jueves, 21 de mayo de 2015

Analema (Sobre el libro Lo tan negro que respira el Universo, de Ulises Paniagua)

ANALEMA
Roberto López Moreno


Escribir sobre la poesía de Ulises Paniagua representa una aventura plagada de prodigios esterlinos al mismo tiempo que una gran responsabilidad para el tutor de la osadía. Es la misma plurivalencia que imanta a quien intenta percibir lo tan negro que respira el Universo y busca un libro de poesía y lo encuentra entre sus dedos bajo la advocación del poeta citado, como un círculo que se cierra para concentrar la energía que se expandirá en el cosmos.

Entonces, cambios de planos se entrecruzan –la geometría que arriba y en lo geos se corresponden- medida de acá que nos da referencia proyectada de lo allá. En el otro plano, que ya es éste: una silla, una mesa y el manuscrito de Paniagua, que así como lo de arriba corresponde a lo de abajo y viceversa, lleva como mágico título –no está de más hablar de magia pues de poesía estamos hablando-: Lo tan negro que respira el Universo y abrimos el legajo de poemas para vernos de nuevo nosotros en el plano pero retratados por la tinta con sus espacios iluminados de energía.

Una voz nos dice desde la página: Vamos a jugar a que colocamos los nadires en los espacios necesarios para incomodar al sol. Y sí decimos entonces en desboque y procedemos en consecuencia: qué manera de ver el mundo para verlo, alimentamos el almita adentro creciéndola, creciéndola hasta llamarla cosmos. Ulises Paniagua es el brujo, el mago, el hechicero, el nigromante, el adivino, la fuerza déica que ocupa los espacios obscuros, ábraras del átomo, y la energía nos vuelva a sacudir afuera como ya nos sacudió adentro desde el misterio en el que surge el verso.

El cosmos es la casa y en ella respiran tres: el poeta, la luz, la araña, “velludos vectores multiplicados”, identifica Ulises, y cuando la casa respira a los tres, ese trivoltio se convierte en un solo estertor. Si el derrame del Sol se convierte en arcángel de malintencionada raíz es que aceptó el reto del juego con los narides y ahora habla a través de “el negro fuego” que “bebe el odio más logrado, el reclamo más intenso”, ¿y ello para qué? para que pueda resistir tal retozo entre las esferas. En medio, hay un Odiseo veinte tiempos sacudido por la guerra y las mareas. Estamos en el juego.

Desde esa perspectiva, poniendo “lo torcido en la semilla de su sangre”, se aflora al verdadero destino que es la cuarta potencia de la ruta. Ulises, el hechicero, nos convierte en planteamientos que se mueven entre la obscuridad de la luz y la luz de la profunda oscuridad, juego perverso y lilial, una y dos valencias vivas, ternura amarga, dulzura tétrica, llena de potencial que se sigue haciendo verso a la menor provocación con lo que la materia se mueve y nos trata de gritar a censo vivo la gran ecuación a resolver todos los días al aceptar nosotros incinerarnos en la alquimia del gran fuego negro. Los labios sombros del mundo se afinan entonces en la ruta que va del canto de lo negro al canto a lo negro. Tuonela eleva el cisne hasta el poema de Sibelius. El cisne flota.

Hay un dolor profundo en el centro del átomo y entonces la pregunta aflora repentina: ¿Por qué duele moverse si no se está siendo en el momento en que se és? Hay un pensamiento de Ulises: “la criatura se mueve/ acciona tendones/ huesos en crujido…”, va al cúlmine: “la criatura despierta… se mueve/ condensa y enreda desesperación”. Ulises nos regresa de un golpe al origen de su origen, es decir, al inicio de su libro: “átomo de negro miocardio/ origen/ esqueleto de luz”. (Yo digo, muy aparte de este discurso: ¡Que poeta es Ulises Paniagua!). De vuelta. Si todas las cosas viajan más allá del cómo se nombran, si se nombran más allá de su prolongado viaje, el lenguaje se miente pobre para decir la caída en la que se asciende. ¡Ah!, metáfora que logra la identificación ¡Oh! curva del término que sólo el oficiante.
En este poeta al que me estoy refiriendo, en este libro, Lo tan negro que respira el Universo hay un paso que armoniza los considerandos entre Hölderlin y Heidegger. La manzana que dejó caer esa espiral de gas llamada Adán sobre la luminosidad lemniscata no cayó en el vacío. No hay vacíos. El poeta Ulises Paniagua la lanza hacia Simias de Rodas, jugando con los siglos para que jugando con los siglos Simias de Rodas la ponga a disposición Newteana, la que recarga “la cabeza en el embeleso de atmósferas discordantes”, (no hay vacíos), con la suma de las plaquetas del tiempo el poemas es más poema y seguirá siendo más.

En suma de sumas, Lo tan negro que respira el Universo son los poemas de Ulises, las espíricas de Perseo, las curvas que se producen al cortar un toro con un plano. ¿Qué propiedades descubrió Perseo?, no lo supo, quizá no lo sepa Ulises, pero lo sabe su libro, por lo tanto lo sabemos nosotros sus lectores y Ulises su autor.
Estamos en el ave circular. Del nadir a la ácida Luna. El poeta es tinta. El poema es un tigre entre sintagma y molécula. Lo demás es energía. También.
                                                                                                                 
Roberto López Moreno
México D.F. febrero de 2015.
América




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