febrero 2012
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Parte primera
Entre el asombro y el aburrimiento
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
A Juan Carlos Valls (Kanga)
 
La Caída de Troya
 
  La Poesía no es un cubo hermético contenido en sí mismo,
            ni es silencio que revienta la noche, ni dolor de vena abierta
   o el bolsillo del gigante,   o tus labios impacientes del verso
  que mate lento. Es todo lo que digo; esto y más aún: es nada.
             Es paso de gato en teatro vacío;   mil y un ojos reflejados en
   espejo ciego;    la caída de Troya desprovista de caballo;  el
   incendio que es descanso, y  tu sexo -la cama donde sueño-.
             Es cadencia; un perro desbocado;  es mierda y amor y rabia;
             es holocausto y una torpe llave; el temido encierro: la salida.
             La Poesía no es un cubo hermético contenido  en  sí mismo.
 
 
 
 
 
 
 
Poema uno
 
Soy un inútil que apenas sabe girar una tuerca,
colocar una roldana, correr un pasador.
Un atado de letras;  
este fantasma tieso que deambula por la casa
rebotando en el lavabo, hinchado de sueño.
 
Indocto en las funciones  del carburador,
el arranque, la balata. Ajeno al misterio
que se punza con las manos, palpando
entre diástoles y sístoles que rabian
desde un motor remiso.
Torpe, simple: ese soy.
 
Nunca pude reparar
el grifo de la tarja,
develar la terquedad del manual complejo
ni prevenir, a la brava familia,
aquella tarde en que la abuela murió.
 
No sé cuánto cuesta
el auto de mis sueños.
Ni siquiera sé si sueño con autos.
Así de fracasado soy.
 
Pero dentro, en el espacio custodiado
por mis propios grifos,
en los raros mecanismos que gobierna el deseo;
allí, donde prospera la palabra, el epígrafe, un acento;
donde la vida germina desde el paso
imperioso de una frase; desde el umbral
en que los libros construyen ciudades; mundo.
Dentro,
muy adentro, a veces juego a ser Dios.
 
Y en esos días, en esas horas,
no me importa en lo absoluto
declararme un  inútil
que apenas puede girar una tuerca.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
2008
 
 
 
 
 
 
La ventana y el columpio
Me inquieta lo que encuentro, ajeno,
a través del marco de la ventana:
los niños de otros, que magullan el jardín,
los vecinos que rumoran adulterios y carestías;
el volkswagen oxidado, que ancla sus patas de goma
al ghetto diario.
 
Me incomoda  la casa vieja
que se planta al otro lado de la acera;
signo abrumador de lo inmediato
que niega,
con su robustez, la limpidez del cielo.
 
Me asusta la estática libre de impulso,
la vacilación cinética de la existencia,
el empuje hacia ningún punto que no cesa;
el abandono donde han de mecerse los hijos
que pudieran ser los míos.
 
Me alarma la nada,
el lento avance de los minutos;
ese otro objeto simple que fluye y refluye, quieto.
 
Me asusta  lo que veo y no se mueve
-pero se mueve-
la abstracción, las viejas fachadas,
las canas incipientes:
la ventana, los años
y el columpio.
2008
En el centro de la nebulosa
 
Mucho más lejos de lo que mis ojos alcanzan
gira la nebulosa: ese caracol de tiempo
que obstinado disfruta
del solaz infinito;
hondura de Fibonacci
que hurga hasta el propio centro.
                       
En esta mesa -por su parte-
habita una manzana
y un bicho imprudente que opera su sueño
(hay un puente sutil,
delicado como noviazgo de silencios:
una mano que se tiende entre una lluvia de estrellas y
la frustración del deseo).
 
Mientras tanto
en el pregón de una banqueta
que desvive al mundo,
el acontecer de una galaxia:
un par de cometas, idénticos, rondando
una Venus, un Plutón, un anónimo Saturno.
(El misterio sigiloso vuelve a girar la llave).
 
Y yo, tan pobre,
que no puedo ser más de lo que soy,
que no puedo llegar más allá de lo que he sido.
¿Quién aspira a ser Supernova
con el apellido de cualquier galo infortunio,
o el discreto cráter  de una luna
prometedora como beso fresco?
 
En la permanencia suceden tantas cosas:
una zarpa caliente,
un viaje, la huida;
ahora mismo ese anillo de fuego
que se consume pudendo;
que tal vez algún día nos calcine
con su acercamiento de neón, de león y de ciervo.
 
La mesa incluye la vía láctea,
luminoso Edipo que dispersa
el vientre bullicioso
desde cualquier explosión o desprendimiento.
 
En la mesa la manzana se extiende,
es fruto, molusco ardiente
que recuerda con estático canto
la magnitud de nuestros adentros.
 
Es triste, mientras agito
un lápiz
se contrae un mundo.
Es triste, tú sabes,
en la Tierra, tan fugaces,
nuestros ojos no pueden abarcarlo todo.                                                       
    2008
 
Tuve una vez un reloj
 
persistente en su marcha.
Meticuloso como cualquier
artefacto.
Su bruñido amarillo
y su carátula mate no parecían
para grandes sobresaltos.
También en eso era ambiguo.
 
Tuve una vez en mis manos;
en mi cuarto; en el mundo;
un artilugio de tiempo
menos pero más feroz que una guadaña.
 
Me aterraba su lento desfilar
sobre una vida huérfana de luz;
el paso solemne
sobre el manojo de los días, donde
todo parecía y era y parecía y era lo mismo.
 
Triste; ciego; se convirtió
en mi más peligroso amigo.
Rémora, broma terrible,
deseaba imponer condiciones
a mi tránsito sin rumbo.
 
Tuve una vez un reloj de amarillo bruñido
que mencionaba mi nombre: lo cantaba
como un canario mecánico canta a la ausencia;
desgastando las sonrisas y los sueños,
anunciando los malogrados viajes,
los besos omitidos.
 
Tuve una vez un artefacto
terrible, moroso,
alimentando
la lasitud de lo que se pierde;
el propio abandono;
la eterna distracción de los meses, las semanas,
los minutos, las noticias, los rumores, los gestos,
los murmullos
y los silencios diarios.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Radiografía del vecindario
 
De mi puerta a la avenida
distan doscientos treinta pasos,
inamovibles;
doscientos treinta trancos que
conducen a calle, al mundo.
 
Al levar departamento
arrastro fastidios de ancla,
raspando, rispando pavimento;
en sucesión in-terminable
de mí mismo,
de-vorando, sombrío,
la misma ruta; día a día.
 
Contemplando la precisión de esta mesura
-como comprar focos en el súper-
pienso con malicia
en los fastidiosos ataques de la vanidad vencida:
en la estúpida ambición  de un Hércules moderno,
un héroe innecesario;
y en el vacío, la imprecisión,
la futilidad de sus tareas.
 
 
 
 
El recurso de tu piel
 
 
Sólo me salva del fastidio
tu vientre que revienta, tierno,
sobre mi vientre;
el oleaje de tus besos;
este mousse en que nos fundimos
deleitosos, deleitados, dilatados.
 
Ahuyenta angustias adentrarme,
tórrido,
en tu piel que espera; que es casa y aventura.
(Desnudarnos después de despojarnos las ropas;
descubrir entre nombres verdaderos
el juego que se juega detrás de nuestro rostro).
 
