martes, 19 de agosto de 2014

Reseña sobre la novela "Habitantes de la noche", de Roger Vilar, por Ulises Päniagua


Hablemos de los Habitantes de la noche

por: Ulises Paniagua

 

                                                ¿Cuál es la naturaleza del mal? ¿Un sufrimiento, una tragedia, mucho dolor no superado?

Roger Vilar

 

Eventos extraños ocurren en el interior de un edificio en ruinas de la colonia Guerrero. Las ratas emiten chillidos entre muros: la oscuridad se apodera de la humedad del concreto; la noche antecede a la muerte. Es la Ciudad de México del siglo XXI, una urbe fatídica donde el asesinato se convierte en primicia, una gran aldea donde el secuestro y la tortura se convierten en prácticas frecuentes entre los delincuentes y aquellos que acechan lo que sucede. En la más reciente novela del escritor Roger Vilar, Habitantes de la noche (Editorial de otro tipo, 2014), el autor nos conduce a un submundo dominado por la nota roja. Ribalta, reportero de un importante diario nacional (El Siglo), es asignado para cubrir notas sobre hechos violentos y homicidios, al silencio de la madrugada:

         “Los policías de todo el Distrito Federal hablaban con voz gangosa a través de los radiotransmisores (…) Nada de aquello servía a los reporteros, era demasiado débil para convertirse en noticia. Necesitaban algo fuerte.”
 
Imagen: El escritor cubano Roger Vilar

         Aburrido por la espera de un caso digno, Ribalta decide acudir a un llamado policiaco donde se anuncia una simple riña entre un casero y su inquilino. Es tanto el tedio de Ribalta que aunque la nota le parece poco interesante, sabe que llegar al lugar de los hechos servirá para romper la rutina. A partir de ese hecho -en apariencia intrascendente- que llega a cubrir, Ribalta se verá inmerso dentro de la oscuridad de un extraño mundo, allí, en el corazón de un argumento misterioso pero terrible que involucra a la belleza de la joven mulata Isabel; a la literatura como acto de soledad de un ser grotesco (Joseph Alda); y al ansia casi vouyerista hacia el dolor de los otros (experimentada por Ribalta y el guapo y enigmático pintor Saleur).

         Roger Vilar comprueba, en Habitantes de la noche, el oficio como narrador ejercido durante años, para conducir al lector a una realidad que, por cotidiana, resulta casi fantástica. Aunque, desde luego, el horror del reportero ante las atrocidades humanas nos mantiene siempre en contacto con nuestra triste condición de habitantes nocturnos. En la novela hay implícito un cuestionamiento sobre la ética del reportaje y del reportero. ¿Nos hemos vuelto insensibles hacia lo que sucede a nuestro alrededor? Este parece ser el mensaje cifrado tras las letras del autor. ¿Gozamos ante el espectáculo de los decapitados y los dedos cercenados? Es todo un fenómeno, que casi podemos calificar como psicopático: el reportero se vuelve ajeno a aquellos a quienes entrevista; prefiere ignorar la materia humana implícita en los casos, para mirar la crudeza de la muerte desde la frialdad de un cómodo distanciamiento. ¿A quién le importa un torturado, un desaparecido más? Lo que la prensa busca es la exclusiva, la nota más terrible que se pueda conseguir a pesar de lo que se deba hacer para conseguirla. La nota roja es dinero. Es aquí donde surge una profunda inquietud: ¿el reportero, en su trabajo impersonal y discreto, puede volverse cómplice de quien ejerce la violencia sobre los otros? En el mejor de los estilos de la novela negra, ese fascinante género impulsado por Raymond Chandler en la década de los cuarentas del siglo XX, Vilar se acerca –al igual que el autor norteamericano nacionalizado británico-  al retrato de la sociedad contemporánea, donde el dinero y el poder ejercido sobre “los otros” son los motores de las relaciones humanas, con sus consecuentes secuelas de crimen y marginación. En Habitantes de la noche todos los personajes respiran dentro de un mundo malsano, que aparenta la más completa naturalidad:

         “La permanencia del pintor en aquel sótano revelaba un Yo desconocido para él mismo. Emergía una parte oscura y nauseabunda que él nunca sospechó. Otra máscara. Una sombra que lo obnubilaba (…) Saleur sintió una leve erección con el relato, pero supo que aquel momento era el de su batalla definitiva…”.

