jueves, 24 de julio de 2014

Ulises Paniagua: sobre el libro Diecinueve plegarias y un credo…según la carne, de Martha Leticia Martínez de León


Diecinueve plegarias y un credo…según la carne, ó

“Las delicias de Martínez de León: de lo erótico a lo sagrado”

 por: Ulises Paniagua
 
 
 

Me borro en el sudor del cruce de mis muslos

cuando imagino que mis cuatro labios

derrocan tu sacramento

Martha Leticia Martínez de León

 

 

Ya toda me entregué y di

Santa Teresa de Jesús

 

         La carne es impaciente, la carne es irreprimible, el deseo es una marejada salvaje que invade los muslos o que canta a gemidos, muy despacio, a través de nuestros tímpanos. De cualquier manera, seduce.

         Se rumora a gritos que hay que hablar de amor y deseo mientras nos queden labios con qué besar, y ello es cierto, porque lo erótico es un asunto que atañe al espíritu liberado. Nada más cercano a la libertad que un orgasmo, floración de emociones, inquietudes, angustias o alegrías a través del delicioso oficio del cuerpo ¿De qué otra manera podríamos expresar nuestra pasión, nuestro deseo, amoroso o no amoroso? La comunión de cuerpos, más allá de lo que pudiera creerse, encuentra un cauce sagrado cuando lo carnal se convierte en instrumento de plenitud.

         En los poemas árabes, en la filosofía sufi o sufí, encontramos la sacralidad en el encuentro del acto sexual, en el deleite con la amada. Para la cultura del Medio Oriente, tan cercana al budismo y otras influencias en aquellos años, el acercamiento se comprendía como un acto natural, ajeno a lo pudoroso, donde se conjugaban los sentidos y los afectos. No es una casualidad que un libro como el Kama Sutra pudiera nacer lejos de influencias cristianas del Medioevo, del Concilio de Trento  y de los pudores impuestos a los habitantes de la América sojuzgada. Habría que preguntar a la Historia de Medio Oriente qué fue lo que ocurrió con aquellas maravillosas ideas, y el cómo una sociedad culminó en ese fundamentalismo aberrante, que no permite a las mujeres de hoy expresar la belleza a través de su desnudez, mínima o plena. Entre los años 1050 y 1122 d.c., Omar Khayyam, poeta sufí, escribe: tu boca, esta noche, / es la rosa / más bella / del mundo / escancia vino / que sea carmín / como tus mejillas / y haga leves / mis remordimientos / como ligeros son tus bucles. Otro autor que funciona como un magnífico ejemplo de este oleaje sufi que ondea entre la concupiscencia y la espiritualidad, es Ibn Al Mahad, poeta sólo traducido al español por el uruguayo Saúl Ibargoyen. Dice Al-Mahad, a través de la versión al español: Esta noche en mi tienda he viajado / por fuera y por dentro / de las formas tangibles de la amada. / No diré sus primeros nombres: / ella duerme ahora entre olores sosegados. Y luego escribe, en otro poema: No ames a la amada / solamente con las caricias de la piel / porque entonces tu práctica de amor / obtendrá nada más / que un placer sin fe.

         En la tradición cristiana y católica, los ejemplos del erotismo son múltiples. Como Eve Gil comenta en el preámbulo del presente poemario, ¿Puede alguien negar que las páginas más lúbricas jamás escritas se localizan en los libros sagrados, sin importar a qué religión estén dirigidas? Así, en el libro que en hebreo lleva por nombre Shir Hashinm, es decir, El Cantar por excelencia, mejor conocido de manera popular como El Cantar de los cantares, leemos y percibimos una apología a las artes amatorias, ese sano equilibrio entre el espíritu de quien ama a Dios y ama a su mujer o a su hombre con el frenesí de la carne, al mismo tiempo. Se trata de un erotismo delicado, pero no por ello menos intenso.  Cito un fragmento de este libro: Y el aroma de tus perfumes / es mejor que el de todos los bálsamos. / Miel virgen destilan tus labios/ miel y leche hay bajo tu lengua; y el perfume de tus vestidos es como aroma de incienso. / Eres jardín cercado, hermana mía, esposa fuente sellada.

         Es sabida la ardorosa pasión con la que Santa Teresa de Jesús se asió al cuerpo de su Cristo con el fervor de la más entregada amante; situación que también experimentó San Juan de la Cruz en un éxtasis religioso que bien podría culminar en el orgasmo místico. Cito a San Juan de la Cruz, en su poema Noche oscura: ¡Oh noche que guiaste! ¡Oh noche amable más que la alborada: / oh noche que juntaste / Amado con Amada…/ En mi pecho florido, / que entero para él sólo se guardaba, / allí quedó dormido, / y yo le regalaba, / y el ventalle de cedros aire daba. / El aire de la almena, / cuando yo sus cabellos esparcía, / con su mano serena / en mi cuello hería, / y todos mis sentidos suspendía.