Como ciegos, torpes, nuevas, nuevos,
devorar, disfrutar de nuestros muslos,
del roce entrededos y entrepiernas;
del suspiro que reafirma
el acto insuperable de la carne.
 
Elevarnos desde la dulce muerte
del goce, convidar la savia de los sexos,
morosos y a-morosos.
 
Entregarnos, follar, extrañarnos,
besar, desear; penetrar alma adentro,
plenos, inmersos en la eternidad del instante.
Redimir el vacío. Nada más.
Nada más.
 
Amarte. De manera simple.
Sólo eso me salva del fastidio.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Tras el quicio
 
 
He visto tras el quicio de la ventana
un surtidor tapiado bajo censura;
obstinado pero vencido.
 
El Nombre encerrado
bajo misteriosa permutación de letras,
custodiando retazos de cielo.
 
Una calle que guarda hileras de hambre;
y la falsa amnistía entre un romo y un poeta
en medio de una guerra de poderes de polvo.
 
La imaginación de un falso Basílides
repartida en trescientos sesenta y cinco
inquilinatos de ángeles y potestades;
la tragedia de Simón el Mago, su vuelo por el aire;
y esto apenas cabía en una alegre tarde de niño.
 
Todo esto he visto tras el quicio,
no sé si dentro o fuera;
tal vez en la balanza del sueño,
tal vez en vindicaciones de carne.
 
El Nombre era impronunciable;
el árbol que lo cobijaba, perenne,
lleno de esferas y claves y silencios.
 
Lo he visto, a ratos harto. Lo juro.
Estuve cerca de conocer el Nombre,
de descifrar la ruta en el desvelo.
 
Más cierto día descubrí, en el propio espejo,
la nadería del alquimista que habito.
(Mis ojos, pequeños, devolvían
el perro dolor del desencuentro).
 
Esa jornada supe que había urgencia
de ser humilde;
impulso simple de yacer
como grano de desierto,
dócil, callado;
deseoso  de estacar los clavos,
de girar los goznes,
de abandonar el nido, lento,
y cerrar
esa temible ventana
colindante al infinito.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Parte segunda
Vida, sueño y permanencia
 
 
 
 
A Eduardo Montalbán, Carlos Esquivel,
y todos los poetas y las poetas que respiran
cerca de Santiago de Cuba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Siete zarpas
¿Mi obra? ¿Mi alma principal? ¿Mi vida?
Apenas un pedazo.
 
Fernando Pessoa
 
Todos llevamos,
sobre las arrugas del corazón,
el eco rudo y salado
de una playa lejana;
el gusto intrépido de la novela memorable;
la torpe cantaleta que alimenta
nuestros sueños más ingenuos.
 
Y hemos arrastrado, de vez en cuando,
ese intrincado mentiral que parimos
-o en cambio-
al despertar al amor, sutiles,
florecimos
entre el besaje fresco e interminable.
 
Yo, por ejemplo, conservo en el pecho
las huellas profundas de siete zarpas,
dolorosas,
que me han remendado el alma.
 
Ni tengo tigres en casa
ni dinosaurios que despierten conmigo;
aunque sí un minotauro aburrido
que me contempla
desde soledades remotas.
 
Guardo discretas memorias
de aquellas casas
con que vestí la infancia;
reservadas heridas que
derivaron en cáncer de ánima
(días lluviosos,
lúcidos escenarios,
extrañas desconfianzas
hacia cualquier tina de baño).
 
Ante la permanencia voy de prisa;
contra la muerte, me quito el sombrero.
Sobre el mundo, demando el asombro:
he procurado ser adolescente y niño;
o bien, sombra de una sombra.
 
He sido yo y tantas, repetidas veces, otros.
Como cada uno, una; como cada rostro
que respira conmigo.
Rostros íntimos
que hemos recorrido el derrotero:
anhelantes de un beso de madre,
o de un guiño lascivo.
 
Hemos sido distintos y tan iguales.
Como furiosos rostros de Jano
guerreando por reclamar
su cuerpo.
 
Al final, es cierto,
mínimas cicatrices nos distinguen:
el velado número de zarpas,
la profundidad de su legado,
la cercanía de las bestias personales,
el color del llanto,
la soledad de las casas,
el título de la novela,
la tonada insulsa
y uno o dos nombres temibles
que siempre es mejor evitar
a nuestro paso.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Lo que tocamos
 
El pasado es inmediato.
Lo que tocamos
lo que fuimos
lo que ha sido
no es sino extensión
de nuestro propio espacio
en un campo cercano;
un fulminante aleteo
de cuervos que se alejan,
un ligero sobresalto matutino:
no nuestra sonrisa,
no nuestra frescura,
no nuestra inocencia  
marchita para el mundo.
Lo que vivo
ahora mismo
lo que pienso
fue ya en el momento
en que lo escribo;
el tiempo es sólo
un sutil efecto,
una parte etérea
de mí,
de ti,
de un todo
que se va desvaneciendo
en el camino.
Pañuelo blanco
 
“No deseo del amor sino el comienzo…”
Mahmud Darwish
Un día abordé el tren.
No me acuerdo si era mayo.
Las lluvias se anunciaban
en los bosques;
y en mi valija el dolor
asomaba apenas
su lengua de cuero.
 
Un día tomé el tren,
desnudo,
como deben tomarse las cosa en la vida.
 
La marcha era cálida y prometedora.
El cigarro que fumaba la maquina
se iban desbordando,
lejos.
 
Me guiaba un instinto
de perdición
pero de arribo.
 
Me despedí de mí mismo
que me miraba desde el andén
mirando al otro yo
que agitaba un pañuelo blanco.
Y mi yo dijo:
“Adelante, la vía no culmina”
 
No sé si era mayo,
creo que lo dije.
Y la travesía era fresca
como respiro, libre
del asma de corazón
que tanto me aqueja.
 
En el camino me sorprendieron los sucesos:
una mustia vaca agitando un libro de Quevedo,
un tarot con las cartas marcadas,
el beso fraternal del hambriento,
la noche ronca de tanto insistir de grillos
y los cuerpos tercos en el batir de las sábanas.
 
Los muertos de la vía eran profundos,
solemnes como consejos de padre,
y parecían duplicarse, continuarse,
desperdigarse como leños
en lo extenso del horizonte.
 
Era primavera
y los cerros,
las villas, las ventanas,
la fumarola y los niños
se iban quedando detrás mío,
en algún punto.
 
El tren era placentero y dulce;
la urgencia se había evaporado,
la noche, magma en sigilo,
el camino, viento de huerto fresco:
 
El vagón viajaba sin rumbo,
ajeno al contratiempo.
La vida era diáfana, plena.
Era mayo, sí, era mayo.
Ahora me acuerdo.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Plan de vuelo
                                                                                  (Cd. De México- La Habana, 2008)
 
Banco de niebla,
la noche escapa.
 
Al filo del alba,
un vasto crucigrama
florece
entre longitudes
y latitudes.
 
Todo es posible en esta casa,
desde un guiño de Oriente
hasta el gesto amargo
de quien al Norte marcha.
 
En la pista,
un ejército de veladoras
custodia invitaciones
al cielo.
 
El ojo asoma entre la bruma,
los campos de asfalto se estiran
con pereza.
 
Arde la sangre,
el cuerpo leva.
Todo flota:
las azoteas / los armarios / los jardines
y sus casitas de perro.
 
