jueves, 23 de julio de 2015

Orson Welles La literatura detrás del lente. Por: Ulises Paniagua.


Orson Welles
La literatura detrás del lente




Ulises Paniagua

Una noche de Halloween de 1938 la historia del mundo se sacudiría. A través de sus aparatos de radio miles de norteamericanos escucharon una voz honda y firme advirtiendo: “Señoras y señores, esto es lo más terrorífico que nunca he presenciado... ¡Espera un minuto! Alguien está avanzando desde el fondo del hoyo. Alguien... o algo. Puedo ver escudriñando desde ese hoyo negro dos discos luminosos... ¿Son ojos? Puede que sean una cara. Puede que sea...”. Se anunciaba una invasión extraterrestre proveniente del planeta Marte. La gente, aterrada, dejó de escuchar la radio y salió de casa esperando el desastre. No aguardaron al minuto cuarenta con treinta segundos de transmisión donde se anunciaba que se trataba de un evento ficticio. Fue el caos.
El programa que tanta conmoción generó era una adaptación realizada por Orson Welles de la novela La guerra de los mundos (1898), de H.G. Wells. Al día siguiente, indignado, el público escucha pidió la cabeza de Orson Welles a la CBS. Éste argumentó que se trataba de una broma propia del día de brujas, y la cosa no pasó de allí.
            No era la primera vez que Welles se acercaba a la literatura. Y no sería la última tampoco. Su concepción radiofónica y posteriormente cinematográfica se alimentó de la literatura en gran medida. Pero también legó, a lo largo de sus películas, una serie de estructuras narrativas que utilizarían guionistas e incluso novelistas de generaciones posteriores. En su exacerbado y malhumorado genio demostró que hay muchas y muy buenas maneras de contar una historia. Para ejemplo la célebre escena de elipsis (salto temporal) que sucede en la mesa del matrimonio de El Ciudadno Kane. Mientras comen transcurren más de diez años. O el gran misterio que se encierra en la palabra Rosebud a través de una memoria remota, un anhelo de niñez derrumbada, que nada pide a la nostalgia de Marcel Proust en En busca del tiempo perdido, y que cierra magistralmente el clásico del cine mundial.
Ávido lector, el director de la mítica Citizen Kane se acercó una y otra vez a los libros. La guerra de los mundos constituía la prolongación de una serie de radionovelas que tenían como fuente de alimentación a autores clásicos. En colaboración con el que luego sería el guionista de Casablanca, Howard Koch, interpretó y adaptó a radio obras como Los miserables, Drácula y El conde de Montecristo. Ya como cineasta, la pasión por la literatura se haría presente en La dama de Shangai (If I Die Before I Wake, 1947), basada en la novela del escritor Sherwood King; donde por cierto interpreta a un villano terrible, acompañado en el rol protagónico por la hermosa Rita Hayworth, quien entonces era su esposa.
Años después, en 1958 (después de un exilio bajo el régimen del macarthismo donde se le acusó de ser comunista) adaptaría la novela de Whit Masterson, Sed del mal (Touch of devil), y la llevó a la pantalla grande protagonizada por él, de nuevo como un gran villano, y haciendo de Charlton Heston (Mike Vargas) uno de los primeros héroes mexicanos en el cine hollywoodense.
En 1948 incorporó a Shakespeare al cine norteamericano al adaptar Macbeth, el clásico del teatro británico donde se aborda la ambición y la sed de poder. En 1952 filmó Otelo, continuando esta serie de proyectos monumentales y arriesgados (Sir Laurence Olivier parecía el único director autorizado para llevar al dramaturgo inglés, al bardo de Avon, a la pantalla). Siendo honestos la aventura con Shakespeare no fue tan exitosa, pero hay que alabar el espíritu aventurero y clásico del realizador.
      Sin embargo, su proyecto probablemente más ambicioso en materia literaria llegaría en 1962, cuando se atrevió a adaptar a Franz Kakfa (¡A Kakfa!) desde su novela El proceso, demostrando una vez más que era un hombre que gustaba de retos. La cinta fue protagonizada por Anthony Perkins (célebre por su  papel de Norman Bates en Psicosis). Adaptar a Kafka, como podrá adivinarse, no es una empresa sencilla debido al alto nivel alegórico que se maneja en las letras del escritor checo, sumándolo a los ambientes casi oníricos que permean las escenas de sus novelas. Pero Welles salió bien librado (casi nadie ha osado entrar a los senderos kafkianos desde entonces). Para ello, iniciando con un prólogo basado en el relato corto de Kafka “Ante la ley”, Welles utiliza su excepcional manejo estilístico para crear una atmósfera opresiva y asfixiante, a través de encuadres de cámara audaces, el empleo del gran angular, soberbios claroscuros y un magistral uso del montaje. Con música de Albinoni la película se vuelve alucinógena.
Orson Wells, el mito, el genio, el enfant terrible nacido en Wisconsin en 1915 y que vivió sus últimos días en California hasta 1985, nos ha dejado un legado cinematográfico tan estrecho con lo literario que bien podría decirse de él que construyó verdaderas novelas utilizando escenas y secuencias. Y como muestra basta revisar el Ciudadano Kane (Citzizen Kane). ¿Quién se atrevería a negar que a través de este film Welles no podría consagrarse como uno de los mejores literatos de la historia universal si en el lugar del celuloide la historia se contara a través del papel?











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