miércoles, 23 de marzo de 2016

Dos poemas de William Johnston





Hacia Mérida

William Johnston


El calor como un dragón con sus mil colas y veinte mil fauces abiertas nos rodeaba
igual que a las promesas nunca cumplidas.
Benjamín similar a un adolescente dios apenas coronado
iba ami lado contándome como el río Lerma hacía fluir sus sueños.
El auto hacia Mérida con la misma velocidad aparente
de las constelaciones mayas y la fuga siempre esquiva de los peces
y mi otra vida siendo amordazada por el rosal silvestre de mi madre
y mi muerte siendo amordazada por la nada
y la nada siendo amordazada por este presente ya encontrado
en el fondo de ese mar donde sólo es memoria que nada nombra y todo abarca.




Vida Ejemplar

William Johnston


La última persona que lo vio salir
fue a la hora en que los trenes pasaban
con esa apariencia de espejos sin azogue.
Nadie supo decir dónde había transcurrido su adolescencia,
ni que circunstancias lo obligaron a casarse con una mujer madura.
A lo largo de los años,
unos rencores cuyos motivos se fueron perdiendo entre las fotos familiares,
acortaron los diálogos con su esposa.
Siempre se levantaba con una fatiga inventada por el día de ayer,
por la ausencia de amor en la vieja cama,
por las ceremonias impuestas por el horario de oficina,
mientras la rutina era la amante solícita.
Volvió a presentir el miedo en el olor rancio en la almohada
-desde la noche de bodas se había preguntado
si ese era el olor de los cuerpos cuando envejecen-.
Al amanecer se lo encontró flotando boca abajo en el río
mientras la luz se deslizaba desde su transparencia corrompida.




Del libro: Fragmentos dispersos (Ediciones del pez volador)






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