Debajo del sueño sólo nubes,
intermitencias,
espejismos sin nombre.
 
En tierra, la vida germina.
Revienta un céfiro el celaje.
Hay un necio canto de sirenas sin mástil.
El alma se desprende en un guiño.
 
Despierto.
Soy presencia de aire,
intuición de aire,
ave que explora mundos;
contagio de libertad.
 
Despierto.
La vida vuela conmigo.
 
 
 
 
 
 
 
Plan de vuelo II
 
Mientras festejamos
ese cúmulo de nubes
desfilando a nuestras plantas;
mientras el asombro abre paso
a la emoción del despegue
urdiendo mapas de recuerdos
y rostros posibles e imposibles.
 
Mientras ocurren sorpresas
infinitas sobre el mundo, digo;
ella, huraña sombra;
apenas fantasma,
calla su angustia de colegiaturas,
su pesar de leches y de panes
y de cenas discretas;
desenvuelve intrincadas
madejas
en retrasos de renta.
 
No sueña.
/Recibe /
/gira instrucciones/
/desfila la pasarela
entre usos de salvavidas/
/salidas de emergencia/
/señales de alarma/
 
/Acomoda/
/Reacomoda
tazas/ copas de vino/
/platos sucios/
/inquietos niños/
/viejos católicos/
/ateos posmodernos/
/contados herejes/
/rudos futbolistas/
/guerrilleros/
/numerosas infieles/
/hermosas ambiguas/
/hermafroditas/
/manadas de bancarios/
/homicidas/ cerdos/
/diputados/
/embajadores y marchantes/
 
Recibe y gira.
Gira y recibe instrucciones.
 
Y a solas,
princesa solitaria, verso al agua;
oculta el acongojado corazón  
entre esporádicos  saltos de frontera;
guardando las turbulencias del alma
en un pequeño compartimento de vuelo.
 
Plan de vuelo III
(Alunizaje)
 
 
 
Cuando digo vida quiero decir
nubes, espacios, giros:
grandes asombros que rescatan
al aburrimiento.
 
Cuando dije levar anclas
era porque la alegría
se venía gestando
tiempo atrás,
cuando escapé
de mí, ese otro
que se demoró en casa.
 
Ligero temblor; vértigo breve:
las ruedas imprimen huellas
en la pista, generosas.
 
Sé que a través
del cristal impaciente
noches nuevas esperan escribirse
con el estilete de largas caminatas,
de los romanceros de mar:
de esa cuenta sin cuenta de los
inabarcables días.
 
 
Sé que a través del cristal
y su dureza
me espera
la felicidad llana,
sin contaminados
adjetivos que la marchiten.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Ciudades de luz
 
 
Dan nostalgia
los amaneceres,
las tejas iluminadas,
esos rostros
que algún día compartimos
 como un sueño.
 
Hiere la memoria
remontarse a días francos,
al aroma del mar;
a la felicidad preclara del sol;
a una helada cerveza
en la maleconera Habana.
 
Da pena acordarse de un Cuzco,
brillante por sus propios nublados;
y sus pays de limón
derritientes como besos suaves;
o un San Cristóbal
con sus casas de arcos infinitos,
de tiesos lagartos y luces navideñas;
o de ese puerto de machas jugosas;
y la marioneta bailarina
que nos hizo el día en Valparaíso.
Da nostalgia. Tanta.
 
A veces  reclino la cabeza
sobre el cristal
de un deslucido autobús,
en medio de las corrientes
de hormigón,
harto de tanto,
hasta de mí.
 
Y los destellos,
sabores,
los huérfanos ventanales
de las calles,
los dulces perfumes
de aquellos viajes,
hacen brotar,
límpida, una sonrisa.
 
/Como si uno, viajando en el colectivo/
estuviera muerto/
/…y /de pronto/
/el asombro/
/El retorno del viajante…/
 
Cual milagro, las ciudades, pletóricas
de memoria
en algarabía se levantan
desde el irrefrenable
torrente de los bellos días.
 
2010
La sombra que repta debajo del árbol de la vida
 
En cada mujer, hombre,
en cada retina,
un abismo profundo gobierna al instante;
minuto eterno donde el tiempo
se ovilla sobre su propio regazo.
 
Una hendidura profunda
donde se intuye la sombra,
la esquina,
el final del camino.
 
Un instante donde
el sueño, confuso,
se distiende entre sábanas
de posibilidades y acercamiento.
 
En cada corazón una cuchillada dubitativa
enfrenta a la propia permanencia.
Ese sueño se vuelve denso,
bocanada de aire en pozo profundo.
Se intuye  -larga- la llegada.
 
No hay miedo, pero es terrible la brecha
que se abre entre el sopor de la tarde
y el dolorido canto de un ave en abandono.
 
Hay sol, hay vida,
aunque algo oscuro e inquietante
asoma sigiloso al final del jardín.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
El ojo del elefante
 
nos habla de profundidad,
de los hondos surcos
que imprime el conocimiento;
de perfectas espirales que
diseñan cordilleras,
que dibujan caracol,
que preludian cuerpo humano.
 
En aros concéntricos,
-memoriosos pliegues de tierra-
asienta tragedias de extintas especies,
de azarosos tsunamis
y alevosas balas de cazadores oscuros.
 
En él, se organiza el lento paso de las horas,
trenos ocultos tras
tectónicas arrugas
que aúllan olvido.
 
/Sueño/ Muerte/Introspección/ Permanencia/
El ojo del elefante implora, mudo.
Es malestrom infinito,
arrullo de cavernosas profundidades
en la psique humana.
 
 
Dentro de él hay tantos sucesos:
sin  destino; sin origen.
 
Pero también acusa, inamovible,
las torpezas del Hombre
al no comprender su propio entorno,
al no soportar  la
inmensa infinita cósmica pequeñez
de su inútil presencia
de su ridícula presencia
sobre este mundo.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Vikingos
 
Arden como tizones
al fragor de estrellas menguantes;
largos, abrigados, inéditos.
 
Su rostro se enciende
bajo el trueno de un encendedor barato
o la salvaje presencia
de medio de litro de memorias y cerveza.
Enraizados a la acera estoica,
clavados
en el sueño de una noche larga,
confortable,
silban palabras y entonan cantos
al abordaje de su palmo de tierra.
 
Su territorio abarca
desde la inocencia de un balón inquieto
hasta la malicia incontenible de una ruptura,
un desencuentro cósmico.
 
Son pocos, pero muy ciertos.
Guardianes de las horas.
Vikingos incansables,
inacabables,
al acecho de asomos de luna.
 
Me gusta sentarme a ver pasar las ruedas
 
A veces me gusta
sentarme en la banqueta,
a media vida,
y fumarme un cigarrito
impúdico.
 
Y es que dentro,
en las carnes del tabaco,
una espiral absorbente
me conduce
hasta un origen incierto.
 
(Puedo imaginar,
bajo el hocico gigantesco de
dos dragones en alborozo,
que estoy tan cerca de mí,
tan ajeno).
 
Sobre el asfalto las ruedas
rasan
interminables,
mientras el tierno templo
se protege sin
ruido,
ni canto de gallo,
ni ladrido.
 
Mientras tanto, te digo,
las ruedas giran,
giran:
 
/la gente me mira con extrañeza/
/y sus contornos/
/y sus sombras/
/y sus abismos/
/y su prisa/
/se desvanecen/
en la introspección
que me torna humo/
 
Incidentes volutas espirales
despuntando en el rabillo del alba,
en la arrugada presencia
de un ojo de elefante:
/nostalgia/ saudade/
/cualquier cosa/
Un algo que se aleja
cada vez más
a cada acercamiento.
 