         Roger Vilar trabajó como reportero para algunas televisoras y diversos diarios, entre ellos, Milenio. Esa mirada casi etnográfica que brinda la nota roja es la que le ha permitido desarrollar historias a partir de una realidad escandalosa, descrita a través de su propia imaginación. Las experiencias en el quehacer como periodista pueden generar magníficos imaginarios. Roger utiliza lo vivido hasta el grado de referir dos o tres casos verídicos, aunque trastocados por su pluma. Sólo que llena las historias de un febril encanto, de una frescura literaria que conduce a la expectación en cada uno de sus capítulos. En ese manejo de la historia es donde nos encontramos, de lleno, con el autor maduro, experimentado. Vilar no es un improvisado en el mundo de los libros. En Cuba, su país natal, publicó hace algunos años los libros de cuentos Corceles de la pradera y Aguas de la noche. En México ha publicado, también, dos libros de cuentos: La era del dragón (1998), y Brujas (2013). Hace poco tuve oportunidad de leer, de manos de este autor, una historia bastante apocalíptica, humorística y postmoderna, donde habita una vieja Agustina (un tanto loca), junto a un ejército de gatos. Me pareció una novela espléndida. Vilar es un prestidigitador estupendo: en cuanto más se interna el lector al mundo propuesto por el autor de Habitantes de la noche, mejor conoce su universo particular, un mundo de seres marginados, que viven entre ruinas y casonas viejas del centro de la ciudad.

         Las historias de Vilar recuerdan mucho a esas extrañas narraciones de Paul Auster, donde un halo de misterio se respira entre personajes que interactúan en un mundo absurdo por su propia verdad; un mundo donde la crueldad humana y las acciones extremas, aunque inexplicables, son el común denominador en una sociedad inquietante. En el aspecto latinoamericano, el nombre del cubano puede inscribirse a la particularidad de otros nombres como los de su compatriota, Virgilio Piñera; o los del mexicano Francisco Tario, o el uruguayo Felisberto Hernández; autores de poderosa imaginación que rompen esquemas en la clasificación de géneros, y que mucho adeudan a las extensas lecturas del checoslovaco Franz Kafka.

         Lo que caracteriza a las historias de los autores antes mencionados, y a la propia búsqueda de Vilar, en su obra, es esa tremenda percepción donde se reconoce que el mundo va más allá de nuestra existencia; leyes indeterminadas de lo que se vive, que están fuera de nuestro control y nuestra elección. Citando a Paul Auster: “Nuestras vidas realmente no nos pertenecen, pertenecen al mundo, y a pesar de nuestros esfuerzos por darle un sentido a éste, el mundo es un lugar que va más allá de nuestro entendimiento”.

         Sin embargo, a través y a pesar de la opresión generada en un ambiente de víctimas y torturadores, en el concepto del dolor entre las pulsiones eróticas, entre máscaras de cerdos colgadas a las paredes y perturbadoras presencias rozando la piel de una chica en un cuarto abandonado, también nos hallamos ante el erotismo en su más pura expresión. La sensualidad es también una característica de las historias de este escritor cubano. En uno de sus pasajes, una hermosa chica, buscando zapatos en un barrio popular, encuentra a un apuesto pintor, entablando un tórrido y  bello romance (aunque con la naturalidad que sólo el autor podría concederle a un encuentro amoroso entre dos desconocidos, muy a la manera de esos encuentros casuales que Milán Kundera describe en su célebre novela, La insoportable levedad del ser). Aunque en este caso, a diferencia de los encuentros en Kundera, en la habitación del pintor sí hay un asomo de amor, un entendimiento espiritual que después se verá en peligro, pero que nos permite acceder a uno de los pasajes eróticos de la novela: “Dejar libre el cabello de una mujer es quizás el primer acto en el proceso de desnudarla. Él le quitó los lazos, las ligas, y éste cayó en rizos negros como cascada, como velo de una antigua diosa (…) Ella tenía los ojos cerrados y el cuello erguido. La falda ya caía más debajo de las caderas, dejaba ver el rizado vellón de su monte de venus, hirsuto y lleno de fuerza; y las corvas musculares y satinadas, como de yegua desbocada.” La sensualidad en Vilar goza de una naturalidad que incluso asombra, porque, siendo honestos, debemos reconocer que en las escenas que se suscitan entre parejas encontramos detalles curiosos e incluso cómicos. Vilar captura esos detalles. Lo erótico en el de Roger escritor no niega lo caribeño, el fuego incontenible de los orígenes. Algunas escenas en su obra son descritas con una meticulosidad tan suave como la de Lezama Lima; otras tantas son abordadas desde un punto de vista lúdico y picaresco, al estilo de Cabrera Infante. Aunque en el autor del que trata esta reseña, podemos agregar un cierto dejo tanático, emparentado con lo sexual. Aquí, la pulsión más indescifrable y vergonzosa, el acercamiento entre la muerte y el deseo. En palabras del propio George Bataille, intentando descifrar lo indescifrable: “Hay en la muerte una indecencia, distinta, sin duda alguna, de aquello que la actividad sexual tiene de incongruente. La muerte se asocia a las lágrimas, del mismo modo que en ocasiones el deseo sexual se asocia a la risa (…) Evidentemente el torbellino sexual no nos hace llorar, pero siempre nos turba, en ocasiones nos trastorna y, una de dos: o nos hace reír o nos envuelve en la violencia del abrazo.”

