jueves, 2 de julio de 2015

Detrás de la bruma, Ulises Paniagua (Cuento)


Detrás de la bruma
Ulises Paniagua

Hoy el mundo amaneció podrido, en el ambiente flota un hedor insoportable. La fetidez ha sido constante: ayer, antier, hace cinco, veinte días. Se percibe cada vez más fuerte. Si sólo fuera eso estaríamos tranquilos, pero la bruma, cerrada, genera tensión en pescadores y dueños de hoteles. No hay paz en este puerto, la gente ha escuchado al mar con un timbre distinto. El océano se agita, luego viene un eco feroz, un sonido estrepitoso que juraríamos es una bestia prehistórica. La neblina impide ver más allá de trescientos metros; detrás de esa cortina seguro aguarda una mala sorpresa.
Se rumora que una aldea fue devastada hace tres semanas cerca de Playa Sur. Quisieron achacar a un huracán la destrucción y los desaparecidos; pero no ha habido huracanes en estos días. Muchos sospechan la visita de un tsunami, pero la hipótesis es absurda porque las playas vecinas no sufrieron daños. Los maderos de las pilas, el bajareque, cada trozo de las casas se encontró derramado sobre la arena. En Playa del Sueño, por otra parte, una flota de barcazas apareció hecha astillas.
Lo peor de todos son los signos: una vieja asegura haber visto gusanos saliendo de  los ojos de la virgen, nuestra patrona; y un niño dijo que a su estampa de San Judas le han brotado cuernos.
No han llegado turistas. La villa está muerta. Las redes telefónicas y virtuales no funcionan. Los barcos han dejado de aparecer en el horizonte. Algunos habitantes no lo han soportado, más de quince familias decidieron marcharse, hicieron sus maletas y los vimos desaparecer en la autopista. No han regresado. Otros han optado por una salida alternativa. Esta semana se suicidaron tres: el director de la primaria, que se colgó de un almendro; un salteador de caminos que se clavó un cuchillo al estilo de un seppuku; y el dueño de un bar que vende cocaína a raudales (quien decidió volarse la tapa de los sesos de un tiro).
Entre los pescadores corre el rumor de que, sea lo que sea, vendrá primero por los que tengan cuentas pendientes: estafadores, infieles alevosas, pederastas, pendencieros, y ebrios que golpean a sus hijos.  A los millonarios el pánico les hace jurar que entre las olas han percibido un ojo amarillento, como el de un reptil que mira hacia la costa. Yo creo que son mentiras, aunque es difícil explicar lo que ocurre. Antier un abarrotero decidió destrozar su tienda. Para ello contrató a un viejo que trabajó como minero en la sierra colocando explosivos. Su local quedó hecho trizas y ahora vive en la calle. Nos insta a gritos a hacer lo mismo. Dice que estamos malditos.
No podemos dormir. Cuando el océano embravece presentimos lo peor: el arribo de olas demoledoras, el ataque de un leviatán, la ira de algún dios. La incomunicación es general. Muy de vez en cuando una onda de radiofrecuencia aparece en los estéreos sólo para comentar -a través de un misterioso noticiero- las grandes masacres del siglo XX, las hambrunas en África, los bombardeos en Medio Oriente, los terribles genocidios en los campos de concentración alemanes. El noticiero suena rasposo, como uno de esos viejos programas de radio de 1938 o de 1945.

Tenemos miedo. Anhelamos huir pero no queremos o no podemos. La situación escapa de nuestras manos. Hemos dejado de hablar, de comer. Los que se ven obligados a andar por el malecón lo hacen a pasos cortos, con la cabeza gacha. Nos ponemos flacos y pálidos. Los creyentes afirman que cada vez aparecen más señales entre las imágenes de santos, en los templos: más gusanos, vírgenes que lloran sangre; ese tipo de cosas. Y este hedor insoportable, nauseabundo, está volviéndonos locos.

De el libro de cuentos "Entre el día y la noche". Derechos reservados al autor.

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