 
 
 
 
La noche de los oseznos
 
A Saúl Ibargoyen,
con infinito aprecio
 
En perezosa agitación,
larga rama extiende
su silencio a voces:
de pronto despiertos,
simpáticos
cual buen presentimiento,
ellos existen.
 
Al persuasivo ritmo de lánguidas
notas -melodía sin brillo-
pam pam –sin brillo-
bajo calor de calle ebria sin taberna,
desde lo más  ronco de la soledad,
hartos de música vulgar y sin sentido,
bailan:
 
Mueven cuerpo en desen-fados,
quizás miocardio izquierdo,
ahora pie derecho.
Asomando a guiño imprevisto,
desenvuelven brazos, felices.
 
 
He dicho que despiertan,
cubren su frente de
reconfortante ceniza,
se abren como orquídeas
en pantano,
se anudan a su chica,
simples y terrenos.
 
Hacen a un lado
años de letras,
recuerdos de ronco camino
andado entre balas
y sótanos
improvisados en
interrogatorios;
y ese extraño dolor
que es el que más duele
/que nunca se sabe /
porque viene de dentro.
 
Olvidan maletas,
zapatos, la corbata,
ese pretérito fantasma impretérito
que sólo a momentos perdona;
requiebran cambio
-ritual armónico-
se funden bajo permiso
incuestionable de estrellas y cigarras.
 
 
Se les mira dar de vueltas
en círculos, despacio, con estilo.
Se ven radiantes, sin escalas: locos.
 
En las lunas que se alargan
sobre nuestros hombros;
sus pasos
suaves parecen estallar
las nubes y el rocío.
 
Y ellos,
los que nombro,
los que paren palabras
e invenciones
como se cultivan frutos;
ellos
bailan como oseznos.
Ríen y bailan como oseznos.
 
 
 
 
 
 
 
 
La verdad se esconde debajo de tus lunas
A Sol  Zamora
 
“…basta
la mano de una mujer en mi mano
para que abrace mi libertad
y en mi cuerpo suba y baje la marea… “
 
Mahmud Darwish
 
Luz; desvelo; astrolabio de vida:
debes saber que muchas lunas se agazapan en tus dedos
y que el aroma de azafrán se regaza en tu blusa.
 
Debes advertir que tu ternura machacó mis
dolencias de hierro;
y que en los peces fulminantes de
tu risa encontré a
ese otro,
que reclama entre tormentas permanencia.
 
Debes conocer que compartes pan
hombro con hombro
aquí, conmigo, sin apenas notarlo;
que la paz descansa en nuestra mesa radiante
de guisos sorpresivos;
que nunca como ahora encontré intimidad 
en trama nocturna de baraja española
ni me importó sumergirme
en la confusa maraña
de los rumbos sin destino.
 
Debo confesar que
debajo de nosotros,
como si viajáramos en globo,
un sembradío inmenso de mínimos
detalles, los de diario,
los que importan,
invitan a un sueño.
 
En ese vuelo; en la ronda imperiosa
del amor y el deseo;
las lunas que diriges envuelven mi pecho.
Lo moldean.
 
Es momento en que un ángel recita
jugosos vocablos,
e ilumina con dulzura el oscuro corredor
de una infancia marchita,
para internarse fresco
lejos de todo temor o miedo o angustia
o decadencia.
 
A veces aterra -me lo has dicho-
que lo que sentimos sea hermoso
pero frágil como hojarasca de octubre
o el tallo incierto de una flor
en un campo  de arado.
 
No temas, te digo, al silencio:
hay que lanzarse,
volcarse al infinito de la propia mirada,
contemplar desde dentro; borbotar en
risas frescas,
reírnos cual tontos, entre
besos gastados.
 
Hay que lanzarse a lo cotidiano;
al baile sempiterno y taladrado de la lavadora,
al tapón del lavabo triste y solitario
que gobierna nuestros días;
a los deslucidos trastes de la cena.
 
A veces hay que ser carne,
mínimos como dos de copas
para desplomarse  al abismo de la renta,
al zurcir de las camisas,
de los días sin luz y sin agua,
y salir fortificados,
juntos,
precisos en lo ordinario.
 
Descubrir, que, en el acontecer,
lo frágil se ha convertido en roble invencible,
que aleja con su sombra fresca
los temores que nos venían cercando…
 
 
Amor; mi cobijo:
es tiempo.
No te detengas.
Hay demasiadas lunas en tus manos 
para ser vencidos por el miedo.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Parte tercera
El mundo como una gran letrina
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Fulgores vacuos
 
¿No hay un poco de gloria en este mundo?
¿Todo  lo que miro, lo que construimos,
tiene que ser triste, ordinario?
 
¿No hay atisbos de divinidad en la vida misma?
El beso casto y profundo, el oficio agradecido
del poeta o el astrónomo, ¿sólo guarda
como recompensa una pausada indiferencia?
 
No los oropeles, ni las lentejuelas
que coronan los palacios y sus vastas estirpes:
la alfombra roja de los rajás del celuloide;
¿no hay brillo en el reflejo mate
de nuestro espejo desgastado?
 
Poca gloria deja este mundo a nuestros ojos.
Escasa gloria.
Sólo un gris extenso e interminable
que no deja de nutrir al desasosiego.
 
 
 
 
 
 
 
Antesala de odio
 
Muchos años diciendo ahora sí,
ésta es la buena,
me largo y los dejo
con su mosto de naranja agria.
 
Muchos en que quise morderme los codos
para no abandonarme pronto.
De noche.
tantos años aullando de noche,
enfundado en el odio lento
del obrero, de un cumplido oficinista,
resignado
al rencor más ácido,
enjuto y mudo.
 
Decenas de años alimentando
esta madeja de reproches,
colmándola con mi paciencia.
Enhebrando un crimen sin castigo,
una profecía sin profeta.
 
Un día estallar,
en un gemido, en un grito violento,
arremeter contra el espejo, contra el mundo.
Un día volverse huracán o  demanda,
justicia desatada,
un día volverse una mujer,
un hombre,
algo cercano al hombre,
cualquier cosa que se le parezca.
Muchos años esperando ese momento.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
El color del topo
 
Si quieres saber cómo es el miedo,
te diré que es este pozo
de grava ardiente;
un galón de sol a plomo
donde un clavo,
desdoblado desde una almena,
puede atravesar la carne
como remo perforando agua;
filando, doliendo,
en plegaria de raya a medio sábado.
 
Uno no puede salir del fondo,
ni siquiera entre las grietas de sol
que pervierten una bóveda aplanada con odio.
Te conviertes en salitre bajo el paso de los años,
en concreto que deshidrata gota a gota.
 
Algunas veces un ángel cae, flácido,
desde el cian profundo del desencanto
hasta el zarzal de acero que
lo revienta como a una granada.
 
Hay quien dice que al impacto
su alma se libera,
que la caída muta en ascenso,
sigiloso arribo a los siete niveles de cielo.
 
Eso es lo que cuentan.
Lo más terrible,
hermano,
es que no es cierto.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Hoy he visto pasar a la Muerte,
 
silbido sigiloso
apenas un vuelco de corazón
en un túnel remoto.
 