         La originalidad en los planos -reales e irreales- de la novela, la propuesta sin maniqueos en el uso de los personajes y el estilo oscuro, propio del acercamiento a la criminalística, hacen de Habitantes de la noche un libro de impacto (no es una casualidad que esta novela haya sido seleccionada como ganadora del primer concurso de novela convocada por la Editorial de otro tipo, consiguiendo por derecho propio su publicación y distribución). En la novela, también es evidente el recurso de la ficción. No sólo de la ficción como la construcción de una historia narrada a partir de hechos acontecidos, sino la ficción como construcción de una ficción detrás de la primera, en una sucesión interesante de capas ficticias. Esto es, de pronto uno de los personajes adquiere propiedades fantásticas, dando un giro a la realidad establecida, y llevando el todo a un discurso metatextual. Volviendo a citar a Auster, en este sentido de profundizar en lo fantástico real: “Lo real siempre va más allá de lo que podamos imaginar”. Los poderosos juegos de la imaginación construyen al hombre. Así lo hace notar Vilar en su novela:

         “Julio pensó que la raíz del mal era la debilidad, un desfallecimiento del ser que lo obligaba a refugiarse en una realidad inventada.”       

         En este infatigable juego de ficciones entre ficciones, de relatos lúdicos que se interceptan en el tiempo y sus múltiples espacios, sólo queda recomendar con holgura leer la novela Habitantes de la noche. Porque en ella, Roger Vilar -a través de sus letras-, no desentrañará realidades, no mencionará nombres ni brindará respuestas al terrible reino de la violencia que mantiene paralizado el actuar de los habitantes de esta metrópolis.  Pero si brindará, al menos, el consuelo de una rica y propia interpretación de la realidad a través de lo fantástico, a través de una prosa clara y fluida. Y todo ello, en medio del imprescindible misterio que caracteriza a las buenas narraciones, y en especial a las mejores novelas negras, donde el bien y el mal se funden en un beso enfermizo. Citando a Milorad Pávic, les dejamos esta frase que inicia uno de sus cuentos, que bien cabe como invitación a recorrer la turbia historia de los Habitantes de la noche:

         “El escritor les aconseja, queridos lectores, que no lean este cuento un miércoles y de ninguna manera antes del mes de mayo. Además, lo más conveniente sería que lo leyeran por las noches y en la cama. Descubrirán las razones por ustedes mismos. Aún debo decir que en este cuento no hay héroes; los únicos héroes aquí son ustedes, sus lectores.”

 

Ulises Paniagua, desde las sombras de la colonia Guerrero,

en colaboración con Joseph Alda, 2014.





 
Ulises Paniagua (México, 1976)
Narrador, poeta, videasta y dramaturgo. Ha publicado tres poemarios: Del amor y otras miserias (Fridaura, 2009), Guardián de las Horas (Eterno femenino, 2012), y Nocturno imperio de los proscritos (Sediento Ediciones, 2014, Enciclopedia de las Letras Mexicanas, INBA, CONACULTA-FLM); y  tres libros de cuentos Patibulario, cuentos al final del túnel, (Mutibilda, 2011), Nadie duerme esta noche (Fridaura, 2012), e Historias de la ruina (Sediento Ediciones, 2013, Enciclopedia de las Letras Mexicanas, INBA, CONACULTA-FLM); así como los CDs sonoro-poéticos Cuadriversiones y Clandestinos y nocturnos (Colectivo Pena Ajena, 2013 y 2014).
 
    Su obra ha sido divulgada en diversas antologías, revistas y diarios nacionales e internacionales, incluyendo la revista El búho y la revista de Editorial Jus. Ha sido publicado en la Academia Uruguaya de Letras; así como en España, Italia, Perú, Cuba, Venezuela, Argentina y Costa Rica. En el 2007 recibió mención honorífica en el Concurso Nacional de Cuento Criaturas de la Noche. En el 2008 fue incluido en la antología de Poesía Latinoamericana Giulia Gonzaga (Italia), y en el 2014, en la antología española Poetas del siglo XXI. Ha sido traducido al inglés y al italiano. En los concursos interpolitécnicos de teatro recibió cinco premios, incluyendo mejor dramaturgia. En el 2011, con su colaboración literaria en las coreografías de grupo Kanga, obtuvo el primer lugar en el concurso nacional televisivo de España, Tú sí que vales. Se ha presentado, por invitación, en el Palacio de Bellas Artes de México, FIL de Minería y FILIJ de Guadalajara. Es conductor de radio en la cápsula Arquitectura literaria, del programa Jazz Arquitectónico (1670AM), de Radio Anáhuac. Ha impartido talleres sobre cine y literatura, por parte de CONACULTA, UAM, y Fundación René Avilés Fabila. Becario de CONACYT para un programa de Maestría, con la tesis “Memoria poética en la arquitectura de la Ciudad de México” (2014-2016). Correo electrónico:  sesilu7@yahoo.com.mx

 

 

 

 
 
 

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