         Estudiado por George Bataille, el fenómeno de lo sagrado cobra dimensiones eróticas. El éxtasis se presenta como el hilo conductor entre la carne y lo sacro, la experiencia llevada a dimensiones extrasensoriales.  En su libro Las lágrimas de Eros, Bataille encuentra esa oscura y profunda similitud entre la expresión de las Vírgenes de catedrales y templos, con respecto a los rostros de mujeres en el clímax sensual, una mezcla suprema entre dolor y placer, aquello que de manera vulgar ha dado por llamarse una muerte chiquita.  En adición, encuentra en el rostro de los mártires católicos, como San Sebastián, el goce sensual que se experimenta al alcanzar la culminación de un encuentro amatorio. El dolor, lo religioso y el placer, van de la mano. Esa ardorosa pasión hacia Dios y hacia Cristo y su sangrienta oscuridad, son llevadas por Martha Leticia Martínez de León al cenit de lo sensual. Cito a la autora: lamo tu nombre para borrar una a una Tus heridas / No te conozco  / pero te reconocen en cada sonrisa / mis manos te tocan / Tu esencia me asfixia / me desnudo, Te toco / palpita mi sexo / me toco / No hay placer / descubro la vida  / entiendo la historia / me duele Tu muerte / dejo que Tu sangre / caiga…

         La carne es libre, se rige bajo una voluntad particular. Esto explicaría el concepto Kata sarká, y el por qué de su presencia en el título del libro reseñado. Pablo A. Jiménez, comenta acerca del concepto Kata Sarká: La vida de quien no ha sido liberado del poder de la muerte no es un fenómeno de la naturaleza, sino de la vida del que se esfuerza, del yo que quiere, que se proyecta siempre hacia algo, que se halla siempre ante sus posibilidades, y, en concreto, ante las posibilidades fundamentales de vivir «según la carne» ("kata sarká")…es decir, de vivir para sí mismo y para Dios.

         La poesía de Martínez de León remite sin duda a la poética de las grandes escritoras y mujeres que vivieron un auge combativo entre los años sesentas y setentas del siglo XX, autoras como Sylvia Plath y Anne Sexton, consideradas estandartes en el movimiento de emancipación femenina en el vecino país del norte. Mujeres preclaras, inteligentes, dispuestas a morir antes que entregarse a las reglas de un mundo determinado por el chauvinismo autoritario. En México, Rosario Castellanos representa a la mujer de alto intelecto y libertad de pensamiento (podríamos emparentarla con Sor Juana Inés de la Cruz, por su influencia y su valor literario). Valiente, existencial, evidentemente influida al igual que las autoras norteamericanas por el movimiento parisino encabezado por Simone de Beauvoir, se rebela ante el hecho de comprenderse una hija de segunda, ensombrecida por la figura de su hermano, el favorito de su madre. Así comienza a escribir. Escribo porque  yo, un día, adolescente, / me incliné ante un espejo y no había nadie, confiesa Castellanos.

         El gran problema radica en la concepción chauvinista de un creador, en la representación humanoide de un Dios en evidencia inventado por el género masculino. Ese tipo barbón, con facha de leñador y gesto adusto que nada sabe del clítoris y sus murmullos, que no ha aprendido a apreciar la superlativa sensibilidad del cuerpo femenino. Si Dios fuese mujer en las convenciones humanas, otra sería la historia. Tal vez en años cercanos se llegue a derribar el dogma donde la mujer permanece en segundo término, ese fundamentalismo de género. Es harto probable que se llegue a la convención andrógina de un ser supremo. Llamémosle La Dios; o El Diosa. Aún con ello, esta absurda libación ante un Dios macho expone una culpa injustificada en el género femenino, afectado por los convencionalismos. Así lo deja saber Martha Leticia Martínez a través de sus versos: Mi cuerpo se parece al de María / María madre / María esposa  / Virgen María. / Su alma no se parece a la mía / mujer lenta,  / mujer puta,  / mujer lenta / mente / puta. / El vacío de mi vientre no engendra vida y sangra  / el vacío de su vientre engendró vida / y una corona de espinas lo desangra.  Como protesta, la mujer recurre a su erotismo y su delicadeza para sentirse plena, para cantar a gritos lo que le ha sido velado durante siglos, de manera social; y durante años, de forma doméstica. Hombre de Dios / creación del polvo y del barro / donde Marduk no forjó su lecho / y Lilith cegó su mirada, anuncia a manera de protesta Martha Leticia Martínez. El orgasmo estalla en gemidos suaves, en la ars erótica que siempre he considerado la más profunda, la obsequiada por la mujer. Así, Anne Sexton nos comparte, a través de uno de sus poemas: De noche, sola, me caso con la cama. / Dedo a dedo, ahora es mía... / La taño como a una campana. / Me detengo en la glorieta donde solías montarla. / Me hiciste tuya sobre el edredón floreado. / De noche, sola, me caso con la cama. / Toma, por ejemplo, esta noche, amor mío, / en la que cada pareja mezcla / con un revolcón conjunto, debajo, arriba, / el abundante par en espuma y pluma… / Me despliego. Crucifico. / Mi pequeña ciruela, la llamabas. Rosario Castellanos, por su parte, se entrega: Tu sabor se anticipa entre las uvas / que lentamente ceden a la lengua/ comunicando azúcares íntimos y selectos. / Tu presencia es el júbilo. / Cuando partes, arrasas jardines y transformas / la feliz somnolencia de la tórtola / en una fiera expectación de galgos. / Y, amor, cuando regresas / el ánimo turbado te presiente / como los ciervos jóvenes la vecindad del agua. Rosario Castellanos transgrede, también, en su poema titulado Ninfomanía, al describirnos la escena metafórica de una felación:  Te tuve entre mis manos: / la humanidad entera en una nuez. / ¡Qué cáscara tan dura y tan rugosa! / Y, adentro, el simulacro / de los dos hemisferios cerebrales / que, obviamente, no aspiran a operar / sino a ser devorados, alabados / por ese sabor neutro, tan insatisfactorio / que exige, al infinito, una vez y otra y otra, que se vuelva a probar. Martínez de León se interna en el transgresor concepto de la felatio y el asunto de los tríos sexuales, pero lo lleva a niveles extremos, en una apuesta total: Me acuesto con tres hombres / y con ello me lleno de espinas / en una atardecer sin hora non…Y más adelante, publica: Te imagino desnudo bajo el manto de un Templo…/ y ante mi apostasía / las vestiduras se rasgan / las telas caen / devuelvo tu resurrección / en la crucifixión de mi boca / en el centro de tus piernas.