Y su precisión aterraba.
Y su proximidad imponía respeto.
 
La he percibido
ante mí
/ sin pudor / abierta / infinita/
/ aunque /
/ pequeña tramposa/
/ guardando para sí
los misterios
del destino humano /.
 
Le he mirado
(entre los pasos de aquéllos
que marchaban hacia el desconocimiento)
desafiando la gravedad
los límites del segundero
el suave manto que
sitúa un salto cuántico de
otro.
 
 
Como una pantera oscura la he oído respirar
como un torrente de furia
azotando las comarcas del alma
/ tan terrible / tan exacta /
tan hermosa que termina
por destruirlo
por desmadrarlo todo.
 
Hoy he escuchado el susurro
de la Muerte;
y  hube de contener el aliento
para no vaciar los pulmones,
en un grito que se
apagara en la
vastedad de
lo finito.
 
La he visto.
Inalcanzable.  
Fascinante en su soledad.
Tan nítida.
Espectacularmente macabra.
 
 
 
 
 
 
 
Parvada  9:00 a.m.
 
 
“Yo no creo en nada:
 ni en una ola, ni en una corriente,
ni en un suicida.
Yo no creo en nada, es cierto;
 pero puedo sentir tu dolor, aquí,
tan cerca, que parece mío…”
U.P.
 
I  (Santa Fé. Cd. De México)
 
Una parvada atraviesa una calle somnolienta
 
como una sombra que lo envuelve todo
como un delirio agitado y recurrente
como lluvia tupida de graznidos.
 
Una parvada atraviesa una calle somnolienta
 
se lanza al asfalto
al desafiante tráfico
gestando figuras de rapiña
 
Una parvada atraviesa una calle somnolienta
 
Siento pena por ellos
dan pena
pobres cuervos absortos o sumisos
pobres cuervos que simulan buscar
entre sus agendas y teléfonos
algún posible destino.
 
II (La gran farsa del mundo)
 
 
La parvada es desleal. Cuando
los tordos alcanzan el subterráneo
no miran más allá de dos palmos.
Se dedican a posar,
sigilosos,
sobre los asientos vacíos.
 
Cuando pueden se despluman
y destrozan.
Así sucede en el subterráneo.
Así sucede con el mundo.
 
Los pájaros que atestan el
planeta son imprudentes:
una vez que consiguen
su espacio en el ramaje
dedican las mejores horas
a dormir,
fingiendo que nada pasa.
 
A los que conozco la sangre se les agolpa
en los pies.
Se arrastran insoportables
a pasos cortos y lentos,
con esa torpeza que demuestran en tierra
las palomas de las plazas;
fingiendo una marcha obrera
o una ridícula misión oficinista.
 
A veces
creen reconocerse
en el parpadeo intermitente
de las pantallas celulares,
en un programa de cable,
en un módem sin costo.
 
A la parvada que conozco
le gusta mentir y que le mientan.
Inventar que sonríe,
que se interesa en un resultado deportivo
o en una breve reseña
una noticia
o en el estallido de una bomba
dentro de la Casa de Bolsa.
 
Pobre parvada que desluce sus alas al tiempo.
Pobre parvada que desconoce la libertad del vuelo.
 
Qué triste espectáculo
este amasijo de pajarracos
levando deslucidas alas
sobre mugrosas escaleras
en las subterráneas ciudades.
Qué triste sus pasos, sus formas,
la presencia oculta de los sueños,
qué de cruel es su destino:
como flores que deshojan, inútiles,
desmoronando en su caída
la verde esperanza de
un árbol luminoso.
 
Aunque
a veces asoman milagros.
Y he aquí que sucede:
sus sombras, vivas,
proyectan figuras,
fulguran,
masas enormes destilando alegría;
cúmulos desafiantes de aquéllos
que fueron;
opacas visiones danzando
transparentes y felices.
Parecen completas.
Simulan ser plenas.
 
Pero el efecto es inmediato,
Luego del destello,
del breve chispazo,
vuelven a dejar caer
la cabeza entre los hombros,
deprimidos.
Bostezan. Gimen.
Y se van internando en
la noche sin fondo,
en la densa oscuridad que
devora su propia amargura;
en la sutil indiferencia
de sus débiles
pero insistentes
vagos
imprecisos graznidos.
 
III (Gaza)
 
Estas otras parvadas
están henchidas por grumos de tierra,
por largas extensiones de sol,
por la marcha presurosa
que no cesa ni siquiera
en la Pascua.
 
Las patas de estas aves
son tan pequeñas
bajo el amargo calor de la canícula
que se confunden con el reptar
de una áspid persistente.
 
Reconozco la muerte en sus ojos;
tan oscura y callada como cualquier
noche, reconozco su chillido de auxilio,
su vuelo a ras del miedo.
 
Cabecean abajo,
con la ligera vergüenza
que arrastra su nombre,
sueños sutiles
desvaneciendo tras la duna
como grave artificio
de mezquita compasiva.
 
Lloran panes pretéritos,
franjas de tierra
enterradas bajo implacables bombardeos
de minutos de votación y Parlamentos.
 
Son libres de saberse solos,
largos y solos,
largos y mudos y solos
ante el fuego que despunta
en Medio Oriente.
 
Libres de saberse polvo,
hégira,
holocausto reinventado.
Son libres sólo
de soñar con saberse libres.
Lo demás es odio.
Puro. Irreconciliable.
 
En eso del dolor
y de la ira,
viejo hermano,
no son muy diferentes
de tu pueblo
o del mío.
 
IV (Praga)
 
Cuando Beevor, Prange o Irving
alababan al Mesermicht Bf 110
o las incendiarias proezas del Big Biutiful Doll;
y ensalzaban en poderosos bombardeos
los tecnológicos dones del Holocausto,
se olvidaron de aquélla penosa parvada
que sin impulso en las alas
dedicaba sus últimos esfuerzos
en cruzar los vencidos territorios.
 
Parcos,
flacos,
ni siquiera graznaban.
Cuervos grandes,
cuervos pequeños,
cadáveres de cuervos
a los que les importaba un carajo
quién lanzó la granada primera,
o quien desató la atómica amenaza,
o quien propuso los primitivos
litros de Napalm.
 
Bañados en tristeza,
heridos,
marcharon
sobre humeantes ruinas
sobre hileras de tabiques desdentados
sobre pilas de muertos verdes y amarillos
a cuerpo abierto;
sobre los propios huesos enronquecidos
por las sequías del llanto.
 
Pobres cuervos
que alojaban en el pecho
el extravío de un hogar,
de un asilo;
mal venidos cuervos
que bañaban su desnudez
entre los trigales de ceniza.
 
De manera inútil esperaban
que la vida devolviera
una razón,
un eco,
una respuesta inventada;
o bien,
el simulacro piadoso de un dios lejano;
o la caída accidentada
que expulsara el hambre
y la miseria y la peste;
o bien,
el golpe mortal, compasivo,
ineludible,
de cualquier
anónimo proyectil
henchido de furia.
 
V.  Largas parvadas amantes cruzan el cielo
 
Piensan que descubren la cercanía de otro cuerpo
cuerpo donde se deslizan entre caricias furtivas
furtivas bocas que se derraman en  prolongados besos
besos que se guardan en la clandestinidad de callejones oscuros.
 
