ANALEMA
Roberto López Moreno
Escribir sobre la poesía de Ulises
Paniagua representa una aventura plagada de prodigios esterlinos al mismo
tiempo que una gran responsabilidad para el tutor de la osadía. Es la misma
plurivalencia que imanta a quien intenta percibir lo tan negro que respira el
Universo y busca un libro de poesía y lo encuentra entre sus dedos bajo
la advocación del poeta citado, como un círculo que se cierra para concentrar
la energía que se expandirá en el cosmos.
Entonces, cambios de
planos se entrecruzan –la geometría que arriba y en lo geos se corresponden-
medida de acá que nos da referencia proyectada de lo allá. En el otro plano,
que ya es éste: una silla, una mesa y el manuscrito de Paniagua, que así como
lo de arriba corresponde a lo de abajo y viceversa, lleva como mágico título
–no está de más hablar de magia pues de poesía estamos hablando-: Lo
tan
negro que respira el Universo y abrimos el legajo de poemas para vernos
de nuevo nosotros en el plano pero retratados por la tinta con sus espacios iluminados
de energía.
Una voz nos dice desde
la página: Vamos a jugar a que colocamos los nadires en los espacios necesarios
para incomodar al sol. Y sí decimos entonces en desboque y procedemos en
consecuencia: qué manera de ver el mundo para verlo, alimentamos el almita
adentro creciéndola, creciéndola hasta llamarla cosmos. Ulises Paniagua es el
brujo, el mago, el hechicero, el nigromante, el adivino, la fuerza déica que
ocupa los espacios obscuros, ábraras del átomo, y la energía nos vuelva a sacudir
afuera como ya nos sacudió adentro desde el misterio en el que surge el verso.
El cosmos es la casa y
en ella respiran tres: el poeta, la luz, la araña, “velludos vectores
multiplicados”, identifica Ulises, y cuando la casa respira a los tres, ese
trivoltio se convierte en un solo estertor. Si el derrame del Sol se convierte
en arcángel de malintencionada raíz es que aceptó el reto del juego con los
narides y ahora habla a través de “el negro fuego” que “bebe el odio más
logrado, el reclamo más intenso”, ¿y ello para qué? para que pueda resistir tal
retozo entre las esferas. En medio, hay un Odiseo veinte tiempos sacudido por
la guerra y las mareas. Estamos en el juego.
Desde esa perspectiva,
poniendo “lo torcido en la semilla de su sangre”, se aflora al verdadero
destino que es la cuarta potencia de la ruta. Ulises, el hechicero, nos
convierte en planteamientos que se mueven entre la obscuridad de la luz y la
luz de la profunda oscuridad, juego perverso y lilial, una y dos valencias
vivas, ternura amarga, dulzura tétrica, llena de potencial que se sigue
haciendo verso a la menor provocación con lo que la materia se mueve y nos
trata de gritar a censo vivo la gran ecuación a resolver todos los días al
aceptar nosotros incinerarnos en la alquimia del gran fuego negro. Los labios
sombros del mundo se afinan entonces en la ruta que va del canto de lo negro al
canto a lo negro. Tuonela eleva el cisne hasta el poema de Sibelius. El cisne
flota.
Hay un dolor profundo
en el centro del átomo y entonces la pregunta aflora repentina: ¿Por qué duele
moverse si no se está siendo en el momento en que se és? Hay un pensamiento de
Ulises: “la criatura se mueve/ acciona tendones/ huesos en crujido…”, va al cúlmine:
“la criatura despierta… se mueve/ condensa y enreda desesperación”. Ulises nos
regresa de un golpe al origen de su origen, es decir, al inicio de su libro:
“átomo de negro miocardio/ origen/ esqueleto de luz”. (Yo digo, muy aparte de
este discurso: ¡Que poeta es Ulises Paniagua!). De vuelta. Si todas las cosas
viajan más allá del cómo se nombran, si se nombran más allá de su prolongado
viaje, el lenguaje se miente pobre para decir la caída en la que se asciende. ¡Ah!,
metáfora que logra la identificación ¡Oh! curva del término que sólo el
oficiante.
En este poeta al que me
estoy refiriendo, en este libro, Lo tan negro que respira el Universo
hay un paso que armoniza los considerandos entre Hölderlin y Heidegger. La
manzana que dejó caer esa espiral de gas llamada Adán sobre la luminosidad
lemniscata no cayó en el vacío. No hay vacíos. El poeta Ulises Paniagua la
lanza hacia Simias de Rodas, jugando con los siglos para que jugando con los
siglos Simias de Rodas la ponga a disposición Newteana, la que recarga “la
cabeza en el embeleso de atmósferas discordantes”, (no hay vacíos), con la suma
de las plaquetas del tiempo el poemas es más poema y seguirá siendo más.
En suma de sumas, Lo
tan negro que respira el Universo son los poemas de Ulises, las espíricas
de Perseo, las curvas que se producen al cortar un toro con un plano. ¿Qué
propiedades descubrió Perseo?, no lo supo, quizá no lo sepa Ulises, pero lo
sabe su libro, por lo tanto lo sabemos nosotros sus lectores y Ulises su autor.
Estamos en el ave circular.
Del nadir a la ácida Luna. El poeta es tinta. El poema es un tigre entre
sintagma y molécula. Lo demás es energía. También.
Roberto López
Moreno
México D.F. febrero de 2015.
América
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