         Siglos clásicos convulsionados por el erotismo místico (el único autorizado en aquellas herméticas albas). Un siglo XX enardecido por la rebeldía femenina; y hoy en día, en México y en pleno siglo XXI, la frescura en la voz poética de Martha Leticia Martínez de León, a través de sus Diecinueve plegarias y un credo…según la carne (kata sarká). Un libro provocador, sin lugar a dudas, de un erotismo inteligente. La virtud de la autora es hallar esa manera directa en que se aborda la relación erótica-mística, sin tapujos, como un encuentro duro y extremo en su propia delicadeza. La sexualidad femenina al infinito. La mujer-carne, sin calificativos demoniacos o puritanos: la mujer sensual y madura en su esplendor. Confiesa la autora: desde lejos te comulgo  / y desde lejos me humedeces…/ y desde este cruce de piernas / te rezo / y es mi penitencia / dejar un río de orgasmos solitarios. Más adelante, en otro de sus poemas, se desborda en una herejía que estalla a voces: confesor cómplice de la humanidad de Cristo  / sacerdote de Dios, / Dios Yahvé / el verdugo de Eva / el esposo de María / el Padre de esta mujer que desea escribir / sobre los labios de su profeta.

         Luego recalca en la sabrosa sensualidad prohibida: Mujer de pecado / Cristo sobre Eva / Gracia en el clítoris de Lilith / hoy tan mío / y tan hambriento de tu hostia.

         Para llegar a la concepción de Diecinueve plegarias y un credo..según la carne, habría que brincar de un polo hasta su opuesto. Esto es, desde la religiosidad del Vaticano hasta la conculcación más febril. Lo más rico en la poesía de Martínez de León, es que cada quien encuentra lo que pretende buscar: un horror mocho y persignado, una afrenta a los dogmas de la Iglesia Católica, una fabulosa invitación al más sensual de los convites, o la liberación de la mujer a través del espíritu del clítoris. Toda interpretación es válida cuando se trata de un discurso poético. Sólo mencionaremos aquí, a manera de apunte, el surgimiento dentro del propio catolicismo de una Teología de la carne, una de las ramas en el estudio religioso dentro del propio reino apostólico-romano, donde se establece la apertura a la sensualidad humana, basándose en las propias interpretaciones de la fe.  "No hay nada más opuesto -dice el Cardenal Angelo Scola- al Dios cristiano y al Dios de la Biblia que una religiosidad espiritualoide y abstracta, que no toma en serio el método de la encarnación con que la misma Trinidad ha querido comunicarse a nosotros en Jesuscristo".

         Así, herejía o religiosidad, clandestinidad o mística, la experiencia de los cuerpos transgrede los límites materiales. Entonces, amémonos en el camastro, bajo el crucifijo, amémonos bajo la sombra de los cipreses, entre la paz del campo, en medio de la condena de los mismos infiernos surgidos desde La Divina Comedia, o en la opulencia de El Paraíso perdido de John Milton, amémonos de cualquier modo, como se quiera o se pueda, en el mismo confesionario, pero no dejemos de construir aquello tan sagrado a lo que Martha Leticia Martínez de León nos invita, a través de la transgresión espiritual y un par de guiños entre tatuajes y ligueros, desde sus húmedas Diecinueve plegarias y un credo…según la carne. Amén.

Ulises Paniagua

24 de julio del 2014
 
 
 
 

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