Imaginan que inauguran las escapadas nocturnas
nocturnas cual encuentros de amores a espaldas del mundo
mundo en el que se piensan los primeros
los primeros en regalar el corazón
el corazón sin reservas ni miramientos.
 
Ignoran que, antes de ellos, muchas mujeres, hombres
hombres casi dioses y demonios y algunos polémicos santos
santos probaron el caliente sabor de otra piel
piel hecha de delicia
delicia que brota del encuentro de dos cuerpos que se regalan.
 
Echan en saco de olvido el crepitar de los nombres
los nombres de los Adanes, las Isoldas
Isoldas de lejanas tragedias
tragedias en la separación de los amantes
amantes de Verona que se buscan en la clandestinidad de los tiempos
tiempos felices de Fridas y Diegos en la albura de los alcatraces
alcatraces que mutan en rocas en salvajes olas
olas que resguardan a Matildes Urrutias y sus Pablos en Isla Negra
negra noche donde se sumergen los niños que amaron
y amaron antes de que hubiera siquiera oceáno.
 
Piensan que descubren
que descubren, gloriosos e inocentes
inocentes como el calor de los pechos inquietos
inquietos impulsos que seducen
que seducen con su furia desbocada su clamor en sueños.
 
Y se sueñan los primeros. Primeros pájaros en parvada que se entregan
a la frescura de cielos. Cielos nuevos donde planean  únicos; como si nunca
antes otra parvada hubiera allanado el mismo aire. Aire en el que se piensan privilegiados. Privilegiados que quieren ser, y en cierta forma, han sido los primeros en amar en madrugadas largas. Largas parvadas donde el amor se descubre, espontáneo e ingenuo. Ingenuo como el mosto en cada boca. En cada boca donde siempre habita un beso.
 
VI (Fabela brasileña)
 
Alumbran, con su aleteo,
la noche.
Extienden su vuelo torpe
a media altura
sobre la dureza del asfalto.
 
Se lanzan,
 en extravío,
sobre un enemigo engendrado
en el inconsciente colectivo.
 
Atrás, apenas audible,
el eco de la música de fiesta;
atrás
las muchachas que,
entre morbo y angustia,
guardan solidarias
el negro cuero
con que las aves nocturnas
se distinguen de otras parvadas.
 
Relampaguean; estallan;
jugando a no sé que juegos inútiles,
a qué misteriosas revanchas
contra los padres y la vida;
volviéndose tormenta de odio;
lluvia de aletazos y picos;
bramar de cuchilladas y tiros
contra el bulldozer implacable
que se disfraza de
humana naturaleza
en medio de la confusión nocturna
 
 
VII   (Santiago de Chile)
 
Dirigen su marcha
hacia el océano,
presurosos,
entre graznidos impacientes
de fulgores  metálicos
y largas avenidas.
 
En interminables hileras
aparece la insoportable fatiga
antes de la dulce
conquista de las olas.
 
Se enciman; se amontonan;
se encaminan; curvan
enmarcando con las patas
un alaje continuo;
el desamparo de
un sol radiante.
 
Al final,
cada diciembre
la parvada alcanza la playa
ebria de dicha,
ingenua.
 
Y se desborda
en la inútil esperanza
de un prometedor
Año Nuevo.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Yo no quiero
 
“en el amor como agua de mar te has desatado”
Pablo Neruda
 
Yo no quiero
que la vida nos separe:
quiero un puente florido sobre
nuestras soledades de arena;
una caminata entre tus calles
y besos profundos que no
se quiebren en torpes desatinos;
e internarme en la primavera  
de tu sonrisa,
cuando estemos recostados
y me mires como
si asomaras al sueño
de luz que nos habita.
 
No quiero no verte, pensar
que entre nosotros disten
doscientos doce kilómetros
o una señal telefónica imprudente.
 
Quiero seguir mis pasos
tras tus pasos;
recortar un reloj de sol en Macchu Pichu;
agonizar de hambre en un sórdido Doggy”s chileno;
perseguir tu frescura por las calles
de una lúdica Jalapa,
contemplar el amor de un viñedo;
y conocer cerros de ranas
en el íntimo Guanajuato;
y alcanzar la desnudez del cielo
sobre el queretano teatro
de los trenes
que dividen la noche.
 
Eso quiero:
tus ojos,
y tu piel ardiente entre mis brazos;
e incendiarte el corazón con el canto de un poema;
y habitar, contento,
ese espacio de ti
que infinita, me regalas.
 
Y no quiero nunca,
nunca, bonita,
que la vide nos desgaste
y nos separe
con sus inciertas
marejadas de olvido.
 
 
 
 
 
 
 
Parte cuarta
Sangre adentro
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
“Mi temporalidad es mi libertad, y de mi libertad depende el hecho de que, lo que he llegado a ser, me determine.”
 
Jean Paul Sartre
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Postulado sobre la urgencia existencial
 
Porque esto es lo que quiero: solo,
a salvo de las dentelladas mortales
de una multitud
embrionada en el miedo y la indiferencia.
 
Porque hoy me he soñado eterno,
libre del capricho
de dioses que no profeso;
ignorante del rudo ciprés
que me había cimentado
a sus raíces
durante largos años.
 
Porque sé que esto es lo que no quiero
-y tal vez, en el vértice de la batalla, quise-
Porque este día, te digo,
me he empeñado en volverme voluntad y lucha;
ajeno a catedrales, televisores,
trámites sigilosos,
tribunales criminalizados;
oscuros tridentes de imperios impíos;
caminos heredados desde
otros que nunca quisieron,
ni querrán, que sea voz…
 
Tan urgido de destapar la caja de mi propio anhelo,
de contagiar de dicha a este guiñapo mío
que me han querido imponer,
sin piedad alguna,
en la construcción del otro.
 
Porque esto es lo que quiero,
ahora, en este momento:
tan lejano, tan podridamente feliz,
tan pleno de mí mismo,
tan natural,
tan desconocido para el mundo,
con tanta luz,
con tanta luz irradiando desde mi pecho.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Poema del hombre rebelde
 
A Albert Camus
 
Desde que nací
me impusieron callar.
Desde el cruzar penumbra
hasta el diario taladrar de trenes,
me pidieron
que me estuviera quieto.
Absorto y quieto.
 
Aunque eso sí:
me prometieron libertad.
Juraron que al crecer
podría vestirme de sueño.
 
Ya con lo hombros amplios;
me enfrenté
al verdugo de la desaprobación,
a la lápida del no opines,
a la oscura máscara
de una igualdad ficticia.
 
Hoy no lloro.
No me importa lo que ha sido.
Me refugio en lo mío,
lo que nadie puede arrebatarme:
los poemas, los libros,
los colores, las notas
y la noche.
Lo que nadie puede arrebatarme.
 
Pueden pedir que suture mis labios
que mancille  el derecho de los otros
para silenciar el mío;
que me vista de payaso ejecutivo,
que me corte las alas
con cristales coloridos.
 
Pueden gritar, acusar,
emitir ciento y un mil condenas.
De mí nada tendrán.  
Ni un mendrugo.
Ni una reyerta.
Apenas este verso carcomido.
Por que  soy dueño de lo que
dentro de mí se guarda.
 
Es inútil,
absurdamente inútil
que exijan silencio.
 
Mi temporalidad me hace libre.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Las caries del corazón
 
Yo soy éste:
espejo que multiplica en espejo,
necia imagen
que se oculta tras infinidad de máscaras.
 
Soy otro:
moneda deslavada
eco sin paredes
sueño persistente
baño desnudo ante
autobús en movimiento.
 
Uno más:
que se agita en misterios
de rodar canicas
sobre mantos nocturnos.
 
Aquél; otro; éste
que no dobla una esquina
para no hallarse cara a cara
con la Muerte,
el que sueña, dolorido,
con un hijo;
el que tiene pavor al hijo.
 
 
El que huye de su niño-fantasma
que habitó la pobreza y
el desencanto;
el que no acerca la mano
al prójimo por
temor a la mordida.
El que camina de espaldas
sin saber que camina;
el que nunca buscó una camioneta de enganche,
aquél que vislumbró una puerta seductora
en un trazo de navaja suicida;
otro que nunca supo andar
bajo el brazo de sus padres.
El que soñó con Dios y no le rindió culto.
El que supo y no supo donde llevar el corazón.
 
Yo soy este soberbio
mentiroso
obsesivo
desgraciado
inocente.
 
La agitación, el estallido,
el murmullo y la caricia:
este par de ojos tristes
como fragatas
que naufragan en la
vastedad del enfrentamiento.
 
Retrato
 
 
Si no fuese este ríspido personaje;
esta presencia enferma
como la euforia de un pirata en tedio.
Si no fuera este terco lobo nocturno
que ha extraviado la manada.
Si no fuera este arquetipo de poeta
refugiado en sus miserables versos.
 
Si no fuera yo, te digo,
podría ser tan dichoso.
Y comprarme un café
en el Star Coffe cada mañana,
y rasurarme la barba
con la elegancia
de un rastrillo de tres filos;
y registrar mi chequera
en algún banco o
mi apellido en el mejor
buró de crédito.
 
Pero qué puedo hacer.
Soy raro. Soy huraño
y salvaje.
Y no me conformo con
el mundo
que otros me han enseñado.
Ya no me duelen las manos
 
A Eduardo Arana
 
ya no me amarga la boca el sabor de los meses de olvido,
ya no camino la calle hasta allanar la incertidumbre
de una habitación sombría,
ya no visito las azoteas nocturnas, ni la proximidad del mendigo.
 
ya no desdoblo mi cuerpo mientras sueño con la oscuridad de la fe,
ya no vigila mis pasos el amigo insoportable que
me reconfortó en su regazo;
ya no visito el amparo de yerba como puerta de entrada o de salida…
 
Ahora puedo llamarme por mi nombre completo o
cantar gol en un estadio;
ya no siento cristales en las cuerdas doloridas de la guitarra;
ya no sueño con lobos.
Ya no hiere el recuerdo de mis mujeres perdidas, de los años de plomo.
 
Y aunque aún descifro extraños mensajes en un programa de cable;
aunque persigo signos abrumadores en las calles del Centro;
aunque comprendo a ratos la sin razón, el Caos y el Orden del Mundo;
aunque un Dios callejero ría estruendoso de mis heridas francas
amparado tras una cornisa de ángeles adictos y suicidas;
a pesar de eso, a pesar de todo, a pesar de mí, de ti, de todos
te digo, ya no me duelen las manos.
 
El corazón que nos llama
 
“No toda lágrima de amor es siempre sincera;
no todo dolor de aquél que ya no ama
es del todo simulado…”
U.P.
 
Ellos no. Nunca. Ellos jamás deben estar  lejos,
como estrellas estáticas
en cuadrantes de olvido;
barcas frágiles desprendidas de un suave astrolabio.
 
Ellas nunca.
No deben desvanecer los besos en un cigarro, un mal discurso,
no deben acercar la soledad al hambre arrebatada
de Furias acechantes.
 
En cambio.
es necesario acceder al crepitar de los cuerpos,
a la fusión de sus ilusiones en el telar de los sueños
de cierto inútiles, pero necesarios;
y sonreír en una calle al compás de un carnaval incierto;
besarse la frente cuando acontece el pesar nocturno;
hartarse de abrazos, hincharse de caricias;
atraparse en el desfile interminable de los días
sin brillo.
 
Ellos no deben hacer del corazón retazos;
sino, por las tardes y al alba,
acercarse un cobertor, un abrigo,
cuando los ojos se amedrentan ante el frío del invierno,
inventarse en la repetición de los detalles,
en el pásame la sal, vamos al cine,
en el me tienes harta…pero juntos,
juntas, siempre.
 
Porque ellos no. Nunca.
Los que se quieren / las que se quieren/  no deben permanecer lejos
del corazón que los llama.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Pienso mucho en Mozart
 
en sus octópodos diseños musicales
en sus monstruosas rabietas de infante 
en su furioso pulso de juventud
tajado en matrimonio prematuro.
 
Pienso en las dentelladas
rebeldes
contra la voluntad del padre;
en su vehemente negación
al trato ante
mecenas y otros necios.
 
En la soledad
que lo apuñala
con el soplo de la gloria;
en la interminable longitud
del pentagrama
desfilando en su cabeza;
en las macabras visitaciones,
en el acecho del hambre,
en la ausencia de un destino
en la figura de un comendador
y  la turbia presencia
de las sombras.
 
Imagino la angustia de
las últimas notas:
los misterios, la obsesión por
el despliegue de las voces,
los coros y los violines
resonando en un
desgarre de corazón.
 
Pienso en la nada.
En la mueca espantosa
ante la proximidad de la muerte;
y su acomodo deshonroso,
inmerecido,
entre quinientos once huesos extraños:
húmeros, omóplatos, tibias
y molares podridos
que lo custodian en la fosa
del común olvido;
en la humedad perpetua
de una tumba tan injusta
como el propio
y estúpido
comportamiento humano.
 
 
 
 
 
 
 
 
La patria como un trapecio
 
En ese edén de la tierra;
No el azote de la guerra
Infunde duelo y pavor
 
A México
Juan de Dios Peza

Yo no nací en este lugar; este submundo
donde las balas aúllan en calles solitarias;
en que las sombras agitan sus olores a imperio
y los estallidos no perdonan,
ni siquiera, a las tumbas silenciosas.
 
Nací entre la cordialidad vecina,
donde las detonaciones causan horror;
donde se juega con latas pateadas
hasta bien tarde;
donde se puede caminar cualquier destino.
Allí donde la noche es el mejor telescopio
para besar las estrellas.
 
¿Qué ha sido de este país,
con tantas epidemias inventadas
y bolsas con puntajes de miedo;
qué de las flores cándidas de provincia;
de los cantos de pueblo ajenos
a los cuernos de chivo?
 
Contemplo mis palmas abiertas, mis nudillos:
una caterva de gusanos me consume,
como a todo el mundo.
 
Yo recuerdo que no era así:
que las ventanas y las casas permanecían abiertas;
que escaseaban los crímenes impunes,
los impíos secuestros;
y no existía la mentira despiadada, ni tanto odio
desgarrado, implacable, sin fin.
 
¿Qué quedó de aquel país?
¿Qué fue de él?
¿En qué punto de la cuerda floja, hemos perdido el equilibrio?
 
 
 
 
2010
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
¿Qué clase de aviones cruza el cielo de este pueblo?
 
aviones tan sigilosos, tan inmediatos,
asomando la cabeza sobre la tranquilidad
de nuestras plazas,
de los niños,
de nuestros abuelos.
 
Qué de silencios van dejando sus estelas
sobrevolando los colegios que están al mando
de no se quién, de no sé dónde.
 
Qué de lejanas parecen sus bombas,
sus alas cercenadoras de nubes,
su capacidad de ver y querer controlarlo
t-o-d-o.
 
Qué limpio, apacible
y auténtico
parece el atardecer
de una nación sedienta
de sueños.
 
 
 
 
 
 
Irrumpieron en el departamento que nadie me ha vendido
 
Las balas entraron en mi casa, destrozaron mi estéreo,
los discos de Lennon que guardo bajo llave;
los libros de Montesquieu y Descartes que conservo
desde que era civilizado.
 
Desnudaron las imágenes de Rigoberta,
rafaguearon la sonrisa del Mahatma,
los olvidos del doctor Guevara,
los postulados de Martin Luther King.
 
Se jodieron
el retrato de la abuela que conservo
desde que vivía en un mundo con descanso.
Perforaron, se jodieron, se chingaron
todo. Todo lo que había entre paredes.
Todo lo que cabía en mi corazón.
 
Pero no pudieron.
 
Pero no pudieron
horadar mi dignidad.
 
 
 
 
 
El luminoso canto de la granada
 
“Como no me he preocupado de nacer, no me preocupo de morir”
Federico García Lorca
 
 
I
La vida nos llega de golpe,
al alba, en el gesto sorpresivo
de correr una persiana;
como una pantera magnífica
entre la sofocante maleza de las horas.
 
A veces canta.
Estalla en nosotros
cual granada jugosa:
dulce, amplia, no finita.
Con su perfume embriaga
los ojos y las formas.
 
Se vuelve arpegio de guitarra
a media calle;
umbral iluminado a filo de luna,
café que precisamos al amanecer,
nuestros padres, sobrinos,
nuestra novia,
y una tarde lluviosa que, de improviso,
asalta la memoria con tierna infancia.
A veces la vida
canta.
 
II
 
Debes saber que algunas veces odié vivir,
odié  con rabia callada y amarga,
en confuso rencor de hijo abandonado,
con los ojos llenitos de desilusión y furia.
 
Pero desperté del sueño y noté que respiraba,
que mi parte de sol paseaba
entre nubes y recortes de cielo.
 
Supe entonces que yo era un gato lúcido
que visitaba las azoteas de luz,
desde donde contemplaba todo el valle.
 
Y entonces allí,
envuelto en el suave calor del silencio,
pájaro en espera, niño en asombro,
supe que había sido, que podía ser.
 
Sucede que a veces, me he sentido vivo.
Enteramente vivo.
Como una flor, como un círculo imperfecto.
 
 
 
 
III
 
De modo que esto era:
un paseo en motocicleta por Santiago,
la sombra de un árbol en los campos del abuelo,
un danzar persistente en los territorios tepoztecos,
embriagarme con mis primas en año nuevo,
caer de espaldas sobre un mullido colchón de granos de elote,
un chasquido sorpresivo en el choque de dos canicas,
un paso temeroso a la orilla del mar a edad temprana,
el beso trémulo y caliente de la primera mujer que se atrevió a besarnos,
el abrazo incomparable de los que te quieren,
el bote pateado, la matatena, el gusto de bañarse en el río.
Un paseo amable en globo. Despertares,
despegues y arribos. Cantos de luz,
verbena, paseos amparados bajo el cielo.
 
De modo que esto era.
De modo que esto era
la vida.
 
 
VI
 
Ha sido así, desde el inicio de los tiempos.
Ella mide con su ojos de gatita,
con su cuerpo flaco, sin miedo,
estremecido al contacto,
con sus manos dulces
como panecitos calientes.
 
Ha sido así, desde siempre.
Desde que en su alegría desbordada
nos dio voz.
Desde que surgimos de improviso
a la búsqueda del misterio.
Cuando volvimos de aquesta
profunda caverna
en que la sombra y el sigilo
amenazaban nuestros pasos.
 
V
 
Estallar.
Como una guanábana jugosa
que desprende su cuerpo
desde una rama en descuido.
 
Incendiar el alba con esperanza de luz,
de sueños expandidos;
colapsarse, mudar los miedos y las anclas,
dejarse llevar por la ventisca.
 
Siempre, de vez en vez, desatar las amarras;
nacer imprudente,
jugar a la aventura que desprende en peligro.
 
Volverse pantera y ave; murmullo de arroyo;
caudal impetuoso que se estrella con las rocas;
que desprende y borbota en el volcán enfurecido;
humo ascendiendo sin límites;
fulgor de estrellas en misterios
de Universo insospechado.
 
Ser, en alguna parte,
sin duda alguna
una Supernova hastiada,
dilatando en miles de piezas y fulgores,
dejando detrás estática y aburrimiento,
alargando, contrayendo oxígeno,
inhalando, exhalando pasiones, furia,
incendio, implosiones infinitas,
caudales incontrolables que nacen
del corazón.
Un día, cualquier día,
inmensos, extremos,
estallar…
 
 
2011
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
ÍNDICE
 
Prólogo…………………………………………………….3
Parte primera
Entre el asombro y el aburrimiento…………………….6
El cubo…………………………………………………….7
Poema uno………………………………………………...8
La ventana y el columpio………………………………..10
En el centro de la nebulosa……………………………....11
Tuve una vez un reloj…………………………………....13
Radiografía del vecindario……………………………....15
El recurso de tu piel……………………………………..16
Tras el quicio……………………………………………18
Parte segunda
Vida, sueño y permanencia……………………………20
Siete zarpas……………………………………………...21
Lo que tocamos…………………………………………24
Pañuelo blanco………………………………………….25
Plan de vuelo…………………………………………....28
Plan de vuelo II………………………………………....30
Plan de vuelo III (Alunizaje)…………………………...32
Ciudades de luz………………………………………...34
La sombra que repta debajo del árbol de la vida……....36
El ojo del elefante……………………………………...38
Vikingos………………………………………..............40
Me gusta sentarme a ver las ruedas……………………..41
La noche de los oseznos………………………………...43
La verdad se esconde debajo de tus lunas……………....46
Parte tercera
El mundo como una gran letrina……………………..50
Fulgores vacuos………………………………………...51
Antesala de odio………………………………………..52
El color del topo………………………………………..54
Hoy he visto pasar a la Muerte,...……………………...56
Parvada 9:00 a.m………………………………………58
I.(Santa Fe, Ciudad de México)……………………….58
II.(La gran farsa del mundo)…………………………..59
III.(Gaza)……………………………………………...62
IV (Praga)………………………………………….….64
V. Largas parvadas amantes cruzan el cielo………….66
VI.(Fabelas brasileñas)………………………………..67
VII.(Santiago de Chile)…………………………….....69
Yo no quiero……………………………………….....71
Parte cuarta
Sangre adentro……………………………………...73
Postulado sobre la urgencia existencial………….......75
Poema del hombre rebelde…………………………..77
Las caries del corazón……………………………….80
Retrato……………………………………………….82
Ya no me duelen las manos………………………….83
El corazón que nos llama……………………………84
Pienso mucho en Mozart……………………………87
La patria como un trapecio……………………….....88
¿Qué clase de aviones cruza el
cielo de este pueblo?..................................................90
Irrumpieron en el departamento que
nadie me ha vendido………………………………..91
El luminoso canto de la granada……………………92
 
 
2012. D.R. Ulises Paniagua Olivares, México DF.